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ORIGENES DE LA CIVILIZACION ADAMICA 1

domingo, 20 de septiembre de 2009

ORIGENES DE LA CIVILIZACION ADAMICA 1

ORÍGENES
DE LA
CIVILIZACIÓN ADÁMICA






Época:
Ocho mil trescientos años a. J. C.


JOSEFA ROSALÍA LUQUE ALVAREZ
(Sisedón de Trohade)
(Vida de Abel)


Tomo 1
PORTADA
¿Para quiénes ha sido escrito este libro? Para los buscadores sinceros de la Verdad.
Para los que no tienen más religión que la Justicia, la Verdad y el Bien.
Y finalmente para los que conociendo la grandeza y eternidad del espíritu humano buscan su felicidad cultivándolo hasta el más alto grado de perfección que es posible sobre el plano terrestre.
Los lectores que no estén circunscriptos en esta órbita, no sólo no lo comprenderán sino que su lectura les dejará tan vacíos como antes de haberlo abierto.
Hablo pues en esta portada con aquellos que pueden comprender y asimilar esta lectura.
En primer lugar me preguntaréis: "Si esta obra relata hechos acaecidos diez mil años atrás, o sea varios milenios antes de que la visual de la Historia recogiera y conservara los hechos de los hombres ¿cómo los ha recogido y conservado el autor?
Ante tal pregunta me es necesario hacer al lector esta otra interrogación:
¿Habéis estudiado las obras de ese gran explorador celeste de los tiempos modernos, de Camilo Flamarión, llamado el poeta de los cielos, o de otro de esos incansables viajeros estelares que han hecho de los espacios infinitos el campo de acción de todas sus actividades científicas?
Si les habéis leído sabréis que la Luz es el gran archivo del Universo y que colocado el observador en el punto marcado por las leyes astrales y etéreas, se produce el hecho perfectamente natural y lógico de que siguiendo los rayos de luz emitidos sobre la tierra en cualquier época por remota que ella sea, presenciará clara y nítidamente los hechos ocurridos.
Otro punto que acaso resulte algo dificultoso para los análisis de algún lector, son las manifestaciones extra-terrestres o supra normales que abundan en este libro y también preguntará:
¿Por qué en aquella época se producían tales hechos con relativa facilidad y hoy no se producen sino rarísima vez?
En primer término partamos de la base de que soy enemigo declarado del milagro como se llama comúnmente a los hechos que no se pueden explicar por las leyes físicas conocidas en la actualidad; y soy enemigo sencillamente porque la palabra milagro ha denotado siempre la anulación o destrucción de las leyes inmutables del Universo, lo cual está plenamente fuera de la verdad, como por ejemplo que un ser muerto, vuelva a la vida, que las aguas de un mar se abran como dos murallas para dejar un ancho camino seco, y esto por la palabra de un hombre y para el tiempo que ese hombre lo quiera.
Esto es sencillamente del dominio de la fábula sólo aceptada por mentalidades demasiado estrechas que sin razonamiento de ninguna especie se dejan conducir por los dirigentes de las religiones que medran con la ignorancia de las muchedumbres inconscientes.
Quien lea esta obra, de seguro no encontrará tales maravillas, pero sí muchos hechos que la ciencia positiva y materialista niega porque no lo sabe explicar por medio de las leyes que hoy por hoy le son conocidas.
La fuerza eléctrica y la fuerza magnética han dado al mundo sorpresas admirables en el último siglo. La fuerza mental o sea la del pensamiento humano las daría mayores, si la humanidad terrestre se dedicara a cultivarla como la han cultivado diversas instituciones científicas y filantrópicas de la más remota antigüedad y hasta en países y continentes ya desaparecidos y de los cuales recién hoy en día empiezan a encontrarse rastros muy vagos y confusos.
Pues a esta fuerza mental potentísima cuyas leyes están sólo conocidas por un reducido número de cultores, se deben casi todos los fenómenos o hechos supra normales que aparecen en esta obra. El lector podrá preguntar: ¿ Por qué es reducido el número de los cultivadores de esa gran fuerza que tanto bien podría hacer a la humanidad? Es reducido en primer lugar porque para desarrollarla es necesaria la depuración del alma en forma de que haya llegado al dominio de todas las bajas pasiones propias de esta atrasada humanidad.
Y ¿cuántos son los hombres que buscan y quieren eliminar las bajezas de su yo inferior?
¿Cuartos son los que quieren refrenar su materia y dejar volar a su espíritu?
Y siendo como es tan escasa la evolución espiritual y moral de la humanidad terrestre, es justicia de la Ley Eterna de armonía y equilibrio universal, que en medio de estas humanidades tan nuevas, el desarrollo de la fuerza mental se mantenga sólo como patrimonio de las pocas agrupaciones de seres cuya evolución les pone en condiciones de hacer de ellas el uso debido.
Las fuerzas mentales al alcance de todos los ambiciosos, los egoístas y los malvados, sería peor mal para esta humanidad que todos los medios de destrucción que las pasiones humanas ponen en juego en favor de sus mezquinos y viles intereses.
Creo con esto dejar satisfecho al lector respecto de las manifestaciones extra terrestres que se realizaban en medio de los Kobdas de la época prehistórica a que se refiere este libro.
Los dominios de la mente humana son tan amplios como los espacios infinitos, y el hombre sumergido en la espesa bruma de sus bajezas cercanas aún a la animalidad no es apto para comprender y menos para producir hechos que requieren como base indispensable una pureza de vida, y una elevación de pensamientos y de deseos que puedan formar un campo de acción perfectamente equilibrado y armónico.
Y si hasta la más insignificante maquinaria está sujeta a leyes para producir aquello a que fue destinada, ¡cuánto más lo estará ese principio inteligente que es luz y vida en cada ser y que hace de él una chispa, una parte, un reflejo de la Eterna Energía creadora y conservadora de mundos en la amplitud inconmensurable del Universo.
Lector que buscas sinceramente la Verdad; lector que no tienes ni quieres más religión que el Bien, la Verdad y la Justicia; lector que quieres descubrir el secreto de la paz y la felicidad humana en esta tierra que habitas, medita bien las reflexiones que te presento en la portada de este libro y entra sin temor en los senderitos iluminados por el sol del amor fraterno que hará iguales y felices a todos los hombres cuando hayan comprendido y practicado la palabra del gran Maestro guía de este planeta: "Amaos los unos a los otros como el Padre os ama a todos por igual, porque esa es toda la ley

LOS PRÓFUGOS

Las hermosas regiones del sudeste de Atlántida fueron sacudidas por un espantoso cataclismo en que terremotos y maremotos simultáneos, ocasionaron el desbordamiento de las aguas del mar, y numerosas poblaciones emigraron hacia territorios que no habían sido alcanzados por la inundación.1
Fue en esta circunstancia que Nohepastro, cuyo reino se encontraba en el norte de Atlántida frente a las columnas de Hércules (Gibraltar), recibió de sus augures el anuncio de que también su dominio estaba amenazado, por lo cual dispuso la construcción de un palacio flotante para asegurar su vida y la de los suyos durante largo tiempo.
Sus grandes ciudades de piedra resistirían largos años la invasión de las olas según su creencia y si éstas no cedían a los hombres su presa, él buscaría de conquistar nuevas tierras en los países costaneros del Mar Grande.2
El anciano rey tenía un oculto dolor en su corazón: había perdido su compañera la reina Iba, sin que le dejase un heredero varón lo cual en su dinastía, era presagio de ruina inminente. Sólo le quedó una hija, Sophía, hermosa corno una alborada que acabó por formar todo el culto, todo el amor, toda la adoración de su padre.
Espíritu de cierta, evolución y rebelde a imposiciones arbitrarias no puso cadenas a su corazón cuando el amor la llamó sin pensar en su real estirpe, se enamoró apasionadamente de un jefe guerrero, acaso el más apuesto y hermoso de los que formaban la escolta de su propio palacio.
El rey lo supo y la encerró en la antecámara de su habitación particular cuando se convenció de que ningún razonamiento haría olvidar a su hija aquel inconsulto amor. Y al amante y amado Johevan la desterró de su lado y lo destinó a la labranza de los campos.
Más ya lo ha cantado el poeta:
"la ausencia es aire
Que apaga el fuego chico
Y aviva el grande".
Y el amor de Johevan y de Sophía se agigantó con la separación y ambos se prometieron vencer o morir.
Cuando el soberano ordenó el embarque, Sophía fue su primera preocupación y juntamente con ella toda la servidumbre y guardias de palacio, augures y sacerdotes.
En embarcaciones más pequeñas y como magnífica escolta al palacio flotante, embarcaron también varios miles de guerreros con sus familias y servidumbre.
(1) Esta fue la tercera vez que los mares se desbordaron sobre el continente.
(2) El Mediterráneo fue llamado así en la antigüedad.
En una pequeña embarcación y en calidad de guardián de los animales destinados al consumo, embarcó disfrazado el amante Joheván para seguir, aunque de lejos, a su bien amada a la cual veía todos los días cuando ella asomaba a los balcones de su nave palacio.
El levantaba por tres veces su cayado de guardián de bestias, en cuyo extremo flotaba una banderilla blanca. Cada vez que ella subía a la cubierta miraba hacia la barca jaula donde sabía que por su amor estaba relegado Joheván.
Así pasaron seis meses hasta que arribaron a las costas de Ática ocupadas entonces por colonias de Keftos que atravesando el Mar Egeo habían buscado allí tranquilidad y fortuna, perdidas ambas en las continuas luchas que les promovían los gomerianos y zoharitas del continente.
Nohepastro estaba decidido a posesionarse de estos territorios, de buen grado o por la fuerza, y así anunció su visita de cortesía a los jefes de la región, los cuales asombrados de la magnificencia de la flota marítima que acompañaba al soberano, le recibieron con todos los honores que se merecía.
A uno de estos príncipes áticos le interesó sobremanera la blanca y rubia Sophía que semejaba "una dorada espiga de ultramar" y el viejo Nohepastro vio con satisfacción esta simpatía, por cuanto le evitaba toda lucha para adueñarse de aquellas colonias y transformarlas en sus nuevos dominios.
Pocos días después ya estaba concertada la boda entre el soberano Atlante y el Jefe Ático, sin que la dorada espiga tuviera noticia de quién iba a ser su segador. Cuando su padre le participó que había convenido los esponsales de ella con el más joven de aquéllos príncipes, Sophía palideció intensamente y estuvo a punto de caer exánime a los pies de su padre, pero el amor le dio aún fuerzas para dominarse, e inclinóse casi hasta el suelo según la costumbre, para demostrar sumisión a las órdenes del rey.
Tenía ella una esclava de toda su confianza llamada Milcha, casada ocultamente y con la protección de Sophía con uno de los guardias del palacio. Milcha era pues la única confidente de la princesita angustiada por la cruel y dura resolución de su padre. La infausta noticia fue transmitida por la esclava a su marido y por éste al desventurado Joheván que estuvo a punto de cortarse la garganta con la misma hacha con que sacrificaban a las bestias.
Más la princesita había dicho al guardia, esposo de Milcha, que buscaran entre ambos el medio de escapar, porque ella prefería la muerte a ser la esposa del príncipe Ático, cuya pequeña estatura y moreno semblante le inspiraba invencible repugnancia.
A altas horas de una noche lluviosa y oscura, la princesa y su esclava, Joheván y el guardia, desprendieron uno de los barcos pequeños que había amarrados a la gran nave, destinados a desembarco en pequeños fondeaderos, lo cargaron de ropa y provisiones y huyeron hacia alta mar llegando a la isla Cretasia donde descansaron unos días, perdidos entre las inmensas grutas naturales de la isla. Pero no creyéndose seguros por estar algo cercanos a la costa y antes de ser vistos por los habitantes de la isla, huyeron nuevamente a favor de la oscuridad de la noche y descansaron en otra pequeña isla del Archipiélago 3 la que por su erizada costa hacía casi inaccesible la subida.
Pero "como el amor es más fuerte que la muerte" los dos hombres y la esclava tuvieron el ingenio y la fuerza suficiente para esconder la embarcación en una profunda bahía de la costa y cubrirla de ramas de árboles en forma que aún pasando muy cerca de ella, era imposible encontrarla.
Sophía fue la primera en iniciar el orden de la nueva vida que las circunstancias les imponían y dijo a sus compañeros:
—Desde hoy dejo de ser la hija del divino y sagrado Nohepastro para convertirme en la esposa de Joheván, hermana de Milcha y de Aldis. Terminaron para nosotros las diferencias de estirpe, de raza y de posición, y no queda más que la íntima comprensión de la amistad verdadera y de la eterna igualdad del amor.
Y así diciendo se acercó a Joheván y posó la frente sobre el pecho del guerrero que era la más solemne manifestación de que se daba por compañera y esposa para toda la vida. Joheván entonces extendió los brazos y formó con ellos un anillo alrededor del cuerpo de Sophía, símbolo de que su amor y su fuerza envolvían a la joven esposa.
Milcha y Aldis con sus diestras levantadas habían formado ante ellos el signo crucífero 4 (la cruz), emblema de la bendición de Dios sobre el amor que unía a los jóvenes desposados. Tal era la ceremonia habitual en los desposorios, sólo que el signo de la cruz lo hacían los padres de los contrayentes o los parientes más cercanos en ausencia de aquéllos.
3 Una isla pequeña vecina a la Rhodas actual.
4 La Cruz fue un símbolo sagrado desde los más remotos tiempos prehistóricos según lo prueban los hallazgos hechos en excavaciones en diversas regiones.
—Los rayos del sol son eternos —dijeron con solemne acento Aldis y Milcha siguiendo el ritual religioso de su credo.
—Nuestro amor será como los rayos del sol —contestaron los desposados sin variar la postura.
—La noche y el día caminan eternamente el uno en pos del otro.
—Así caminaremos como la noche y el día.
—Las estrellas se miran eternamente en el mar.
—Nuestras almas se mirarán la una a la otra como las estrellas en el mar.
—El Altísimo recibe vuestros juramentos.
Al oír estas solemnes palabras, los desposados cruzan sus manos una encima de la otra y los testigos depositan un beso callado, reverente, religioso, sobre la cruz formada por las manos de los esposos. Ya están unidos para toda la vida y más allá de la vida.
Terminada la ceremonia nupcial aquéllos cuatro seres separados de todo el resto de la humanidad, pero felices con su amor, se dedicaron a reconocer su país adoptivo que era una pequeña isla montañosa con honduras profundas y vallecitos deliciosos. Hermosas grutas naturales podían ofrecerles albergue seguro para resguardarse del frío y de la lluvia.
Las aves acuáticas, los frutos silvestres y las varias especies de rumiantes que poblaban la isla podían, proporcionarles el alimento necesario, hasta que dominada la situación pudiera tomar otros rumbos hacia regiones habitadas por los hombres.
Diez meses llevaban allí cuando Milcha dio a luz un niño varón al cual llamaron Adamú, acontecimiento que colmó de felicidad a los cuatro desterrados, que sintiendo renacer la tranquilidad habían casi olvidado la trágica huida y la temible persecución de Nohepastro.
El mismo acontecimiento se repitió tres meses después y la princesita Sophía fue madre de una herniosa niña rubia que era como ella una dorada espiga, un reflejo de la aurora. La llamaron Evana.
Aquellos dos jóvenes padres se sintieron gigantes para alcanzar la felicidad con que debían coronar a sus esposas y a sus hijos, y empezaron a extender cada vez más lejos sus correrías por el mar, visitando las costas para hacer acopios de pieles, de animales, de frutas, y de todo lo que les era indispensable para una vida más llevadera. De algunas de las islas vecinas que habían sido abandonadas, recogieron instrumentos de labranza, utensilios y muebles, lo bastante para dar a sus naturales habitaciones de piedra, el aspecto confortable de tiendas de campaña.
No obstante pudo notarse que Sophía se resentía en su físico por la falta de alimentación apropiada y de los cuidados necesarios; y Johevan comenzó a sentir el dolor intenso de su impotencia para proporcionar a su amada lo que ella no le pedía, pero que él sabía le era indispensable.
Y llevados de este deseo resolvieron hacer todos juntos un viaje al continente y se embarcaron hacia la costa del Mar Grande. Encontraron población y al desembarcar los dos hombres para procurar la venta de pieles, púrpura y oro en bruto que habían traído, llegaron a una aldea al parecer de mercaderes, pero en realidad mercado de piratas que comerciaban en la venta de esclavos.
Aquellos dos esbeltos y hermosos tipos de hombres les prometían buena ganancia y por medio de engaños los internaron en sus covachas, y pocas horas después, amarrados en la bodega de un barco salían con rumbo a Neghadá en Egipto.
Sophía y Milcha veían pasar un día y otro, y su embarcación anclada en la orilla continuaba mecida por las olas como ellas por la esperanza de ver aparecer de un momento a otro a los esposos ausentes.
La inquietud empezaba a dominarles cuando Milcha observó un día que eran espiadas desde la orilla por unos hombres cuyo aspecto le causó terror. Una voz interior pareció decirle que se pusieran a salvo porque un inmenso peligro les amenazaba. Era imposible para dos débiles mujeres darse a la vela en un mar desconocido y además temían ser perseguidas. Entonces expuso a la princesita sus temores y de común acuerdo dejaron en el cajón secreto de un armario del barco donde solían guardar objetos de valor, un grabado por el cual sus esposos pudieran buscarlas cuando volvieran. Y a favor de la oscuridad de la noche, con sus hijitos en brazos subieron a un bote de pescador de los que había anclados en la orilla, con el sólo fin de que si durante la noche entraban los piratas a su barco, no las encontrasen. Pero un fuerte viento se desencadenó antes de la media noche y la barquita fue sacudida tan fuertemente que rompió la amarra y una hora después flotaba como una cáscara de nuez juguete de las olas.
No hay palabras para describir el terror de Sophía ni el valor sereno de Milcha.
— ¡Joheván!... ¡Joheván!... —clamaba la princesita— ¡mírame como se miran las estrellas en el mar! ¡Nuestro amor es eterno como los rayos del sol! ¡Joheván!. . , somos la noche y el día y yo debo ir en pos de ti! —Y se desvaneció en un largo sollozo. Los pequeñitos lloraban envueltos juntos en una manta de piel. Y Milcha la esclava, abrazada a su ama se envolvía con ella en una gruesa cuerda, restos de la amarra que el viento había roto, para evitar que una sacudida de las olas las arrojasen al mar.
Cuando el sol del siguiente día se levantó en el horizonte, la tempestad había calmado y la barquilla estaba besando suavemente la costa verde y montañosa de la Mesopotámica o País de Ethea, como en aquélla época se denominaba a lo que siglos posteriores se llamó Fenicia.
La valiente Milcha a quien la desesperación había redoblado las energías, amarró la barca a la orilla y ayudó a bajar a su ama y a los niños.
Sophía como un fantasma de lo que había sido, no podía tenerse en pié como si su fortaleza y su energía hubieran desaparecido juntamente con su amor. Temiéndolo todo de todos y no esperando nada de nadie, no trataron de encontrar lugares habitados y la primera preocupación dé Milcha fue buscar un refugio antes que les sorprendiera la noche.
Se conservaba aún por entonces en esas regiones, la especie animal denominada reno o rangífero, restos sin duda de la abundancia de ellos que había siglos más atrás cuando llegaban hasta allí los hielos del norte, época que los sabios han llamado glacial. El reno, bien se sabe, es una especie propia de los climas polares. Buscando entre la umbrosa montaña, más o menos en el sitio en que un siglo después se edificó la ciudad de Anzan, que a su vez fue sucedida en milenios posteriores por la antigua Dafne, encontró Milcha una inmensa caverna donde vio señales evidentes de haberla habitado seres humanos. Había montones de paja en forma de lechos, trozos de piedra y de madera dispuestos como pequeños bancos en torno de un enorme tronco labrado en .forma de mesa. Sobre ella un variado surtido de utensilios enteramente rústicos como ser fuentes, platos y jarros hechos de la corteza o cáscara de ana hortaliza semejante a lo que llamamos calabaza; cuchillos, hachas, cucharas, pinches y punzones en madera y en sílex pulido.
Más su asombro no tuvo límites cuando al levantar dichos objetos vio grabado en inscripciones que ella podía leer y sobre la rústica mesa estas palabras:
"Viajero, náufrago o perseguido por los hombres, reposa aquí tranquilamente porque yo, Gaudes, mago atlante, puse vigías sobre esta cueva para todo ser doliente y abandonado. Una familia de renos domesticados por mí, pernoctan en esta cueva, las hembras os darán su leche y os guiarán al sitio en que hay agua. Removed la corteza de árbol que veis al fondo detrás del más alto montón de heno y hallaréis abrigo y alimento. Gaudes siervo del Altísimo."
Milcha no acertó a ver más y corrió al lugar en que había dejado a Sophía y los niños cubiertos con las únicas mantas que habían salvado. Cargó la esclava los dos niños, y aún sostenía con su hombro a la débil princesita que perdía fuerzas por momentos.
Llegadas a la habitación que la providencia les había deparado, Milcha corrió a remover la lámina de cortezas, especie de puerta disimulada por los musgos verdosos que crecían colgantes de los muros de la caverna. Era aquello una especie de alcoba que comunicaba a la caverna por aquella pequeña puerta que apenas daba paso a un cuerpo humano. En el fondo de esta alcoba había un lecho formado de troncos perfectamente amarrados unos a otros, encima de unos soportes de piedra. Estaba enteramente mullido de pieles de animales salvajes, de mantas de lana rudamente tejidas y de varias clases de ropas sencillas pero limpias y en perfecto uso.
Milcha olvidó por un momento lo angustioso de la situación para no pensar más que en el bienestar que todo aquello proporcionaría a su ama. Corrió hacia ella, la levantó en sus brazos como a una chiquilla y la recostó en el mullido lecho del mago atlante. Levantó luego a los niños que dormían felices en su dichosa ignorancia, y procurando devolver alegría al corazón de Sophía le decía:
— ¡Qué bien estaremos aquí hasta que Joheván y Aldis vuelvan a la barca y encuentren nuestro mensaje!
—Calla tontuela —respondía Sophía— ¿Cómo podrán encontrarnos aquí?
Ni la una ni la otra podían darse cuenta de la distancia a que estaban del sitio en que quedó anclada su embarcación, que era más o menos en el sitio en que existió la ciudad subterránea Kurana en la comarca llamada en épocas posteriores Pamphilya, en el golfo de este nombre en la costa norte del Mediterráneo. Dicha ciudad Kurana al pié de uno de los cerros del Monte Tauro, estaba a la sazón habitada por una raza pigmea pero fortísima, codiciada por las otras razas del continente para los rudos trabajos de las minas, en todas esas comarcas montañosas en que abundaban los metales y las piedras preciosas.
La esclava tampoco esperaba encontrarse ya con su marido, pero acostumbrada al dolor, a la negación continua de sus deseos grandes o pequeños, se sentía capaz de resignarse a esta nueva inmensa amargura y luchaba por llevar al alma de la princesa esta misma resignación. El instinto de la propia conservación unido con el amor a sus pequeños hijitos, las obligó a pensar en los medios materiales de que podían disponer para conservar sus vidas.
El grabado del mago atlante sobre la rústica mesa decía que encontrarían alimentos junto con abrigo en la original alcoba que acababan de descubrir y Mucha empezó a buscarlos. En bolsas de cuero encontró trigo, maíz y lentejas, farditos de hortalizas albuminosas cortadas en delgadas fibras y secadas cuidadosamente, otras conservadas en aceite en esa especie de cantaritos naturales de calabazas ahuecadas que los había en gran abundancia escondida entre las grietas y hendiduras de la misma gruta.
Encontraron asimismo frutas secas de palmera (dátiles), de olivo, de higuera, cerezas y almendras conservadas en jugo de vid, leche de reno solidificada por presión y conservada entre hojas aromáticas empapadas en aceite.
Mucha continuaba su búsqueda curiosa de descubrir toda la solicitud de aquel desconocido protector, mientras Sophía sumida en un profundo sueño olvidaba por unas horas lo terrible de la situación. O mejor dicho no la olvidaba, sino que se entregaba a ella en otra forma activa y eficaz, toda vez que libre su espíritu trató de orientarse hacia lo que amaba valiéndose de recursos propios y de otros que le fueron brindados.
El Mago atlante decía que puso vigías sobre la caverna y estos vigías eran espíritus dedicados al bien, fieles y obedientes a su pensamiento por alianzas de siglos para las causas elevadas y justas. Este ser fue Gandes en su última vida y descendía por la sangre, de una familia cuyo origen se remontaba hasta un discípulo de Antulio, el filósofo justo, y sus descendientes habían seguido la ley emanada de la Escuela Antuliana. Se había dedicado- a trabajos mentales y su espíritu adquirió un magnífico desarrollo mediante ejercicios perseverantes y ordenados. Había salido de Atlántida en su juventud perseguido por una madrastra que quiso eliminarlo del hogar en beneficio de sus propios hijos, y habitó esa caverna durante cincuenta y tres años, saliendo de ella muy pocas veces al contacto humano, del cual huía por un sentimiento de terror invencible. No obstante hacía el bien a los hombres desde lejos y en forma ignorada, para estar libre, según él decía, de la vanidad nacida de los aplausos y de las manifestaciones de gratitud. "Nada quiero de los encarnados, ni aún la gratitud", tenía él grabado en una placa de corteza sobre la cabecera de su lecho en la alcoba de piedra. Había desencarnado dos meses antes mientras marchaba a pie a Gutium, situada en el profundo golfo que algunos milenios más tarde se llamó Cilicia, en la costa .oriental del Mediterráneo.
Con más de ochenta años y la actividad espiritual que desplegaba en sus períodos de sueño físico, estaba cada vez más débil y sutil el hilo fluídico que unía su espíritu a su materia; y este hilo se rompió bruscamente por el estampido de un trueno una noche en que dormía en el interior de una gruta, antes de llegar a la ciudad. Pudo decirse de él que no quiso de los encarnados ni aún la sepultura para sus huesos, y fue la montaña misma el grandioso mausoleo que guardó sus despojos, mortales.
Fácil será comprender por este relato que él mismo era entonces el principal vigía de la caverna que albergaba a las dos abandonadas. Cuando Sophía se sumió en sueño profundo, el espíritu de Gaudes se acercó a la durmiente y ayudándola a alejarse sin miedo de su cuerpo, la llevó hacia Neghadá donde habían sido conducidos Joheván y Aldis. Y ella vio. Ambos habían sido vendidos a un grande hombre de aquel país, el cual les puso al estudio de las ciencias sagradas de la época 'que era lo que después se llamó Cabala, o Magia, o Ciencia de lo Invisible, con el fin de que fueran luego miembros de una vasta Institución .consagrada al desarrollo de las elevadas facultades del espíritu y al bien de la humanidad. Aquel hombre les había dicho al comprarlos: "No os quiero esclavos serviles sino discípulos sumisos y laboriosos". "Por vuestro tipo y por vuestra lengua sé que descendéis de una ramificación de los gloriosos Toltecas de Atlántida, cuyo genio y fuerza mental llevó a aquellos países a la mayor grandeza alcanzada por los "humanos. Espero mucho de vosotros y porque adivino que una dolorosa tragedia os ha traído a mi lado, os digo que sin el dolor ningún hombre se hace grande, y que un día llegará en que bendeciréis el dolor de resta hora presente."
Y así diciéndoles, les introdujo en una especie de claustro severo, y silencioso, con bóvedas como pequeños templos en cada uno de los cuales había un hombre anciano o joven que dibujaban cartas geográficas los unos; otros escribían con punzones de hueso sobre láminas de pasta, diseñaban, los diversos sistemas planetarios con sus órbitas concéntricas en grandes lienzos, calculaban las distancias y el tiempo y forma en que realizaban sus movimientos.
Otros sentados en anchos bancos de piedra parecían momias inmóviles y calladas. Estos no dormían sino que pensaban.
Y el amo les dijo: "Estos son los que realizan las grandes obras en beneficio de esta humanidad. Su trabajo es todo mental y en este momento hacen exploraciones metafísicas o estudios en el plano astral para enseñanza futura de los hombres".
Les instaló a cada cual en su bóveda respectiva, donde un ancho banco de piedra cubierto de pieles les serviría de asiento y de cama y otro banco da piedra más alto les serviría de mesa cíe trabajo y mesa de comer. Grandes lienzos en blanco y grandes placas de pasta suspendidas en las paredes les indicó que ese sería en adelante su trabajo. Pero los jóvenes aquellos no podían pensar ni en exploraciones, ni en estudios, ni en grabados, cuando un inmenso dolor les absorbía todas sus facultades con una intensidad tai que les asemejaba a sonámbulos o ebrios.
¿Qué habrá sido de los cuatro abandonados? Ante este interrogante ambos se retorcían las manos y se estrujaban sus carnes como queriéndose aniquilar, y a veces se arrojaba el uno en brazos del otro y rompían a llorar como dos niños.
Tal era la situación cuando Gaudes y Sophía llegaron a Neghadá a visitar a los cautivos. Ella se arrojó sobre Joheván y lo colmó de caricias y de besos, produciendo en él un escalofrío como si abiertas de de improviso las puertas hubiera entrado una fresca ráfaga de viento.
Las fuerzas mentales de Gaudes atrajeron sustancia plasmática del éter y la visión de Sophía se tornó clara para el desventurado esposo que perdió la conciencia del mundo físico y cayó en letargo profundo. Desprendido su espíritu al igual que Sophía, se entregaron ambos a la sublime locura del amor que les había unido prometiéndose nuevamente que ese amor sería siempre como las estrellas mirándose eternamente en el mar, como rayo de sol que siempre vive, como la noche y el día caminando uno en pos del otro por toda la eternidad.
Y Gaudes contemplaba su obra y se deleitaba en ella con gozo casi infinito y decía llorando de felicidad: "¡Maestro Antulio!. . . ¡Bendito seáis por haber abierto a los hombres el camino de la dicha que se encierra en hacer bien sin el conocimiento y sin el aplauso de los hombres!"
Cuando Sophía y Joheván despertaron a la vida física, parecía envolverles la dulce irradiación de la felicidad y del amor.
— ¡En sueños he viste a Sophía, -Aldis, la he visto y hablado! —decía Joheván a su compañero lleno de íntima satisfacción.
—Durante el sueño estuve al lado de Joheván —exclamó Sophía al despertarse y viendo a Mucha junto a su lecho.
Desde entonces no tuvo cabida la desesperación en aquellas almas, y la esperanza de volver a reunirse inundó nuevamente de luz el horizonte de su vida humana. Y los esposos favorecidos con la hermosa visión eran incansables en detallar hasta las más pequeñas circunstancias que la rodeaban.
Joheván explicaba a Aldis cómo era la caverna que daba abrigo .a sus seres queridos; cómo vio a Milcha preparar con pieles y mantas una camita común para los dos niños.
Sophía explicaba a Milcha en qué forma había visto en sueños a sus esposos y le transmitía la seguridad de que eran vivos y que se encontraban con salud y sin peligro.
La obra de Gaudes dio flores y frutos en abundancia, y Joheván dijo a su compañero: Desde hoy comienzo a grabar en esas pastas la historia de todo cuanto nos ha ocurrido y de cuanto nos ocurra en .adelante. Y lo hizo.
Y cuando siglos más tarde, los faraones levantaron esfinges y pirámides, no sólo como monumentos funerarios sino como cofres gigantescos guardadores de los secretos del hombre neolítico, recogían en las galerías y pasillos subterráneos aquellas placas en que un ser ignorado contaba sus dolores, que eran a la vez páginas de la historia de una naciente civilización. Y las copias en papiro se multiplicaron entre los Kabalistas y los Augures antes de que las placas originales entraran al recinto sagrado del silencio y de las sombras de donde jamás habían de salir.
—Me ha venido la idea de grabar con este punzón en trozos de corteza, todo cuanto nos ha ocurrido desde que salimos de nuestro país. Paréceme que un día, después de muerta yo, vendrá Joheván por estas tierras y quiero que encuentre aquí la prueba de que mi amor por él fue como rayo de sol que nunca muere y como las estrellas mirándose eternamente en el mar. Y así lo hizo Sophía.
Y un siglo después, Anzán discípulo de Abel, que levantó su tienda a trescientos codos de la caverna encontró y recogió aquellas jeroglíficas leyendas estampadas en las cortezas de los árboles o en la arcillosa corteza de la caverna, que junto con las de Joheván y en distintos países, dieron origen con variaciones múltiples, más o menos desfiguradas por la incomprensión o por el fanatismo, a la fantástica leyenda que conocemos de los comienzos de la civilización Adámica.
Toda la transformación del estado espiritual de Sophía y Joheván, fue el fruto del trabajo mental realizado por ellos mismos y por Gaudes durante las horas que mediaron desde el amanecer de las dos mujeres en aquella tierra desconocida y la llegada de la tarde, tarde de otoño, suave y sonrosada, plena de aromas de frutas maduras y espigas en sazón.
—Milcha, tengo frío y no hay aquí fuego ni vino caliente —decía la princesita tratando en vano de dominar los escalofríos que la estremecían. La esclava por toda respuesta sacó pieles y mantas de la alcoba y envolvió a Sophía tanto como le fue posible, y después se sentó a sus pies para darle más calor con su cuerpo.
En ese momento una sombra oscureció la luz de la entrada a la gruta y las dos mujeres asustadas se apretaron más la una a la otra.
Era un hermoso reno hembra que las miraba con sus grandes ojos inteligentes y dulces, casi tanto como los de un ser humano que asombrado interrogara.
Gandes, el hombre de las obras sin aplausos y sin recompensa, vigilaba los huéspedes de su caverna porque los guías superiores de la evolución humana, le habían hecho comprender que aquellos cuatro seres relegados allí por forzadas circunstancias, representaban el primer compás de una nueva y magnífica sinfonía del progreso humano. El Mago envolvió con su efluvio a las mujeres y fluídicamente acarició al animal, que convencida por esto de que su amo estaba allí, se acercó mansamente y lamió las manos de Mucha que se habían tendido hacia ella como para estorbarle que se acercase a Sophía.
Después la reno tomó con los dientes la manga del vestido de la esclava y tiraba suavemente de ella como si quisiera llevarla hacia un sitio determinado. Comprendiendo por la intuición que Gaudes ponía en ella, se dejó llevar hasta que la reno levantó con la boca uno de los cántaros de calabaza y salió de la caverna.
Milcha la siguió hasta que llegando a pocos pasos de la cueva, a un sitio donde la vegetación crecía de un modo maravilloso, la reno con repetidos y fuertes golpes de sus patas delanteras, apartó un trozo de madera sin labrar y la esclava asombrada vio el claro espejo de una fuente de agua cristalina, formada sin duda por internas filtraciones de la montaña. Llenó el cántaro y ambas volvieron a la caverna, donde los motivos de asombro y emoción continuaban de momento en momento.
Apenas habían llegado, la reno tomó con la boca otro recipiente más pequeño y lo llevó a Milcha que lo recibió sin saber lo que debía hacer con él.
El noble animal se le acercaba cada vez más lamiéndole la mano, hasta que por fin doblándose cuanto pudo sobre sí misma hizo llegar la mano a la ubre haciéndole comprender que debía ordeñarla.
Sophía y Milcha se miraron con los ojos llenos de asombro y de emoción, y la princesita saltó de entre sus pieles y -sus mantas, y abrazando el cuello de la reno le decía:
— ¡Después de Joheván y de Milcha, nadie es más bueno que tú! Desde ahora te llamaré Madina porque eres madre de madres.
Cuando Milcha terminó de ordeñarla, juzgaron que el animal se alejaría, pero no fue así.
Vieron con creciente asombro que fue hacia uno de los montones de paja que allí había y tomo un manojo de ellas para ir a depositarlo sobre una piedra achatada que había en el centro de la caverna. Dicha piedra tenía incrustado en uno de sus bordes un pequeño trozó cúbico de otra piedra de color y calidad diferente.
La reno empezó a dar golpea, con una de sus pezuñas delanteras sobre el cubo incrustado en la piedra del hogar. Aquellos golpes resonaban como martillazos, de los cuales no tardaron en salir chispas de fuego que encendieron la paja. Entonces se dieron cuenta de que la pezuña de Madina tenía una pequeña plancha de hierro en su parte inferior, que al chocar con el cubo de sílex, producía las luminosas chispas que inundarían de claridad y de calor la extraña vivienda.
Hecho esto el animal se hecho a los pies de Sophía y se quedó quieta y tranquila como una sierva que ha terminado su tarea diaria.
El espíritu de Gaudes continuaba gozando de sus obras de amor callado y silencioso sin el aplauso y sin la gratitud de los hombres. Y como él Había escrito en aquel grabado sobre la mesa rústica. . . "una familia de renos domesticados por mí pernoctan en esta cueva". . . aquella familia empezó a llegar juntamente con la caída de la tarde, y Milcha y Sophía entre el miedo y el asombro vieron entrar diez hermosos animales entre grandes y pequeños, que tranquilamente fueron a echarse entre los montones de paja que había en todos iqs rincones de la caverna. Entonces las dos mujeres vieron que aquella que primero llegó y que demostraba ser la más inteligente y mejor domesticada, se levantó nuevamente y tomó con los dientes de un hueco inadvertido, una especie de puerta fabricada con troncos de fresno unidos unos con otros por medio de fibra vegetal, y cubrió la entrada.
Tomó de nuevo yerbas y ramas secas, las arrojó en la pequeña hoguera y fue a echarse tranquilamente en medio de su familia reunida ya en el hogar.
Las dos mujeres se abrazaron llorando mientras se levantaba de sus almas un himno de gratitud y alabanza a la Eterna Providencia de Dios, que de tan extraordinaria manera velaba por ellas.
¡Mago, sacerdote o santo, quienquiera que seas. Gaudes, dos mujeres abandonadas te bendicen en esta hora!
El espíritu evocado en esta exclamación de Sophía, allí presente como un vigía del Ser Supremo junto a sus criaturas, sintió la onda suave y acariciadora de aquella bendición, y envolviendo con su aura a las dos mujeres hasta que el sueño físico las puso en condiciones de desprenderse de la materia, las ayudó a elevarse a los planos etéreos, donde cantan y viven el amor los que de verdad lo sienten y donde podían encontrarse con sus amados cautivos que ya las esperaban, conducidos también por aquel ser de las grandes obras invisibles sin recompensa y sin aplausos.

LOS CAMINOS DE DIOS

Paréceme sentir aquí la pregunta que hacen los lectores de este relato:
¿Por qué el espíritu de Gaudes qué tan solícito estaba de causar la felicidad de aquellos seres no les impulsaba a buscar reunirse nuevamente en la vida física? ¿Por qué no les ayudaba a realizar esta unión?
Retrocedamos siglos atrás.
Cuando la magna y grandiosa civilización Tolteca degeneró hasta el envilecimiento más degradante y brutal, las grandes Inteligencias Auxiliares del Mesías de la Tierra, utilizaron las fuerzas dinámicas que operan en la desintegración de globos en decrepitud para producir corrientes astrales y atmosféricas que afectando mayormente al continente Atlante, lo hundieron en un tercio bajo las aguas con gran parte de la inicua y malvada humanidad que lo habitaba. La terrible catástrofe despertó a la mayoría de los sobrevivientes que se congregaron en torno de una dinastía real, que apartada hacia el Norte del Continente por una cadena de montañas, habían contribuido para que aquellos monarcas y sus pueblos, mantuvieran más vivos los principios de justicia y equidad que hicieron la grandeza de los Toltecas en sus épocas de gloria y esplendor. En un vástago de dicha dinastía encarnó el Mesías de la humanidad y fue Anfión El Rey Santo como le llamaron, quien encendió de nuevo el fuego sagrado del amor próximo a extinguirse sobre la tierra.
También en los países costaneros del Mar Grande y en la cuenca del Ponto, la vigorosa civilización Sumeriana terminaba su cometido siendo reemplazada por ramificaciones atrasadas y muy primitivas de las razas Lemurianas que .antes habían dominado el Sudeste, Asiático.
La grandiosa irradiación del Espíritu de Luz se extendió nuevamente hacia distintas regiones del planeta en forma de resurgimientos ideológicos, principios de equidad y resplandores de libertad, de igualdad y de fraternidad humanas, que brotaban como plantas exóticas regadas y fecundadas con sangre de miles de mártires.
La inmolación y el sacrificio sellaron siempre las grandes causas justas y nobles sustentadas por las minorías idealistas frente a frente de la turbamulta inconsciente y aletargada!
Cuatro milenios después, la ola de la perversidad humana lo cubría todo, y de la hermosa y pura civilización Anfionina no quedaban ya sino vestigios en una ciudad de las menos populosas de aquel continente ya desaparecido en dos terceras partes. Y allí bajó otra vez el Mesías, el divino ruiseñor del Amor Eterno; y Antulio el Filósofo, encendió otra vez el fuego sagrado que la ignorancia y atraso de los hombres luchaba por apagar.
Y cuando una misma catástrofe tres veces repetida borró de la faz de la tierra todo aquel continente,5 otras nuevas civilizaciones ya de siglos elaboradas en otros continentes, esperaban el soplo vivificador de ¡as grandes inteligencias trasmisoras de la Luz Divina y del Amor Infinito; y para que ese Amor llegara a la tierra hecho carne era indispensable preparar el camino en forma de no malograr el heroico sacrificio. Las inteligencias auxiliares del Gran Enviado debían ocuparse en escoger, no sólo el país y el sitio en que había de nacer, sino también la raza, la familia, los seres que le habían de dar su carne y su sangre, juntamente con un ambiente de amplísima libertad para fundar de nuevo su Escuela de perfección humana.
El cimiento de esta nueva-Escuela serían Adamú y Evana; una princesa destronada y un esclavo libre, hermoso símbolo de la igualdad humana por encima de las clases sociales que nada significan por sí mismas, sino por la evolución y progreso que han alcanzado.

5 Las grandes islas del Atlántico a la altura tropical son las más altas cimas de las montañas atlantes que quedaron sobresaliendo de las aguas.

Y para que Adamú y Evana fueran raíces de un nuevo árbol de la civilización también nueva que el Mesías traía otra vez a la tierra, era necesario que salieran ellos al, escenario de la vida en las condiciones en que salieron, apartados de las viciadas costumbres de sociedades viejas carcomidas por todas las corrupciones.
Todo esto lo sabía Gaudes. ¿Qué importaba pues el sacrificio de pocos años de vida terrena de esos esposos separados en la vida física en aras del deber común como miembros de una vasta alianza de espíritus auxiliares de la empresa Mesiánica?
Además, ellos mismos habían aceptado como una misión de honor y de gloria, el servir de instrumentos materiales para tal grandioso designio. La pregunta del lector está contestada. Continúo pues el relato interrumpido.
Poco a poco fue normalizándose la vida en la caverna bajo la tutela invisible de Gaudes y la vida en el viejo Santuario Kopto o Kobda de Neghadá- bajo la tutela visible de Sisedón, especie de guardián en la Casa de Numú (Dios-pastor de los antiguos Koptos).
Cuando llevaban ya cuarenta días de esta vida, Joheván y Aláis fueron llamados a la Morada de la Sombra que era un amplio recinto de tranquilo y silencioso ambiente, pero sumida en una semi oscuridad o penumbra y a veces en profundas tinieblas en forma que el que entraba no sabía si estaba allí solo o en medio de otras personas.
Cada uno tuvo que responder separadamente a un interrogatorio formulado por Sisedón, el Pharaome de aquella vasta institución especie de sociedad científica y comunidad religiosa.
— ¡Sombra viviente!. . . Numú te ha llamado a esta casa porque te ama.
Por la voz comprendió Joheván que el que le hablaba era el hombre que lo había comprado a los piratas y que les recibió el día de su llegada a tan extraño lugar.
—Cuarenta días de habitar la Casa de Numú —continuó la misma voz— que lleva consigo las almas durante el sueño para embriagarlas del elixir de amor y de vida que él extrae del Alma Madre del Universo, deben haberte dado la calma y la tranquilidad. Arrancado de improviso a tus afectos humanos, has sentido a la desesperación clavar sus garras en tu carne. Mas para que veas el amor y la justicia de Numú, acércate hacia mí, hijo mío, y que yo ponga mi mano en tu frente.
Joheván se acercó hasta sentir la mano de Sisedón tibia y suave apoyada en su frente. Una dulce pesadez le obligó a cerrar los ojos, una luz le deslumbre luego y a favor de esa luz que parecía bajar de la techumbre abovedada, vio en la pared delantera un paisaje de montaña y reconoció la isla en que nació su hijita Evana; luego vio a Milcha recogiendo frutas silvestres, vio a Aldis desplumando un ave para alimentarse; luego vio a Sophía débil, pálida y enfermiza como estaba cuando decidieron emprender el viaje buscando su curación.
Luego vio el momento de desembarcar en la aldea de los piratas, su traición y su embarque para Neghadá. El corazón le saltaba del pecho y un terror de agonía se iba apoderando de él. Le habían prevenido que debía ser como un hombre de piedra en la Morada de la Sombra, y Joheván hacía esfuerzos supremos para dominarse.
Luego vio en aquel escenario astral y fluídico, que Sophía y Milcha cargadas con los niños dejaron la embarcación, que buscaron refugio en las montañas rocosas de la orilla, que la marea empezó a subir con gran empuje al ocultarse la luna, y temiendo morir ahogadas, se refugiaron en una barca de larga amarra dispuesta para pescar, pero que el oleaje en su flujo y reflujo acercaba y retiraba de la costa. Un sudor frío invadió el cuerpo de Joheván y sintió que la otra mano del Pharaome se posaba en su corazón y después en su plexo solar para reanimarlo. El joven se serenó de nuevo y continuó mirando.
Vio que el viento agitó las olas, que la amarra se rompió y la barca empezó a saltar como una liebre perseguida por los galgos en un trigal azotado por el huracán. ¡Terrible momento para Joheván hasta que vio serenarse el mar, y a la barca náufraga besar la costa umbrosa del país de Ethea y a las dos mujeres con sus hijitos en la caverna, con el fuego llameante, a Sophía recostada entre pieles en la alcoba de la caverna con los niños dormidos sobre sus rodillas, mientras Milcha le servía vino caliente y frutas secas. Vio más aún: a la reno Madina junto a ellas y que Milcha la ordeñaba y bebían su leche espumosa y calentita, ellas y los niños.
Un sollozo comprimido se escapó débilmente del pecho de Joheván y dos gruesas lágrimas rodaron de sus ojos y fueron a humedecer la mano del Pharaome apoyada todavía en su plexo solar para reanimarle. Y oyó de nuevo su voz que decía:
—Numú te permite ver lo que él ha realizado por ti y por aquellos que amas.
Ahora verás lo qué hubiera ocurrido por lógica consecuencia de los hechos, si Numú no hubiese cuidado tanto de ti y de los tuyos. Mira nuevamente.
La visión plasmática continuaba diseñándose como bajo la creación mágica de un pincel encantado. Vio en el momento de su desembarco en la aldea de los piratas salir el caudillo que los tomó prisioneros a todos juntos, que prendado de la delicada belleza de Sophía, la tomó brutalmente y la ultrajó en su misma presencia como un hombre-bestia dominado por la lujuria; que con Milcha hizo lo mismo; y que tomando a los niños por los pies los estrelló contra las rocas de la orilla. Y después entregaba a las dos mujeres a la lubricidad de sus bárbaros esbirros, mientras él y Aldis encadenados contemplaban el espantoso sacrificio de sus esposas. La visión desapareció y la oscuridad más completa reinó de nuevo en aquel misterioso recinto.
— ¿Has comprendido el amor de Numú?— preguntó la dulce voz del Pharaome.
— ¡Sí, Pharaome, he comprendido!— contestó la voz nerviosa de Joheván ahogado por la emoción.
— ¿Le amas y le bendices?
—Sí, Pharaome, le amo y le bendigo desde el fondo de mi corazón.
— ¿Te resignas ahora a tu nueva vida?
Un hondo silencio, un sollozo, unas rodillas que chocan sobre las losas del pavimento y una voz dolorida y temblorosa que dice como un eco repetido bajo aquellas bóvedas inundadas de sombras:
— ¡Pharaome!.. . Si tienes corazón y eres un hombre como yo, devuélveme a mi esposa y a mi hija!
Sintió que su cuerpo parecía subir en una serena y suave ascensión, una luz de amanecer le inundó y vio a Sophía con su hijita en brazos que entregándosela le decía: "Acudimos a tu llamado Joheván porque nuestro amor es como los rayos del sol que no mueren y como las estrellas que se miran eternamente en el mar. No sufras más y espérame que pronto nos reuniremos para no separarnos jamás". Y el joven se despertó.
Cuando volvió al mundo físico se encontró con la cabeza apoyada sobre las rodillas del Pharaome entre cuyas manos estaban las suyas heladas y temblorosas.
— ¿Cómo te llamas sombra viviente? —preguntó la misma voz que le hablara desde el principio.
—Joheván, hijo de Suadín, del país de Otlana— contestó el joven.
Un gemido doloroso como una queja de moribundo resonó en un rincón de aquella vasta sala, un cuerpo pareció caer en las tiniebla y algo como remembranza de tragedia lejana flotó por aquel ambiente de silencioso recogimiento.
Joheván fue conducido a su bóveda particular al mismo tiempo que Aldis salía de la suya para verificar igual ceremonia que la realizada por su compañero, si bien no tuvo tan fuerte irradiación emotiva debido a que Aldis era menos sensible y menos intenso en sus afectos.
Apenas Joheván se vio solo en su recinto privado, se arrojó sobre su lecho y rompió a llorar a grandes sollozos. Se sentía enloquecer ante todo el misterio que le envolvía.
Su vida de guerrero acostumbrado al éxito, al triunfo y a la gloria no le había dado tiempo para preocuparse de asuntos supra físicos entre los cuales se veía ahora sumergido a tal punto, que llegaba a dudar si era hombre vivo en la materia o si había pasado al reino de las almas errantes,
Por dos veces en los cuarenta días que llevaba en la Casa de Numú había visto a Sophía y había oído su voz. Había vuelto a vivir la espantosa tragedia de la aldea de los piratas. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Estaba loco, acaso? Un rayo de luna amarillenta en su menguante llegó hasta su lecho por entre una ojiva que se habría en el muro sobre la puerta de entrada. Tuvo la idea de asomarse acaso para interrogar a la noche, a la luna, al paisaje silencioso alumbrado por ella, a todo cuanto le rodeaba y vio con asombro delante de su puerta, de pie como una estatua de mármol un hombre vestido como Sisedón el Pharaome pero más alto que él, tanto que le pareció casi un gigante.
Iba a preguntarle qué hacía en aquel lugar, cuando recordó la inscripción que tenía grabada en uno de los muros de su habitación: En la Casa de Numú nada preguntes para que todo lo sepas".
El hombre como estatua de mármol dejó oír su voz suave y armoniosa en el idioma atlante hablado por el joven:
—Joheván, hijo de Suadín del país de Otlana ¿quieres oírme?
El joven abrió su puerta y el anciano lo estrechó en sus brazos entre sollozos contenidos y desgarradores.
—Pero ¿no me habláis? Harto estoy ya de silencio y de misterio— observó Joheván.
Más, era visible la honda emoción de aquel hombre cuyos labios parecían no poder articular palabra.
—Hablaré tan largo en esta hora, Joheván, como silencio he guardado en tantos años como los que tienes de vida.
Ambos se sentaron y Joheván pudo ver que su interlocutor era extremadamente hermoso en su ancianidad que le pareció prematura. Su cabellera y barba blanca hacían contraste con el vivo fulgor de sus ojos pardos de dulce y tierno mirar y con la sonrosada frescura de su tez.
—Yo soy también como tú del país de Otlana— dijo después de unos momentos.
—Entonces ¿me ayudarás a salir de aquí?
—Ten calma y escúchame. ¿Cuánto tiempo hace-que murió tu madre?
—Ciento cuarenta lunas han alumbrado su tumba.
—Y Suadín falleció primero ¿verdad?
—Cuando yo tenía doce años.
— ¿Cómo has venido aquí?
Joheván refirió toda su tragedia desde el momento en que llegaron a amarse Sophía y él,
— ¡Tienes toda la armonía de la voz de Sadia en tu palabra!. . .— exclamó el anciano con una ternura que nadie habría sospechado en él, en la Casa de Numú donde todos los hombres parecían estatuías de mármol.
— ¿Luego tú conocías a mi madre?
— ¡Joheván!... No siempre fueron blancos mis cabellos y mi barba. ¿Nunca oíste hablar del hermoso pastor y de su lira mágica?
—Sí, de Bohindra, el hermoso pastor que había arrancado de los gemidos del viento y del gorjeo de los pájaros las armonías de su lira encantada. ¡Cuántas veces me lo contaba mi madre con la tierna emoción con que se cuentan las leyendas maravillosas del pasado!
—Y ¿Te contó también qué fue del hermoso pastor aquél?
—Que un día se encontró desierta su cabaña y rotas las cuerdas de su lira envuelta en un negro velo sobre su lecho de piel. Que los genios tutelares de la música se lo llevaron al país de la armonía... Y ¡qué sé yo cuántas cosas más me decía ella para entretener mis ocios de adolescente mimado!
—Yo soy Bohindra el pastor aquel de la lira encantada;. . . —dijo con voz serena y honda el anciano de alma de niño, llena de ternuras y de Acaricias.
—¿Tú?. . . ¡Cuánto te amaba mi madre!. .. ¡Cuánto te amaba!— exclamó el joven como avivando sus recuerdos.
—Y ¡cuánto amé yo a tu madre Joheván, hijo de Bohindra y no de Suadín!. . .
El joven saltó sobre el banco de piedra como si hubiera sentido la picadura de un áspid.
—Cálmate, no culpes a tu madre ni a mí, ni nunca culpes a nadie sin oír. ¿Te consideras culpable tú por haber amado a la hija de tu Rey?
—No, pero Sophía era libre y me amó solamente a mí.
— ¿Y si a Sophía después de desposada secretamente contigo, su padre sin oír razones de ninguna especie la hubiera entregado a otro en matrimonio ya ti te hubiese condenado a cadena perpetua o a una muerte espantosa? —preguntó el anciano con la voz que temblaba por el viejo dolor renovado con el recuerdo.
— ¡Cómo!. . . —exclamó aterrado Joheván. ¡ Madre, pobre madre!. .. ¡se llevó a la tumba su tragedia sin que jarnos me revelara su secreto!...
Y Bohindra continuó desmenuzando las flores secas de su doloroso pasado.
—Su padre era hermano de un príncipe tributario del Rey de Otlana, y como su hija era muy hermosa, soñaba en casarla con algún príncipe o con algún alto Jefe de los ejércitos del Soberano y así fue que la casó con Suadín, famoso guerrero conceptuado como uno de los más valientes hombres de los ejércitos de Nohepastro. Su padre la amenazó de muerte si revelaba el secreto de sus amores con el pastor, al cual buscaba para enterrarlo vivo en el fondo de una caverna, ya que no podía darle muerte porque el derramar sangre al celebrar un matrimonio es atraer desgracia a toda la familia, como sabes bien que es la vieja tradición del país.
Avisado a tiempo de la desgracia que me amenazaba, huí a las-montañas de la costa del mar, e incapaz de permanecer cerca de tu madre y verla en poder de otro hombre, salí del país en el primer barco-que se hizo a la vela para estas regiones. Perdido el amor de Sadia no me interesaba la vida entre la sociedad de los hombres, y yo mismo busqué la muerte de mi pasado entre las sombras vivientes de la Casa de Numú, donde hay libertad para vivir la vida del recuerdo y donde se aprende también a vivir otra vida más intensa, que la mayoría délos hombres desconocen y que es tan real o más todavía que la miserable y mezquina de la vida carnal.
Lo que has visto esta noche en la Morada de la Sombra lo vi yo al llegar a este lugar pocos días después de tú nacimiento. Vi, con la desesperación que puedes suponer, que Suadín rechazó duramente a Sadia cuando ella le reveló que estaba casada con el pastor y que su padre la obligó a desposarse con él. Vi que la relegó a un despreciable rincón de su casa sin querer divulgar el secreto por temor a las burlas de los guerreros y la grave situación que provocaría con el príncipe tributario tío y protector de Sadia. Y tú apareciste como hijo suyo' siempre tratado con dureza y con desprecio por aquel hombre que huía siempre del hogar con el pretexto de sus campañas militares.
Tú que lo has pasado, di si todo esto no es verdad.
—Efectivamente, así ha ocurrido, y mi madre, mi pobre madre siempre triste pasaba la mitad de su vida entregada al retiro de su habitación, donde decía que encontraba el sosiego y la paz. Pero dime Bohindra ¿de esta Casa no se sale nunca? ¿No estaría bien que tú que eres mi padre me ayudaras a reunirme a mi esposa para formar todos juntos una sola familia? ¿No encontrarías acaso la belleza de Sadia en mi pequeña Evana que es tu nieta?
—Desde que en la Morada de la Sombra te oí pronunciar tu nombre estoy sabiendo que me dirías todas estas cosas y he venido sabiendo lo que te debo contestar. Llevo aquí tantos años como los que tú tienes. Antes de Sisedón, el Pharaome que había, era tan justo y sabio como él me convenció de que mi paz y mi dicha se encontraban aquí toda vez que no podría reconstruir aquel hogar con que soñé y que nunca alcancé a formar ante la sociedad. Estoy ya en el ocaso de mi vida física de la cual nada me interesa por lo que a mí concierne, pero sí me intereso grandemente por ti y por todo lo que te está relacionado. El Altísimo me ha dado más de lo que yo merecía porque me ha proporcionado los medios de vivir de esa otra vida más real y verdadera que ésta, libre de ficciones y de engaños cuando el que la vive, adquiere con su esfuerzo los conocimientos, el desarrollo de las facultades del ser, y la pureza de costumbres necesaria para vivirla en toda su grandiosa amplitud.
Sadia desencarnada y yo en la materia, vivimos juntos de esa otra vida superior y muchas veces su alma hablando a la mía, me dijo: "El Altísimo quiere que nuestro hijo venga un día a este mismo lugar". . . ¡Y has venido hijo mío y te tengo al alcance de mis brazos¡ . . . de estos pobres brazos de carne que por la maldad de los hombres no pudieron estrecharte al nacer!. . .
La emoción de Bohindra se trasmitió a Joheván como por una corriente eléctrica, y el hijo tan bello como su padre sintió la necesidad de ser niño acariciado por el que le dio la vida, y reposó su cabeza de rizos castaños sobre aquel robusto pecho en el que se habían estrellado tanto y tanto las olas de la adversidad.
Bohindra besó por vez primera aquella cabeza adorada cuyos cabellos acariciados tiernamente le recordaban otras sedosas guedejas a las que había cantado en su lira mágica de pastor, bajo los pinares de su país en los días de su amor al lado de Sadia:

"Tienen música tus rizos
Cuando los ondula el viento!.. .
Tus cabellos
Tienen luz en sus reflejos
Cual si fueran
Guedejas de bronce viejo!"

Joheván interrumpió el dulce silencio.
— ¡Es delicioso estar así a tu lado, padre mío! ¡Sophía y mi pequeña Evana completarían este cuadro que no sería ya de la tierra!
—Espera en el amor infinito del Altísimo para todos los seres que no traspasan su ley, y cree firmemente que tendrás más de lo que deseas y de lo que mereces. Tu vida es como una continuación de la mía, y si sabes esperar, el Altísimo te inundará tanto con las aguas divinas de la felicidad que tendrás que decir un día: "¡Basta, Señor, basta!... que en mi pequeño ser no cabe ni una gota más!"
Cada diez días serás llamado a la Morada de la Sombra que es donde el Altísimo derrama sus aguas divinas de esperanza y de amor sobre las almas. Por mi parte yo te visitaré todas las noches que no sea destinado a trabajos especiales, para abreviar con mis instrucciones el tiempo de prueba a que es sometido todo el que aquí llega. Si pasadas veinte lunas no quieres permanecer más aquí, la Casa de Numú te abre sus puertas y te orienta hacia donde quieras encaminar su vida. No pienses que esta Casa es una compra-venta de esclavos, sino un puerto salvador para las víctimas de la ambición de los piratas y de las persecuciones de los fuertes en contra de los débiles.
Para salvar a los que caen en las garras de los piratas se destinan los tesoros acumulados aquí desde siglos por los Kobdas que al entrar depositan en estas arcas todos sus capitales. Y como hay en estas bóvedas reyes destronados, príncipes perseguidos, reos condenados a muerte, hay también piratas y criminales que vendieron esclavos a esta misma Casa y que fueron tocados por el agua divina del arrepentimiento y quisieran lavar con ella sus extravíos y sus errores.
La primera ley para un Pharaome de la Casa de Numú es comprar a cualquier precio las víctimas de la piratería tan horriblemente aumentadas año tras año, con la emigración constante provocada por la invasión de los mares sobre los continentes.
— ¿Y si estas víctimas son mujeres? —preguntó Joheván.
—¡Oh!. .. Muy pocas llegan hasta aquí —respondió con doloroso acento Bohindra— porque casi todas mueren a consecuencia de la brutal sensualidad de los piratas. Y buscando de remediar tamaño mal, nuestro Pharaome paga sumas fabulosas por las esclavas mujeres, cuando son traídas sin haberles hecho daño alguno ni siquiera en uno de sus cabellos. Y hay en esta misma ciudad otra Casa de Numú igual que ésta donde una Phara-femme (mujer faro) les enseña a vivir de esa otra vida superior desconocida de los hombres si ellas quieren, o las devuelve a sus países y a sus hogares si es posible realizarlo.
—Según esto que me dices debe haber centenares de hombres en esta Casa.
—Actualmente somos setecientos ochenta sin contar con los postulantes que son los que en iguales condiciones que tú, aún no han decidido permanecer aquí para toda su vida.
—Pero esta vida no es de hombres! —decía Joheván— ¡Sin amor, sin ambiciones, sin esperanzas, sin deseos!...
—No lo dirás así dentro de poco hijo mío! Y si no dime: Cuando tienes a tu alcance un ánfora de agua cristalina que mana sin cesar para ti y dentro de ti mismo, ¿deseas agua de fuentes donde todos beben, hombres y bestias?
¿Desea, luz rojiza y temblorosa de, hachones que apaga el viento, el que tiene dentro de sí la claridad de un sol o de muchos soles cuya luz amplía hasta lo infinito los inconmensurables horizontes dejados atrás ha muchos siglos y los que dentro de otros tantos siglos llegarán?
— ¡Es verdad... es verdad lo que dices! Mas, renunciar así de pronto a todo aquello que ha formado el encanto de una vida, a unos vínculos que no son ficticios sino reales; vínculos contraídos en cumplimiento de la ley natural que es la ley divina... es duro Bohindra, padre mío, es cruel y contrario a esa misma ley. ¿No hablo bien acaso?
—Sí, hijo mío, hablas como hombre de las muchedumbres, sin más luz que la del hachón que apaga el viento, sin más agua que la de las fuentes en que beben hombres y bestias.
En este momento no puedo decirte si el Altísimo Señor de todo lo creado, te ha elegido para salir de entre las masas inconscientes y formar en la legión de los pilotos en el anchuroso mar de la eternidad.
Cuando de aquí a diez días seas llamado nuevamente a la Morada de la Sombra, tú y no yo será quien diga si tu ruta está fuera de esta Casa o dentro de ella. Mientras tanto entrégate al amor puro de tu esposa y de tu hijita, que si junto a ellas está marcado tu camino, junto a ella irás tarde o temprano.
En tal seguridad, espera y los mismos acontecimientos te irán marcando el camino.
¿Dudas acaso del amor y de la justicia de Dios? Aprende a ser señor de tu mundo afectivo y pasional y entonces te verás coronado de amor más intenso y perdurable de cuanto habías soñado. Sophía y tu hijita Evana serán para siempre posesión eterna tuya y no en la efímera forma mezquina y grosera que conoces, sino algo así como tuyo es la luz de la luna que besa tu frente, y el perfume de las flores que te embriaga, y el gorjeo de los pájaros al amanecer, y los copos de nieve que recoges en la montaña y las blancas espumas del mar que acarician tus pies cuando vagas por la ribera. ¿Pueden acaso los hombres disputarte nada de eso?
¿Pueden destruirlo o extinguirlo para ti? Medita hasta mañana el significado de las leyendas que se van poniendo día por día en los muros de esta bóveda:
"Déjate llevar por Numú hacia la puerta de oro de la felicidad verdadera".
"Si confías en el amor y la justicia del Altísimo, él te colmará de tesoros que aún no has llegado a imaginar que existen".
"Están escritas en el Alma Infinita tus zozobras y tus angustias, tas afectos y tus deseos. Descansa en él que lo sabe y lo ve todo". "Numú es tu pastor y tú eres su corderillo. Descansa pues en tu pastor que sólo él sabe qué pastes y qué aguas necesitas y te las dará".
¿Seguirás mis consejos hijo mío?
— ¿Y Sophía, y Evana padre mío?... —clamó en un hondo sollozo
Joheván abrazándose de su padre como para vencer aquella serena calma de montaña, que no se conmueve ni por las furias del huracán ni por el empuje de las olas.
El anciano por toda respuesta colocó la mano sobre la cabeza de su hijo apoyada en su hombro y al cabo de pocos momentos se quedó profundamente dormido. Lo recostó con tierna solicitud en el lecho de pieles, lo envolvió en suaves efluvios magnéticos, y cuando le vio entrar en un sueño sereno, puesto de pie y extendiendo sus manos sobre él dijo en voz queda pero firme:
"¡Almas errantes, soplo fecundo de Dios!. . . llevad esta alma doliente hacia el mundo del amor y de la luz!"
El sueño de Joheván se hizo tan profundo que casi no se sentía ni aun su respiración.
Una frescura de brisa primaveral inundó la habitación como si se hubiese llenado de suavísimas vibraciones de amor.
—"Ya están aquí" —dijo en voz de susurro Bohindra, y con suavidad de fantasma alado besó la frente del hijo dormido y se alejó.

JOHEVÁN Y ALDIS

Al día siguiente, viendo Aldis que su compañero permanecía sin salir a tomar el sol a la terraza según costumbre, entró en su habitación y lo encontró aún en el lecho.
— ¿Estás enfermo?— le preguntó.
—No sé si enfermo, o loco, o muerto.
— ¿Cómo, no te comprendo?
—Quiero decir que son tan extrañas las impresiones, las sensaciones que recibo y todo cuanto me pasa, que lo atribuyo a uno de esos tres estados del ser: la enfermedad, la locura o la muerte.
Y refirió a su compañero todo cuanto le ocurriera la noche anterior. Aldis por su parte se hallaba más o menos en iguales condiciones, si bien tenía más serenidad y calma para esperar los acontecimientos.
—Dime Aldis ¿no te parece una locura que dos nombres jóvenes, con unas esposas adorables y unos hijitos adorados, estemos aquí como dos murciélagos a la sombra de estos muros llenos de misterios y de fantasmas?
—Así lo creo —contestó el interpelado— pero ¿has pensado tú en que por ahora no podemos hacer otra cosa? ¿Acaso sabemos en qué dirección está esa caverna en que ellas se han refugiado? Además, por lo que he visto, sin saber cómo ni porqué, estoy convencido de que ellas están seguras y de que una fuerza superior ha producido estos acontecimientos con algún designio especial. Y tengo otra razón para pensar así: Si pasadas veinte lunas nosotros decidimos salir de esta casa según la ley que aquí se observa, el Pharaome nos hará conducir hacia donde nosotros queramos. ¿No te parece más acertado esperar ese tiempo que precipitarnos a la ventura sin medio de encaminarnos en busca de nuestras esposas?
¿No has pensado tú en que acaso de aquí a diez días podemos ver en la Mansión de la Sombra cuál es el sitio donde ellas se encuentran?
—Veo que piensas cuerdamente pero debo confesarte que aquí los días se me hacen años.
Lo único que me atrae es el sueño porque dormido veo a Sophía y Evana, pero en tal forma que cuando me despierto, me cuesta convencerme de que fue un sueño.
Mira Joheván, nosotros hemos vivido hasta ahora en una forma del todo opuesta a lo que aquí se vive. Allá en nuestro país, cuando yo apenas tenía catorce años, había un solitario en las orillas del Avendana y cuando mi madre que le veneraba como a un santo, me mandaba a llevarle canastas de frutas y provisiones, él solía decirme viendo que yo demostraba asombro de su forma de vivir:
—"Tú vivirás como yo un día porque el Altísimo te ha elegido para semilla de un pueblo nuevo". Yo le referí esto a mi madre y ella con su credulidad de mujer lo aceptaba como un hecho, figurándose desde luego, que en alguna guerra de conquista llegaría yo a ser un príncipe de leyenda, en algún país encantado.
Pero voy viendo Joheván que hay en la vida de los seres algo más que fantásticas visiones de anacoretas y leyendas de encantamientos y apariciones. ¿No lo crees tú así?
—Sí, hombre, sí, y más aún puesto que estoy luchando por saber a ciencia cierta cuál es la vida real del hombre: esta que ahora vivimos a la sombra de esta Casa Misteriosa o la que hemos vivido antes de llegar aquí.
Con mis veinticinco años, afiliado desde los dieciocho a las legiones guerreras de mi rey, he creído vivir con nobleza y honradez la vida del soldado. Fiel a su Dios, a su país y a su soberano. ¿Es que he delinquido contra esos grandes deberes al traspasar la voluntad de mi rey casándome con su hija en contra de su mandato?
Y esto que los acontecimientos la arrebatan de mi lado ¿es un castigo merecido por mi delito?
Aquí llegaba el diálogo de los dos cautivos plácidamente sentados delante de sus recintos particulares en aquella silenciosa terraza que daba sobre un amplio patio de palmeras, cuando vieron acercárseles el mismo Kobda que desde el primer día les sirvió los alimentos y les acompañó a la Morada de la Sombra.
Era de aspecto bondadoso y dulce, pero hablaba muy poco. Vestía el ropaje largo gris azulado usado por los Kobdas, el cabello hasta los hombros y un gorro pequeño y cilíndrico de color violeta subido. Este Kobda les llevaba los alimentos para todo el día en dos grandes cestas de junco, dispuestas con tal esmero que las frutas y las flores, formaban encima de los manjares como una artística ornamentación.
En los días anteriores les dejaba las cestas sin pronunciar palabra, si no le preguntaban, pero ese día se sentó en el mismo banco en que ellos estaban.
— ¿Hoy nos hacéis compañía en la comida?— preguntó Joheván extrañado.
—Nuestro Pharaome quiere que os conduzca a conocer algo de la Casa de Numú en que vivís. Pero antes debéis comer porque el paseo será largo.
— ¿Comeréis con nosotros?— preguntó Aldis mientras recibía su canasto y deseoso de saber si aquellos seres, al parecer tan diferentes del resto de la humanidad, estarían acaso exceptuados de las duras e imperiosas necesidades físicas.
¡Cuántas veces lo habían comentado ellos dos! ¿Comerán dormirán, beberán estas sombras vivas, o serán genios tutelares de los hombres? se preguntaban.
—Entrad a vuestras habitaciones y comed, que yo os espero aquí —contestó el Kobda.
Los dos jóvenes se' miraron disimulando una sonrisa al verse de nuevo insatisfechos en su tenaz interrogante, y entraron a comer. Debajo del manojo de frutas y flores que adornaban la cesta encontraron una pequeña plaquita de pasta en la que estaba escrito en su propio idioma otlanés, un mensaje de Sophía y Milcha.
Joheván encontró en su cesta estas palabras de su esposa con su misma letra, su misma forma: "Amado mío; descansa que el Altísimo vela por tu esposa y tu hijita hasta que llegue el día de nuestra felicidad." Sophía.
En la cesta de Aldis la placa decía:
"Nuestro Adamú ríe y juega. El Altísimo es nuestro guardián mientras llega la hora de la libertad." Milcha.
Leer eso y precipitarse cada uno a la habitación del otro fue cosa de segundos.
— ¿Lo ves?... ¿Lo ves? —decía nervioso Joheván. Es cosa de volverse uno loco. ¿Cómo llegó aquí este mensaje de Sophía? ¿Dónde está el mensajero? es preciso verlo, hablarlo...
-—Ya lo sabremos hombre, espera, cálmate.
Pero Joheván ya no oía estas palabras porque estaba llegando al banco en que le esperaba el Kobda conductor de las canastas, al cual abrumó a preguntas tan precipitadas que no era posible responder a todas a la vez.
Manso y sonriente el Kobda lo oyó sin inmutarse por la vehemencia de aquellas interrogaciones.
— ¿Recuerdas lo que tu sueño te dijo anoche? —preguntó serenamente el monje.
—Soñé que hablé con mi esposa, pero no pude recordar lo que me dijo.
—Pues lo que ella te habló en el sueño fue grabado por ella misma esta noche en la Mansión de la Sombra, donde hay siempre permanentes cuarenta Kobdas acumulando fuerza plasmáticas en el éter, para que las almas errantes y las almas encarnadas se ayuden mutuamente en el cumplimiento de su deber.
Aldis escuchaba en silencio y con serenidad, pero Joheván daba vueltas y más vueltas a la placa sin darse por satisfecho con la contestación del Kobda, que le miraba con piedad tiernísima.
— ¡Misterio, fantasía!. . . ¡Yo me vuelvo loco!. . . ¡Esto no puede ser!. . .
—Cálmate Joheván —le dijo Aldis— que con estos arrebatos no se llega a nada. Debemos pensar que tú y yo no tenemos conocimientos de lo que ocurre más allá de la vida física. Lo que estamos viendo desde que hemos llegado aquí nos dice bien claro que hay leyes y fuerzas que no conocemos.
—Id pues a tomar algún alimento —insistió dulcemente el Kobda tomando a Joheván de la mano como a un niño rebelde para conducirlo de nuevo a su habitación. Pero él se volvió bruscamente y le dijo:
— ¿Me juráis en nombre del Altísimo que ningún mensajero trajo estas placas?
—Os lo juro por la Casa de Numú.
— ¿Me contestaréis durante el paseo que vamos a hacer a todo lo que os pregunte?
—Ahora ya os es permitido preguntar en la Casa de Numú. Id a comer, yo os espero aquí. El Kobda los dejó solos.
Aldis se vio obligado a abrir la cesta de su amigo y ofrecerle las viandas.
—Mira Joheván, yo tengo más años que tú y acaso más experiencia de la vida y de los hombres. La situación es difícil pero no tan mala como a ti te parece cuando se sublevan tus nervios.
Come tranquilo y vamos a ver qué sacamos en limpio durante nuestro paseo por la Casa de Numú, hablando el lenguaje particular que aquí se habla. ¿Sabes qué resultarías hermosísimo con el ropaje azulado y el gorrito violeta sobre tus rizos de bronce?
— ¿Yo? ¡Calla hombre calla! Que voy perdiendo la poca paciencia que me quedaba.
—Pero ¿no te das cuenta de que vamos saliendo a flote de la mejor manera que podíamos esperar?
— ¡Si, ya lo veo!. . . caídos de cabeza en un pozo que no tiene salida.
— ¡Vamos! no seas pesimista. ¿Te has olvidado ya de lo qué vimos esta última noche en la Mansión de la Sombra?
— ¿Y si nada de eso fuera real?
— ¿Y no es real acaso la escena de nuestro desembarco en la aldea de los piratas y nuestro viaje hasta aquí? ¿No es real la isla aquélla en qué nacieron nuestros hijos?
—Sí, es verdad y esto me consuela un poco.
Así hablando terminaron la comida y salieron. El Kobda les esperaba siempre sonriente y sereno. Subió una escalera de piedra que se alzaba dentro de una habitación al final de aquella misma terraza. Se encontraron en una inmensa sala toda rodeada de estantería con pequeñas casillas en cada una de las cuales había un rollo de papiro.
—Esto es el archivo de las existencias terrestres de todas las sombras vivientes que aquí pasaron al mundo de la luz. Aquí está encerrada toda la historia de la humanidad en las diversas civilizaciones que se han sucedido en este y otros continentes que los mares tragaron.
—Y ¿cómo es qué aquí se habla la lengua de nuestro lejano país? —preguntó Aldis al Kobda, mientras Joheván miraba sin ver nada de lo que había en torna suyo.
—No es que todos hablemos esta lengua, sirio que hay aquí una ley por la cual cada Kobda debe dominar por lo menos tres lenguas de las más importantes y vulgarizadas en la humanidad actual para estar en condiciones de llenar la misión que la Casa de Numú cumple en medio de los hombres.
Si esta Casa debe ser puerto de salvación para las víctimas de la maldad humana, debemos sabernos entender con hombres de todas las razas y de todas las lenguas.
Si yo he sido destinado para entenderme con vosotros es porque yo domino vuestra lengua, que por otra parte se nos ha hecho casi familiar debido a que tenemos aquí un Kobda de vuestro mismo país que escribe hermosísimos versos y los canta luego acompañado de la lira o de la okaria en forma maravillosa. En el deseo de comprender sus bellas canciones, muchos hemos aprendido la lengua de Bohindra como llamamos a este Kobda poeta y,, cantor.
Al oír tal nombre Joheván salió de su ensimismamiento y tomó parte en la conversación. Quiso comprobar si lo que Bohindra le había manifestado era realidad.
—Me interesa mucho este sujeto que canta sus versos y que dices es de mi país. Debe ser muy alegre y divertido ¿verdad? Si hace versos y canta será que está siempre de buen humor.
—El hombre que llega a permanecer diez años aquí aparece siempre en el mismo estado de ánimo, aún cuando en su yo íntimo esté desazonado y dolorido; porque ha llegado al dominio de sí mismo en forma que su mundo pasional y su mundo afectivo no salen al exterior, y si acaso se agitan, es internamente y nadie lo sabe ni nadie lo ve.
Y así Bohindra, el hombre de la armonía que llegó aquí un año después que yo, y que entró en la Casa de Numú como un pájaro herido y deshecho, enloquecido de dolor y con locas ansias de deshacer y pulverizar a quienes eran causa de su pesar, a los diez años era su alma una agua mansa y serena que no reflejaba otra cosa que la esplendente belleza encerrada en el vasto universo.
Lleva aquí veinticinco años y realiza una obra digna de un genio de la Belleza y del Amor. Por vía espiritual fue enseñado a curar las enfermedades de la mente con la poesía y con la música y cultivando determinadas plantas, en las cuales él ha sabido encontrar la fuerza magnética que tienen en afinidad con los seres humanos. Es un médico admirable, pero sin drogas y sin torturas físicas.
—Me interesaría conocer de cerca sus procedimientos —propuso Joheván en su deseo de ahondar en ese terreno.
— ¡Magnífico! soy de tu idea, pues harto necesitados estamos de que nos cure los huracanes internos. ¿Verdad Joheván?
El Kobda sonrió de la alusión directa a las vehemencias afectivas del joven y, dirigió sus pasos hacia una rotonda o patio cubierto, especie de jardín de invierno de extensas proporciones. Su puerta de entrada era un inmenso panel de bronce bruñido, donde había un altorrelieve que figuraba un hermoso adolescente dando muerte a un horrible dragón diez veces más grande que él.
Encima cíe este inmenso panel estaba grabada en siete lenguas diferentes esta inscripción:

AQUÍ FLORECE LA ESPERANZA Y EL AMOR
AQUÍ MUEREN LOS ODIOS Y EL RENCOR.

No había más ornamentación en aquel vasto recinto que plantas cuyo crecimiento no necesita de fuertes rayos solares, una fuente de piedra blanca al centro, de donde surgía musical, el agua a borbotones, chocando en su caer inquieto y juguetón con unas estatuillas que simulaban niños bañándose y tórtolas sedientas que bebían.
Grandes bancos de piedra cubiertos de pieles indicaban que aquello era un lugar de reposo físico y espiritual.
—En este momento no hay aquí ningún enfermo en tratamiento como veis, porque es la hora en que todos comen, y por tanto podréis observar con tranquilidad.
Bohindra ha acumulado aquí plantas de todas las regiones de la tierra, según las propiedades magnéticas que ha encontrado en cada una de ellas.
Son también sombras vivientes que irradian energías y vibraciones especiales, y él las ha dispuesto en forma que entre todas ellas se complementan y llegan a formar un aura conjunta potentísima que él encausa según los casos que tiene en tratamiento.
— ¡Qué quietud más dulce hay en este lugar! —exclamó Joheván tendiéndose muellemente en uno de aquellos bancos.
Aldis y el Kobda se miraron con inteligencia, y éste último, presionó una llave del muro, y un vientecillo fresco sopló de todas las direcciones agitando el verde ramaje; y el caer del agua se hizo más impetuoso y musical; y las estatuillas blancas de los niños y de las palomas en deliciosos movimientos daban la exacta impresión de niños y tórtolas bañándose en la fuente.
Joheván estaba encantado.
— ¡Oh!... mi Evana y tú Adamú harían aquí un papel muy importante. ¿No es verdad Aldis?
—Ciertamente— respondió el interpelado, que no obstante de ser menor su sensibilidad, no podía substraerse a la dulce y mágica influencia de aquel lugar, sobre su mundo mental y emotivo.
Al oír los nombres de Evana y Adamú el monje no pudo disimular una mirada de asombro a los dos jóvenes, pero ellos no se apercibieron sumergidos como estaban en el dulce recuerdo evocado por los niños y las palomas que se bañaban en la fuente.
— ¿Son hijitos vuestros esos que habéis nombrado?
— ¡Hijitos que aún no tienen veinte lunas y ya fueron arrancados de entre los brazos de su padre!. . . clamó como en un gemido Joheván con su vehemencia habitual. ¿Es posible, decidme soportar este dolor?
Por toda respuesta, el monje abrió una especie de armario incrustado en el muro y cuya puerta era un gran lienzo en que aparecía un paisaje de montaña y de mar, decoración adecuada como todo a despertar el sentimiento de lo bello y de ¡o grande y sereno en la Naturaleza.
Buscó durante unos momentos y sacó por fin un cuaderno de pequeños lienzos encerados que se usaban para escribir.
—Este legajo —dijo— le dejó a Bohindra, al morir un anciano monje que le tomó grande afecto a causa de sus cantares y de sus versos. Había vivido aquí sesenta y dos años, pues fue traído en su adolescencia después de haber visto morir en una devastación guerrera a toda su familia y casi todo su pueblo natal. Este Kobda fue uno de los que más comunicación tuvo con las almas errantes que protegen este planeta, y una vez que le asaltó el pensamiento de que había malgastado su largo vida en esta ociosa quietud en vez de andar por el mundo enseñando a los hombres y llegó hasta perder la paz y estar al borde de la locura; Bohindra le trajo a este lugar, y el viejecito recobró aquí la serenidad y la calma, porque entre el aura de esta fuente y de estas plantas y la poderosa irradiación de la lira y de los cantos de Bohindra, Numú le dictó esta divina leyenda. Y el Kobda leyó:
Aquí le dice Numú entre otras cosas: "Vive sereno estos largos días de calma que yo te di para acumular fuerzas y energías, porque en años venideros volverás a la vida, sólo y abandonado desde la niñez a tus solas fuerzas sin más amparo que el de las bestias de la selva. Entonces te llamarás Adamú y cuando hallares a Evana en tu camino como una flor de la pradera, serás el comienzo de un torrente nuevo de mis aguas de salud entre los hombres."
Al oír que hablabais de Adamú y Evana, me ha parecido encontrar cierto punto de contacto con la leyenda que dejó a Bohindra el anciano monje aquél.
— ¿Según esto quiere decir, qué Numú anunció a ese monje qué en una vida posterior se llamaría Adamú y qué se vería abandonado desde la niñez? —preguntó ansiosamente Joheván.
—Así es.
— ¿Y qué encontraría a Evana en su camino? —interrogó de nuevo.
—Justamente. — ¡Dadme por favor ese legajo!
—No entenderéis esta lengua, pero yo os he hecho la traducción exacta.
Joheván y Aldis examinaban sin entender el viejo manojo de lienzos encerados cubiertos de extraños caracteres.
Una mortal palidez iba cubriendo lentamente el rostro de Joheván, como un hombre a quien le hubieran leído una sentencia de muerte.
El monje comprendió que se había precipitado al hablar. Dio un llamado con un pequeñito cuerno o clarín que llevaba, y acudió Bohindra precipitadamente.
No necesitó explicaciones para comprender más o menos lo que ocurría. Tomo a Joheván tiernamente envolviéndolo con su brazo a través de la espalda y lo llevó hacia uno de los grandes bancos donde lo hizo recostar. Un inmenso loto blanco cubría aquel banco casi por completo. Corrió algunas cortinas para atenuar la claridad del día, una suave luz violeta se hizo a través de los cortinados de ese color, sacó del armario una pequeña lira y sentado en el mismo banco en que descansaba su hijo empezó a tocar, suavemente al principio y más y más intenso en el sonido y en la vibración etérea emanada del sonido, hasta que de cada planta salía como una prolongación de aquellas armonías y unas suaves ondas de luz amarillenta, rosada, verdosa.
Aquellas plantas eran arpas mudas que vibraban en igual tono que la lira de Bohindra, y emanaban ondas de luz de igual intensidad y fuerza que la energía emitida por él mismo.
Joheván y Aldis sintieron que una inundación de amor y de ternura llenaba de llanto su pecho y abrazándose como dos niños que jugando juntos se han herido, lloraron a sollozos profundos durante un largo rato.
— ¿Entonces nunca más veremos nuestras esposas y nuestros hijos? clamó Joheván cuando la emoción le permitió expresar su pensamiento.
— ¡Calma hijo mío! —le dijo acariciándole su padre. Cada día que pasa poseeréis de modo más íntimo y verdadero a vuestras esposas y a vuestros hijos. Todo es cuestión de esperar, confiar y querer. ¿Sois capaces de querer, de esperar y de confiar?
—Ampliamente —contestó Aldis— y tú también amigo mío. ¿No es verdad?
—Esperaré un siglo, muchos siglos si he de tener otra vez a Sophía a mi lado.
—Ahora vais comprendiendo la verdadera vida del ser que piensa y que ama.

LAS FUERZAS RADIANTES

Bohindra tomó de nuevo su lira, se sentó junto a ellos, mientras el otro Kobda a quien llamaban Zháin corría mediante un cordón las cortinas o celosías de la otra parte de la rotonda, a fin de hacer más densa e igual la penumbra que envolvía el recinto.
—Pensad conmigo unidos, en que vuestros hijitos duerman. El sol está en el cenit lo mismo para vosotros que para ellos, puesto que sabemos están en la opuesta ribera del Mar Grande.
La lira empezó a suspirar en un casi imperceptible sonido come el piar de una ¡avecilla moribunda que no tiene ya fuerzas para cantar. Y los trinos suavísimos y dulces fueron haciéndose más sensibles, más hondos, más profundos, hasta formar una divina melodía que parecía un millar de pájaros cantando en torno de la fuente cuya agua cristalina caía del surtidor sobre los niños, y sobre las plateadas hojas de hibicornia que tapizaban los bordes de mármol de la fuente.
Algo así como una sutilísima niebla empezó a desprenderse de las begonhias de pintadas hojas, de los collyos gigantescos, de los lotos erguidos en su-esbeltez soberana, de los heléchos y sensitivas como temblorosas cabelleras de esmeraldas.
Y la lira exhalaba sus melodías suavísimas que no eran ya gemidos de avecilla enferma, ni gorjeos de millares de pájaros, eran risas de niños alegres y juguetones que chapoteaban en el agua. Joheván como electrizado se levantó suavemente y caminó sin ruido hacia la fuente. . . luego le siguió Aldis y ambos se sentaron en su borde tapizado de plantas acuáticas. Zhaín dormía en profundo sueño, y la lira continuaba vibrando intensa, divina, y en torno de Bohindra se había formado como un remolino de la misma niebla sutil que emanaban las plantas. Ya no se veía el monje-cantor envuelto por completo en la niebla que como una brillante nube blanca se extendía más y más por el recinto en vertiginosas espirales que subían y bajaban como torneadas columnas que sostuvieran un edificio imaginario, como velos de desposados que se plegaran en torno de una cabeza juvenil, como alas blancas de aves gigantescas que se cirnieran serenas y suaves sobre las plantas, los hombres y la fuente.
— ¡Mi Evana... Mi Evana! exclamó con indecible amor Joheván inclinándose a la fuente y sacando del agua su hijita adorada a la que cubría de besos y caricias.
Aldis estaba dormido como Zhaín y como el envuelto en la misma niebla luminosa que había cubierto a Bohindra, a las plantas, y a la fuente. Nada era visible ya más que Joheván con Evana sobro sus rodillas entregado al éxtasis divino de su amor. De pronto sintió dos manos suaves que se apoyaban sobre sus hombros y al levantar la cabeza vio a Sophía sonriente que se inclinó hasta unir con los suyos sus labios tibios, temblorosos de emoción y de ternura.
—Amado mío —le dijo— nuestro amor es como los rayos del sol que no mueren, y corno las estrellas que se miran eternamente en el mar.
Yo sé que nuestros cuerpos de carne no han de encontrarse más, pero nuestro verdadero ser no se disgrega como la materia, estarán perennemente unidos como en este momento, más feliz que todos cuantos hemos pasado sobre la tierra, porque estaremos libres de la zozobra producida por la mezquindad de los hombres.
Joheván la oía embelesado, mientras la pequeña Evana saltaba de sus rodillas al agua, y del agua al borde de la fuente arrancando hojas y echándolas a flotar sobre la linfa ondulante.
— ¿Como estás aquí? —preguntó Joheván a su compañera. —No lo sé, pero estoy aquí, ya lo ves.
— ¿Y Mucha, y Adamú? ¿Cómo habéis podido vivir solas y abandonadas en un país extranjero?
Sophía sin hablar levantó su brazo a lo alto y le dijo: —Joheván, ha sido necesario el dolor para hacernos pensar en que por encima de nosotros hay un Ser Supremo más tierno y solícito que todas las madres para cuidar de sus hijos. Tú y yo hemos venido para cumplir un encargue de ese Ser Supremo sobre la tierra y ese encargue está ya cumplido: Nuestra Evana vive y vivirá al lado del pequeño Adamú, porque también ellos como nosotros son servidores del Altísimo y tienen también un deber a cumplir. Yo dejaré pronto mi materia y tú también, pero con la diferencia que la mía se reducirá a polvo y la tuya continuará animada por otro ser que no eres tú. — ¡No te comprendo amada mía!. . . me haces daño, no me hables así, porque me haces pensar que no eres tú sino uno ilusión de mi mente enloquecida.
—Soy yo, mira. Y se sentó en el suelo como solía hacerlo para recostar su cabecita dorada sobre las rodillas de Joheván, que se inclinó para besar su frente.
Aldis está con Mucha en la cabaña. Ellos vivirán de esta vida terrena más que tú y yo. Mi cuerpo está muy agotado y no lo quiero ya más, pues él terminó su tarea y no es ya justo que me obstaculice el estar eternamente a tu lado.
¡Amado mío!. . . nuestro amor es como los rayos del sol que no mueren y como las estrellas que se miran eternamente en el mar.
Evana, ven y besa a papá que nos vamos —dijo Sophía tomando la niña y levantándose con ella.
— ¡No, por favor! gemía Joheván tratando de retenerlas.
—No traspases la Ley amor mío, pronto volveremos. Las tres cabezas se unieron en un largo beso conjunto.
Inmensos remolinos de la niebla luminosa se agitaron nuevamente, ya no se oía la lira de Bohindra, y Joheván se encontró sentado sobre la fuente lo mismo que Aldis que acababa de despertarse.
Vio las grandes hojas plateadas que su hijita Evana había cortado mientras jugueteaba en el agua y las recogió una por una.
Los remolinos de niebla se iban desvaneciendo lentamente hasta volver todo a su estado normal.
Nadie .se movía del sitio que había ocupado porque la inmovilidad de los estados hipnóticos parecía paralizarles, o porque el alma en extremo feliz, luchaba por prolongar esa dicha íntima, intensísima, desconocida en la tierra.
Bohindra se les acercó el primero para decirles:
—Bendecid al Altísimo que empieza a abrir para vosotros el palacio encantado de sus tesoros infinitos.
Volved a. vuestras habitaciones y no deis más cabida en vosotros a la desesperación y al pesimismo, porque con ello os ponéis fuera del pensamiento de amor con que Dios os envuelve.
Zhaín se dirigió hacia la puerta seguido de los dos jóvenes que aún se encontraban bajo la acción de las poderosas corrientes de fuerzas que los Kobdas pusieron en juego, para devolver la paz a los cuatro seres encarnados que la Ley había elegido como instrumentos para que llegara al plano físico el Verbo de Dios.
—Aldis está con Milcha en la cabaña —había dicho Sophía en su manifestación plasmática a Joheván al borde de la fuente.
Cuando Zhaín cayó en hipnosis, su espíritu era el operador que' combinaba y ordenaba las energías acumuladas por las vibraciones de la lira de Bohindra, a tono con las vibraciones de las plantas, del agua y del éter.
Este conjunto de energías intensificó la facultad vidente de Joheván y el desdoblamiento consciente de Aldis cuyo doble etéreo se transportó a la caverna del país de Ethea, donde el calor del medio día había dormido a les cuatro seres cobijados en ella.
Más de pronto Milcha se despertó a la voz de Aldis que la llamaba, y vio a su compañero ante ella, inclinado acariciando al pequeño Adamú dormido a su lado.
Iba a dar un grito y abrazar aquella querida imagen que transparente y gaseosa flotaba junto a ella, pero Aldis puso el dedo índice en sus labios indicándole guardar silencio mirando a Sophía y Evana dormidas en el lecho de la alcoba.
La pregunta que Joheván hacía en esos mismos momentos a Sophía junto a la fuente. ¿Cómo has venido aquí? la hizo Milcha a su esposo que le acariciaba tiernamente sus cabellos negros y sedosos.
—No lo sé Milcha, pero estoy a tu lado ya lo ves, y diciendo así se sentó en el borde del lecho de troncos cubierto de pieles en que ella y el niño se habían recostado.
— ¡Mi pobre y querida esclava!... repetía enternecido el antiguo guardia de los palacios de Nohepastro.
Tu esclavitud se trasformó de pronto en una libertad solitaria y dolorosa.
Milcha empezó a llorar a grandes sollozos que Aldis procuraba sofocar con sus tiernas demostraciones de amor.
—¡Lloro de felicidad Aldis!... déjame llorar este divino llanto que se lleva al correr todo el peso, toda la amargura, todo el terror que he ocultado dentro de mí misma desde que no volvisteis a la embarcación el día aquel de nuestra separación.
— ¡Milcha mi dulce esclava!. . . Reina de mis pensamientos y de mis esperanzas ¡qué grande eres en tu valor sereno y fuerte ante la espantosa borrasca qué nos ha arrojado a los unos lejos de los otros!
— ¿Pero cómo estás aquí? ¿Estás vivo o estás muerto y es tu alma errante qué viene a visitarme?
—Yo mismo estoy sumergido en el misterio de estos acontecimientos y nada sé decirte, más para que veas que soy yo en realidad, mira:
Aldis desprendió del cuello de su esposa un collar de amatista que desde años le adornaba y lo puso en el cuello de su hijito dormido.
—Desde hoy nunca temas nada ni te creas sola, porque siempre vendré a visitarte. Tú dejarás tu cuerpo primero que yo pues así lo quiere la Ley Eterna, a la cual de grado o por fuerza estamos sometidos una vez que hemos aceptado el encargue del Altísimo. De nuestro amor h?, surgido Adamú; tu misión y la mía están cumplidas, y otros caminos se abre de nuevo ante nosotros. Adiós.
—No te vayas sin que te vea Sophía. . .
—Calla, calla, no la llames, que ella no puede oírte en este instante. Aldis besó de nuevo a su hijito dormido, y al besar a Milcha le repitió:
—Dejo mi collar en el cuello de Adamú ¿lo ves? Es el rastro que dejo de haber estado aquí.
Soltó las manos de Milcha que lo estrechaban y ella lo vio salir de la caverna sin abrir la puerta cerrada con las cortezas como de ordinario.
Corrió a abrir para seguirlo con la vista, y no encontró más que la reno Madina que volvía a esa hora según la costumbre para que la ordeñasen.
Milcha defraudada en su esperanza de encontrar todavía allí a su esposo, se abracó al cuello del noble animal y empezó a llorar sobre su lomo blando v sedoso.
Como el lecho en que Adamú se hallaba, era tan bajo como una tarima, se dejó caer y arrastrándose como hacen los niños fuertes y ágiles mucho antes de empezar a andar, llegó hasta la puerta de la caverna donde vio a su madre con la reno y empezó a dar palmaditas y alegres gritos que despertaron a Sophía y Evana.
La princesita más débil, más lánguida cada día parecía una flor a la cual se le hace vivir artificialmente para prolongar el momento en que la blanca corola cae seca y sin vida.
— ¡Mucha!. . . qué hermoso sueño he tenido. ¿No me contestas?
Vio que no estaba en la cabaña la esclava, pero sí Adamú que sentadito en la puerta se entretenía en dar vueltas en su cuello el collar de su madre.
Sophía se llenó de asombro porque el collar de amatistas unidas entre sí por eslabones de oro, no permitían sacarlo del cuello sin haberlo roto en pedazos, pues había sido cerrado para no quitarlo jamás según la costumbre del país, cuando una princesa heredera del trono tomaba en la adolescencia una esclava para su servicio íntimo.
El collar de amatistas puesto por una princesa heredera en el cuello de una joven elegida por ella para este honroso puesto, era pues casi un símbolo sagrado, una especie de consagración vitalicia; ceremonia que daba derechos e imponía deberes tanto a la una como a la otra. Derechos y deberes de soberana a la princesa; derechos y deberes de súbdita elegida y fiel.
— ¡Mucha. . . Mucha! —llamó Sophía alarmada.
La esclava oyó su voz y se acercó, secando todavía sus lágrimas.
— ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —le preguntó. ¿Cómo es que Adamú tiene tu collar de amatistas?
Milcha refirió como pudo todo cuanto le había pasado. Y Sophía le describió con lujo de detalles todo cuanto había visto en el lugar encantado en que se encontraban sus esposos detenidos por no sabían qué fuerzas maravillosas.
Ambas se sentían-inundadas de felicidad sin que las circunstancias de su vida hubieran variado absolutamente en nada.

LA VIDA EN LA CAVERNA

Absorbidas Sophía y Milcha por estos extraños acontecimientos habían olvidado a los niños.
La pequeña Evana se divertía sola jugando con la enorme cabeza disecada de la piel de un oso blanco que había en el lecho y Adamú no estaba en la cabaña.
Milcha corrió hacia la puerta de la caverna y se pintó en su rostro el asombro primero, la emoción después, ante aquella escena tan variada como interesante y tiernísima.
Ambas mujeres vieron que la reno puesta de rodillas había permitido al niño robusto y fuerte incorporarse abrazándose a una de sus patas traseras y el chiquitín mamaba tranquilamente, mientras Madina con su largo cuello doblado, le lamía la cabecita cubierta de rizos oscuros como los cabellos de su madre.
—Mi pobre Adamú no muere de hambre si le falta su madre —murmuró Milcha al oído de Sophía para no llamar la atención del niño.
—En cambio Evana, la pobrecita no sabe sino llorar cuando quiere algo. ¿La oyes?
Milcha corrió adentro y salió con la niña en brazos y sentándose con ella en el tronco de un árbol caído junto a la caverna, lustroso ya de servir por tantos años de banco al mago Atlante, la incitó a mirar al pequeño que hacía un extraño ruido a cada sorbo de leche que pasaba por su garganta.
La esclava acercó a Evana hacia la singular ama de cría que la Providencia deparaba tan impensadamente a sus hijos, y Madina como lo hiciera con Adamú lamió las manitas de la criatura mientras ella le tiraba suavemente de las orejas en medio de risas y alegres gritos.
Por fin Adamú terminó su merienda y miró satisfecho a su madre y a Sophía que no acertaban si reír o llorar según la extraña emoción que tal escena les producía.
Milcha bajó al suelo a la niña y corrió a buscar a la caverna el cantarito en que ordeñaba a la reno, la cual empezó a empujar con su cabeza y su cuello a Evana para que mamara a su vez. Visto esto por Sophía, acercó a su hijita al seno del noble animal, mas la niña se esquivaba hasta que llegando Milcha lo exprimió ordeñando dirigió un chorro de leche hacia la rosada boquita de Evana hasta que comprendiendo ella y ya sin miedo, comenzó a mamar lo mismo que Adamú, pero sostenida por su madre, pues era menos fuerte y más pequeña que aquél.
— ¡Milcha! —Dijo Sophía— yo sé que moriré pronto porque una voz interior me lo dice. Mas, ya lo ves, nuestra noble Madina te ayudará a alimentar mi huerfanita.
— ¡No habléis así por favor mi princesa querida!... Tenemos que vivir ambas serenas para que cuando regresen Joheván y Aldis no tengan nada que reprocharnos.
—Es verdad que al aceptar la maternidad hemos formado un solemne pacto con el Altísimo y nos debemos a la vida de estos seres; pero las fuerzas me faltan día por día Milcha, y a pesar de tus cuidados, mi pobre cuerpo se resiste a vivir.
—La leche tibia de Madina os reanimará, ya veréis. Evana había completado su ración y Milcha ordenó a la reno y ofreció el cantarito de leche a Sophía.
Aún estaba ella bebiendo cuando vieron que Madina se irguió apresuradamente y levantando la cabeza hacia donde soplaba e! viento parecía olfatear algo que la inquietaba. Pasado un momento empezó a describir círculos estrechando cada vez más el lugar que ante la puerta de la cabaña ocupaban las dos mujeres y los niños.
— ¿Qué tienes Madina qué nos empujas? —le preguntaba Sophía acariciando el cuello del animal.
— ¿Ya nos echas de tu casa? —añadió Mucha.
Pero la reno nerviosa daba vueltas y vueltas empujándolas, hasta que su apremio era tan grande, que tomó de las ropas a Sophía y suavemente la arrastró a la caverna.
— ¿Quieres que entremos? ¿Nos amenaza algún peligro? —preguntó la esclava siguiendo a su ama con los dos niñitos en brazos.
Miraban curiosas y angustiadas a la reno pues nunca le habían visto realizar nada semejante. Cuando vio a todos dentro se puso a la puerta de la cabaña y empezó a dar unos balidos tan largos y lastimeros que los niños asustados empezaron a llorar.
En vano Mucha acariciaba a la reno y la impelía hacia adentro; ella seguía con sus largos y resonantes aves, hasta que oyeron que el reno mayor contestaba con su balido de trueno lejano. Unos momentos después las dos mujeres oyeron el temblor que producía en el campo la carrera de toda su familia remana, que tan hábilmente había domesticado Gandes, el solitario de las obras buenas sin aplauso y sin recompensa de los hombres.
Las renos madres empujaron sus hijitos más pequeños a la caverna, y ellas quedaron guardando la puerta, puestas en filas compacta con las ancas hacia el exterior, mientras los renos más grandes y fuertes quedaron fuera, como esperando. Unos resoplidos de furia y grandes patadas que abrían hoyos en el suelo indicaban que estaban coléricos. A través de los cuellos levantados de los animales, Mucha vio un grupo de negros búfalos que se acercaban a toda carrera no justamente en dirección a la caverna, sino como si de paso corrieran hacia un determinado lugar.
Si ellas hubieran sido conocedoras del país y de los animales salvajes que lo poblaban, hubieran comprendido que los búfalos corrían buscando refugio porque se acercaba la espantosa tromba de los mamout, elefantes polares que desde la época glacial, habían quedado como restos de la especie, rezagados allí como los ranghíferos. No eran tan grandes como los del Altai y el Pamir (regiones de la India actual) pero eran feroces y fortísimos.
Habrían comprendido asimismo que la reno Madina cuando olfateó los búfalos vio en peligro la caverna, pues las muchas pieles de dichos animales que habían encontrado, no eran más que el resultado de luchas terribles entre los renos y los búfalos, por ganar cada cual el primer refugio que se les presentaba para esquivar el cuerpo a la temida avalancha de los mamout enfurecidos.
Por eso Gandes en su medio siglo de estadía en la caverna había preparado sus domésticos para una defensa ventajosa, pues había tenido la inmensa paciencia de afilar los extremos de' los cuernos de sus renos de tal modo que eran agudos como un punzón !os más fuertes, y en forma de aristas filosas y cortantes los más nuevos y cortos.
Sophía quería que Mucha cerrase la puerta de la caverna, y así iba a hacerlo la esclava, pero Madina no lo permitió y arrojando la puerta al suelo lamió la mano de Mucha como si quisiera tranquilizarla. Entonces las dos mujeres huyeron con los niños al interior de la alcoba y amontonados los cuatro en el lecho de Gaudes pedían a Dios protección y socorro.
Este espanto se habría tornado en serena calma si hubieran vista en que forma los vigías invisibles del Mago Atlante realzaban trabajos de defensa para espantar a los búfalos, en el caso improbable de que los renos no fueran lo bastantes fuertes para resistir.
Temblando y conteniendo hasta la respiración las dos mujeres oían el espantoso tropel, el choque de los cuernos, el golpear de las pezuñas en el suelo o en la piedra, los balidos agudos como gritos humanos de los renos, entre los cuales reconocían los balidos de Madina.
El tiempo que duró esta hecatombe fue breve, pero a ellas les parecieron largas horas.
— ¡Ay si matan a Madina, la madre de nuestros hijos!. . . —clamaban las dos mujeres.
Un momento después se sintió la carrera de unas bestias y acto seguido oyeron como suave rasguño el hocico de Madina en la puerta de la alcoba que empujada suavemente por el animal se abría despacito ante los asombrados ojos de Sophía y Mucha. Esta saltó la primera para abrazar el cuello de Madina y tras ella Sophía. Los chiquitos se habían dormido y ellas salieron a la caverna donde sólo estaban los renos pequeños. Se aventuraron a asomarse a la puerta siguiendo a Madina que parecía guiarles y vieron dos búfalos que heridos en el cuello arrojaban grandes borbotones de sangre y estaban ya muñéndose. Vieron también uno de los renos herido en una pierna pero aún de pie, y otro con una herida encima de las costillas.
Sophía se echó a llorar y Milcha corrió a buscar aceite y vino con lo cual había visto en su país a los pastores curar a los animales. Pero Madina tomó con los dientes uno de los canteritos con agua, la derramó en el suelo y haciendo servir su pezuña delantera de cuchara removía la tierra y formaba lodo en gran cantidad. Luego tomando la mano de Milcha la puso en medio del barro. La esclava comprendió.
—¡Ah!. ¡el lodo es tu medicina! ¿Verdad Madina? —y alzando puñados de barro cubrió las heridas de los dos animales.
Sophía entre el asombro y el susto se había ido acercando hacia los búfalos muertos y los renos heridos.
Y Milcha cuya energía y valor se acrecentaban en los mayores peligros y dificultades, se sentía gigante nuevamente para curar a las dos víctimas de aquella formidable batalla.
—Ahora tenemos que sacar la piel de los búfalos. ¡Oh, será un hermoso tapiz para el piso de la caverna cuando sea llegado el invierno!
Los renos se echaron al suelo y su fatigosa respiración denotaba su inmenso cansancio.
Mucha les acercó cántaros con agua y los animales bebieron ansiosamente.
La tarde ya terminaba y las dos mujeres seguidas de su familia reniana entraron en la caverna donde ya Madina estaba haciendo salir chispas luminosas con los golpes de su pata delantera sobre la piedra aquella que servía de hogar en la caverna de Gaudes. Cuando se disponían a hacer su frugal comida de la tarde a la luz amarillenta del hogar, un espantoso temblor pareció conmover los campos y la montaña en que estaba abierta la gruta protectora.
Las dos mujeres se miraron con profundo terror.
— ¡La cabaña se hunde! —gritaba Mucha mientras ambas corrían a tomar a sus hijitos y se dirigían a la puerta para huir.
Los renos escuchaban inquietos aquel ruido como de una tempestad.
Madina con su experiencia y solicitud maternal lamió las manos a las dos mujeres y se puso ante la puerta para impedirles salir.
Milcha comprendió el lenguaje mudo de la reno que le significaba que el peligre estaba fuera.
—Debe ser un ejército que cruza a la carrera —observó Sophía ya más tranquila.
Milcha entreabrió la puerta de la caverna y a los últimos resplandores del atardecer vieron una masa obscura y rugiente que pasaba por el vecino valle como un torbellino de negros fantasmas enfurecidos.
— ¡La tromba de los elefantes! —exclamó Milcha cerrando precipitadamente la rendija que había abierto.
Madina no se movió de la puerta hasta que aquel trueno formidable resonó como un bramido lejano que va desvaneciéndose en el silencio del anochecer.
— ¡Cuántas cosas se aprenden Milcha cuando no se vive en los palacios! —exclamó Sophía estrechando a su hijita entre sus brazos.
—Pero yo prefiero un palacio para vos mi princesa —contestó la esclava acomodando a los niños sobre una piel junto al fuego para darles su ración de la cena.
—Por hoy, este es nuestro palacio Milcha y bendito sea el Altísimo que lo puso en nuestro camino.

LA VIDA EN EL SANTUARIO

Al salir Joheván y Aldis del hermoso recinto dedicado a las experiencias supra físicas de Bohindra en favor de los enfermos del alma y del cuerpo, pidieron a Zahín que les condujera a sus habitaciones particulares, pues se sentían agotados y necesitaban descansar.
En realidad lo que ellos deseaban era estar solos para deliberar sobre lo que acababa de ocurrirle a cada uno en particular.
Siendo conocidas del lector, tanto la manifestación plástico radiante presenciada por Joheván, como el desdoblamiento consciente de Aldis, excuso referir los detalles y comentarios hechos por ellos y desde luego fáciles de suponer.
Ambos habían llegado al convencimiento de que estaban bajo la acción de energías y fuerzas muy superiores y benéficas, ya que todas las manifestaciones de estas energías y fuerzas, tenían por fin devolver la quietud a las almas y la salud a los cuerpos.
Sólo una circunstancia les aparecía incomprensible a la luz de sus razonamientos.
Si las fuerzas que les envolvían eran buenas y justas ¿por qué las separaban en el plano físico de sus esposas y de sus hijos? ¿Cuál era el fin que se perseguía con tal separación? Y si esas fuerzas les separaban ¿por qué en determinados momentos les unían como en un deslumbramiento del más elevado y sublime amor?
—Mira Joheván —decía Aldis más sereno y reflexivo, como de costumbre que su vehemente compañero— que estos Kobdas son buenas personas no lo podemos poner en duda, porque hasta este momento no hemos recibido de ellos más que amor y solicitud en todas las formas. ¿No es esto una verdad?
—Ciertamente y casi estoy por decirte que empiezo a quererlos y a encontrarme bien entre ellos.
—Pues hombre lo raro sería que no les quisieras dado el amor que nos brindan y el hecho de haber encontrado a tu padre entre ellos. Debes reconocer que eres un hombre afortunado.
—Conque afortunado ¿eh? Mira que es cruel la burla cuando el corazón está sangrando!
—No te irrites Joheván y razonemos. Caídos prisioneros entre una banda de piratas ¿Cuál fue la perspectiva que se nos presentó? Una vida de horrores que al fin terminaría con una espantosa muerte. ¿Es verdad esto? Sí, o no.
—Sí, es verdad, plena verdad.
—Creímos que nuestras esposas tendrían la misma suerte que nosotros con la diferencia de que por ser mujeres, irían a servir de pasto para alimentar la lascivia de esos bestias con forma de hombres. ¿No es así?
—Sí, es así, no puedo negarlo.
—Pues bien, nada de esto ha sucedido. ¿Tenemos derecho a quejarnos?
Es verdad que estamos ausentes de esos seres queridos de nuestro corazón que formaban todo nuestro mundo, pero los acontecimientos maravillosos que venimos presenciando nos prueban hasta la evidencia, que es una separación a medias, a intervalos, toda vez que sin saber cómo ni por qué nos vemos y nos hablamos. Dime si todo esto no es una bien inesperada felicidad?
En estos momentos les llamó la atención el eco lejano como dé himnos solemnes cantados por muchas voces en coro y acompañados de liras y okarias.
Salieron a la terraza de sus habitaciones, que como se sabe daba a un inmenso patio de palmeras. Las voces parecían acercarse por momentos pero no podían comprender las frases de los himnos religiosos que cantaban, pues lo hacían en una lengua diferente de la suya.
Pero había tal unción, tan poderosas vibraciones, tan profundo sentimiento de adoración y de amor en aquellas voces que flotaban en el ambiente como si fueran las almas y no los labios que cantaban que era imposible sustraerse a la honda emoción que causaban.
Por fin vieron asomar por la arcada de un pórtico que daba al patio de' las palmeras al Phara-omme con su largo ropaje color gris azulado en medio de una fila de diez Kobdas, todos ya de edad avanzada entre los cuales se destacaba por su elevada estatura, Bohindra el Kobda-poeta y músico.
Detrás de ellos seguían en filas de diez una multitud de hombres, todos vestidos de igual color, y todos coronados de adormideras blancas, menos el Phara-omme que ceñía como una diadema de siete grandes lotos.
Y al final aparecía una fila de diez jóvenes vestidos a la usanza del país, más o menos como Joheván y Aldis vestían o sea una especie de túnica corta de variados colores, apretada a la cintura por una faja de seda verde o roja o azul.
Dieron todos tres vueltas alrededor del patio y por fin el Phara-omme y sus diez acompañantes se sentaron en los bancos de piedra que en forma circular se hallaban debajo de las palmeras.
Todos los demás Kobdas formaron un triple círculo en derredor -de ellos.
Los diez jóvenes se adelantaron hacia donde estaban los ancianos sentados y se inclinaron haciendo un profundo saludo.
—Sombras vivientes ¿de dónde venís? —les "preguntó el Phara-omme.
—De las tinieblas de la inconsciencia humana —contestaron los diez.
— ¿A qué habéis venido?
--A buscar descanso en la luz.
— ¿Qué habéis dejado detrás de vosotros?
—Fuegos fatuos que se apagan.
— ¿Qué pedís de los Hijos de Numú?
—La Sabiduría, la Paz y, el Amor.
— ¿Sabéis dónde se encuentran?
—En las almas sin egoísmo.
— ¿Sabéis cómo se consiguen?
—Dominando a la materia y cultivando al espíritu.
— ¿Con qué fuerzas contáis para conseguirlo?
—Con la voluntad.
En ese momento se acercó un Kobda con un pebetero lleno de ascuas encendidas que colocó ante el Phara-omme el cual arrojó en ellas resinas perfumadas.
—Que vuestros pensamientos y vuestras obras sean como estas espirales de humo perfumado subiendo al Infinito.
—Que la Sabiduría se derrame sobre vosotros como estas blancas adormideras, símbolo del olvido de los placeres ruines y groseros de la carne.
Todos los Kobdas arrojaron sus coronas sobre los diez jóvenes inclinados casi hasta el suelo. Y se les vio cubiertos por completo por un suave manto de pétalos blancos.
—Que el Amor sea vuestra corona por los siglos de los siglos —dijo el Phara-omme tomando su diadema de blancos lotos y deshojándolos también sobre el manto de adormideras que cubría a los diez jóvenes que se iniciaban en la austera vida espiritual.
Y un torrente de voces varoniles acompañadas de laúdes, se desbordó en un magnífico himno triunfal.
Cuando terminaron las últimas vibraciones del canto; los jóvenes se levantaron haciendo caer en torno suyo aquella inmensa montaña de flores que formaba como un blanco tapiz de nieve.
Los diez Kobdas del Alto Consejo cubrieron con la vestidura gris azulada de los Hijos de Numú, a los diez postunances que fueron recibiendo del Phara-omme el abrazo de bienvenida y el Libro de la Ley.
Ya estaban afiliados a la gran Fraternidad Kobda, para el servicio del Altísimo y el bien de la humanidad.
Interminables abrazos unían los corazones de los Kobdas antiguos con los recién llegados, haciéndoles sentir la infinita dulzura del amor fraterno sin egoísmos y sin interés.
El sol poniente parecía tender un dosel de rosas y de oro sobre el magnífico cuadro tan espléndidamente esbozado por aquella porción de humanidad, que apartada de las mezquindades de la vida grosera de los sentidos, se sumergía plácidamente como en un huerto silencioso con rumor de arroyuelos cristalinos y resplandores de astros lejanos; y donde podía el alma coronarse con la gloria de haberse vencido a sí misma y de haberlo renunciado todo en aras de la Sabiduría y del Amor!
— ¿Qué habrá sido de Nohepastro nuestro rey? —se preguntaban Aldis y Joheván.
Veintiséis lunas habían transcurrido desde que las embarcaciones de Nohepastro salieron de Otlana en busca de tierras y de glorias, y el viejo rey no había recogido más que desengaños, humillaciones y dolores.
Se diría que los genios del mal habían recibido poderes del Altísimo para descargar sobre él la furia de sus tempestades desde que por su ambición desmedida había sacrificado la felicidad de su hija.
Y en su sombrío dolor el rey se preguntaba:
— ¿Qué habrá sido de mi hija y de su esclava favorita? ¿A dónde las habrían conducidos aquellos hombres que habían protegido su fuga?
La desesperación y el dolor llenaron de hiel el alma del rey Atlante y cuando el Jefe Ático le exigió el cumplimiento de su promesa, lo postergó sin dar razón del verdadero motivo, pues le humillaba demasiado decir que su hija había desaparecido. Los mejores de sus navegantes hicieron exploraciones por las costas, y sus más hábiles guerreros recorrieron las montañas y los valles, sin que por ningún lado aparecieran vestigios de las fugitivas.
Su futuro yerno lo apremiaba hasta que convencido de que Nohepastro no pensaba cumplir su promesa, le amenazó con la guerra. El viejo rey. no respondió sino haciendo desembarcar en tren de batalla a todos sus guerreros armados hasta los dientes.
El país de Ática en lejanas épocas anteriores había llegado a una esplendorosa civilización de la cual no quedaban entonces sino los vestigios. Grandes aldeas o villas habíanse levantado modestas y tímidas junto a los sitios donde aún podían verse las ruinas grandiosas de las antiguas metrópolis en que florecieron las ciencias y las artes llevadas allí por la raza gloriosa de los Samoyedos.
Ática no era pues más que una sombra de su pasada grandeza, pero no obstante los pobladores Keftos, Eurianos y Sardos que la habitaban eran también hábiles guerreros y la lucha fue formidable; lucha de incendio y de exterminio en que ambas partes salieron perjudicadas como ocurre siempre en esta clase de contiendas. No obstante de las ventajas obtenidas por el rey Atlante, no quiso permanecer en aquel país donde se vería obligado a vivir en continua lucha para someter a los pobladores y así se hizo a la vela en el pequeño puerto de Mora-Akon (después Maratón) y pasó al país de Turea (después Eubea) habitado por los Turanios que le recibieron con desconfianza a causa del gran número de barcos y de gente que conducía. Sus sabios y sus augures aseguraban que aún no habían llegado al destino que les fuera antes marcado y que era necesario continuar hacia el Noreste donde el Altísimo había ocultado gruesas arterias de oro finísimo en el seno de las montañas. Ambicionaban conquistar las cordilleras de Havilah en el país de Manhp (Armenia), donde leyendas fabulosas decían que había tal enorme cantidad del precioso metal que era posible cubrir con él hasta el pavimento de las calles de magníficas ciudades, que el rey Atlante podría levantar oscureciendo la grandeza de cuantos monarcas recordaban las viejas tradiciones. La amargura de su corazón llenó de hastío y de cansancio su vida, y por distraerse en nuevas aventuras continuó viaje hasta las costas de Tracia, y pasando por Potidea se encontró en las azuladas aguas del Ponto Euxino o Mar Negro, que entonces sólo estaba separado del Mar Hircanio por un estrecho istmo que desaparecía durante las altas mareas.
Apenas había llegado al puerto de Karkena (más tarde Heraclea) a tomar provisiones cuando tuvo lugar la espantosa catástrofe que hundió bajo las aguas al país que fuera su dominio, aquel magnífico país de Otlana al N.E. del Continente Atlante, donde durante treinta siglos habían reinado sus antepasados.
La conmoción fue tan formidable que alcanzó a lo que es hoy la península Escandinava casi deshabitada entonces, y de la cual formaba parte Casiterida, Ibernia y Ascusay (posteriormente Inglaterra, Irlanda y Escocia), que en esa catástrofe se desmembraron de las tierras heladas del Báltico.
Un brusco cambio de temperatura provocó el deshielo de los glaciares del norte y sus aguas inundando las tierras desde el Danuvve hasta los Uralkes, se confundieron con las aguas del Ponto Euxino que se desbordó por la vasta Anatolia y país de Acadia hasta unirse con el mar Hircanio en el norte y Mar Grande en el sur.
Los navegantes de Nohepastro se vieron desorientados entre aquella confusión de mares que habían mezclado sus aguas sin dejar rastro de los sitios en que existieron las numerosas y florecientes poblaciones de las costas.
Sólo quedó fuera de las aguas como una enorme cabeza de gigante, el pico más alto del Monte Ararat donde anclaron sus barcos, cansados ya de una navegación sin rumbo fijo. Cuando las aguas fueron bajando, su flota, destruida en una tercera parte por las contingencias de aquella desventurada expedición, se refugió en el Golfo de Isgaur, para establecerse no ya como soberano conquistador sino como una tribu emigrante del continente desaparecido; y fundó 'la ciudad de A.lhava en la parte norte de las llanuras de Acadia, entre el Ponto v las tierras bañadas por el río Kura donde épocas remotísimas había existido una ramificación de las grandes tribus que formaron la antigua civilización Sumeriana, cuyo mayor esplendor se desarrolló bajando de las montañas de Manhp (después Árame o Armenia) por los valles del Eufrates hasta el Golfo Pérsico.
El rey atlante en su viaje había pues pasado sobre los despojos de las más grandes civilizaciones antiguas de aquel continente.
Y al visitar las magníficas ruinas que la última subida de las aguas había tornado más y más en escombros, el viejo rey llorando decía:
—Otros visitarán como yo las ruinas de mi hermosa Otlana y sus bellas ciudades costaneras, cuando devuelvan su presa las aguas traidoras que la arrebataron de la faz de la tierra.
Tres de sus Jefes le fueron tan fieles y adictos en el dolor como acaso no lo hubieran sido sus propios hijos: Senis, Kanabe y Yapeth por lo cual Nohepastro les otorgó los derechos de legítimos herederos.
La tradición los recuerda como hijos del ambicioso marino del palacio flotante que según la leyenda mandara un cuervo y una paloma como exploradores sobre las aguas audaces y traidoras.
Los descendientes de los súbditos que fueron del rey atlante se confundieron con los Acadios y los Sumerianos, que amistosamente les concedieron tierras a condición de ser pacíficos y perseverantes agricultores.
¿Quién diría al viejo Nohepastro que medio siglo después un biznieto suyo, un hijo de una hija de Sophía pasaría enseñando el desprendimiento y el amor, por esos mismos sitios a donde a él le llevó su egoísmo y su ambición? ¡Quién le diría al desterrado rey atlante que ese descendiente directo suyo, oiría hablar a los ancianos agricultores de un rey venido de lejanos continentes en un palacio flotante sobre las aguas, y que había muerto de tristeza, perdidos sus dominios y hasta la única hija que tenía, por la audacia de los mares traidores y voraces... !
Y que ese peregrino, misionero del amor entre los hombres, ignoraría que aquel rey personaje de leyenda, le había dado su sangre y era el padre de la madre de su madre.
¡Extrañas coincidencias y puntos de contacto entre los destinos de los seres y de las sociedades humanas!
Todo esto que acabo de relatar lo refería a Joheván y Aldis en el patio de las palmeras pocos días después de la ceremonia de consagración realizada en él, un Kobda que acababa de llegar a Neghadá del otro lado del Mar Grande después de haber recogido otras víctimas de las bandas de piratas, algunos de los cuales habrían apresado una de las embarcaciones perdidas del, rey Atlante.

GAUDES

A la mañana siguiente del día aquel en que renos y búfalos libraron la batalla campal que conocemos, Mucha se levantó a la madrugada pensando en la ruda labor que debía cumplir; dos búfalos muertos ya esperaban manos fuertes y ágiles que sacasen la grasa y la piel.
Ella sabía que en su país, con las grasa de los búfalos se preparaban hermosos velones altos como un hombre que colocados en un grueso pedestal de madera o de piedra, daban luz durante treinta o cuarenta noches. ¡Y su amada 'princesita deseaba tanto una luz para sus largas noches solitarias en la caverna!
Procurando no hacer ruido salió y detrás de ella los renos, Madina se le acercó a lamerle las manos.
—En seguida te ordeño —le dijo Milcha creyendo que tal era la indicación que quería hacerle, pero la reno la tomó con la boca de las ropas y la atraía hacia la caverna. Milcha la siguió hasta uno de los montones de paja donde dormían las bestias, y su sorpresa fue grande al ver a una de las hijas mayores de Madina que había dado a luz, y lamía cariñosamente a su renito recién nacido.
— ¡Ah!... ¿querías explicarme que eras abuela? Te felicito Madina! ¡Qué nietecito más hermoso tienes! —decía Milcha entusiasmada acariciando el hermoso animalito.
Como vio que Sophía y los niños estaban profundamente dormidos guardó la novedad para cuando se despertasen y salió de la caverna armada de un cuchillo para empezar su tarea.
El espanto se apoderó de ella cuando vio que dos hombres, un anciano y otro joven estaban tranquilamente quitando la piel de uno de los búfalos.
Iba a gritar, pero se contuvo. Algo interior le dijo que no debía temer. Vio que los renos olfateaban a los hombres, y tranquilamente se ponían a comer. Salió Madina y al ver al hombre anciano comenzó a dar saltos de alegría y le lamía las manos y se apretaba contra él como si quisiera abrazarlo.
Mucha se echó a temblar y pensó que esos hombres serían los dueños de aquella caverna y que ellas tendrían que huir de allí. No sabía si esconderse o hacerse presente a aquellos hombres que parecían no haber reparado en ella. Hablaban entre ambos, y a veces con la reno que parecía comprenderles y que no se les separaba ni un momento.
Cuando las dos pieles estuvieron sacadas, las extendieron con el pelo sobre el musgo, y enclavadas en la tierra por medio de punzones de madera a fin de que la tensión las secase más pronto.
Después el anciano dirigiéndose a Milcha y con gran naturalidad como si de tiempo atrás la conociera le preguntó:
— ¿Queréis traer una cesta para colocar la grasa?
Milcha sin salir de su asombro buscó una de las grandes cestas de junco que habían hallado en la caverna y se la presentó.
— ¿Os agrada la carne de búfalo? —volvió a preguntarle el anciano.
—Nunca la he comido, pero a los cazadores de mi país les oí decir que era buena.
—La vamos a preparar como se usa en esta tierra y ya veréis que sabrosa es.
Entre los dos cortaron hojas de palmeras y las tendieron en el suelo, después hicieron delgadas láminas de carne que iban colocando encima de las hojas.
—Dadme sal —le dijo nuevamente. Y Milcha se la trajo. —Así salada, dejadla que tome el sol todos los días preservándola del rocío y de la lluvia, y tendréis buena carne durante todo el invierno.
El asombro de Milcha iba en aumento pues no comprendía lo que estaba viendo. ¿Quiénes eran estos hombres y por qué hacían esto con ellas? —se preguntaba.
— ¿Sabéis preparar la grasa para los velones? —le preguntó de nuevo.
—Sí, pero no tenemos marmita.
— ¿Cómo que no la tenéis? ¿Es posible una casa sin marmita? —y el anciano se acercó y removió un poco el tronco de árbol que tantos años había servido de banco y de tapadera a un hueco natural de la peña junto a la puerta de la caverna.
Milcha miró con asombro casi con espanto y vio que aquello era como una bodega llena de cestas de junco, de bolsas de cuero, de cántaros de calabazas de diferentes tamaños, de utensilios de labranza y dos marmitas de cobre que brillaban al recibir los rayos del sol.
— ¡Yo ignoraba todo esto! —exclamó Milcha azorada.
— ¿Y cuál es el ama de casa que ignora lo que guarda su bodega? —le dijo bondadosamente el anciano, mientras el más joven, puesto de rodillas, entraba medio cuerpo al hueco y sacaba las marmitas y una piedra gris y lustrosa que tenía una cavidad de regular hondura en que "había puesto un mazo de la misma piedra.
—Aquí se pisa el trigo y el maíz para hacer el pan. ¿Sabéis hacerlo?
— ¡Ah sí! —exclamó alegremente Milcha porque pensó en que ya tocaba a su fin la harina que había encontrado en la caverna.
—En estas cestas debéis recoger las frutas del huerto que ya están a punto para secar. Los renos saben hacer bien la cosecha de las legumbres y los cereales —continuó con la mayor tranquilidad el viejo, mientras el más joven armaba el molde de cobre en que se hacían los velones.
—Pero ese huerto ¿dónde está? —preguntó la esclava a aquel hombre que le parecía maravilloso.
—Cuando llegáis a la fuente ¿no habéis visto ese bosquecito de bambú que hay detrás de ella?
—Sí, he visto ese cañaveral.
—Pues esas cañas son el muro que esconde a todas las miradas el huerto que pertenece a vuestra casa.
Milcha no sabía qué contestar.
Se oyeron alegres voces de Adamú. El anciano le dijo:
—Vuestro niño os llama. Atendedlo.
Milcha entró para comunicar a Sophía las grandes novedades, y cuando salía de nuevo para que aquellos hombres entraran a ver a su ama, no encontró a nadie más que a los renos que pastando iban alejándose poco a poco de la caverna. Vio a Madina que parada en el sitio que estuvo últimamente el anciano, olfateaba buscándole, con los ojos inquietos hacia todos lados. Miró Milcha hacia el interior del hueco-bodega creyendo encontrarlos allí. No había persona alguna en todos aquellos alrededores.
El asombro la dejó paralizada, más luego recordó la visita que le había hecho Aldis y como cuando se marchó, salió a .buscarle y no le vio por ninguna parte.
— ¡Verdaderamente es esta una tierra encantada, como aquellas de los cuentos que me contaba mi abuela en las noches de invierno!— murmuró la esclava entrando nuevamente en la caverna, para desahogar con su ama las grandes impresiones de aquel inolvidable amanecer.
—¡Madina es abuela!. . . las pieles de búfalo están tendidas al sol, la grasa en la cesta, las marmitas de cobre y el molde listo para los velones, la piedra de moler el trigo, el huerto con las frutas maduras!.. .
Todo este torbellino de noticias cayeron en los oídos de Sophía que estaba incorporándose en su lecho de pieles.
— ¿Qué dices mujer?
Y Milcha repetía las noticias sin lograr hacerse creer.
— ¿Dices que los hombres han desaparecido como Aldis?
— ¡Claro que sí!
—Un viejo pastor de mi padre solía decir que un alma errante que guardaba aquellas tierras le había anunciado la llegada de un ser extraordinario enviado del Altísimo, y cuyo acercamiento a la tierra sería anunciado por extraños y prodigiosos acontecimientos, jamás soñados por los hombres.
¿Será que es llegado ese tiempo y hemos sido traídas a estas tierras por bondad de Dios para ser testigos de los grandes acontecimientos que conmoverán la tierra?
—Así lo creo desde que estamos viviendo una vida casi maravillosa.
Ya Sophía estaba vestida y salía de la alcoba cuando nuevos gritos de Adamú atrajeron su atención.
Ambas mujeres vieron al niño que se había arrastrado hasta el montón de paja en que estaba el renito recién nacido al cual trataba de retirar de la madre. Cuando lo consiguió mediante un gran esfuerzo, se colocó en aquel sitio y Mucha adivinó que quería mamar de la reno, la cual a una palmadita cariñosa de la esclava se incorporó en su lecho de paja para que el pequeño Adamú pudiera tomar su desayuno con toda comodidad.
El lector habrá comprendido la éxteriorización de fuerzas astrales poderosas que había realizado Gaudes para auxiliar a los cuatro abandonados de los hombres, pero ampliamente protegidos de Dios.
Estaban allí los que serían progenitores de su Verbo Encarnado, los que debían darle su carne y su sangre. ¿Quién pues debía cuidar de sus vidas humanas sino el Alma Eterna, el Pensamiento Divino, la Inteligencia Suprema, el Amor Increado, causa, origen y fin de todo cuanto es y será en el vasto Universo?
El extraordinario cultivo que de sus facultades espirituales había hecho Gaudes, lo ponía en condiciones de utilizar las potentes energías y fuerzas plasmáticas del éter que envuelve el plano físico. Y le servía de eficiente colaborador el doble etéreo de los búfalos consistente y fortísimo en sus materias constitutivas, que a su llegada a la caverna estaban empezando a desprenderse de sus cadáveres.
En el inmenso laboratorio de la Naturaleza visible y del mundo invisible son infinitas en variedad y formas los elementos, las energías, las fuerzas y las corrientes eficaces para producir grandiosos acontecimientos en beneficio de la humanidad.
Lo que falta es el cultivo de las grandes facultades mentales inherentes al hombre para poder producirlos, mediante la exteriorización de esas energías y de esas fuerzas tan generosamente brindadas por el Creador a todas sus criaturas. Gaudes, el hombre de las obras ocultas y silenciosas, juzgaba mayor bien consolar a los débiles y desamparados por los hombres, que transformar las piedras en oro, o hacer llover diamantes sobre las multitudes ambiciosas de las grandes ciudades sibaritas v envilecidas.

LEYENDO EL PASADO

Una noche Joheván y Aldis cambiaban impresiones en aquella misma terraza desde la cual vieron la consagración de los diez postunances al servicio de Numú.
Llegaban ya a su término los diez días que debían transcurrir hasta ser de nuevo llamados a la Mansión de la Sombra.
Entre Zhaín que les enseñaba durante el día y Bohindra algunas noches, ambos jóvenes habían aumentado el caudal de sus conocimientos suprafísicos de un modo notable.
En veinte años de vida entre la masa vulgar de los hombres, no habían aprendido lo que en aquel recinto, entre los obreros del pensamiento, buscadores del tesoro incorruptible de la Sabiduría y del Amor.
Habían visitado el Archivo de las Edades con sus miles y miles de rollos de papiro, escritos en todas las lenguas y en todas las formas, de expresión humana, donde los Kobdas de mayores desarrollos y percepciones mentales y espirituales, escribieron las leyendas que en lo infinito del espacio y del tiempo, habían ido ocurriendo, desde que el planeta fue habitado por seres humanos.
La tradición que estuvo en boga en la época neolítica, del huevo caído sobre el mar desde una estrella luminosa, y roto al chocar con las aguas, y de que entre el cascarón flotando sobre las olas, aparecieron el primer hombre y la primera mujer, para servir de simientes de una nueva humanidad, no era ya para ellos más que una figura simbólica pues los rollos de papiro del Archivo de las Edades, les habían dicho con datos y con pruebas, que el origen de la humanidad sobre la tierra, era mucho más antiguo, y era el fruto de una larga evolución a través de todas las formas de vida, que pueden observarse en la magnífica y fecunda naturaleza.
Habían comprobado que 30.000 años atrás, gran parte de los continentes asiático y europeo, eran una inmensa sábana de aguas congeladas en las llanuras y en los valles, y que sólo una vasta cordillera de montañas, desde los Pirineos hasta el Himalaya, fue habitada por los hombres del hielo, en inmensas cavernas labradas por ellos, en lo más alto y escarpado de las mesetas rocosas.
Allí estaban los trozos de piedras grabadas con figuras y símbolos, tomados de las mismas manifestaciones de la naturaleza, cuando el hombre era todavía incapaz de crearse un lenguaje adecuado para hacerse comprender de la posteridad.
Habían visto un grabado en piedra rojiza que encerraba toda la historia de un caudillo de la época neolítica:
Una mujer tendida sobre hojas de hierba, sacando ella misma del lóbulo materno su párvulo recién nacido y unas frutas desconocidas entonces. Esto quería decir que aquel caudillo nació cuando esa fruta estaba en sazón.
La historia continuaba:
Un hombre gigante arrastrando con cordeles a una abigarrada multitud de hombrecitos como hormigas. Esto significaba que aquel hombre había dominado muchos pueblos. Y después, el gigante siempre erguido pero con su cabeza, cortada, sostenida por su propia diestra sobre la multitud tendida en tierra, en señal de duelo. Esto indicaba la muerte del caudillo, adorado como un Dios por sus pueblos fanatizados.
Los siglos mudos que pasaron, hablaban pues en la lengua de piedra de sus grabados arcaicos adquiridos por los hijos de Numú en sus correrías de investigación o comprados a los piratas que tenían sus agentes a lo largo de aquella vasta cordillera, de cuyas inmensas -cavernas podía desenterrarse toda la historia de la humanidad.
Y con las manifestaciones plasmáticas y los relatos dictados por las almas errantes, los Kobdas durante siglos habían reconstruido, paso a paso, toda la historia de la humanidad desde mucho antes del largo período paleolítico, cuando las grandes Inteligencias tutelares de la Tierra realizaban ensayos de evolución ascendente, para formar el tipo de esta humanidad, lo cual dio lugar a la aparición del hombre-pez (las sirenas), del hombre-león (los centauros), del hombre-ave (los buhones). Y los siglos entregaban, forzados y a girones, sus tremendos secretos guardados en el corazón de las montañas, pensando sin duda, que los glaciares eran eternos y que jamás los entregarían al hombre del futuro.
Pero los Kobdas eran los exploradores del pasado y del porvenir; y de aquel rincón apartado y silencioso se bifurcaba nuevamente el camino de la humanidad que había pasado y de la humanidad que llegaba con nuevas orientaciones y con nuevos ideales.
Y Joheván y Aldis supieron que en las montañas Pirenaicas y Alpinas, hubo antiquísimas civilizaciones de hombres-gigantes, artífices del cobre y de la piedra, en los cuales dejaron los rastros indestructibles de su paso por la tierra.
Y supieron también que cada civilización, cada colectividad, cada raza, cada dinastía, cada individuo, viene a la vida terrestre con un programa a cumplir, y que de su buen o mal cumplimiento, dependerá luego la evolución, el progreso, el triunfo, la grandeza colectiva e individual. Supieron además que la falta de ese cumplimiento acarrea la ruina, la degeneración, el exterminio, el aniquilamiento, la desaparición de civilizaciones, dinastías, razas y doctrinas sustentadas por ellas.
Y a través de los inmensos secretos arrancados a los siglos por los hijos de Numú, misioneros de la Sabiduría y del Amor, Joheván y Aldis se vieron como dos avecillas de una inmensa bandada, que había bajado a la tierra para abrir todos juntos, un nuevo camino de progreso y de paz a la humanidad.
Desde la cumbre del inegoísmo personal a que habían sido llevados por inesperados acontecimientos, vieron demasiado pequeños sus deseos y sus dolores de hombres. Demasiado injusto en querer precipitarse a reconquistar el mendrugo de dicha momentánea y efímera que habían perdido.
Vieron a sus esposas y a sus hijos como avecillas también, que junto con ellos habían emprendido un vuelo hacia esta tierra para traer en el pico, acaso nada más que un grano de trigo que, sembrado en el lugar y medio ambiente apropiado, fuera en el futuro un hermoso plantel de trigales dorados.
Tales eran las conversaciones que sostenían Joheván y Aldis a la luz de las estrellas, sobre la terraza del patio de las palmeras, comentando los nuevos conocimientos que abrían también nuevos horizontes a sus esperanzas y a sus anhelos.
—La luna se ha ocultado ya, y es hora de que me sigáis a la Mansión de la Sombra —dijo la voz de Zahín desde el descanso de la escalera, por la cual debían subir.
—Vamos— dijeron ambos jóvenes levantándose para seguirle.
Entonces pudieron darse cuenta más claramente, de que aquel enorme edificio tenía forma cuadrangular en su planta baja y circular en el piso alto, con terrazas salientes y escalonadas en las distintas partes del edificio, que aparecía desde fuera como una torre, demasiado baja en relación a las vastas dimensiones de su base, que sería, puesta en nuestras medidas, de unos cuarenta mil metros cuadrados. Era esta inmensa mole de piedra, pues, como una ciudadela amurallada, que estaba completamente rodeada de bosques de plátanos, de acacias, de palmeras, de fresnos y de ciruelos. La hiedra cubría casi por completo la parte de sus gruesos murallones. Cuando terminaba el bosque, se veía un ancho canal de agua del Nilo que rodeaba toda la plantación y hacia la cual no podía llegarse sino por el mar, o por un puente que tendía su inmenso lomo de piedra hacia la pradera, como un enorme monstruo marino que se hubiese atravesado en el anchuroso y profundo canal. Este puente estaba cerrado al exterior por el mismo cerco de piedra que se alzaba a la orilla exterior del canal. Como se ve, era un refugio seguro para los perseguidos por los odios de los hombres. En la planta baja se hallaban las habitaciones destinadas a huéspedes relacionados con los trabajos mismos que los Kobdas realizaban; a los animales que tenían para el servicio de la casa, y a depósito de provisiones para la manutención.
En el primer piso, estaban las habitaciones o bóvedas de los postunances y Kobdas, por orden de antigüedad, y el Jardín del Reposo.
En el segundo, el gran Archivo de las Edades, la Sala de los Consejos o deliberaciones, y al centro, la Mansión de la Sombra, de forma circular y rodeada de columnatas para facilitar el acceso desde cualquier dependencia y sobresaliendo más alto aún, el pequeño gabinete de observación de los astros.
Cuando nuestros jóvenes llegaron al recinto sagrado, aun estaba iluminado a medias con sus inmensos velones de cera aromatizada, que al quemarse despedía un suavísimo perfume adormecedor de todas las inquietudes de la mente.
Los muros de la inmensa rotonda no se veían, pues estaban tapizados de arriba a bajo, con una tela violácea, que caía por encima de los bancos que, en forma de inmensos círculos escalonados rodeaban el recinto en todas direcciones, menos en un espacio que estaba ocupado por una enorme pilastra de piedra blanca, llena de agua hasta los bordes, y- detrás de la cual se levantaba hasta la techumbre una hermosa pintura mural que representaba a Numú, el Hombre-Dios de los antiguos Kobdas; un hombre en edad viril, hermosísimo, vestido de color gris azulado y que aparecía sobre una pradera, con un corderillo entre los brazos.
La pilastra estaba sostenida por tres Kobdas de piedra, sentados a la oriental sobre el pavimento. Igualmente los pedestales en que estaban embutidos los velones, eran Kobdas de piedra esculpidos en el muro, que sostenían con sus manos los grandes cirios de cera, que se consumían lentamente para dar luz al vasto recinto.
Aquellas estatuas eran la imagen de los primeros Kobdas Fundadores de aquella Institución, que ostentaban coronas de lotos, símbolo de la vida superior de elevada espiritualidad, que habían realizado. Según su credo y su tradición, Numú habla venido en una edad lejana desde una estrella más lejana aún, a la cual llamaban Ciriah y había traído aquellos diez Kobdas, para base y fundamento de la vasta, obra espiritual diseñada por los grandes Guías de la Evolución.
Pero la construcción aquella, era relativamente moderna para ellos, pues sólo contaba diez centurias. Antes habían vivido en las cavernas de las grandes montañas.
Delante de la pilastra, en semicírculo doble, había dos estrados cíe piedra blanca tallada, con respaldos que podían contener doscientos hombres sentados y estaban destinados a los Kobdas de facultades psíquicas mayormente desarrolladas. Allí pasaban también las horas de turno en la concentración acumuladora de energías y fuerzas astrales, los cuarenta Kobdas que, sin interrupción, estaban en el sagrado recinto.
En el centro estaba el estrado de piedra del Phara-omme. Tal era la Mansión de la Sombra, llamada así porque siempre estaba sumida en penumbra, pues los grandes cortinados que la cubrían interceptaban la luz que, durante el día, entraba por la única puerta y por las ojivas abiertas en lo alto de la techumbre abovedada.
Zhahín les había llevado antes de la hora en que comenzaría el trabajo espiritual, para que tuvieran oportunidad de conocer el recinto sagrado de la Casa de Numú, donde si fuertes eran las murallas que lo cerraban a la vista de los profanos, más lo eran todavía las densas bóvedas astrales, sobrepuestas y compactas como filigranas de piedras preciosas que impedían la entrada, hasta del más leve pensamiento en desacuerdo con la pureza divina del Altísimo.
Encima de la puerta de entrada un grabado en siete lenguas decía: "Si" estás agitado por resabios de odio o de bajos deseos, no penetres en este recinto, porque traes la muerte!" Y era tradición que se habían quedado muertos repentinamente, algunos grandes sensitivos, por la entrada imprevista de audaces, ignorantes o descreídos, que sin la altura de miras necesaria, se habían refugiado allí para libertarse de una muerte espantosa, merecida por delitos propios, o a la espera de acontecimientos materiales que modificaran la situación. Por eso, nadie entraba allí sino después de los cuarenta días llamados de Purificación, y en los cuales el sujeto hubiese dado pruebas de sus intenciones rectas.
Joheván y Aldis fueron colocados entre los sitios destinados a los postunances, y en silencio y quietud esperaron.
Los cuarenta Kobdas del turno estaban en el estrado delantero y parecían de piedra como las estatuas que sostenían la pilastra y los velones. El resto de la vasta Morada estaba desierto. Una clarinada suave y profunda repetida tres veces era la señal de la llegada al recinto de los demás Kobdas.
El Phara-omme llegó el primero, y tras él los diez Kobdas de más edad, que le acompañaban aquel día de la consagración y que fueron a sentarse en el círculo que quedaba inmediatamente detrás de él.
Y empezaron a entrar en filas de diez en diez Kobdas, por aquella arcada ancha y baja que era la única entrada al vasto recinto.
Los últimos diez llevaban pebeteros que exhalaban el humo perfumado de igual esencia que la que emanaba al consumirse la cera de los velones, y los depositaban encima de los bordes de la pilastra con agua.
Después, cerraban la puerta, y siete quedaban de pie junto a los velones.
El Phara-omme se dirigía hacia la pilastra, tocaba el agua con sus manos, y decía:
—Clara como esta agua que refleja la imagen de Numú, sea nuestra mente.
Como este humo perfumado, suba hasta Numú nuestro pensamiento,
Como la luz de estos cirios, sean apagados cerca de Numú nuestros humanos deseos.
I/os siete Kobdas, de pie junto a los velones, apagaban su luz amarillenta y todo quedaba a oscuras. En seguida invadía una sensación de complete soledad, a causa del profundo silencio, hasta que empezaba a oírse suavísima, extraterrestre, casi divina, una lira cuya melodía semejaba una plegaria sollozante primero, serena después, y por último arrobadora y extática cómo si el alma de la lira fuera también un alma humaría en contacto con la Divinidad.
En esta noche serán Joheván y Aldis los favorecidos por los tesoros de Numú, atraídos con e! esfuerzo mental de todos aquellos Kobdas, consagrados a la Sabiduría y al Amor.
Zhaín les condujo hasta el estrado del Phara-omme, que tenía una especie de tarima donde lea meo sentar, en forma que les servían de respaldo los soportes del estrado.
La divina lira terminó su plegaria da armonías y el Phara-omme colocando sus manos sobre las cabezas de ambos jóvenes, dijo en alta voz:
¡Que Numú haga la luz en vuestro camino!
A los pocos mementos, una luz azulada suavísima empezaba como a diseñar resplandores, aligerando la penumbra en él sitio en que estaba la pilastra del agua, los pebeteros y la hermosa decoración mural con la imagen de Numú, caminando por una verde pradera florecida, abrazado con el cordero, símbolo de la humanidad.
Pero no se veía ya ni la pilastra, ni la decoración ni los pebeteros. Era la luz azulada y mortecina que tendía celajes opacos al principio y vividos y fulgentes después, hasta .que claras imagines empezaron á diseñarse vivas y transparentes. Y los que no habían caído en hipnosis, contemplaron la esplendente visión plasmada por las fuerzas astrales.
En un valle iluminado por un sol naciente, se encontraron do pronto seis seres humanos, jóvenes, hermosos y felices. Eran amigos y se amaban desde hacía mucho tiempo. Una misteriosa cita les unía de nuevo, en ese instante en que iban a despedirse, para bajar a la tierra en cumplimiento de la parte que les correspondía en la gran misión redentora de la humanidad terrestre. Joheván y Aldis se reconocieron a sí mismo en dos de aquellos seres, y en los otros cuatro vieron con nítida claridad a Sophía, Milcha, Adamú y Evana, todos en estado espiritual y en los planos astrales.
Después, y ya en el plano físico, vieron en forma que no había lugar a dudas, reflejado claramente el hogar donde cada uno nació, después el desposorio secreto de Aldis y Milcha, las nupcias de Joheván y Sophía en la isla aquella después de la fuga, el nacimiento de los dos pequeños como un beso del Altísimo sobre las almas que se amaban, ¡Otra vez estaban unidos aquellos seis seres, como en día aquel de la cita misteriosa en el valle astral; iluminado por un sol naciente!
¡Joheván y Aldis lloraban lágrimas mudas y sin sollozos, dominados por una emoción profunda, indescriptible!
Entonces se oyó la voz suave y serena del Fhara-omme que decía: — ¡Aquí termina el dominio del pasado y comienzan a plasmarse los propósitos que hicisteis y que si sois fieles a ellos, realizareis en lo que os resta de vida terrestre!
La luz que diseñaba resplandores se apagó, quedando la vasta sala de nuevo sumergida en tinieblas. Otra vez la lira desenvolvió la guedeja armoniosa de su plegaria, corrió un canto de amor heroico y sublime hasta la inmolación. Cuando calló la lira, la luz azulada empezó de nuevo a diseñar bocetos, imágenes, lugares, escenas llenas de vida emotiva, con dolores y con alegrías, con virtudes heroicas y con lamentables errores, como es la vida humana en la tierra.
Se vio a Milcha y a Sophía con los niños en la caverna, protegidos invisiblemente por Gandes y su legión de espíritus afines, y en lo material por Madina y toda la familia remana, domesticada y criada por él.
Vieron libertarse de su materia el espíritu de Sophía, luego el de Milcha y que los niños ya adolescentes se unían, para formar una nueva familia. Más tarde, el advenimiento de Kaíno y de Abel, junto a ellos; la carrera de apóstol del uno y el camino de ambición y de egoísmo del otro, Vieron la inmensa luz que se hacía en torno del apóstol, luz que se derramaba como un río caudaloso por toda la humanidad, arrastrando inmensas muchedumbres a purificarse en esa corriente de aguas que emanaban claridad, paz, dicha y amor!
Se vio luego la bóveda de Joheván y el dormido en su lecho, se vio la rotonda do Bohindra y él dormido sobre un banco con su lira sobre las rodillas. De pronto un estremecimiento suave sacudió el cuerpo envejecido del Kobdá-poeta y su espíritu libre ya de su pesada vestidura de carne, salió de la rotonda y entró en la bóveda de su hijo, cuyo doble etéreo se levantó del sitio mismo en que yacía su cuerpo, y, feliz como en un arrobamiento de éxtasis, se abrazó con el cuerpo astral de Bohindra, diciendo:
—Gracias al Altísimo que me llegó sin tropiezos la hora de mi libertad.
—Bendito sea Dios que me permite continuar mi tarea en tu materia joven, vigorosa y fuerte— le contestó el anciano.
Aliados eternamente para las causas del bien y de la justicia, el uno desde el mando espiritual, el otro en el plano físico, continuarían sin interrupción aquella jornada a la que aún faltaba mucho camino por hacer.
Y la luz astral continuaba diseñando con sus pinceles de Maga. . . y se vio que, después de una tierna despedida, el espíritu de Bohindra caía en suave turbación o letargo, y con el auxilio del doble etéreo de Joheván y de otros seres animados de corrientes simpáticas, realizaron el delicado trabajo de la posesión permanente del cuerpo abandonado del joven, por el espíritu de Bohindra.
Cuando Joheván vio que el cuerpo mental del que fue su padre estaba ya en pleno contacto con aquel cerebro que él había animado, cortó el lazo fluido que aun le unía con su materia, y se alejó hacia el valle aquel de la cita misteriosa, iluminado con los resplandores de un sol naciente!
Allí le esperaban Sophía y Mucha.
Se miraron, se reconocieron y se les vio confundidos en un estrecho abrazo.
— ¿Y yo, y yo? —gritó Aldis, sin poderse contener en ese instante, viendo que su imagen faltaba en aquel divino cuadro de amor y de felicidad.
Este clamor súbito de Aldis, que el Phara-omme no tuvo tiempo de evitar, cortó la visión y la sala quedó nuevamente a obscuras.
Los doscientos Kobdas de los estrados delanteros y Aldis fueron sacados en camillas por los demás Kobdas, pues habían sufrido una fuerte conmoción en su sistema nervioso, debido al grito inesperado del inexperto joven y era necesario un reposo absoluto para que volvieran a su estado normal.
Fueron conducidos a la rotonda o Jardín del Reposo de Bohindra, que era a la vez la enfermería de la Casa de Numú, y recostados en los grandes bancos de piedra, cubiertos de pieles, quedaron sólo los enfermos con el Phara-omme, Bohindra y seis Kobdas más, cuyas facultades magnéticas y mentales les hacían aptos para estos casos.
Unidos los seis por las manos, pero con los rostros vueltos hacia afuera, se quedaron quietos como estatuas de piedra, de pie, erguidos, tan cerca como les fue posible de aquellos a quienes querían aliviar.
Bohindra tomó su lira y empezó a ejecutar una melodía suavísima, apenas perceptible. El Phara-omme paseaba su mirada investigadora por cada uno de aquellos hombres semi-muertos que, tendidos entre mantas de pieles, no daban señal ninguna de vida, mientras los seis que formaban cadena habían desaparecido entre una hoguera de rayos luminosos, que partiendo de sus cuerpos, se extendían como flechas hacia el cerebro y el plexo solar de cada uno de los enfermos.
Como el menos afectado era Aldis, fue el primero en dar señales de vida. Después de unos instantes abrió los ojos y se incorporó. El Phara-omme se le acercó. Iba a hablar para pedir disculpas por el inmenso mal que había causado, pero el Phara-omme le puso un dedo en la boca para que callase y, acariciándole la cabeza, trataba de devolverle la confianza y la tranquilidad.
Mientras tanto, los rayos luminosos iban invadiendo todo el recinto, y las plantas empezaban a emitir también corrientes como ondas de luz sonrosada y tibia. El agua de la fuente se encrespaba en pequeñas burbujas y ondulaciones, como si absorbiera y tragara sedienta aquellos rayos de luz y aquellas ondas, que ya formaban como un gran incendio sin ruido y sin llamarada, porque semejaba como una inmensa nube luminosa y cálida que lo envolvía todo, absolutamente todo.
La melodía de la lira se esfumó como en un suspiro, y un silencio profundo reinó en aquel recinto. La nube luminosa se fue diluyendo, esfumándose hasta desaparecer por completo, y pudo verse al Phara-omme y Bohindra que hacían sentar a los seis de la cadena al borde de la fuente y que ellos, alzando agua en el hueco de sus propias manos, bebían de ella gran cantidad. Luego hacían beber de esa misma agua a los enfermos que ya se habían incorporado.
Poco a poco todos fueron reanimándose, y sólo dos de ellos no volvieron más a la vida física.
—Los he asesinado yo!— decía Aldis desesperado, cuando se comprobó que estaban muertos.
—No os desesperéis, hijo mío —le dijo el Phara-omme—, porque ellos dos tenían ya su misión terrestre terminada. Habían llegado al máximo de desarrollo de sus facultades psíquicas; dentro de esta atmósfera terrestre no se podía ir ya más adelante y Numú les había anunciado, que debían desencarnar dentro de poco, para preparar los caminos del Verbo Eterno que llega. De tal modo esos dos espíritus habían dominado la materia, que el cuerpo físico no era ya para ellos más que una sombra. Se van después de haber terminado una vasta labor. El uno tenía 62 años y el otro 68. Han llegado aquí casi adolescentes, o sea ambos con menos de 16 años. Su partida al mundo de la luz, era esperada entre nosotros de un momento a otro, pues el grado de su lucidez y sensibilidad era tal, que sentían a largas distancias el dolor humano, sobre todo si ese dolor o angustia lo sufrían seres pertenecientes a la Alianza de Numú.
Cuando vosotros fuisteis capturados por los piratas, ellos dos sintieron vuestro clamor, y ordenamos entonces concentración de fuerzas mentales, para que fuerais traídos a Neghadá y poderos salvar de sus garras. Nuestro Kobda Zhaín os esperó en la costa, ya lo recordaréis, y os compró por orden nuestra al pirata que os había apresado.
Aldis no salía aún de su estupor, y no podía olvidar que su grito inoportuno, había causado la muerte a aquellos dos Kobdas, que yacían rígidos, sobre los bancos de piedra del recinto.
Los demás iban incorporándose y todos, uno a uno fueron dejando un beso reverente y silencioso en las frentes, tibias, aún, de los Kobdas libres, como llamaban ellos a los muertos. Después se alejaron sin hablar palabra. El Phara-omme se alejó también, y Bohindra condujo a Aldis a su bóveda particular, donde encontraron a Joheván como bajo la impresión de un gran susto.
—Murieron dos— dijo apenas les vio entrar.
—Morir es palabra que no se dice jamás en la Casa de Numú—le dijo casi con severidad Bohindra. —Dos hombres se han libertado querrás decir, hijo mío.
—Pero ¿cómo gritaste Aldis, cómo fue eso?
— ¡Yo mismo no lo sé Joheván! ¡No sé, me impresioné tanto! Y tú, ¿cómo sabías que esos dos Kobdas se habían. . . libertado?— dijo recordando lo dicho por Bohindra.
— ¡Pues muy sencillamente! Les he visto entrar por mi habitación con la puerta cerrada, y me han dicho: "Acabamos de libertarnos, gracias al grito de tu compañero; esperamos que te libertes tú para encarnar los tres al mismo tiempo en humildes familias del país de Irania, entre el Tigris y el Pisón”, y se han marchado.
—Quiere decir que tienes una cita importante para después de tus días terrestres— dijo tranquilamente Bohindra, mientras los dos jóvenes no conseguían dominar aún la impresión y el estupor que todos estos acontecimientos les producían.
La estoica serenidad con que en aquella casa se miraba a la muerte les parecía algo muy fuera de lo normal.
Comprendiendo esto, Bohindra les dijo mirando intensamente aquellos hermosos rostros juveniles, donde con tanta nitidez se grababan todos sus pensamientos.
—Estáis asombrados de vernos terminar la vida con tanta tranquilidad ¿no es así?
—Verdaderamente— contestó Aldis.
—No tendría lugar ese asombro, si pensarais a fondo, en lo que es la vida terrestre, lo que ella significa para el ser, y lo que es y significa la desencarnación o estado libre del espíritu. Amamos la vida en cuanto ella nos sirve para el cultivo y desarrollo de nuestro verdadero ser, en forma que al dejar la materia, estemos mucho más adelantados que lo estábamos al encarnar. En la Casa de Numú no tenemos otra finalidad que el cultivo de las grandes facultades sensitivas, mentales y espirituales del ser, para emplearlas en bien de las grandes causas, de cuyo triunfo dependerá un grado más de progreso para esta humanidad de que formamos parte. ¿Sabéis vosotros la fuerza que significa, dentro de la humanidad los diez Santuarios Kobdas que existen actualmente en ella?
— ¿Y todos son tan grandes como este?— preguntó Joheván a su padre.
—De los que existen hoy, éste es el más antiguo y el más numeroso. Los Kobdas fundadores fueron también los creadores de la lengua que aquí se habla, y que está extendida por todo el valle del Nilo y por la costa Sudeste del Mar Grande, aunque a veces desfigurada por voces introducidas de las lenguas aglutinantes que se van formando con las continuas mezclas de razas y de tribus.
Desde Neghadá hasta el Cáucaso, y desde el Mar Grande hasta el lejano Birmán, están esparcidas las moradas de los Kobdas, porque Numú envió aquellos diez primeros para prepararles los campos, en los que él sembrará a su venida. Pertenecieron a un núcleo emigrado de Atlántida azotada por las aguas y se refugiaron en las cavernas de las montañas del Noreste africano, donde los gigantescos picos del Revenzora les, dieron refugio por tres siglos. Aquellos diez inspirados de Numú lucharon hasta levantar este edificio, adonde podrían acudir gentes de todas las razas y de todas las condiciones sociales.
—Pero ¿esos diez primeros Kobdas vivieron así tantos siglos? —preguntó Joheván, asombrado de tal longevidad.
— ¡Desde luego que con la misma materia no!, pero la Ley Eterna permite a los seres cuyas misiones no pueden ser terminadas en el corto período que resiste un cuerpo físico, tomar otra materia joven y vigorosa, sin pasar por la turbación de la desencarnación y nuevo nacimiento, y esto se realizó en ellos que han sobrevivido hasta que esta Institución tuvo vida sólida y estable.
—Y esos Kobdas, ¿no han vuelto a la tierra después? —preguntó Joheván,
—Tan sólo a intervalos están en la atmósfera de este -planeta, porque son originarios de otras esferas de mayor progreso, y a ellas retornan cuando terminan la obra encomendada. Casi todos habían venido de la hermosa Ciriah, y algunos de Venus y de Vegha, y de tiempo en tiempo recibimos mensajes suyos que nos alientan y nos obligan a Conservar y acrecentar su obra tan pura y elevada como ellos la fundaron.
—Con tanta grandeza como atesoráis en este recinto, llegará un día en que dominaréis el mundo —observó Aldis.
Bohindra movió la cabeza negativamente y contestó:
—No es esa nuestra misión y el día que nos mezcláramos con las muchedumbres ambiciosas de poder y de dominio, perderíamos toda esta fuerza supra física que nos rodea. Los poderes espirituales elevados, están reñidos con la grandeza material que halaga los sentidos y alimenta las bajas pasiones del ser. El Kobda, para ser digno de su nombre, que significa Corona, o sea lo más alto a que puede llegar el ser humano en la tierra, debe empezar por dominar en absoluto sus pasiones y sus deseos de hombre. Lo que realice ha de ser, porque la razón y la, justicia así lo reclaman; en ningún caso por sólo el placer de la satisfacción de un deseo.
Aquí conceptuamos la vida espiritual como la verdadera vida del ser y es a !a que dedicamos los mayores esfuerzos. La vida física en sus aspectos de social y colectiva, nos interesa mientras sirve a las grandes causas de la evolución humana.
Suponed el caso de un Kobda de real estirpe. Sus padres eran reyes, pero él era un hijo tercero. Había dos herederos antes que él; pero estos dos herederos murieron en una epidemia que asoló el país. Este Kobda llevaba aquí catorce años. Su pueblo lo reclamaba con desesperación, porque no acudiendo él a ocupar su trono, lo ocuparía un hermano de la viuda' del heredero, y tal sujeto pertenecía a una dinastía mucho más atrasada en su religión y en sus leyes, pues mantenían en su culto los sacrificios humanos, lo más delictuoso que hay en la trasgresión de la Ley Divina.
El Alto Consejo de la Casa de Numú, no sólo le aconsejó, sino que le ordenó acudir al llamado de su pueblo, y tomar allí una esposa pura, para dar herederos a la dinastía de sus mayores. Cuando su hijo mayor fue capaz según la ley, para ocupar el trono, nuestro Kobda regresó a nosotros, y aun vive. El más anciano de los diez que formamos el Alto Consejo del Phara-omme, es este Kobda-Rey de que os hablo. Su pueblo realizó un gran avance en su evolución espiritual, y bajo el reinado suyo en el país de Zoar, se fundó otra Casa de Numú sobre la costa oriental del Mar Eritreo Norte, que realiza los mismos fines que la nuestra. Diez Kobdas de esta Casa fundaron aquélla y aun le gobiernan y dirigen en la actualidad.
—Según esto, pienso que sería también justo y razonable, que nosotros dos saliéramos para proteger a nuestras esposas y a nuestros hijos! —observó Joheván que creyó encontrar una pajilla de que tomarse.
-—Razonando humanamente sí, hijo mío, pero tu caso no es el caso del Kobda-Rey. Y voy a explicaros: Vosotros encarnasteis por dos razones:
Primera: Habiendo estado cerca del Verbo de Dios en su anterior venida a la tierra, obrasteis erradamente a su mismo lado y más equivocadamente obrasteis después en nuevas encarnaciones, cooperando inconscientemente a que se desvirtuara su ley y se adulterase su doctrina. Los amores humanos y la ambición de grandezas torció muchas veces vuestro rumbo, Necesitáis eliminar lo que habíais creado con vuestros errores, y ahí tenéis la primera razón de esta existencia actual: Vuestra purificación interior.
Segunda razón de vuestra vida terrestre: Acercándose de nuevo la venida del Verbo, habéis querido ser los primeros en el sacrificio para reconstruir aquello que destruisteis con vuestra inconsciencia. Y habéis pactado y aceptado servir de simiente para la nueva humanidad, que debe levantarse pura como una desposada, a recibir a su Amado que llega. Vuestras dos esposas fueron vuestras aliadas en el pacto para dar vida a los dos seres que serán la raíz de esta nueva civilización. Esa misión está cumplida; quiere decir que vuestro deber, en cuanto a la humanidad, está consumado y si buscarais de uniros nuevamente a vuestras esposas, sería sólo para tener el placer egoísta del amor humano satisfecho. Además, vuestras esposas tienen más desarrollo espiritual que vosotros y como sus materias no son aptas ya para futuras procreaciones y deben ambas desencarnar pronto, os veríais de nuevo enredados en la grosera vida de los sentidos y continuaríais en los mismos errores y desvíos que os hicieron fracasar en encarnaciones anteriores. Mientras que si permanecéis alejados de la vida grosera y carnal, os ponéis en condiciones de ser auxiliares eficaces del Verbo Eterno en su próxima venida a la tierra.
—Pero todo esto no pasa de ser una suposición vuestra, según creo —dijo Joheván a su padre.
—Suposición muy razonable si se quiere, pero que no encierra una plena seguridad para nosotros —añadió Aldis, ayudando a su amigo.
—Si todas las manifestaciones plasmáticas que habéis presenciado no os dan una seguridad, será porque estáis en el número de los ciegos que no quieren ver. Pero apartándonos de las cosas puramente espirituales, decidme con toda lealtad y franqueza: ¿Tenéis la fuerza de voluntad suficiente para que, vueltos a la vida entre las" muchedumbres inconscientes y corrompidas; siendo ya desencarnadas vuestras esposas, vivir en la continencia y la pureza sin contaminaros con el vicio y la degradación reinantes? ¿Sois capaces de ser un reflejo de la Ley Eterna, entre la formidable marejada de la iniquidad que impera sobre la tierra? ¿Estáis seguros de no causar la desviación de esos dos hijos que habéis traído a la vida, para ser la raíz pura de una civilización nueva? —Bohindra esperó la respuesta en silencio.
Ambos jóvenes inclinaron su frente ante la luz serena y dulce que emanaba de los ojos del Kobda-poeta, y Joheván, más sensitivo que su compañero, no pudo impedir que dos gruesas lágrimas rodaran, de sus ojos entornados.
Se sentía vencido por el razonamiento de su padre, y Aldis se sintió vencido como él.
—Por mi parte confieso que volvería a ser el mismo que era antes de conocer a Milcha —declaró Aldis cuando le fue posible hablar.
—Y yo —dijo Joheván— perdiendo a Sophía que me elevó hasta la pureza de un amor excelso, tornaría a buscar el placer de los sentidos, porque allí ahogaría el dolor de haberla perdido.
— ¿Queréis partir de este lugar?
—No —contestaron los dos a una voz.
—Mas permitidme una pregunta —dijo Joheván— ¿Vosotros sabéis dónde ellas se encuentran?
—A punto fijo, no; únicamente sabemos que están poco más o menos en la región en que debe encarnar el Verbo de Dios, que es en las tierras que riegan el Eufrates y el Hildequel, y sabemos que están protegidas y vigiladas por las almas errantes, unidas a la Grande Alianza de Numú para esta hora y que no estarían más seguras con vuestra protección material, que lo están bajo la tutela invisible de nuestros hermanos que pasaron al reino de la luz.
Vosotros sabéis tanto como yo en este sentido, pues ellas mismas os han manifestado su actual situación; y las grandes fuerzas astrales de que disponemos, os han revelado en forma inequívoca, que todo esto es una realidad. Meditadlo vosotros, que aun tenéis mucho tiempo para elegir con entera libertad vuestro camino.
Bohindra con su habitual dulzura acarició las cabezas inclinadas de ambos jóvenes y se alejó.

LOS JORNALEROS DE GAUDES

Mientras tanto, nosotros volveremos a la caverna del país de Ethea a encontrar a Sophía, Mucha y los niños que, guiados por Madina caminaban hacia la fuente para penetrar al huerto desconocido, donde debían recoger el fruto de la labor infatigable de Gaudes.
La reno conocedora de aquel lugar, fue quien primero abrió el paso, a través del bosquecillo de bambú, y las dos mujeres quedaron maravilladas de lo que veían. Era aquello un vallecito encajonado entre un laberinto cíe montañas, que sólo tenía salida por el sitio en que Gaudes había plantado el espeso bosquecillo de bambú para cerrarlo. Aquello era pues, un paraíso encantado, el huerto cerrado diríamos nosotros, usando de la frase simbólica del Libro de los Cantares. Inmensos olivos y datileros cuya edad era muy respetable a juzgar por su corpulencia, debió ser lo que el mago Atlante encontró en aquel valle de maravillosa fertilidad, que él con su trabajo personal convirtió en lo que era en esos momentos, el asombro y alegría de las dos abandonadas.
Las vides trepaban alegremente por los flancos de las montañas luciendo al sol sus dorados pámpanos. Los datileros y los almendros, las higueras y los castaños, dejaban caer sobre el musgo sus frutos maduros.
— ¡La planta de los cántaros! —gritó de pronto Sophía, viendo la enorme trepadora que subía por la montaña y que ya, medio seca la hojarasca ofrecía al descubierto sus cabezas de gigante, como le llamaban en aquel tiempo y en aquel país. Dejaron los niñitos sentados sobre el verde musgo, para explorar más libremente el valle. Madina se echó en el pasto, junto a ellos, comprendiendo sin duda, que ese era su deber.
—Y todo esto, ¿lo sembraron para nosotros? —preguntaba Milcha maravillada.
— ¿Y si ahora que es tiempo de la cosecha viniera el sembrador a recogerlos? —preguntó a su vez Sophía.
—No, no, no puede ser porque el anciano que nos visitó el día de los búfalos, dijo que este huerto nos pertenecía y ya veis que me recomendó hacer la recolección. Y por lo que puede ser corro a traer cestas, que teniendo guardado todo en la bodega, no hay temor de perderlo.,
Y Milcha echó a correr hacia la cabaña. Y Sophía continuó su paseo por entre los surcos de hortalizas, hasta llegar a los trigales dorados, y el maizal rumoroso y musical, cuando el viento agitaba sus largos tallos cuajados de espigas, ya maduras por el sol de otoño.
Milcha volvió seguida de la joven reno que había dado a luz últimamente, que paso a paso, para que su renito pudiera seguirla, Venía también al huerto, atraída sin duda, por la hermosa perspectiva de la cosecha. Las avellanas y las cerezas, los dátiles y los higos, fue lo que ambas mujeres recolectaron primeramente, ayudadas por Madina y su "hija que, con golpes de cabeza, sacudían las ramas.
Adamú y Evana con loca alegría, se arrasaban por el musgo, para comer las frutas que caían junto a ellos. Aquellas deliciosas caritas rosadas de niños sanos y fuertes, fueron desapareciendo poco a poco, bajo los residuos de la piel de los higos que les quedaba adherida.
Adamú se abrazó al cuello del renito y a- su lado comenzó a andar hacia donde estaba su madre. Evana gritaba al ver que la dejaban sola y hacía esfuerzos para caminar, lo cual visto por Madina, se acercó a la chiquita, tornó una caña de bambú con sus dientes y le presentó un extremo. La niña se tomó de él y la reno empezó a caminar para atrás obligando a la criatura a dar pasitos en seguimiento suyo.
— ¡Mira a Madina, Milcha! —gritó Sophía, maravillada do la inteligencia del animal que así enseñaba a andar a su Evana.
Mientras ambas celebraban a. la incomparable Madina transformada en niñera, Adamú realizaba un buen recorrido abrazado al cuello del renito, que seguía a su madre ocupada en sacudir las ramas de loa árboles.
— ¿Y Adamú? —gritó Milcha asustada de no verle por ningún lado, oculto él y su conductor entre las matas de hortalizas que se extendían bajo los árboles frutales. Por fin le encontraron con el renito; ambos se habían fatigado sin duda, y tendidos al sol en medio de un macizo de lentejas', Adamú se divertía metiendo almendras en la boca tlel renito que las arrojaba con disgusto, causando la alegría del futuro padre de una nueva civilización.
Sophía y Milcha olvidaban entonces la tristeza de su situación y entre la salud y la alegría de los niños y la solicitud inteligente y maternal de Madina, se vieron obligadas una vez más a bendecir a Dios que tan visiblemente las envolvía en su amorosa providencia.
De pronto vieron que Madina, dejando a Evana sentadita en el suelo, salió del vallecito y en seguida oyeron sus balidos de llamada. El terror las paralizó, porque juzgaron que un peligro les amenazaba como el día aquel de la llegada de los búfalos; y ellas se encontraban a unos doscientos pasos de la caverna. Milcha corrió a donde estaba la reno, a la cual acarició preguntándole:
— ¿Qué hay, Madina, qué hay?
El noble animal comprendió el susto de Mucha y le lamió las manos como solía hacerlo para tranquilizarla. Continuó llamando hasta que se oyó el balido de trueno lejano del reno mayor. Entonces Madina tomó de las ropas a Milcha y la volvió hacia el vallecito. Pocos momentos después se sintió la carrera veloz de los renos que acudían al llamado, Madina salió hasta la fuente, para indicarles dónde estaban y toda la familia reniana entró en el huerto y con la naturalidad que da la costumbre de hacerlo, cada uno tomó con los dientes del asa de las cestas y marcharon hacia la caverna volviendo al poco rato con las cestas vacías.
Las dos mujeres estaban maravilladas. Llenaron nuevamente las cestas y los renos hicieron la misma operación, y así ocurrió hasta terminar la recolección.
Madina en todo este tiempo no estuvo ociosa, porque se dedicó a cortar con los dientes el tronco de las cabezas de gigante que rodaban de la pendiente al valle. Y sobrándole aún tiempo, dada la rapidez con que lo hacía, tomó del asa de una cesta y empezó a cortar los dorados racimos de la vid y depositarlos cuidadosamente en ella. Cuando la vio llena, bajó con ella y la presentó a Sophía que, cansada ya, se había sentado junto a Evana.
— ¡Ay! Madina! —le dijo acariciándola— ¡Qué buena compañera eres! Cuando yo no esté más aquí, tú serás la aya de mi Evana. ¿Verdad, Madina?
Como si el animal hubiese comprendido, empezó a lamer la cabecita de Evana dormida sobre la alfombra de césped.
Dos lágrimas rodaron de los hermosos ojos de la princesita, conmovida profundamente por las demostraciones de amor de aquel hermoso animal.
— ¡A veces los animales son más buenos que los hombres! exclamó— Si mi padre hubiera tenido un corazón como el tuyo Madina, yo no estaría en este sitio, lejos de Joheván y con mi Evana dormida sobre la hierba!
Milcha llegó a sentarse también allí, fatigada de la tarea.
— ¿Por qué lloráis? —le preguntó entristecida, al ver las lágrimas de Sophía.
—Es Madina que me ha hecho llorar con sus demostraciones de amor. ¿No ves la cesta llena de racimos?
—Sí, ya lo veo. Ni una docena de criados nos servirían mejor que Madina y su familia. ¡Mirad! —Milcha indicaba con su mano a la familia reniana que salían unos en pos de otros llevando las últimas cestas de frutos recogidos.
Les vieron volver sin las canastas.
— ¡Ah! —Dijo Milcha— esto quiere decir que ya los jornaleros han terminado y reclaman su paga.
Los renos siguieron hacia el huerto, acompañados de Madina que parecía la jefa que repartía el trabajo. Ella empezó a abrir hoyos con su pie delantero en la dirección donde veía una matita seca sobresaliendo en el borde de los surcos. Al poco rato empezaron a salir los bulbos rosados, amarillos y blancos de las albuminosas. Todos los renos la imitaron y en breve tiempo estaba toda la tierra removida y los bulbos al exterior.
Otro tanto hicieron con las espigas maduras y con las hortalizas de vaina, que segaban con los dientes y depositaban en un mismo lugar, formando grandes montones, de donde fácil fue a las dos mujeres extraer los granos para guardarlos en los grandes sacos de fibra, que la paciencia del laborioso ermitaño había tejido en sus largas noches de invierno.
El más rudo trabajo de la recolección estaba hecho, faltando sólo la limpieza final y preparación adecuada a cada especie o producto, faena a la cual Milcha estaba habituada y conocía a la perfección.
— ¿Cuántos días vamos a tardar en llevar todo esto a nuestra bodega! —decía Sophía contemplando la abundante cosecha.
—Esperad, esperad, que los jornaleros de Gaudes están bien enseñados a cumplir como perfectos domésticos —contestaba Milcha.
Había ella visto a Madina salir del huerto, y como ya la entendía muy bien, adivinaba que el inteligente animal les preparaba nuevas sorpresas y así lo manifestó a Sophía.
—Aseguraría que Madina fue a la caverna a traer alguno de aquellos sacos enormes, en que Gaudes acostumbraba a guardar los granos.
Apenas había terminado de decirlo, cuando apareció la reno, no con un saco, sino con varios de ellos que, tomados por el cordel de fibra que cerraba el borde, los arrastraba tranquilamente, hacia los montones ya preparados. Luego se acercó a Milcha a lamerle las manos.
—Ya te comprendo Madina, me quieres decir que guarde los granos en los sacos que me has traído —dijo la esclava— levantándose seguida por Sophía y entre ambas lo hicieron mientras la reno, incansable en la labor, llevaba su familia a continuar la siega de los trigales dorados, que era lo que más abundaba en los cultivos de Gaudes y cuya recolección debía llevar más tiempo.
La tarde caía lentamente y Madina como buena jefa de cuadrilla, amontono el trigo segado, lo cubrió de pasto seco y agarrando con los dientes uno de los sacos llenos, se encaminó a la caverna. En seguida todos los renos la imitaron, arrastrando cada cual uno de los sacos restantes.
Sophía y Milcha se quedaban aún descansando, ya fuera del huerto, en las piedras que rodeaban la fuente, y lavando las manecitas y la cara de los niños, que parecían dos pequeños enmascarados con las pieles de higos que habían comido.
-— ¡Pobrecitos! —Decía Sophía— no sé lo qué parecen ataviados con los pedazos de túnica de Gaudes.
—Pues mucho mejor quedarán cuando los vistamos con las telas de pelo de camello que hemos encontrado. Es de suave y calentita, que no les tocará el frío.
Así hablaban, cuando llegó de nuevo Madina a buscarlas.
—Estamos cansadas Madina, ¡y estos niños pesar, tanto para llevarlos en brazos!
— Oye Milcha —dijo Sophía— ¿se enojaría Madina si los montáramos encima de su lomo?
— ¡Qué va a enojarse! Habéis tenido una gran idea. ¡Vamos a ver! —Y así diciendo Mucha montó a Evana primero, y casi sobre el cuello de la reno. Después montó a Adamú y le hizo que se abrazara de Evana y ésta del cuello de Madina, que demostraba su agrado, lamiendo las manos de Sophía.
Las dos mujeres se pusieron una de cada lado, por si los niños perdían el equilibrio y Madina con un paso de ceremonial solemne caminaba serenamente hacia la caverna.
Cuando llegaron, con gran delicadeza Madina se arrodilló primero y se echó después, y los niños entre alegres risas, se dejaron caer sobre las pieles que había en el piso de la caverna.
Fue un verdadero día de fiesta para los cuatro abandonados. La caverna estaba convertida en un mercado de frutas, hortalizas y cereales.
Como la noche se acercaba Madina encendió el fuego del hogar, cerró la puerta como de costumbre y fue a echarse en su cama de pajas juntamente con toda su familia.
No es necesario decir que había un testigo gozoso y feliz contemplando su obra, mucho más dulce a la verdad que los hermosos frutos maduros que la tierra cultivada por él brindaba a los proscriptos de la sociedad humana. El alma de Gaudes se expandía como en un himno divino y extático diciendo para sí mismo o para los espacios, infinitos que lo escuchaban:
— ¡Es demasiada felicidad para un corazón de hombre!

FUNERALES KOBDAS

En una especie de camilla de tela color violeta adornada de hojas de helechos y de lotos blancos, bajaban desde la enfermería o jardín de reposo los cuerpos sin vida de aquellos dos Kobdas que habían partido la noche anterior, al mundo de la luz.
Un himno triunfal como aquel que cantaran los Kobdas el día de la consagración de los jóvenes postunances, resonaba por el inmenso edificio mientras paso a paso descendían las escaleras aquellos centenares de Kobdas, vestidos todos de túnicas blancas como el ropaje y las flores que cubrían a los cadáveres.
Esta vez la ceremonia se realizaba en el Patio de los Olivos o sea el que quedaba hacia el lado opuesto de] Patio de las Palmeras donde se efectuaban las consagraciones de los Kobdas.
Como se ve todo era simbólico y guardaba cierta oculta relación en la Casa de Numú.
Las palmeras donde se consagraban al servicio de Dios, eran símbolo del triunfo del espíritu sobre la materia. Los Olivos debajo de los cuales se despedía a los que partían eran símbolo de la paz serena y dulce en que habían entrado.
Ninguna ley obligaba a Joheván y Aldis a que asistieran a la fúnebre ceremonia, pero ellos pidieron a Bohindra el permiso de concurrir y les fue concedido.
Cuando llegaron bajo de los olivos centenarios, las dos camillas fueron colocadas sobre una mesa de piedra de enormes dimensiones destinada a este objeto. Cesaba el canto y los instrumentos musicales y se oía la voz del Phara-omme que decía:
— ¡Almas hermanas de las nuestras que habéis dejado el cautiverio para gozar de la libertad otorgada a los fieles servidores del Altísimo! ¡No olvidéis a vuestros hermanos que por divina voluntad aún quedamos aprisionados buscando el hacernos dignos de la Sabiduría y del Amor a que vosotros llegasteis!
¡Que vuestro pensamiento flote en torno de este recinto y sea nuestro estímulo y fortaleza hasta llegar a la cumbre a que vosotros subisteis!
¡Que vuestros cuerpos sean conducidos al recinto de la quietud perdurable como instrumentos concedidos por la Divina Ley para realizar una jornada de vuestra evolución eterna!
¡Paz y Amor sobre todas las almas!
El coro solemne, grandioso, triunfal continuo de nuevo mientras los Kobdas en concentración, deshojaban las flores radiantes de sus pensamientos como ofrenda de amor a los que habían partido. Terminado el himno abrieron una rampa levantando una losa del piso en el centro del inmenso patio. Y valiéndose de fuertes cordeles bajaron lentamente las camillas hacia la hondura profunda de un subterráneo todo emparedado de piedra blanca llena de inscripciones. En cada piedra estaba esculpido un nombre y tres fechas, la del nacimiento, la de la desencarnación y la consagración de cada Kobda.
Allí quedaron los cadáveres sobre mesas de piedra durante treinta días, tiempo necesario para efectuar los trabajos de desinfección y esterilización de elementos corrosivos, mediante extractos o esencias fabricadas por los Kobdas para obtener la disecación sin destrucción de los tejidos.
Bajados los cuerpos a la cripta terminaba la ceremonia fúnebre en su carácter colectivo o público, pues el inhumar los restos en concavidades abiertas en aquel subterráneo inmenso, lo hacían privadamente algunos Kobdas al finalizar los treinta días fijados para la esterilización.
Después los Kobdas se diseminaban en grupos por los jardines pues había plena libertad de hablar como en un día de fiesta solemne celebrando la libertad de dos compañeros queridos.
Nuestros dos jóvenes que se habían atraído la simpatía de los Kobdas, se vieron rodeados de ellos deseando compartir sus impresiones.
Las manifestaciones radiantes y plasmáticas que para ellos se habían obtenido públicamente en la Mansión de la Sombra, les atraía el cariño y la solicitud de todos. El saber que Joheván era el hijo de Bohindra por el orne tanto había llorado su padre antes de alcanzar la serena quietud de las almas grandes, fue otro motivo de simpatía.
Todos hablaban con entusiasmo de los que se habían libertado y por fin un Kobda dijo:
— ¿Quiénes reemplazarán a los que han partido, en el estrado de los doscientos?
—Estos dos que recién llegan —dijo el Phara-omme— poniendo sus manos en los hombros de Joheván y Aldis.
—Todavía no Phara-omme —contestó Bohindra—. ¡Falta tiempo aún antes de que calme la tempestad!
— ¡La tempestad que nos rugió a todos aquí dentro! —exclamó el Phara-omme al par que adquiría su semblante una gravedad dulce y triste, a la vez.
Las vestiduras blancas que les cubrían aquella tarde daban un aspecto alegre de fiesta a los parques cubiertos de frutas y de flores.
—Mirad —dijo de pronto el Phara-omme— el prodigio de esos dos Kobdas que hablan, allí sentados juntos en ese banco. Les recogió la Casa de Numú hace veintinueve años, medio muertos junto a los jardines de la morada del Chalit de Zoan. Ambos salieron al campo a matarse porque codiciaban la mano de la misma princesa heredera. Los dos cayeron al mismo tiempo heridos creyendo cada uno que había muerto a su rival.
¡Esa sí que era tempestad la que rugía en lo más hondo de sus corazones! Aun vivía el Fhara-omme anterior y yo era el encargado para custodiar a los recién llegados. Cuando cada uno supo que su enemigo vivía pared de por medio, aquello fue algo así corno la erupción de un volcán.
Cuando el Chalit enterado del escándalo que en torno de su hija se levantó por esta causa, condenó a muerte al que sobreviviera de los dos o a los dos si ambos vivían.
Nuestro Phara-omme consiguió el perdón de esa pena a condición de que fueran amarrados con una cadena en el fondo de una caverna usada para los delincuentes de la peor especie.
Allí un carcelero les llevaría la comida y allí debían esperar el fin de sus días.
Nuestro Phara-omme consiguió veinte lunas de plazo para restablecer a los dos heridos y el Soberano se lo concedió. Ellos nada sabían de la condena a muerte ni de la cadena perpetua que les amenazaba.
Empezamos todos a trabajar espiritualmente para triunfar de esas almas rebeldes y dominadas hasta lo sumo por las más violentas pasiones.
Cuando llegaron las veinte lunas, ambos dijeron que querían consagrarse al servicio del Altísimo en la Casa de Numú, y se hizo ¡a consagración como sabéis. Después pedimos al Soberano que ríos hiciera una visita, y en el Patio de las Palmeras desfilaron ante él todos los Kobdas.
— ¡Grandeza! —dijo nuestro Phara-omme. Entre estos hijos de Numú están los dos hombres que habéis condenado a cadena perpetua. Llevadles si es vuestro gusto.
—Que se acerquen a mí —gritó el Soberano.
Tocios los Kobdas en montón se le acercaron.
—Los reos no son más que dos —volvió a decir el monarca— y aquí se me acercan centenares.
— ¡Grandeza! —dijo entonces nuestro Phara-omme antes de entregar dos de nuestros hermanos que recién comienzan el trabajo de su regeneración, elegid dos de los que ya avanzaron por ese camino, que para ellos nada significarán las cadenas.
El monarca se sintió conmovido y perdonó a los culpables. Ahí los tenéis, son ahora tan buenos amigos como enemigos formidables eran antes. Sienten una compasión profunda hacia aquellos que guardan en el corazón una herida causada por e) amor humano, que es siempre la más terrible y dolorosa herida. Una vez por año recorren las cavernas de las montañas a donde a veces encuentran prisioneros en lamentable estado de bestialidad, se preocupan de conseguirles el indulto y de orientarles en la vida para lo futuro.
Siempre tenemos diez Kobdas destinados a procurar el progreso y liberación de las almas sumergidas en la miseria de la vida humana. Y ellos pertenecen a esos diez Kobdas que hacen vida activa al exterior.
—Pero el que se consagra aquí ¿no vuelve al mundo jamás? —preguntó Joheván.
—Si tal es su voluntad, sí, porque no puede tener el alma quieta y serena quien está forzado en este recinto.
Por ejemplo vosotros, si al llegar las veinte lunas reglamentarias, pedís que se os abra la puerta para salir, en seguida os hacemos conducir hacia donde queráis. Mas pasadas las veinte lunas, casi ninguno desea marcharse y son rarísimos los casos que suceden. La vida espiritual como se sigue en la Casa de Numú, encierra una felicidad tan desconocida de los hombres, que sólo los espíritus muy retardados no se sienten atraídos por ella.
Las sombras del atardecer fueron haciéndose más y más pesadas y los grupos de Kobdas como blancas visiones fueron perdiéndose en la penumbra de los jardines rumorosos y perfumados.
Joheván y Aldis subieron a sus habitaciones, con la mente cargada de pensamientos profundos y graves porque se acercaban sus veinte lunas, y sentían levantarse en lo hondo de sí mismo este interrogante:
Si Sophía y Mucha debían pronto desencarnar, ¿qué harían ellos arrojados de nuevo entre el maremagnum de la corrupción reinante?
Desaparecidas ellas, ¿era acaso posible encontrar sus hijitos y recogerlos en las Casas de Numú para apartarlos también de las corrientes de la iniquidad?
Adivinando tales interrogaciones Bohindra que les acompañó hasta sus bóvedas particulares, les dijo al retirarse:
—Todas vuestras preguntas internas os serán contestadas antes de las veinte lunas. No estéis pesarosos por ello, sino que abrid vuestras almas a la voluntad soberana del Altísimo que os será manifestada por Numú cuando menos lo penséis.
Somos avecillas que bogamos buscando la luz en la inmensidad. El Altísimo nos brinda esa luz cuando de verdad la deseamos y la pedimos. Esperad pues y no es pesará la resolución que toméis en el sereno razonamiento de vuestro íntimo ser.

LA CONFIDENCIA EN LA CAVERNA

Mucha había pasado un día de inmensa tarea y se sentía de verdad fatigada. Sophía más extenuada cada día, sólo pedía ayudarla en el cuidado de los niños que gracias al renito que servía de andador y a ias inteligentes solicitudes de Madina, caminaban ya, aunque cayendo muchas veces.
El invierno llegaba con sus escarchas y sus cierzos helados, y la esclava preparaba, ayudada por los renos, todo cuanto podrían necesitar durante el período de los fríos intensos.
Había pisado el trigo para el pan. Los grandes velones de grasa de búfalo estaban ya colocados en sus pedestales de troncos.
Había tapizado el pavimento de la caverna con aquellas hermosas pieles sacadas por Gaudes y secarlas al sol. Su original bodega bien provista de frutas y hortalizas secadas cuidadosamente, proveería a su manutención durante el invierno.
El fuego estaba en la pezuña de Madina y en la piedra aquella del hogar, y junto a la puerta de la caverna un inmenso montón de ramas y troncos secos aseguraba que no faltaría el calor de la lumbre en las heladas noches del invierno.
Los domésticos de Gaudes, acudían a la caverna apenas el sol iniciaba su caída y formaban un gran círculo en torno del hogar, proporcionando con sus sedosos y blandos lomos, cómodos asientos a Evana y Adamú que se divertían montados sobre ellos, mientras Sophía y Milcha a la luz del velón, ovillaban las fibras o hilos preparados por Gaudes, para coser ropas de los tejidos de lana de oveja o pelo de camello, que habían encontrado, o transformar en vestidos apropiados a ellas, las túnicas y mantos del mago atlante.
—Parece que Gaudes sabía que nosotros necesitaríamos de todas estas cosas —decía Milcha encantada de los ropajes que confeccionaban, con gran habilidad e ingenio.
—Muchas veces oí decir a los viejos sacerdotes de Otlana, que de este lado del Mar Grande, había ciudades enteras que eran cavernas, dispuestas y ornamentadas como grandes salas —decía Sophía recordando lejanas conversaciones, acaso escuchadas sin prestar mayor atención, bien ajena por cierto de que su vida la terminaría en el fondo de una caverna.
—Acaso vuestro padre estará también en una caverna como nosotros. ¿Quién puede saber lo que habrá sido de él?
—Lo sabré yo cuando muera, y vendré a contártelo. ¿Quieres, Mucha?
—Pero, ¿por qué tenéis tanto empeño en morir? Tendríais valor para abandonar ese hermoso botón de oro? —dijo señalando a la preciosa criatura rubia que se divertía en poner manojitos de musgo verde en la boca de Madina, mientras Adamú galopaba en un mismo sitio sobre el lomo de un reno joven.
—Mira, Mucha, así como tú y yo sabemos que está llegando el invierno y le vemos llegar, sino con gusto, por lo menos con tranquilidad, igual me pasa con la muerte a la cual veo acercarse lo mismo que el invierno. Todas las noches sueño que me encuentro con Joheván, y que él me dice que ambos tenemos que dejar pronto los cuerpos, para tomar nueva vida en otro país. Que entonces nos amaremos nuevamente con un amor más inmenso aún, que nada ni nadie podrán interrumpir. En sueños me dice que me apresure a grabar en láminas de madera, el día que nació Evana y Adamú, los nombres de sus padres o sea nosotros cuatro, y todo lo que pueda servirles a los niños para desenvolver su vida cuando sean mayores.
Milcha movía tristemente la cabeza:
—Ese continuo pensar en morir, os está enflaqueciendo cada día más. ¿Por qué no pensáis en que viviréis largo tiempo, para que siendo ya más grandecitos los niños podamos emprender un viaje, en busca de lugares habitados? ¿Acaso no estará lejos de aquí alguna ciudad, porque esas marmitas y esos moldes de cobre y estas telas -que estamos cosiendo, todas las ropas de Gaudes que hemos encontrado, nos indican que él los trajo de un país habitado. ¿No os parece mejor que pensemos todo esto, que no en morir dejando tan pequeños nuestros hijitos?
—Tú tienes razón Milcha, pero ¿puedes tu acaso- estorbar que -llegue el invierno, con no pensar en él? Así yo no puedo impedir que llegue la muerte, si es llegada la hora de mi descanso. Además, ¿no recuerdas que mi padre encarceló una vez a una anciana maga de Otlana, porque le dijo en mi presencia: "Vuestra hija es una espiga dorada que recogerá el Altísimo, casi antes de madurar"?
—Sí lo recuerdo, pero ni vos ni yo hicimos caso de aquel pronóstico de la maga, que por otra parte, debió quedar curada para toda su vida, de su manía de hacer anuncios impertinentes como ese.
—Pues ahí tienes lo que son las cosas; ahora se me ocurre hacer caso de aquella extraña profecía.
— ¿Es que creéis imposible encontraros de nuevo con Joheván? ¿No es así, mi princesa?
— ¡Es así, Milcha! ¡Si te contara todo cuanto él me dice en sueños, dirías que estoy loca!
—Pues no lo diré. ¡Contadme!
—Oye: soñé que Joheván me decía que había encontrado a sir verdadero padre, y que si no fuera por nuestra separación se sentiría perfectamente feliz en el sitio en que está. Me dice que él dejará su cuerpo antes que yo, y que ese cuerpo que él deja, seguirá viviendo animado por el alma de su padre, cuya materia ya agotada, no le sirve más.
— ¿De modo que vuestro hermoso Joheván, tendrá un alma de viejo? ¡Muy mal me parece todo eso!
—Tú no me comprendes, Milcha —dijo Sophía, riendo del gesto que había hecho su favorita— es que el espíritu del anciano, entrará en el cuerpo joven dejado por Joheván.
—Es que Joheván no debe dejarlo para que otro lo aproveche a su antojo. ¿No pensáis vos así?
—No, querida mía, —respondió Sophía—, es que hay leyes que así lo permiten y lo disponen. Yo conocía algo de esto, por haber oído las conversaciones de mi padre con los augures y con los sacerdotes de nuestro país. No es que por un capricho, cualquiera pueda realizar esta clase de transformación, sino por causas grandes y justas. Ten paciencia y sigue oyendo mis conversaciones en sueños con Joheván. Dice que el Chalit del país en que están (Chalit quería decir en el lenguaje de los Kobdas, Gran Rey, Gran Monarca), morirá pronto sin herederos; que malos caudillos se preparan ya para apoderarse de sus dominios, desterrar a los hijos de Numú y usurparles su castillo para fortaleza real, porque quieren implantar cultos idólatras y perversos en ese país que fue poblado, y cultivado y educado en la ley de Antulio, el Gran Profeta de nuestra hermosa Atlántida.
Me dice más todavía Joheván: me dice que el Audhumbla: de ese país (Audhumbla: sol deslumbrador, sol en el cenit) ha anunciado a aquel rey sin herederos todos estos grandes males para su pueblo, y le ha dicho que grabe en piedra su voluntad postrera, "de que un Kobda nacido en otro continente, que toca la lira y hace canciones, que sabe el secreto de todas las plantas y de todas las enfermedades, ocupe su Silla del Juicio, porque es el que está destinado por el Altísimo para impedir que todos esos pueblos, olviden la Ley del Gran Profeta y se hundan en la ignominia, Y ese Kobda es el padre de Joheván. Mas, como su cuerpo está ya envejecido, la Ley Eterna le permite tomar el cuerpo joven de su hijo para poder cumplir aquella gran misión.
—De modo que en la gran Silla del Juicio, será el cuerpo de vuestro Joheván, ¿quien estará sentado? —preguntó Milcha.
— ¡Justamente!
—Eso quiere decir, que nosotros podremos sentarnos otra vez en las gradas de un trono, si vamos a ese país. ¿No es así?
—No seas vanidosa, Milcha —le dijo Sophía, dándole una palmadita en la mejilla—. Tú y yo, no podemos tener más trono en esta vida, que estos troncos de encina en que estamos sentadas.
—Pero todo esto qué dicen vuestros sueños, ¿puede acaso ser una realidad?
—Yo no te puedo obligar a que tú lo creas, pero yo dentro de mí misma, estoy convencida de que sucederá. Mis entrevistas con Joheván no son ilusorias, no!
— ¡Verdaderamente! Desde el día que me visitó Aldis y que puso el collar al niño, y luego desapareció sin abrir la puerta, me siento como forzada a creer todo cuanto me parecía antes un cuento de hadas.
— ¿Por qué piensas que me ha invadido corno una oleada inmensa de paz y de tranquilidad, en estos últimos tiempos? Pues, porque en sueños veo tantas maravillas, y comprendo tantas y tantas cosas, que considero como un simple accidente fugaz y pasajero en la vida, todo cuanto nos ha ocurrido desde que salimos de nuestro país. Sé además que Joheván piensa como yo, y que espera con ansia el día de su libertad para unirnos más íntimamente, en ese otro mundo donde nos reunimos durante la quietud física del sueño. ¿No sueñas tú que Aldis te habla?
—A veces, sí; pero al despertarme sólo puedo decir que soñé con el y que le veía entre un gran número de hombres vestidos como los sacerdotes de Otlana, pero no de color púrpura, sino del color de cielo cuando está nublado. También yo me siento inundada de calma y de serenidad. El anciano misterioso que quitó las pieles de los búfalos, se me hace presente casi a diario en los sueños. ¿Tendré que pensar también yo, que esos sueños son realidades? Porque de ser así. . .
—Vamos a ver, cuéntamelos y yo seré la sibila que los descifrará.
—Una noche soñé que me decía, como si me contara un cuento:
"Te llamabas Delmos y eras mi hijo. Entrábamos con nuestra caravana de asnos por una de las puertas de la ciudad dorada Manha-Etell (la que mana estrellas) y tropezando con una piedra, caíste, y de tu frente saltó un chorro de sangre. Eras un hermoso varoncito de 12 años, toda mi esperanza, y te levanté casi muerto. Detrás de nosotros entraba un profeta joven y hermoso, seguido de cuatro discípulos, y al verte bañado en sangre en mis brazos, te tomó en los suyos te vendó la herida con un girón de su manto, y sentado sobre una piedra te cobijó en su regazo hasta que volviste a la vida.
"Pídeme lo que quieras —le dije al profeta— porque no tengo más hijo que éste y tú me lo has devuelto, pues lo creí perdido; y él me contestó:
"Para mí nada te pido, sino para el niño mismo; cuando él te pida seguirme, prométeme que no se lo impedirás''. Entonces, por no separarme de ti, abrí al profeta y los suyos las puertas de mi tienda de mercader, y desde entonces hemos caminado juntos por los caminos del más grande profeta de la humanidad".
¿Qué os parece mi sueño? ¡Ese es uno, y sueño tantos! ¿Es posible que yo haya sido antes, en otra vida, un muchacho montado sobre un burro?
Y Mucha reía pensando en la figura que haría en tal caso.
—Oye Mucha —decía Sophía— yo no puedo decirte muchas cosas porque me siento incapaz de expresarlas, pero desde que salí del palacio de mi padre un horizonte nuevo se ha abierto para mí. Antes me absorbía el alma todo ese esplendor de la vida cortesana y tú sabes lo que ha sido la vida para mí hasta que amé a Joheván; un continuado desfile de agradables impresiones, de deseos satisfechos, de vanidades colmadas hasta lo sumo. Me parecía que no tenía otro fin el vivir, que darme de lleno a la dicha de verme en todo complacida. Muy poco me ocupé, ya lo sabes, de averiguar lo que está más allá de los sentidos físicos. Pero los maestros que me puso mi padre, algo me hablaban de cosas graves y ocultas, más come ellos veían que todo aquello me cansaba, hasta darme sueño, doblaban la hoja y me dejaban hundirme de nuevo en mis frivolidades de niña mimada. Ahora, cambiando tan bruscamente el escenario de mi vida, vuelvo el pensamiento a aquellas adustas lecciones de mis maestros, y con los hechos que han acontecido aquí, se ha descorrido un velo y veo las cosas de muy distinta manera.
— ¿Eso quiere decir que encontráis algo de verdad o de posible realidad en mi sueño? —preguntó Mucha.
— ¡Ciertamente! ¿Acaso nunca oíste contar a mi nodriza lo que un mago le dijo a mi padre cuando estaba recién casado con mi madre?
—Nunca lo oí.
—Pues oye. Bien sabes qué mi padre no era el heredero y que subió al trono a causa de que su hermano mayor se empeñó en amar a la hija de un rey enemigo y mi abuelo le desheredó, quedando entonces Nohepastro como hijo primero. Y cuando fue declarado príncipe heredero, un Mago le dijo: "Hace muchos siglos que subes tronos destinados a otro, pero porque en otra vez un Rey Santo bajó para que tú subieras, en esta vez serás rey sobre las olas de un mar desconocido y el sol de tu ocaso brillará sobre la escarcha". Dicen que mi padre pidió la interpretación de ese pronóstico y le contestaron los libros sibilinos que en tiempos remotísimos, hubo un rey ejemplar, adorado por su pueblo, el cual se llamaba Anfión; que mi padre fue un hermano suyo, que se casó con una princesa de grandes ambiciones y lo impulsó a sublevar una parte de los ejércitos y del pueblo, valiéndose de intrigas y calumnias, lo cual visto por el Rey, abdicó su corona y sus estados en favor de mi padre, para evitar la lucha entre los dos bandos que se habían formado. Le anunciaron que vería morir su dinastía, y ya lo vez, parece que se ha cumplido!
—Aún no, pues vivís vos y vive Evana.
— ¡Vaya! ... miren que dos ramas para hacer revivir el árbol. —Contestó Sophía acariciando a su pequeñita, que en esos momentos se acercaba lloriqueando porque Adamú no le permitía galopar junto con él, sobre el lomo del renito joven que había elegido para caballo.
Calmado por Milcha el pequeño disturbio entre el futuro matrimonio, las dos mujeres continuaron su conversación:
—Lo que yo quería decirte era que nada tiene de inverosímil tu sueño, porque siendo una verdad que venimos muchas veces a la vida, ¿por qué no podías tú haber sido un muchacho montado sobre un burro? ¿Cómo podías tú imaginar todo eso, y que entraban por aquella ciudad, y que te llamabas Delmos y que el profeta curaba tu herida?. . .
—Verdaderamente ¡Es asombrosa la claridad con que en sueños, veo infinidad de cesas que no se si han pasado o es que van a suceder! Otra noche, soñé que el mismo anciano me decía:
— "No busquéis de encontrar seres humanos ni pueblos habitados, porque los hombres torcerán vuestros caminos. Yo preparé para vosotros esta vivienda, porque una voz de los aires me dijo: "has dejado tu tierra y tu familia, para preparar un hogar a hijos que aún no han nacido".
—Ese anciano debe ser el mismo Gandes, el Mago Atlante, ¿sabes Mucha?
— ¡Y no lo habíamos pensado antes! ¡Qué tontas éramos!
—Si tú nada me decías de tus sueños, yo no podía pensarlo.
—Entonces ese 'nombre que habitó esta caverna, ¿está muerto?
— ¡Así parece!
—Luego, ¿nosotras estamos vestidas con los despojos de un difunto? ¡Cielos! ¡Ahora me explico por qué pensáis tanto en la muerte!. . . —Mucha hizo un gesto, como de espanto y terror.
—Pero mujer, no seas tonta, ¿no ves que cuando Gandes vestía estas ropas estaba vivo, y no muerto? ¡Bendito sea él que dejó todas sus cosas en esta caverna, que de no ser así, qué mal invierno nos esperaba!

LOS PIRATAS

Una piedrecilla pequeña se desprendió del techo de la caverna, y cayendo sobre la rústica mesa, produjo un ruido seco que asustó a los niños.
Sophía y Milcha prestaron también atención, los renos igualmente se irguieron como si todos hubieran sentido una misma misteriosa llamada. Madina se levantó la primera, y pareció que escuchaba.
— ¿Qué hay Madina? —le preguntó Milcha acariciándola.
La reno volvió apresuradamente al centro de la caverna y escarbando con su pezuña, cubrió con ceniza el fuego del hogar. Con un trocito de madera apagó la llama del velón y dejó la caverna completamente a oscuras.
— ¡Ay Madina! ¿Por qué haces esto? —preguntó Sophía, buscando a tientas a Evana que lloraba, mientras Adamú se prendía de las ropas de su madre.
La inteligente reno se acercó en la oscuridad al grupo aterrado a lamer las manos de Milcha y las cabecitas de los niños. Después, se alejó y pudieron ver que quedaba al descubierto el hueco de la puerta. La noche era oscura, pero a la opaca claridad de las estrellas, pudieron ver que Madina y los renos salían. Como la caverna quedaba muy cerca de la orilla del mar, pudieron oír voces de hombres y ruido de remos.
— ¿Serán Joheván y Aldis que vienen a buscarnos?
Y cual resplandores fugaces, cruzaron ráfagas de esperanza por la mente de las dos mujeres; pero no alcanzaron a expresarlas con palabras, cuando ya se tornaron en terror y espanto.
No eran las voces de Joheván y Aldis, sino palabras rudas y maldicientes, voces ásperas y destempladas que sé acercaban por momentos. Entonces, vieron a Madina entrar de nuevo a la caverna y cerrar la puerta, sobre la cual apoyó su propio cuerpo. Milcha se acercó más hacia ella y oyó que los renos arrastraban el montón de ramas secas que había al exterior, prontas para quemar, y comprendió que cubrían con ellas la entrada a la caverna.
Sophía para acallar a los niños, los llevó a la alcoba y se recostó con ellos en el gran lecho de pieles. Milcha al lado de Madina, junto a la puerta, contenía la respiración para oír lo qué decían aquellas rudas voces que se acercaban más y más.
—Por este endiablado laberinto de peñascos —decía uno— fue donde le encontró Athmantidos hace tres años.
—Parece mentira que un jabalí como ese, se dejara vencer por el santón de Gaudes y no le arrancara el plano, A esta hora seríamos ya dueños del tesoro de Hissarlik (después Troya)
—Pues yo te digo que esta vez. o el viejo suelta el .secreto y el plano o quedan sus entrañas tendidas sobre las rocas,
— ¿Y qué dijo el que vino antes, con esta misión?
— ¡Qué iba a decir, si no volvió! Un compañero suyo dijo que encontró su cadáver lleno de cornadas, como si hubiese sido muerto por búfalos o toros salvajes.
—Para mí sería el endiablado brujo ese que lo mató. Estamos llegando a su madriguera según las señales que me han dado.
Hasta aquí había oído la pobre Milcha aterrada, cuando se sintió un espantoso tropel, y choque de cuernos y feroces patadas y gritos y maldiciones, que parecían hundir las montañas vecinas como sacudidas por un terremoto. Se adivinaba una lucha tremenda, pero sólo duró pocos minutos; después continuóse oyendo quejidos, estertores sordos que poco a poco se fueron desvaneciendo.
Milcha se abrazaba de Madina y temblaba de frío y de miedo.
Después de un tiempo de silencio profundo, sintió la respiración de los renos, que arrastraban nuevamente las ramas pecas de la entrada. Madina se retiró y empujando la puerta dejó libre la entrada. Los renos jadeantes, entraron unos en pos de otros y fueron a echarse tranquilamente en sus lechos de pajas. Madina cerró cíe nuevo la puerta y escarbando el hogar apagado, dejó al descubierto las ascuas ardientes, arrojó nuevas ramas en él y una hermosa llamarada iluminó otra ve/, la caverna. Milcha encendió e] velón y corrió a la alcoba, donde Sophía arrullaba a los niños, con un cantar a media voz para evitar que llorasen.
—Me parece que los renos mataron a esos hombres —le dijo llena de terror.
— ¡Ay, Milcha! ¡Qué momentos terribles hemos pasado! Mientras se oía ese espantoso tropel, vi una luz hermosísima en la dirección del techo, de donde cayó la piedrecita aquella que ríos asustó. Entonces tuve la seguridad de que no nos pasaría nada, porque alguien velaba!. . .
—Aquella piedrecita fue un aviso de las almas errantes que nos protegen —decía Milcha, recogiendo sus telas y labores y guardándolas en una cesta— y esa luz sería Gaudes, ¿verdad? Pero ahora tenemos que pensar en que no hemos comido.
Y así diciendo la diligente y activa Milcha, empezó a preparar la cena que se había retardado esa noche, con la tragedia entre los renos y los asaltantes de la caverna.
Después de la frugal comida y de haber dormido a los niños, las dos mujeres fueron a mirar de cerca a los renos. Tenían los cuernos y las patas ensangrentadas.
—Por esta vez, nuestros renos se han visto obligados a ser asesinos de hombres —decía Mucha a la princesita aterrada, viendo la sangre.
—Es que, si no lo hacen así… ¡tiemblo de pensar en lo que esos brutos salvajes habrían hecho de nosotras y de nuestros niños! —exclamaba Sophía.
— ¿Qué sería eso de un plano y de un tesoro que querían arrancarle a Gandes? —preguntaba Milcha después de haber explicado a Sophía la conversación que oyó a los aventureros, mientras buscaban la entrada de la caverna.
—Es que hay una antigua leyenda de que en Hissarlik se halla oculto en las galerías subterráneas de minas abandonadas, un inmenso tesoro de una dinastía antiquísima de Sardos que fue destronada, y lo ocultaron a la espera de recuperar sus derechos al dominio de esas comarcas.
Mi padre quiso mandar una expedición al mando del abuelo materno de Joheván y entonces fue cuando yo lo conocí. Mientras mi padre y sus marinos proyectaban eso y examinaban cartas geográficas, 'Joheván y yo nos hacíamos muy amigos. Y, ¿quieres saber una travesura mía? Pues yo dije al sacerdote mayor, que me había soñado al amanecer que la expedición perecía en una tempestad, y se hundían sus barcos antes de encontrar el famoso tesoro. La tradición y los libros sagrados de mi país dicen que el sueño de una virgen al amanecer, debe interpretarse como un aviso del cielo, y aconsejaron a mi padre que desistiera de su proyecto. Y lo cierto era, que Joheván y yo nos amábamos, y como él formaría parte de la expedición, yo temía por su vida que valía para mí, mucho más que cualquier tesoro. Y con tal mentirilla inocente, estorbé la empresa.
—Pero, ¿por qué estos bandidos buscaban a Gaudes?
—Tendrían la certeza de que él estaba en el secreto ¡quién sabe! o acaso habrán supuesto que guardaba en esta caverna el plano de esos subterráneos, sin el cual les era imposible encontrar la entrada a las galerías.
—Sea como sea, lo cierto es que ni un batallón de hombres nos defendería mejor que los renos de Gaudes!
—En recompensa vamos a darles una ración de bellotas y habichuelas.
Y entre las dos, fueron colocando delante de cada uno de los nobles y hermosos anímales, una cestilla colmada.
—Para Madina unas almendras peladas —decía Sophía poniéndolas en la palma de su mano, de donde Madina, con gran delicadeza, las recogía.
—Ahora a dormir, Milcha, que seguramente en el castillo encantado del sueño, estarán nuestros amados ausentes esperándonos.
—Y ¿qué encontraremos mañana a la puerta de la caverna? Tiemblo de pensarlo.
— ¡Ay, cierto!. . . ¡ya no me acordaba que estamos cercadas por las cosas terribles de la vida! Bueno, de todos modos, soñemos con la belleza de ese otro mundo de amor y de luz, mientras el Altísimo nos concede la dicha del sueño sin remordimientos, y sin temores, y mañana... ¡ya veremos!
Y las dos jóvenes eremitas, abandonadas de los hombres, se arrojaron tranquilas a los mares de lo intangible, a buscar en el infinito seno de Dios, la esperanza y el amor que nadie les ofrecía en la tierra.
Sophía y Mucha, Adamú y Evana, palomas mensajeras lanzadas a la vida terrestre desde la inconmensurable eternidad, para preparar el nido al divino ruiseñor del Amor Eterno!. . .
Bien hacéis en descansar sosegadas y tranquilas, abandonadas en serena quietud a los arrobamientos del sueño, cuando ¡as pasiones no ofrecen a la mente sus penosas y turbias imagines!
¿Acaso no es el Amor Eterno quien vela con amante solicitud en torno vuestro?...

EL VELERO

Cuando Milcha se despertó, Madina y los renos mayores ya no estaban en la caverna, cuya puerta aparecía abierta.
Grandemente alarmada, salió al exterior y llena de horror vio que los renos arrastraban hacia la orilla del mar, los cuerpos de cuatro hombres, muertos al parecer, con las ropas desgarradas y manchadas de sangre.
Estando al lado de Madina ella se sentía fuerte, y así fue que abrazándose a su cuello, fue caminando impulsada por su curiosidad hasta llegar al sitio donde los renos, mordiendo de las ropas, iban arrastrando lentamente los cadáveres al mar. El uno tenía las vísceras sacadas al exterior, otros horriblemente partida la garganta y sobre el vientre espantosas desgarraduras, sanguinolentas y amoratadas.
— ¡Dios mío!. . . —exclamó aterrada Milcha— ¡Qué muerte tan espantosa!
Y ocultó su rostro en el cuello de Madina. Como si ésta comprendiera todo e! espanto encerrado en la actitud de Milcha, la mordió de las ropas y empezó a arrastrarla suavemente hacia ¡a caverna.
— ¡Que el Altísimo se apiade de vuestras almas! —murmuró siguiendo a Madina. Pero al llegar hasta el sitio en que tuvo lugar la lucha de hombres y renos, vio varios puñales que tenían incrustaciones de plata en el mango. Encontró dos hachas dobles, especie de arma sagrada y simbólica de los cretenses, y cuatro cascos o yelmos de cobre y de cuero, cuyo principal adorno era el gran diente encorvado del jabalí.
— ¡Son cretenses! —dijo Milcha, mirando -con espantados ojos aquellas armas destinadas a matar hombres.
¡Ah, los piratas de la Cretasia, famosos en todo el mundo por sus fechorías en mar y tierra!
De pronto, se volvió hacia el mar y vio que los renos habían cumplido su tarea de entregar los cadáveres a las olas, blandamente agitadas por el fresco viento del amanecer. Entonces ya pasado el terror que la acometiera a la vista de los cuerpos destrozados, fijó su atención en el pequeño velero que estaba anclado a la orilla.
— ¡Madina, Madina! ese cisne bogando ahí nos delata y eso no-puede ser! ¿Qué hacemos, Madina? La barca que nos arrojó a tu costa y a tu casa, yo la eché a flotar mar adentro, y con éste habrá que hacer igual, sino pronto tendremos aquí nuevos visitantes.
Y buscando entre la escarpada costa un sitio apropiado, bajó hasta la orilla del mar, y quitándose sus sandalias de piel de búfalo, entró-valientemente al agua, que le subía hasta la rodilla. Madina y los renos entraron con ella, y todos juntos tiraron de la amarra en un violento empuje, y el velero se acercó más y más a la costa. Milcha no pudo resistir a su curiosidad y de un salto se sentó encima de Madina para mirar al interior del velero. Había varios arcos con el carcaj lleno de flechas, y gran cantidad de hachas dobles y puñales de distintas formas y tamaños.
— ¡Aquí se ve clara la profesión a que se dedicaban los angelitos! —murmuraba Milcha, viendo todo aquel aparato de exterminio y de muerte. Algo se movía en el fondo del barco, y entonces pudo ver el airoso copete de plumas de una grulla real, que la miraba con azorados ojos de espanto.
— ¡Ah. . . viajaban con su divinidad, para que les diera éxito en la expedición!. . . —exclamó— pero tú pobrecilla no podías ayudar a que esos piratas cretences descuartizaran a dos pobres mujeres y dos niños. Si me ayudas Madina, de un salto estoy dentro y salvo la grulla, que es inocente de los crímenes de sus devotos, y no es justo que muera abandonada. Y como lo dijo, lo hizo.
La grulla estaba guardada en una especie de jaula, hecha de varitas de cobre, con ornamentación de flores de plata.
Milcha observó que había en el velero varias cajas de cuero, especie de arcas antiguas, cubierto todo por un fuerte tejido de fibra vegetal de vistosos colores que le llamó grandemente la atención.
— ¡Qué lástima que todo esto se pierda!. . . Estaría tan bien para confortar nuestra desnuda caverna, y que mi pobre princesita sufra menos el frío y el desamparo!
Miró hacia todos lados y no vio más que la azulada superficie del mar, que empezaba a reflejar el sonrosado color del amanecer. El sol aun no aparecía, oculto detrás de la cadena de montañas que interceptaban el horizonte hacia la pradera lejana.
— ¡Gaudes. . ., Mago Atlante, que tanto nos has protegido, ayúdame otra vez, te lo ruego, para que pueda ofrecer a Sophía y los niños algo más de bienestar y comodidad'
Como si Gaudes le hubiese escuchado, Madina, se acercó si velero y tras ella los otros renos. Mucha recordó el traslado de la cosecha a la caverna, y pensó que lo misino podían hacerle entonces; hizo un fardo de aquella tela de fibra vegetal de vivos colores, que tanto le gustaba, y lo paso sobre el lomo de Madina, la cual salió a la orilla y lo dejó. No se precisaba más; les demás renos imitarían lo que ella había hecho
Entonces Milcha con grandes esfuerzos, colocó cada una de aquellas cajas de cuero encima de los renos, sujetándolas de una de las asas en los cuernos, y unos después de otros, fueron dejando su cargamento junto a la puerta de la caverna. Por fin le tocó el turno a la caja-jaula que guardaba la grulla, y ésta fue hábilmente colgada de los cuernos del reno mayor que, con paso de ceremonial sagrado, la llevó hasta donde estaban los demás bultos.
Antes de bajarse, Milcha cortó con hacha y dagas las cuerdas que sostenían las velas y las hizo caer sobre las rocas de la orilla. Después, fue arrojando encima todas aquellas armas, palos y azadones como los usados para arrancar piedras o remover la tierra..
—Todo esto nos es necesario para la siembra, cuando llegue el tiempo, ¿verdad Madina?
Cuando el velero estuvo vacío, Milcha atrajo a Madina cuanto pudo y montada sobre ella se puso en la ribera, sin mojarse los pies.
Ya en tierra firme, desató la amarra y ayudada por !os renos, empujó el velero mar adentro.
—Que buen viento te lleve lejos —le dijo-- para que tu presencia no descubra nuestro refugio.
Las ráfagas de aire frío de las cordilleras del Tauro, impulsaron el barco desmantelado hacia el Sur, Milcha se quedó mirándola, mientras murmuraba en voz baja:
— ¿En qué orilla te detendrás?
Si aquel barco ya desnudo de su velamen y cargamento, hubiera sido capaz de lenguaje, le habría contestado: "De aquí a seis días, si me es favorable la corriente, estaré en las bocas del Nilo, acaso cerca de los muros de la Casa de Numú, que guarda al que amas".
Pero el velero era sordo y mudo, y en silencio se perdió a lo lejos entre las brumas rosadas del amanecer.
Difícil es describir la sorpresa de Sophía al despertarse y ver delante de sí la dorada urna de la grulla, y el fardo de estera de vistosos colores, y la mesa llena de hachas dobles y hermosas dagas y arcos y flechas, y una pila de cajas de cuero, y toda aquella barúnda de cosas que nunca había visto en la caverna. Y para colmo, llegó Milcha en ese instante, con un hermoso jarro de plata lleno de la leche espumosa de Madina.
Mucha que no cabía en sí de felicidad, se acercó con todo el aire de una doncella de honor, que sirve a su soberana, y ofreciendo a Sophía el jarro de leche.
— ¡Grandeza! —le dijo inclinándose— otra vez estáis en vuestro palacio. Y reía con desusada alegría,
—De verdad Milcha te digo, que estamos aquí viviendo de magia. ¿Qué significa todo esto?
—Pues nada, que los angelitos aquellos venían a matar a Gaudes, en número de cuatro, y los renos los han despachado al otro mundo. Y como han muerto sin herederos, nosotras ocupamos ese lugar. Después de todo, es justo, ¡somos tan pobres!
—Sí, tienes razón, ¿cómo has hecho para traer todo eso aquí?
— ¿Olvidáis Grandeza, los fieles domésticos que tenéis a vuestro servicio? —y señaló los renos que aun no se habían alejado.
— ¡Eres incomparable, Milcha!, y ¿por qué no me llamaste para ayudarte?
—Es que si veníais vos, desaparecería toda mi importancia de mayordoma mayor de esta cuadrilla de criados. Os presento la grulla real, símbolo de vuestro poder humano y divino. Sois reina y sacerdotisa.
— ¿Sí? en buena hora —contestó Sophía— ¿y la embarcación?
—Ya boga viento en popa hacia el sur, y cuanto más lejos mejor, porque así nadie descubrirá nuestro escondite.
—Y esas cajas, ¿se puede saber qué contienen?
—Eso será sin duda, la gran sorpresa para vos y para mí, porque aun no han sido abiertas. Pero con ayuda de esta daga, pronto cortaré las correas.
Y así lo hizo. Una caja contenía hermosos tapices de lana de extraños dibujos, conforme a los que se usaban para cubrir las paredes de suntuosas habitaciones y todos representando divinidades y símbolos sagrados.
Otra caja contenía vestiduras de púrpura, con estampados de oro y pieles de gran valor.
— ¡Vestiduras sacerdotales! —exclamaron a la vez las dos mujeres.
Otra caja guardaba mantos blancos de lino finísimo, y otra grandes rollos de papiro encerrados en tubos de cobre y plata; los vasos de alabastro y de oro de las libaciones sacerdotales, los pebeteros de quemar perfumes las fuentes de plata de las ofrendas, y unas cuantas cartas geográficas encerradas también en tubos de metal.
—No hay duda —decía Sophía examinando uno por uno todos aquellos objetos.
— ¡Esto es el fruto de un asalto a algún santuario o templo de quién sabe qué ciudad cercana de aquí!
—Lo dirá en esos papiros —observó Milcha.
—Así será, pero para nosotros es como si no lo dijera, porque yo no entiendo ninguna de estas figuras. Y como cada rollo sólo contiene unas pocas líneas y el resto está en blanco, escribiré yo en mi lengua todas nuestras vicisitudes, según me lo pide Joheván en sueño.
— ¿Y no escribiréis también los mensajes de Gaudes?
—Claro que sí, y todo cuanto te ocurrió en la visita misteriosa de Aldis.
—Y ¿qué haremos con estos dones de Dios? —preguntó Sophía.
—Pues aprovecharlos del mejor modo posible. El Altísimo ha pensado en que llegaba el invierno, y que tendríamos frío, ¡mucho frío! ¿Acaso no estaremos bien con estos mantos de púrpura acolchados de lana blanca? y ¿estos tapices, no entibiarán las heladas piedras de la caverna en que vivimos?
— ¡Pero esas hachas y esas dagas, Mucha, me hacen daño!. . . ¡cuántos seres habrán perdido la vida al golpe de esos instrumentos de muerte!
—En eso estoy de acuerdo. Las ocultaré todas en el hueco más profundo de la caverna, por si alguna vez necesitamos defendernos.
Poco después, la caverna aparecía transformada como en una tienda de campaña de algún caudillo o jefe en viaje de expedición o cacería pues se veían colgados los arcos y las flechas en los carcajes.
—Mi Adamú aprenderá a disparar las flechas para defenderse de las fieras cuando sea hombrecito —decía Milcha acariciando a su niño que acababa de despertarse.
—Y esta hermosa grulla, ¿será nuestra cautiva?
— ¡Si queréis la soltamos! Milcha probó de abrir la puertecilla de la caja. El ave, adorada por algunos pueblos como una divinidad, no se sintió rebajada de su realeza divina, en la pobre caverna de Gaudes, y con pasos lentos se acercó a comer pedazos de fruta, migas de pan y granos que había junto al sitio de los renos.
—Las grullas en nuestro país, sirven de centinela —observó Milcha— y avisan cuando alguien -se acerca.
-—Entonces que la divina avecilla se sume al número de nuestros domésticos. Acaso ¿no estará conforme en descender de diosa al puesto de centinela en nuestro palacio?
—Peor estaría con los piratas que si la recogieron sería por lo que vale la jaula que la guardaba.
Dejemos la cabaña transformada en tienda de campaña e inundada con la irradiación suavísima del amor de los encarnados y de los invisibles, con el perfume de paz y de dulzura de la resignación serena y .grande de aquellas dos mujeres abandonadas a la Providencia de Dios.

LA TRANSMIGRACIÓN DE BOHINDRA

Volvamos al país de Ahuar (nombre dado entonces al Delta del Nilo), al cual pertenecía Neghadá, la ciudad de los Kobdas, como se la llamaba, porque estaba formada casi exclusivamente por pastores y labriegos pertenecientes al gran Santuario. El Chalit Armhesú se sentía morir y con él la dinastía noble y buena de los Reyes-Pastores, como era llamada, teniendo en cuenta su esmerada dedicación al pastoreo de sus ganados, para los cuales cultivaban grandes extensiones de campos, y también por su forma de gobierno, simple, sencillísima en todas sus manifestaciones; algo así como una autoridad paterna sobre una numerosa prole, que hasta la cuarta o quinta generación se consideraba obligada a una obediencia sumisa pero sin violencias.
Su Ahudumbla le había dicho: "Sólo hay un hombre en tu país, que sea capaz de mantener unidas las distintas razas y tendencias y aspiraciones, entre los miles de seres que forman tus dominios, y ese hombre es un Kobda que domina el secreto de las plantas, de las enfermedades y de toda especie de armonía. Mándale a buscar ahora mismo, porque antes de cuarenta auroras, viajarás en la media luna".
Viajar en la media luna, significaba el viaje a la eternidad que según el rito de ellos, se hacía en una barquilla luminosa, que tenía la forma del astro nocturno en creciente.
Cuando él se disponía a elegir hombres de confianza para ir en calidad de embajadores al Gran Santuario Kopto, por el que tanta veneración se tenía en todo el país, en la Mansión de la Sombra apareció Numú en radiante visión a los cuarenta Kobda de turno, entre los cuales se hallaba Bohindra y todos comprendieron que dijo: "Aquel de vosotros que con la poderosa, irradiación de la armonía despierta la energía vital de todo ser viviente y aniquila el odio y la maldad, ha de responder en esta hora al llamado del Altísimo Señor de todos los mundos.
— ¡Bohindra! —murmuraron los 39 Kobdas a media voz, poniéndose de pie en actitud de respetuosa atención hacia el Verbo de Dios que les hablaba con esa voz sin ruido, plena de luz y de dulzura, conocida de todos aquellos que han llegado a penetrar en el secreto santuario de las manifestaciones divinas.
Mudo por la emoción extática que se apodera de las almas en tan sublimes momentos, Bohindra se inclinó profundamente como si le faltara el valor para mirar con sus ojos de carne, la deslumbrante personalidad intangible y etérea que flotaba, como resplandor de millares de soles, en la penumbra violeta de aquel sagrado recinto.
—"No vaciles ni temas, Bohindra —continuó la voz de melodía celeste— porque ha llegado la hora de que te entregues de nuevo al cautiverio de otra vida terrestre. La Ley Eterna te ha preparado tu nueva vestidura carnal y que este grande holocausto tuyo sea semilla fecunda para la humanidad que viene".
La luminosa visión se esfumó en la penumbra violeta del santuario, que parecía como saturado de un suave vapor de lágrimas silenciosas y dulces. . ., lágrimas que rodaban por las mejillas de los Kobdas extáticos ante la suprema bondad divina, que enviaba la Voz de su Verbo, como un resplandor de su Eterno Amor hacia los hombres.
Todos comprendieron que era llegado el momento de la inmolación de Bohindra, el músico y poeta, y que iba a efectuarse la trasmigración anunciada.
Un momento después se levantó fuerte, sereno, y acercándose a cada uno de sus compañeros, les presentó su frente que ellos besaron con profunda emoción, y con paso lento y reposado salió del recinto. El más anciano de los que quedaban, dio los toques de atención para todo el Santuario, y se vio que de todos los compartimentos del edificio, salían Kobdas dirigiéndose a la Mansión de la Sombra. El Phara-omme dijo antes de que entraran al recinto: "Que la fuerza poderosa de nuestro pensamiento de amor, sea instrumento de. la Ley Eterna, para que ella se cumpla en nuestro hermano elegido para el holocausto". Y todos de pie en sus sitios respectivos, ofrecieron a Bohindra la fuerza formidable que se le pedía.
Mientras esto ocurría en el recinto sagrado, Joheván se había despedido de Aldis en la terraza de sus habitaciones, porque un inmenso cansancio paralizaba sus movimientos y un sopor fatigoso le obligaba a buscar apoyo para su cabeza.
—Me parece que he corrido tanto en mi sueño de esta noche —le decía a su amigo— que necesito de un largo reposo.
—Tus manos arden —le dijo Aldis, cuando estrechó las manos de Joheván, que se despedía con mil disculpas, por dejarle solo sin terminar la velada. Estás calenturiento —continuó—. Mientras te entras a tu lecho, yo avisaré a Zhaín, porque Bohindra nos dijo que estaría de turno a esta hora.
—Hasta luego —articuló débilmente Joheván que se sentía como desvanecer. Y se recostó entre las pieles de su banco de piedra.
Aldis subió a las habitaciones de los Kobdas mayores y no encontró a Zhaín. Cuando se disponía a bajar nuevamente oyó los toques de llamada, y entonces descubrió al que buscaba y le dijo:
—Joheván está enfermo. — El Phara-omme que llegaba en ese instante, comprendió lo que ocurría y le aconsejó permanecer tranquilo y silencioso en su habitación, sin molestar a su amigo hasta que se le avisara.
—No temáis —le dijo— esta crisis tenía que venir, pero pasada ella, todos bendeciremos a Dios.
¡Id tranquilo hijo mío!
Y mientras los Kobdas entraban al recinto, Aldis volvió a su habitación. Desde la puerta miró a Joheván que dormía profundamente.
Bohindra por su parte, se había sentado sobre un banco con su lira, cerca de la fuente en aquel jardín de invierno donde tanto y tanto había sentido la Belleza y el Amor.
— ¡Canta lira mía, cántale a Bohindra, nuevamente encadenado a la Vida terrestre por otro medio siglo más!
Y la lira del Kobda-poeta, como un suspiro de la noche parecía gemir entre las ondulantes hojas de los lotos, que acariciaban su blanca cabellera.

"Vida humana que esclavizas...!
Vida humana. ..
¿Eres sol de la mañana,
O polvorientas cenizas
que arrastra el soplo del viento?
¿Eres dolor de un momento,
o lenta y larga agonía?

Vida, mía, que te esfumas como la estela
de espuma que deja el barco en las olas. .
¡Bendita tú si has sembrado, las flores de la ternura,
y amargura, has cosechado…..!!

¡Vida mía que de nuevo
Comienzas como un renuevo
Brotando en la misma rama. . . !
Viva llama,
De inmenso amor yo quisiera
Que tú fueras,
Vida mía!

¡ Vida mía que de nuevo,
Abres al sol tu corola,
Sobre la agitada ola
Que te envuelve en sus espumas. ..!

Vida mía que te esfumas,
Como el beso
que deja a su bien amada
El amante que se aleja
prendido entre las guedejas
de su frente!

Vida mía,
La que acaba y la que empieza!
Fortaleza,
que cautivas y encadenas
La alondra que canta y llora. . .!
¡Alma mía! ¡Ya es la hora,
de empezar tu nuevo día. . .!
Bohindra dejó caer sobre sus rodillas, la lira que temblaba de amor entre sus manos, y exhalando un hondo suspiro se dejó adormecer por el rumor de la fuente, cuyas aguas caían melodiosas sobre el follaje que cubría los bordes.
Su espíritu, habituado a desprenderse de la materia, para sumergirse en la luz radiante de lo infinito, se abandonó tranquilo en el seno de la Divinidad, y el Eterno Amor le llevó como una chispa de su propia luz hacia el cuerpo de su hijo, sumido ya en profundo letargo.
Los vigías invisibles de las vidas humanas que empiezan, y de las vidas humanas que acaban, sumieron a Bohindra en la bruma de una suave inconsciencia, de la cual no se despertó sino tres días después.
El espíritu de Joheván cortó la cadena fluídica que le unía a esa" materia joven y vigorosa, ya poseída por el alma del que fue su padre, y levantándose feliz de verse libre, como un ave que sacude sus alas para emprender el vuelo, se dijo a sí mismo:
—Arrancado violentamente a este último amor humano, has bebido algo. . . Iris ingrata, vanidosa e infiel, de la amarga copa que por ti bebió Antulio, el Justo, el Santo, el Divino Profeta….! el que te dijo un día: "¡Te perdono!", aun antes de que tú hubieras clamado perdón ¡perdón...!!
Y mirando con piedad el cuerpo que dejaba, tendió su vuelo hacia el país de Ethea, donde le esperaba su alma gemela, la tierna y dulce Sophía, que le amaba más que a todas las cosas de la tierra!

JOHEVAN LIBRE

Una hora más o menos, duró la concentración de pensamientos conjuntos, realizada por los Kobdas, para ayudar a la trasmigración de aquel espíritu que había aceptado el sacrificio de una nueva existencia terrestre, sin pasar por el descanso que media entre la desencarnación y un nuevo nacimiento.
Entonces salió el Phara-omme seguido de los nueve que quedaban del Alto Consejo, y se dirigió a la habitación de Joheván, al cual observaron cuidadosamente. Su letargo era profundo.
Aldis acudió para saber lo que pensaría de la salud de su amigo, al cual él creía devorado por la fiebre, si bien algo había comprendido de la transformación anteriormente anunciada.
El Phara-omme le tomó la pulsación, escuchó los latidos de su corazón y acto seguido trayendo una camilla, le trasladaron a la rotonda aquella en que aun yacía sobre el banco, el cuerpo abandonado por Bohindra. Aun estaba tibio, pero la circulación de la sangre había paralizado su curso, y el frío empezaba a ser intenso en las extremidades, que ya se tornaban rígidas. No había lugar a dudas, la trasmigración estaba realizada, y esperaban que sería con buen éxito.
Cuatro Kobdas retiraron el cuerpo muerto, para colocar en ese mismo sitio al cuerpo dormido de Bohindra joven, vigoroso y bello. Inútil es advertir que todo esto se realizaba en el mayor silencio y con las más extremadas precauciones.
Los demás Kobdas comenzaron a llegar, y uno a uno empezando por el Phara-omme, fueron acercándose, a besar suave y delicadamente la frente pálida del joven dormido.
Tanto amor, tanta ternura irradió cada cual en aquel beso intenso y puro, que pronto se formó como una niebla luminosa en torno del durmiente.
Al final de todos los Kobdas, se acercó a su vez Aldis, que ya convencido de lo que se había realizado, no podía contener sus lágrimas que en silencio cayeron sobre aquel rostro hermoso, que había animado poco antes el alma de su compañero. Cuando se volvía a su sitio en la rotonda, a esconder su desconsuelo en la penumbra del más apartado rincón entre un bosquecillo de begonias, vio ante sí a Joheván radiante y feliz, que le tendía los brazos.
— ¿Por qué lloras? ¿Acaso te apena mi libertad?
Aldis se abrazó con aquella blanca sombra querida, y se le oyó murmurar en una media voz sollozante:
— ¡Me has dejado tan solo!...
— ¿Y no estoy aquí nuevamente? He visto a Sophía, Milcha y nuestros hijos pero no pude hacerme presente a ellas, porque sentí que aquí me llamaban y acudí pensando que era necesaria mi presencia, para ayudar a Bohindra a posesionarse de la casa que le he brindado.
—Pero entonces ¿es esto una verdad?
—Ya lo ves. Amale mucho Aldis, por ti y por mí. Sólo desde aquí se puede apreciar el valor que necesita un espíritu como él, para aceptar la continuación de la vida terrestre por otro tanto tiempo como el que ya vivió. Ahora me necesitan allí —dijo indicando el lugar en que dormía Bohindra. Luego volveré. Y la sombra blanca y flotante se deslizó hacia el banco en que yacía el durmiente, rodeado por los Kobdas, que parecían espiar todos sus movimientos.
Le aplicaban compresas de agua de la fuente sobre la cabeza, y un Kobda tenía constantemente puestas sus manos, la una en la parte superior de la cabeza y la otra en el epigastrio o plexo solar.
La blanca sombra flotante de Joheván, empezó a densificarse más y más, hasta hacerse visible y palpable para todos, a medida que la niebla luminosa se extendía .diáfana y radiante, por todo aquel recinto saturado de tan intensas vibraciones de amor.
Se acercó al dormido, se arrodilló delante de él y le acarició tiernamente. Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en el rostro dormido y la diestra intentó levantarse, como para acariciar aquella cabeza inclinada ante él. Los Kobdas observaban atentamente y se miraron con satisfacción.
—Ya empieza la lucidez —dijo el Phara-omme—, pero aún no domina bien la materia. Me quedaré con diez de vosotros por una hora, luego vendrán otros a relevarnos, porque no conviene que nos fatiguemos todos a la vez. Aldis quiso quedarse, pero un Kobda de edad madura le dijo:
—No hijo mío, eres muy nuevo en esta clase de actividades y aún no tienes ordenado tu pensamiento. Sin querer acaso, causarías daño— y tomándolo de un brazo, suavemente se lo fue llevando hacia la escalera, por donde podían bajar al puente de piedra aquel que parecía como un inmenso monstruo marino tendido sobre el canal que rodeaba en semicírculo la enorme y sólida construcción.
—La insistencia de tu pensamiento aun sin cultivo, podría entorpecer la acción de los operadores invisibles en ese cuerpo en letargo. Y tanto más ayuda prestarás cuánto más te alejes ahora de aquel lugar.
Probemos que las emanaciones del campo, de la pradera silenciosa y de las aguas musicales regularicen tu sistema nervioso, acaso puesto en demasiada tensión.
—Así es verdaderamente —respondió Aldis, que comenzó á sentir la dulce influencia de piedad y de ternura, emanada por el bondadoso Kobda que le acompañaba. —Pero, creedme —continuó— que estoy asombrado aquí de muchas cosas, pero sobre todo de una, y es del amor que os demostráis los unos a los otros y del amor que prodigáis a todo el que llega.
—Justamente, ésa es la base fundamental de nuestra Institución —respondió el Kobda cuyo nombre era Tubal— y no creáis que es cosa fácil el mantener siempre viva esa llama azul-rosada, que tan suavemente nos ilumina. Porque no debéis olvidar que somos humanos y que es necesario un vencimiento continuo y un completo olvido de sí mismo, para no romper la cadena de amor que es base y fundamento de todo el edificio espiritual que se ha levantado a través de los siglos.
—Pero, ¿es qué de verdad sentís ese amor que os demostráis?, y perdonad mi indiscreción, en hacer estas preguntas, nacidas del asombro que me causa vuestro modo de vivir.
—Esas mismas preguntas hice yo, hace veintiocho años, cuando llegué a esta casa y como vos me sentí envuelto en esta suave onda de amor. El amor aparente o ficticio nunca jamás se hace sentir de los demás, y es incapaz de crear todo cuanto aquí habéis encontrado y habéis visto. Aquí no podemos engañarnos con afectos que no son' verdaderos. Si aquí no exigiéramos tanto en ese sentido, no nos contaríamos por centenares, sino por millares.-
El amor verdadero y real de los unos para los otros, pone a tono nuestra atmósfera terrestre con el ambiente sutil y suavísimo de los elevados planos espirituales, donde viven de continuo los espíritus de gran evolución que cooperan con Numú al avance de la humanidad. Y es debido a eso que facilitamos las manifestaciones extraterrestres que habéis visto.
Es por eso que de los centenares que llegan cada año, muy pocos llegan a las veinte lunas de prueba y aún de éstos, algunos salen después y siempre porque dejaron morir dentro de sí el pájaro azul del amor que necesita agua clara para vivir.
—Entonces, entre vosotros no hay odios, ni antipatías naturales, ni altercados que distancian ordinariamente a los seres, ni opiniones diversas, ni distintos modos de ver... en fin, como es lógico y natural que ocurra entre seres que razonan y que piensan —observó Aldis, que de verdad quería comprender la extraordinaria vida de aquellos hombres.
—El que no es capaz de dominar todas esas pequeñeces que habéis mencionado, no puede permanecer en esta casa. Aquí nos cuidamos poco de las fórmulas mecánicas y sistemáticas, pero mucho de lo interior y sobre todo, y por encima de todo, cultivamos el olvido de nosotros mismos, en forma que cada uno piensa en lo que agrada a los demás, antes que en su propio contento y agrado.
Y si una necesidad imperiosa le obliga a contrariar al otro, el amor le ayuda a realizarlo en tal forma, que no causa dolor, ni pena alguna, porque' ha llenado de amor todo aquel lugar que hubiera ocupado el desagrado y el descontento.
La Casa de Numú ha conseguido tener dentro de sus muros, un bosquejo de lo que será la humanidad en el futuro: una eflorescencia del amor y de la paz. Y a esto debe tender todo el esfuerzo de los Kobdas de toga azulada:
—Y cuando alguno de entre vosotros, en un mal momento que como hombre puede tener, ofende o disgusta a otros, ese hecho- ¿no produce el natural distanciamiento entre ellos?
—Precisamente por eso y para eso se prueba, se educa, y se aquilata la fuerza espiritual de cada uno y nuestras leyes han cuidado bien de que cada cual tenga en su recinto particular, amplia libertad de obrar como más le agrada, para que la tensión del espíritu no sea continua y permanente.
Además, los elevados gustos e inclinaciones en el orden intelectual y artístico, gozan de plena libertad aquí; lo mismo que en los trabajos científicos o manuales.
Tenemos entre nosotros hombres aficionados a la agricultura y son los que han cultivado toda esta pradera que veis y que es la que alimenta a los moradores del Santuario y a todos los que pueblan estos campos.
Para el que gusta de tos animales y goza en cuidarlos y atender a sus necesidades, tenemos nuestro parquecito zoológico, que ya habéis visitado, y que satisface a los Kobdas que sienten esa necesidad.
Hay talleres para trabajos manuales, y ya sabéis que las pinturas, las esculturas y las obras de metalurgia, las llevan a cabo los Kobdas que tienen gusto por ellas.
En las necesidades físicas como alimentación, vestido, forma íntima de vivir, hay como lo veis, amplia libertad, sólo que las túnicas exteriores deben ser iguales en color, no en calidad, por la razón de que hay quien siente más frío y necesita tela más consistente, y quien siente más calor, y la desea más liviana.
Y en cuanto a los alimentos, cada cual los toma a medida de su necesidad, y en su propia habitación, lo mismo que se ha hecho con vosotros a excepción de los días extraordinarios, en que por celebración de alguna fecha de gran significación, nos reunimos a comer juntos en el patio de las palmeras que es donde, celebramos los grandes acontecimientos.
—Y, ¿no os molesta a veces el ser mandados por un hombre, el Phara-omme, que ni es vuestro padre ni es vuestro rey? —preguntó nuevamente Aldis.
—-Absolutamente no. En primer lugar, el Phara-omme es elegido por nosotros mismos, como también los diez del Alto Consejo, cuya misión es cumplir y hacer cumplir la ley, y cuidar con solicitud del bienestar de todos los moradores de la Casa de Numú.
Si uno de nosotros cae en una falta que desagrada a los demás, y perjudica el orden de la Casa, se le pone en su propia habitación una advertencia breve y llena de bondad. Si no es obedecida, después de dos veces, se le invita a retirarse de la Casa, devolviéndole lo que hubiere aportado al entrar, y si nada tiene, se le dan los medios necesarios para desenvolver su vida fuera de aquí.
Además, nuestro Phara-omme no tiene necesidad de darnos órdenes, porque nuestro camino está marcado desde hace siglos y el que cumple con la ley, puede estar seguro de que nadie le dará órdenes nuevas.
Ocupado cada cual en lo que ha elegido para su propio trabajo y recreo, creedme, no tenemos tiempo para pensar en pequeñas susceptibilidades. Y como todos tenemos la seguridad de que ninguna cadena perpetua nos ata, estamos aquí por pleno convencimiento de que es lo mejor que podemos hacer, en la situación de cada cual. Si las rebeldías nacen en el ser humano dé las injusticias o sinrazones a que se le quiere someter, aquí no tienen cabida, porque durante veinte lunas estudiamos la ley de la Casa de Numú, al pie de la cual está escrito ya lo sabéis: "Si no te sientes capaz de amoldar tu vida a esta ley, sé sincero contigo mismo y con los demás y apártate para que no seas un perturbador de la Paz y del Amor".
—Pero, las envidias, los egoísmos, las ambiciones tan propias de los hombres, ¿cómo es que aquí no producen ni causan antagonismos entre unos y otros? Los que poseen mayores méritos y cualidades más sobresalientes, ¿no causan humillación y el dolor al que carece de ellas? —volvió a preguntar Aldis al complaciente Kobda, que le acompañaba en aquel paseo al atardecer, por la pradera oliente a frutos maduros y a espigas en sazón.
—Hay una onda tan formidable de amor en la Casa de Numú, que esos sentimientos se desvanecen sin salir al exterior. Además, todos sabemos por el conocimiento de nuestras existencias anteriores, que lo bueno que hoy tenemos, otros lo tuvieron ayer o lo tendrán mañana, y en este caso no cabe la vanidad en los unos ni la humillación en los otros. Cada uno sabe que la vida actual, no es más que una forma pasajera de manifestación adoptada por nuestro verdadero Yo, para realizar un paso en el largo camino.
Si vos por ejemplo, camináis con una luz más grande y viva que la mía, ¿por qué tengo yo que molestarme, si vuestra luz no obscurece la mía, sino que alumbra más mi propio camino? Si vos cuidáis un jardín y yo cuido otro, ¿por qué tengo que padecer si vuestras flores y frutos son mejores que los míos? Lo que cabe es preguntarme, si yo hago por mí jardín todo el esfuerzo y el sacrificio que hacéis vos por el vuestro.
Si vos por ejemplo, os veis rodeado de afecto y consideración, .de lo cual yo carezco, ¿qué cabe pensar o cavilar en tal caso?
Pues que vos haréis mayores esfuerzos que yo, para merecer todo ese afecto y toda esa consideración, pues tratándose de afectos que no son del orden pasional, están siempre basadas en el mérito personal que cada uno se conquista con sus virtudes y con sus esfuerzos.
Si yo no enciendo mi lámpara, ¿tengo derecho de quejarme si estoy a oscuras?
Si soy egoísta y sólo me busco a mí mismo en todas las cosas, ¿tengo derecho a esperar el amor de los demás?
Si jamás me preocupo de complacer a los demás, ¿tengo derecho a esperar que los demás me complazcan a mí?
—Todo eso está muy bien, y tenéis toda la razón, pero los humanos, de ordinario, no razonan así —observó Aldis.
—¡Ah, hijo mío!. .. El que no aprende a razonar de esta manera, no es apto para la Casa de Numú, en cuya entrada está escrito: "Si en ti no ha florecido el amor, ni hay campo para sembrarlo, no entres aquí porque causarás la muerte..."
Y como el egoísmo es el gran destructor del amor, por eso está escrito en nuestra ley:
"La felicidad que se encierra en el amor, sólo la sentirás cuando hayas matado al egoísmo..."
El amor impone muchos sacrificios ocultos, ignorados y silenciosos y el que no es capaz de hacerlos, no debe creerse con derecho de sentirlo y de recibirlo. ¿No lo creéis así?
—Es así a la verdad, y estoy pensando que si fuera posible hacer razonar a todos los hombres en esa forma, la humanidad estaría inundada de paz y de tranquilidad.
—De aquí a diez o doce milenios más, la mayoría de la humanidad razonará en esta forma, según las profecías que aquí se han recibido. Por ahora somos el uno por mil o acaso menos todavía, los que hemos llegado a comprender que el Amor es lo más grande que existe en todos los mundos, y que todo bien nos viene por el Amor y todo mal nos viene por la falta de Amor.
Se acerca la hora de que toméis vuestro alimento y nuestro hermano Zhaín ya habrá pensado en vos seguramente.
Ambos volvieron por el mismo camino que habían recorrido, hasta llegar al Santuario y el anciano Tubal acompañó a Aldis hasta la terraza de su habitación. Salió a recibirles un joven Kobda de dulce y agradable aspecto, que tomó a Aldis por la mano, mientras le decía:
—Soy vuestro vecino de habitación, si no os desagrada mi compañía.
Aldis exhaló un hondo suspiro, pensando en aquél a quien el joven Kobda venía a sustituir y le contestó:
—Os agradezco de corazón, que me hayáis evitado el dolor de ver esa habitación vacía.
—Si hacéis florecer entre vosotros el amor, todos los vacíos se llenan —dijo Tubal, retirándose.

ABELIO DE CRETASIA

Abelio, que así se llamaba el joven Kobda, entró con Aldis en su habitación y como si fuera un antiguo amigo suyo, empezó a disponer la mesa para comer. En vez de una cesta había dos, y le dijo:
—Para iniciar nuestra amistad, me he invitado a comer con vos, si no os desagrada.
— ¡Perfectamente! no podíais haber hecho invitación mejor.
Abelio era quien servía, como si quisiera dulcificar en todas las formas, la amargura que adivinaba en Aldis por la ausencia de su amigo. Y se inició la conversación.
— ¿Hace mucho que habitáis en esta Casa?
—Sólo tres años.
—Parecéis muy joven, para tener ya el elevado concepto que aquí se tiene de todas las cosas.
—Tengo cumplidos ya mis veintiséis años, pero cuando llegué aquí, había saboreado el dolor en todas las formas y así como el Amor que aquí se practica es la fuente de la paz y de la dicha, el dolor es el mejor y más sabio de todos los maestros.
— ¿Os encontráis feliz así, apartado de todo lo que amasteis en vuestra primera juventud?
—Fue tan cruel la vida conmigo, que no he traído a esta Casa sino recuerdos amargos y terribles. . .
Nací en una cueva de piratas en Cretasia, adonde fue conducida por la fuerza mi pobre madre, que me llevaba en su seno. Mi padre había sido asesinado por ellos y mi madre murió después en el viaje que hicimos en un barco mercante, en cuyas bodegas nos entramos secretamente huyendo de los piratas. Un labriego que cultivaba los campos otorgados por los Kobdas en arriendo me tomó como labrador, hasta que conociendo a los Kobdas encargados de los cultivos pedí ser recibido aquí y aquí estoy.
— ¿Y no tuvisteis nunca un amor?
El joven Kobda se impresionó vivamente.
—Perdonad —dijo Aldis— si soy indiscreto. No debo servir yo para Kobda.
—Cuando recién llegamos todos somos indiscretos, pero tengo mucho placer en contestar a vuestras amables indiscreciones -—dijo sonriendo Abelio—. Y a mi vez, preguntó ¿quién es el que no ha amado alguna vez, con ese amor pasional profundo que es el más intenso de todos los amores humanos?
Tuve pues, un amor, que se puede narrar en muy breves palabras. Amé profunda y constantemente durante cuatro años a una mujer extranjera traída a Galaad, como cautiva de guerra, y cuando hube hecho los mayores sacrificios para sacarla de su triste estado, cuando se vio libre y cortejada a causa de su belleza, me declaró que no deseaba esclavizarse al amor de un hombre sin fortuna y sin gloria y en mi presencia trabó amistades ofensivas a mi dignidad y a su honra.
Fue un agudo dolor, pero un dolor que me ayudó a renunciar a los amores humanos, en lo que ellos tienen de absorbentes y dominadores de las facultades del alma. Sin ese gran dolor, yo no estaría aquí y en esta época de tanta perversión humana, de tan espantosas desviaciones espirituales y morales, ¡quién sabe qué rumbos habría yo tomado, a no ser por Bohindra que con sus canciones y las armonías de su lira me salvó del desequilibrio mental que se había apoderado de mí!
—Y, ¿os sentís feliz ahora? —preguntó Aldis nuevamente.
—Completamente, pero he cambiado mis conceptos de la vida y de los acontecimientos de la vida, a la cual miro en la actualidad desde otro punto de vista. Ahora estoy convencido de que por dolorosos que sean esos acontecimientos, no tienen otra finalidad que el cumplimiento de una gran ley de justicia primero, y de una ley de eterna evolución después. Y si, ya más avanzados, aceptamos misiones de progreso para los demás, entonces nos salen en tropel los hermanos de las tinieblas, o sea los espíritus del mal encarnados o desencarnados en defensa de lo que creen sus derechos y sus dominios. Perdonad, pero estoy saliéndome de mis casillas como quien dice, porque aún no estoy en condiciones de enseñar a nadie.
—Otra pregunta, y nada más ¿qué haríais vos en mi lugar, si os ocurriese lo que a mí, tal y como es mi situación? ¿La conocéis?
—Algo, por las manifestaciones obtenidas para vosotros en la Mansión de la Sombra.
—Y ¿qué haríais vos en tal caso?
—Eso... es algo más difícil de contestar de lo que parece, porque tendría que estar dentro de vos mismo. Yo no sé si podéis aquietar vuestro espíritu lejos de vuestra esposa y de vuestro hijito. Yo no sé si os sentís capaz de aceptar esta vida, que sólo os ofrece intensos goces espirituales. Yo no sé si os acostumbraríais a una vida oscura y sin gloria. Además, ¿sabéis en qué punto se halla vuestra compañera?
—No, pero Joheván que está libre ahora, me lo diría.
—Si en la Ley está que ella deba desencarnar lejos de voz, Joheván no os podrá revelar lo que deseáis.
—Entonces, ¿será necesario que pierda también la fe en la amistad leal y verdadera que me brindó Joheván hasta ayer?. . . —preguntó Aldis dejando asomar su amarga decepción, no obstante su habitual serenidad.
—No penséis así, por favor, de vuestro noble amigo, que como su estado libre le pone en condiciones de ver más claramente la ruta que juntos acaso habéis elegido, por el amor sincero y grande que os tiene, os ayudará a que se cumpla en vos, esa ruta y ese camino.
—Cuando él estaba a mi lado, era yo quien calmaba sus ansiedades y sus cavilaciones. Ahora que no le tenga conmigo, diríase que sus torturas han pasado todas juntas a mi corazón.
—Si no os molesto. . . —dijo Zhaín desde la puerta.
—Pasad, —contestaron los dos jóvenes.
—Acabo de recibir esto para vos, —dijo a Aldis, entregándole una pequeña plaquita de cera, en la que había escritas estas palabras: "Cálmate, que Mucha y Adamú vendrán a visitarte esta noche; no pierdas la fe en la amistad de Joheván".
Era lo que faltaba para que el corazón de Aldis se desbordara como un vaso que está demasiado lleno, y doblando su cabeza sobre la mesa empezó a llorar a grandes sollozos.
Zhaín hizo una señal a Abelio, el cual salió volviendo un momento después con el Phara-omme y dos monjes ancianos.
Todos se quedaron quietos, de pie y silenciosos, en torno de Aldis que continuaba sollozando con la cabeza oculta entre sus brazos apoyados en la mesa, y el Phara-omme colocó sus manos sobre aquella cabeza dolorida y sollozante.
Una suave irradiación de paz, de amor y de consuelo se extendió en torno suyo, penetrándolo, absorbiendo su espíritu y su materia, en una especie de dulce somnolencia. Y Aldis se quedó profundamente dormido. Los Kobdas se alejaron, menos Zhaín, que quedó a su lado para velarle.

BOHINDRA JOVEN

Todo cuanto hay de grande y de bello en el espíritu humano: actividades mentales y emotivas, invisibles creaciones del pensamiento plasmado por la energía, todo fue puesto en juego en torno a Bohindra, aún inconsciente allá en la penumbra violeta del jardín de invierno.
Habían pasado dos días y medio, y los Kobdas en observación notaban que la respiración y los latidos del corazón, eran cada vez más tranquilos y normales. Le habían hecho beber agua de la fuente, y jugo-de uvas exprimidas, en pequeñas dosis.
Gaudes y Joheván, como mensajeros del Amor Eterno, en esos días de expectativa a la espera del despertar de una vida nueva, se hacían visibles junto al dormido, hasta conseguir la conjunción y el equilibrio perfecto entre el cuerpo mental y el cerebro.
Cuando la observación hizo comprender a los expertos Kobdas que se acercaba el momento de despertarse nuevamente a la vida física, le quitaron los vestidos de Joheván y los sustituyeron por los ropajes de Bohindra, le dejaron la lira al alcance de sus manos, hicieron más claridad en la penumbra y esperaron sentados a distancia. Después de una hora de profunda quietud y silencio, aquellos hermosos ojos castaños se abrieron, como el que despierta de un largo sueño. Ordenó sus cabellos de bucles bronceados y se incorporó. Lo primero que vio fue la lira y abrazándola como a una amada compañera de muchos años, murmuró en voz baja:
— ¡Contigo me dormí, y contigo me he despertado!... Lira mía, cántale a Bohindra nuevamente encadenado a la vida terrestre por otro medio siglo más. . .
Y otra vez la lira de Bohindra como un suspiro de la noche, parecía gemir entre las ondulantes hojas de los lotos, que acariciaban su bronceada cabellera. Y cantó de nuevo aquellos versos, pero con una voz de timbre suave y dulcísimo, de Bohindra de veinticinco años. Dos de los Kobdas presentes, muy ancianos ya, que le habían conocido cuando él llegó al Santuario, tuvieron en ese instante la exacta visión del día que vistió la túnica azulada y cantó acompañado de la lira una hermosa balada al amor.
Cuando terminó la canción, se le acercaron los que estaban presentes y habiendo resonado los toques de llamada, se fue llenando el recinto con los Kobdas que acudían a recibir de nuevo a Bohindra joven, vigoroso y bello.
En las crónicas de la antigua Institución, se contaban veintiséis casos iguales a éste, de un éxito completo, y sólo tres en que la trasmigración de espíritus había resultado incompleta, quedando las facultades del espíritu empobrecidas, y debilitadas, por falta de conjunción perfecta entre el cerebro y el cuerpo mental.
Era pues, un grande acontecimiento para aquellos infatigables obreros en los campos del pensamiento y de la voluntad.
— ¡Es él... el mismo que llegó hace veinticinco años, sólo que ahora no tiene aquella sombra de dolor intenso y desesperado que le cubría la frente! —exclamaba un Kobda viejecito que trabajosamente se abría paso entre todos para llegar a Bohindra, al cual abrazó con una ternura verdaderamente paternal.
Zhaín que fue su vecino de habitación, pues habían llegado casi juntos, estaba encantado de verle con el exacto parecido de veinticinco años atrás y acercándose le dijo:
—Nuestro Aldis duerme bajo la acción de los fluidos emitidos sobre él para calmarle, porque estaba desesperado. Cuando quedéis libre, si os parece, venid a su habitación y se consolará tanto viéndoos nuevamente!
Bohindra se lo prometió y Zhaín volvió a su sitio al lado de Aldis.
Bohindra pues, estaba de audiencia. Todos querían hablarle y probar así que los reconocía. Era aquello una verdadera inundación de amor en torno suyo. Los Kobdas ancianos que le habían calmado sus tempestades de joven enloquecido por el dolor, sentían renovada su amorosa paternidad espiritual hacia Bohindra, de nuevo joven y bello como hacía veinticinco años. Los Kobdas jóvenes que le habían conocido hombre de edad madura y casi anciano ya, sentían la dulce ternura de hermanos mayores hacia el joven Kobda, poeta y músico, que se levantaba de nuevo entre ellos, como un ruiseñor recién salido del nido, para tender al viento la divina explosión de su armonía.
De pronto empezó el silencio a extender sus oleajes suaves de calma y de serenidad, y una onda de amor más intensa aún, invadió todos los espíritus. Por encima de la inmensa multitud de Kobdas, se empezaron a formar como espirales de luz mortecina al principio, y más intensa después millares de seres intangibles flotantes y vividos, parecían desfilar, acercarse y confundirse a los que, revestidos de materia se entregaban a las dulces expansiones del amor fraternal. Casi todas aquellas sombras luminosas, aparecían con las azuladas túnicas de los Kobdas, y algunos de ellos eran reconocidos por los presentes en la vida física, pues no hacía muchos años que habían desaparecido del plano terrestre.
Los dos Kobdas últimamente libertados de la materia, aparecieron después, mas no vestidos con las túnicas azuladas, sino con la majestuosa indumentaria de los antiguos reyes de Orozuma, padres de Anfión el príncipe Santo.
La escena se tornó de solemne en tiernísima cuando Sadia, la dulce mujer amada por Bohindra, flotó junto a él en forma tal, que de su figura plasmática brotó clara y distinta su voz para decirle:
— ¡Bohindra, amado mío! Como una flor en el otoño se desvanecieron todos tus sacrificios y dolores pasados, para sólo quedar en torno tuyo la divina eflorescencia del amor que has derramado.
Y tras ella Joheván, que abrazando su propio cuerpo animado por su padre, se encontró por primera vez desde hacía muchos años, entre el abrazo de los dos seres que le habían dado su última vida física.
Imposible sería describir la intensa emoción de aquellos momentos, para los que presenciaban esta escena extraterrestre, entre almas que se aman y se siguen en eterna unión a través de siglos y siglos. Sadia, la dulce y rubia Walkiria, madre de Antulio, aparecía igualmente con sus rizos de bronce, a los que Bohindra tanto había cantado en su lira mágica de pastor, en los lejanos días de aquella otra juventud:

"Tienen música tus rizos,
Cuando los agita el viento. . .
Tus cabellos,
tienen luz y áureo reflejo
Cuál si fueran
guedejas de bronce viejo!. .

La niebla luminosa fue desapareciendo juntamente con las formas tangibles que de ella misma parecían haberse formado, y aún continuaba el silencio inundando el recinto de esa armonía interior sin voz y sin, sonido, que tanto conocen las almas habituadas a la concentración del pensamiento.
Cuando los Kobdas se retiraron del recinto, Bohindra se dirigió a la habitación de Aldis acompañado del Phara-omme y de Tubal, porque su cuerpo algo debilitado, no podía andar todavía con soltura y agilidad.
Se sentó sobre el lecho del dormido y esperaron en silencio el despertar, que se produjo unos momentos después. Fue pues lo primero que vio Aldis al abrir de nuevo sus ojos, e incorporándose rápidamente se abrazó de su amigo en una espontánea manifestación de cariño:
— ¡Joheván!. . . ¡soñé que te habías muerto!. . . ¡Qué pesadilla Dios mío!. . . ¡Tienes la túnica azulada!. . . ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Los Kobdas se miraron con inteligencia, como poniéndose de acuerdo en que continuase la ilusión, hasta tanto que, más fortalecido y sereno su espíritu, fuera capaz de asimilar la magnífica y hermosa verdad, tal como era.
— ¡Ha pasado el tiempo requerido!... —contestó Bohindra con naturalidad— mientras tú has tenido fiebre y delirios, pero es necesaria que te levantes para que juntos demos un largo paseo que te reanime.
Mientras ellos hablaban, Zhaín levantó de la mesa la plaquita en que Joheván dio su mensaje, y opinaron ocultarla para evitar un nuevo tormento a aquel pobre corazón que, con la partida de Joheván, se había sentido tan solo y tan deprimido, hasta producirse la crisis que pudo haber sido funesta para su salud.
EL ÁGAPE

Dos diversas corrientes de emoción pasaron ese día por las almas de los Kobdas.
Por la mañana, habían bajado a la cripta inmensa del patio de los olivos, el cuerpo anciano de Bohindra sin vida, y empapado en las esencias que impedían la descomposición, lo habían depositado en la urna correspondiente, con esta inscripción en la piedra que la cubría:
"Aquí yace la envoltura carnal de Bohindra, que la animó durante 59 años, y que fue dejada hace tres días de la fecha, para continuar otra vida terrestre en el cuerpo físico de su hijo Joheván, libertado el mismo día."
Y por la tarde, la resurrección de Bohindra en el cuerpo de su propio hijo, dando lugar a las intensas manifestaciones de amor fraterno que conocemos.
Llegó la noche y el patio de las palmeras iluminado con los azulados reflejos de antorchas y globos luminosos, presentaba el aspecto de los grandes acontecimientos.
Delante de los bancos de piedra, estaban las mesas dispuestas en amplio círculo, y ocupaban la atención de los Kobdas jóvenes y de los postunances que esperaban las veinte lunas de prueba, Grandes esteras de fibra vegetal, tendidas al pie de los bancos y hermosas canastas llenas de flores y de frutas, era la ornamentación de aquel comedor al aire libre.
La alimentación de los Kobdas, aun en los días de grande solemnidad era más o menos la misma; los huevos de avestruz, tan abundantes en el país proporcionaban la materia prima para los platos fuertes, juntamente con el queso, manteca y legumbres en general, las frutas y hortalizas, disecadas cuidadosamente, y el jugo de uvas con cerezas, en forma de jarabe preparado por los mismos Kobdas, encargados del cultivo en sus praderas, componían más o menos su forma de alimentación.
La diferencia estaba no en los alimentos, sino en que los días ordinarios, comía cada cual en su habitación, y los días de solemnidad lo hacían todos reunidos en el patio de las palmeras.
Como Bohindra formaba parte del Alto Consejo, había sido colocado al lado del Phara-omme, quedando por tanto muy distante del sitio ocupado por Aldis, que estaba al lado de Zhaín. Abelio con los demás Kobdas jóvenes y postunances, habían comido ya y eran los que servían las mesas.
Aldis empezaba a Sumirse en un mar de confusiones, hasta que no pudiendo resistir preguntó a Zhaín:
— ¿Podéis decirme, por qué Joheván está sentado al lado del Phara-omme, debiendo estar aquí conmigo como antes?
Zhaín se encontró algo cohibido ante tal pregunta, pero reaccionando rápidamente le contestó:
—El Phara-omme tuvo esa idea, celebrando el acontecimiento.
— ¡Ah, sí! de haber vestido la túnica azulada de los Kobdas —dijo Aldis,
-—Justamente.
El Phara-omme y Bohindra en su fina sensibilidad, sintieron la inquietud de Aldis y ambos a la vez le hicieron señal de acercarse, y el Phara-omme le dijo:
—Como es la primera vez que os separáis de vuestro amigo, no quiero que esta comida de alegría esté amargada para vos con; ese pensamiento; sentaos pues aquí entre él y yo, y si os decidís por fin a vestir la túnica azulada, haremos ese día otra celebración como ésta.
Y le obligó a sentarse.
Pero Aldis, como sí desde el fondo de sí mismo se levantara un reflejo de la verdad, continuó meditabundo y reflexivo, hasta que Bohindra adivinando lo que le pasaba, trató de desviar su pensamiento.
—No te preocupes por la insinuación que acaba de hacerte nuestro Phara-omme que aunque yo esté con esta túnica, no estás obligado a vestirla tú, si no es tu voluntad.
Aldis volvió a su tranquilidad normal.
Cuando terminaba la comida, alguien dijo en alta voz:
—Aquí sólo falta la lira de Bohindra para completar-el cuadro.
El asombro y el despertar de Aldis fue completo, cuando vio a su amigo que, con admirable soltura, arrancaba de su lira de oro las mismas divinas melodías que oyera tocar al anciano, en el Jardín del Reposo, aquella tarde de intensas emociones junto al borde de la fuente.
Se sentía como sumergido en un mundo azul de ensueño y de ilusión. Se apretó la cabeza con ambas manos y el Phara-omme le oyó decir: — ¿Es Bohindra o es Joheván? ¿O son los dos a la vez?
—Tranquilizaos: es vuestro amigo con el genio de la armonía de Bohindra.
—Pero Bohindra, ¿dónde está? —volvió a preguntar Aldis, buscando al hermoso Kobda de ondulados cabellos blancos, sin encontrarle.
—Dejó su materia hace tres días, y cuando gustéis, bajaremos a la cripta donde podréis ver la loza grabada que cubre al cuerpo sin vida.
— ¡Esto es maravilloso! ¿Y cómo habéis hecho para retener ese genio de la armonía y encerrarlo en Joheván? —preguntó Aldis, mientras la lira seguía exhalando al viento de la noche la divina cascada de sonidos, que parecían enredarse en las hojas lacias de las palmeras, y entre las flores de loto que adornaban las mesas.
— ¿No habéis oído decir que "el amor es el Mago vencedor de la muerte"? Era necesaria la continuación de ese soplo del Amor Eterno y de la Eterna Armonía entre nosotros y el Altísimo nos ha permitido realizarla. ¿Comprendéis ahora porqué vino Joheván a la Casa de Numú?
— ¡Estoy viviendo en un país de encanto! —exclamó maravillado Aldis.
—No, hijo mío, estás viviendo de una hermosa realidad: la energía eterna del espíritu que cultiva sus poderosas facultades y domina con ellas las grandes fuerzas existentes en el universo.

NIEVE Y ESCARCHAS

La caverna del país de Ethea se encontraba entre las escarchas y la nieve. En esa región que, muchos siglos- después, se llamó Fenicia, se sentía aun entonces casi un clima polar en el invierno, cuyos glaciares iban retirándose poco a poco, dando lugar a través de los siglos, a que fuera estableciéndose un clima templado primero y cálido después.
Las escarchas provenían de las grandes lluvias de fin de otoño, que sorprendidas por los fríos intensos, estancadas en las cuencas de las montañas y en los profundos valles que separaban unas de otras, se habían convertido en escarcha, dando lugar a que se realizara una vez más, lo que decía el viejo cantar de los pastores de la comarca:

"Cantaba en los valles
la Linfa serena
Y el Mago de manos heladas
la tornó en piedra"

La Linfa pues, y el .Mago, o sea el agua y el invierno, se habían tornado en personajes de leyenda y los habitantes de aquellas regiones posteriores a la época glacial, habían llegado a creer que una doncella, una pastora acaso, había sido convertida en piedra por la palabra todopoderosa de un mago. Algo así como siglos después, otra leyenda contaría que un momento de curiosidad, convirtió en estatua de sal a la mujer de Lot.
Las figuras atrevidas y simbólicas de la literatura y poesía de los tiempos arcaicos, se tornaban por obra y gracia de los siglos, en figuras con un corazón y un alma que sentía y lloraba.
¡Bendita sea la caverna de Gaudes que, gracias al fuego del hogar encendido por Madina y al calor que emanaban los renos, no se convertían en blanca escarcha también, los cuatro seres humanos refugiados en ella.
Sophía, se consumía como una luz que lentamente se apaga. Milcha lo veía y un hondo y silencioso sufrir se había apoderado de ella en tal forma que aun esforzándose mucho, no lograba disimularlo por completo. Ambas habían visto en sueños a Joheván que les había dicho a las dos las mismas palabras:
"Me separé de mi cuerpo sin sufrir y ahora estoy libre, como un pájaro escapado de la jaula. Estaré siempre con vosotras, hasta que vengáis conmigo".
Una inmensa paz serena y dulce envolvió a Sophía desde entonces, que reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, preparaba ropas de diversos tamaños, medidas y calidades, de entre el montón de vestiduras sacerdotales que los piratas cretenses habían dejado.
— ¿Por qué hacéis túnicas tan grandes, si los niños no llegan ni a la mitad de ese tamaño? —le preguntaba Milcha.
—Para cuando ellos crezcan Milcha, y nosotros no estemos aquí —le contestaba Sophía con grande tranquilidad.
Es una característica casi general en los espíritus originarios de Venus y de otros mundos en que habitan como allí, humanidades ya llegadas a la comprensión de la ley del Amor, el deseo intenso de terminar la vida física, cuando se hallan encarnados en mundos donde aun no se ha comprendido el amor, como ley suprema de la vida universal.
Sophía se sentía como desterrada, como fuera de su centro, y a eso debemos atribuir su modalidad en la casa de su padre, de estar continuamente entregada a las creaciones de su fantasía, consistentes en paseos por las selvas y por las praderas, festines y danzas en balsas inmensas de madera como plazoletas flotantes sobre el caudaloso Avendana, el gran río de su país natal.
El aviso dado en el sueño por Joheván, alimentó más en ella la llama de aquel interno deseo de abandonar la vida física, sin que el pensamiento de Evana, que apenas contaba veintisiete meses, fuera capaz de infundirle de nuevo el deseo de vivir.

LA MUJER FUERTE

Milcha, espíritu fuerte originario de Acuamundis. (Neptuno), algo semejante al globo terrestre en el grado evolutivo de la humanidad que lo habita, y cuyas corrientes astrales y etéreas permiten desarrollar mayores energías y actividades físicas y mentales, parecía adaptarse mucho más a la rudeza de la vida terrestre, en medio de la cual se encontraba.
El invierno con sus escarchas y sus nieves les impedía salir a beber aire y luz, sol y alegría en los vallecitos que se abrían entre montañas y colinas, lo cual podía distraer a Sophía, de lo que ella llamaba la tristeza de vivir. Minado su organismo por una fiebre lenta que la atacaba al atardecer, extenuándola cada vez más, se durmió después del medio día, forzada según dijo a Milcha, por una gran fatiga de la cual esperaba reanimarse con el sueño, y no se despertó más.
Al atardecer se acercó Milcha al lecho, para despertarla con el vaso de leche calentita de Madina, pero no le respondió.
Su cuerpo tibio aun hizo creer a la esclava que Sophía estaba sumergida en un desmayo y comenzó a frotarla fuertemente, vertiendo a la vez agua clara sobre su rostro.
Milcha comenzó a sentir una fuerza llena de calma y de serenidad; casi había placidez y bienestar en esa serena calma que la inundaba. De pronto vio algo como una claridad entre la penumbra de la caverna, ya semio scurecida por la caída de la tarde. Volvió la cabeza y vio a Sophía riente, más joven y hermosa, llena de vigor y de alegría que le decía:
—"No me busques ya en ese cuerpo gastado, que debes entregar a la tierra porque ahora soy libre como las aves del cielo" —y la abrazó con inmensa ternura.
Instintivamente Milcha cayó de rodillas entre llorosa y sonriente, y se abrazó a su vez de aquella sombra amada que se esfumó entre sus brazos.
Miró al cuerpo inmóvil sobre el lecho, ya invadido por el frío de la muerte y corriendo hacia los niños que jugaban con el renito pequeño, convertido en compañero de travesuras, se abrazó de ellos y se echó a llorar amargamente!
Madina, como si adivinara que algo extraordinario ocurría, se acercó al lecho de Shopía y empezó a lamerle las manos heladas. Después fue hacia donde Milcha lloraba, sentada junto a los niños y se echó a sus pies, apretándose cuanto pudo a ella como si le quisiera hacer comprender que sería su fuerza y su apoyo en adelante.
Cuando más entrada la noche, los niños se durmieron y toda la familia reniana estuvo reunida en la caverna; Gaudes, el de las bellas obras silenciosas y ocultas a las multitudes inconscientes, puso en actividad sus grandes fuerzas mentales, pidió el concurso de sus compañeros de alianza y de trabajo, los Kobdas de Neghadá, donde por tres veces en distintos siglos había habitado, y con la fuerza mental de los cuarenta del turno, pudo realizar en la caverna una manifestación plasmática que reanimara el espíritu de Milcha, para continuar la penosa jornada.
Y ella vio a Aldis vestido con la túnica azulada de los Kobdas, que le dijo:
—Milcha, amada mía, he comprendido que nuestra vida terrestre no tuvo otro fin que dar vida física a ese pequeño ser que duerme en tu propio lecho, y que será la raíz de una generación nueva, donde pueda tomar materia carnal el Verbo de Dios, cuando sea llegado el momento. Seamos generosos al finalizar nuestro holocausto y no te desespere la partida de Sophía, que sigue teniendo para ti la ternura de una madre. ¡Mira!
Y como si la caverna se hubiese abierto sobre la pradera, Milcha, asombrada, vio las puertas de una ciudad que resplandecía como el oro a los rayos del sol; un hombre de edad madura entraba llevando un niño de doce años con la cabeza vendada y sentado sobre un asno cargado de mercancías. Un hombre joven y hermoso, de aspecto grave, bondadoso y noble le seguía acompañado de otros hombres jóvenes también. Entraban en una tienda como casa-venta de telas, piedras preciosas y objetos de metalurgia.
Había allí una mujer joven y bella, que se echó a llorar sobre las rodillas del niño herido, montado sobre el asno, mientras el hermoso joven de noble aspecto la consolaba, y el hombre de edad madura acostaba al pequeño herido sobre un lecho de pieles. Aquella mujer que lloraba tenía el mismo semblante de Sophía, sólo que no era rubia como ella, mientras que el hombre de edad viril, su marido, era exactamente igual a aquel anciano que vio Milcha a la puerta de la caverna, quitando la piel a los búfalos.
La extraordinaria fuerza mental de los operadores invisibles, descorrió el velo del enigma, y Milcha comprendió clara y nítida aquella visión, cuando en el sitio del niño herido se vio ella misma entre sus padres de aquella lejana vida perdida ya en la nebulosa de los siglos: Sophía y Gaudes que la miraban tiernamente, mientras el hombre joven y hermoso de la mirada profunda y dulce, le quitaba la venda de la frente y le decía:
—"El amor cura las heridas del cuerpo y las del alma. Entre la sangre y las lágrimas, sembraremos juntos el amor sobre la tierra durante muchos siglos".
Y oyó que decía a la madre del niño herido: "Istar, este niño será tu fortaleza en un día muy lejano, que llegará cuando habrás elegido una piedra muy dura para tu simiente; mas yo seré vuestro constante amigo que os seguirá de cerca, hasta el día que a Gaudes, una estrella radiante le marque el lugar de mi nacimiento, y a Istar le diga mi voz: "Antes de que florezcan tres veces los almendros de tu huerto, estarás conmigo en las moradas de luz".
Y se desvaneció la visión quedando sólo la presencia astral de Aldis, de pie junto al lecho de Milcha que sollozaba en una profunda consternación.
Aquella Istar, madre de Delmos, sería muchos siglos después la madre del apóstol hindú, el gran Bhuda Amida Boodhisatva, que fue una encarnación del Verbo de Dios, y otros milenios después aquel tierno lirio blanco que se abrió a los pies de Jesús de Nazareth, y que conocemos con el nombre de la pequeña María de Betania, mientras Gaudes convertido en aquel sabio astrólogo Melchor de Horeh derramaba en las montañas de Arabia la luz de aquella estrella radiosa, que le había guiado hasta la cuna del Verbo Eterno hecho carne.
— ¡Formidables realidades de nuestra eterna vida! —decía Aldis comprendiendo el abismo de asombro en que estaba sumergida Milcha, todavía bajo la acción de las manifestaciones plasmáticas que había contemplado. Tú y yo hemos terminado nuestra misión como esposos, y nos resta ahora cumplirla como auxiliares del gran Mesías de la humanidad, cuya enseñanza escribiré un día, dictada por ti, y cuyo rostro pintaré en la blanca toca de una mujer.
Aludía a su futura encarnación de Lucanus, conocido por Lucas el Evangelista, que pintó al óleo el rostro de Jesús en el velo blanco con que secó Verónica el rostro ensangrentado del Mártir.
Milcha entró en la dulce serenidad del sueño y cuando a la mañana se despertó, halló que tenía otra vez en su cuello aquel collar de amatistas que no se podía quitar sin romperlo.
— ¡Ah! —Exclamó consolada en su inmensa pena— Con esto quiere probarme Aldis, que de verdad estuvo a mi lado, y que toda aquella visión no fue sueño sino realidad.
Llena de un extraño valor y energía, y antes de que despertasen los niños, envolvió el cuerpo de Sophía en uno de aquellos mantos de lino y salió con su carga fuera de la caverna. Madina la siguió hasta una gran encina que quedaba casi detrás de la caverna, donde Milcha pensó depositarla, por haber sido el lugar preferido de Sophía, cuando se sentaban a tomar el sol.
Su asombro fue grande cuando encontró removido el tronco seco en que solían sentarse y que era como la tapa de un gran hoyo abierto en la tierra.
—Esta será su sepultura —dijo colocando el querido cuerpo en la fosa—. Cuando se disponía a ir a buscar un instrumento de aquellos de arrancar piedras, para cubrir el cadáver, vio a Madina escarbar la tierra, musgos y yerbas, que hacía caer sobre la tumba, hasta que desapareció la blanca envoltura en que había envuelto el cuerpo de Sophía. Después empujó violentamente el tronco, que rodó hasta caer de nuevo en el hueco, donde por tantos años había estado.



ALDIS Y SUS NUEVE COMPAÑEROS

Antes de vestir Aldis la túnica de los Kobdas, había tenido una secreta confidencia con el Alto Consejo, según la costumbre de la Casa de Numú, para dar lugar a que el postunance expusiera todos sus puntos de vista sobre la norma de vida que iba a adoptar.
Y aunque en la Ley de la Institución se leía al comenzar: "El Amor debe ser la única cadena que sujeta al Kobda a los muros de la casa de Numú". . .
Aldis quiso asegurarse más:
— ¿Me exigiréis algún juramento que me impida reunirme a mi esposa y a mi hijo, si el Altísimo los coloca de nuevo en mi camino? —preguntó al Consejo en la Audiencia que se le dio.
—Absolutamente ninguno. La túnica que vais a vestir no tiene otra finalidad que la de borrar las desigualdades sociales, en forma que aquí no se distingue el rey del vasallo, ni el príncipe del esclavo, y buscar que la armonía del colorido se ponga a tono con la interna armonía del pensamiento y de la voluntad.
— ¿Me permitiréis realizar un viaje por las costas del Mar Grande para buscarles?
—Podéis formar parte de los Kobdas peregrinos, que todos los años salen a recorrer distintas comarcas en busca de los cautivos en las cavernas, de los leprosos y de los posesos. ¿Queréis exponer algo más? —había preguntado el Phara-omme.
— ¡Nada más! Estoy por completo a vuestras órdenes.
Bohindra fue el destinado para que vistiera a Aldis la túnica en el acto de la consagración. Juntamente con él otros nueve jóvenes que cumplían también las veinte lunas de prueba.
Uno de estos jóvenes había huido de su país en la costa del Mar Eritreo del Norte (Mar Caspio), porque la Reina Guerrera Shamurance, había dado muerte a su esposa y lo había tomado cautivo, enamorada de él a causa de su extremada belleza. Era un perfecto tipo de raza aria de los pocos que quedaban de pura sangre, y los Gomerianos de la reina Shamurance eran morenos y rechonchos, mientras que éste era "de esbelta talla, con los cabellos de bronce, cutis de pétalo de loto y ojos color de miel". El joven había escapado con su madre, siendo ambos salvados por uno de los Kobdas-peregrinos, que les trajo a la Casa de Numú.
El joven vestía la túnica azulada al mismo tiempo que su madre, en el Monasterio destinado a mujeres, al otro extremo de la ciudad de Neghadá.
Este joven se llamaba Erech y su madre Nolis y hacemos mención de ellos, porque fue en esta ocasión que, por primera vez, se afiliaron a la Gran Alianza del Instructor de la humanidad terrestre, en la cual se les verá seguir en adelante hasta su último venida al planeta, en la que estuvieron representados por Martha de Bhetania y Felipe de Laconia, el Diácono de los Apóstoles galileos.
De las Casas de Numú establecidas en aquellas comarcas, hasta el Caucase y las faldas del Altai (la India actual), debían surgir los discípulos del Gran Misionero, para difundir su doctrina, no sólo en la encarnación del Verbo que ya llegaba, sino en sus futuras encarnaciones de los siglos lejanos.
Copias de las Casas de Numú, fueron, aunque con grandes variantes, y con transformaciones lamentables, los Cenobios de la Tebaida y los grandes Monasterios Budistas del Himalaya y las Bhramosamaj (casa de oración de los Lamas Tibetanos).
Era costumbre designar un Kobda antiguo, para instruir más de inmediato a los recién consagrados, y fue así Tubal el instructor de Aldis y de sus nueve compañeros; Tubal, aquel Haran-Araset, padre de Antulio el filósofo santo, el divino profeta que lloró a la vista de la bella Atlántida desaparecida bajo las aguas, como muchos siglas después lloraría viendo en los planos etéreos de las cosas que serán, la ruina de Jerusalén, bajo las huestes romanas.
Tubal, el mismo espíritu que en el siglo de Cristo acompañó al Enviado en su adolescencia al santuario sagrado de la Cabala, para iniciarse en la Ciencia de Dios y de los espíritus, aquel José de Arimathea que bajaría del patíbulo los despojos sangrientos del Mártir.
La noche misma de la consagración de los postunances, en la concentración nocturna, aparecían diseñados por la luz eterna, los rasgos prominentes del pasado y del futuro de los recién consagrados en forma que su espíritu se despertara a la magnífica realidad de la Justicia Divina y del Amor Eterno, en relación con todas las criaturas desde la más perfecta hasta la más primitiva y embrionaria.
El día de su consagración, sabía pues, el Kobda, el por qué de todos sus dolores y la ruta que él mismo había aceptado para realizar por ella su evolución durante siglos y siglos futuros, si su propia debilidad y miseria no torcía su rumbo.
Por eso, pudo decir Aldis a Mucha en su aparición de la cabaña, algunos pasajes de su vida pasada y de su vida futura.
Por eso también aquel Erech, Ibrin, Suri y Acadsú, compañeros de Aldis al vestir la túnica azulada, se vieron a sí mismos en seguimiento del Verbo de Dios, encarnados en sus múltiples venidas futuras a la tierra. Ibrin y Suri tuvieron la visión del camino de Emaús, en las campiñas de Galaad saliendo de Gerar,6 donde el hombre joven, hermoso y grave de la mirada profunda y de la voz musical partía el pan y se los daba como señal de amor y de paz, y ellos caían de rodillas ante él para decirle: "Maestro, Maestro".
Y el pobre Acadsú tuvo la inmensa amargura de ver al hombre justo de los ojos profundos, orando en un huerto de olivos seculares, mientras él, al frente de un grupo de hombres armados, le ataba a la espalda sus manos indefensas, que tantas llagas habían curado y secado tantas y tantas lágrimas.
Quien veía estas visiones futuras, no podía precisar en qué tiempo se realizarían, ni porqué ni cómo. Flotando en el Pensamiento Eterno, como los hilos misteriosos de una red tendida sobre cada esfera por la Energía Creadora de soles y de mundos, aquellas lejanas escenas eran como una onda capturada en el espacio infinito, por el pensamiento investigador y ansioso de los Hijos de Numú, incansables buscadores de la Sabiduría y de la Verdad.
Y junto a las hermosas apariciones de escenas de amor y de gloria desfilaban los más grandes errores pasados, causa de los dolores del presente' y del porvenir.
El joven Kobda encerraba pues, en pocas horas, dentro de sí mismo la plena y profunda convicción de que cada vida carnal, no es más que un paso de su eterna vida, y sus rebeliones internas ante las injusticias humanas, desaparecían como por encanto. Una profunda serenidad ante el dolor y ante la muerte, le invadía en todos los recónditos senos de su espíritu, pues su éxito final, lo veía asegurado si con firme y decidida voluntad, saltaba por encima de todas las barreras que las contingencias humanas pusieran ante su paso.
Los Kobdas de la anterior consagración, entre los que se contaba Abelio y los de la última, en que estaba Aldis, concurrían casi diariamente a una gran sala del piso bajo, donde dedicaban algunas horas a trabajos manuales de su predilección.
Los grabados en piedra para las losas funerarias, y para las leyendas que se colocaban en las habitaciones, en los corredores, y en las terrazas, se hacían allí, lo mismo que la preparación del papiro traído en grandes fardos por los labriegos de todo el Valle del Nilo que lo conducían al Santuario, donde se les compraba a buen precio.
Notables obras de metalurgia, verdaderas filigranas de cobre y de plata, que era lo que más abundaba, y que adornaron siglos después las tumbas de los Faraones, fueron fabricadas en aquella sala-taller de los Kobdas de Neghadá.
Había algunos, en los que ya se revelaba el genio del pincel que serían en el futuro, que tomaban motivos para esbozos en lienzos o en pinturas murales, de las mismas manifestaciones plasmáticas de la Mansión de la Sombra, como si quisieran retener en cromáticas pinceladas, en claro-oscuros sutiles esfumados en deliciosas penumbras, toda aquella exhuberancia de vida humana, vivida en el pasado o de vida humana que se viviría acaso a la vuelta de otra luna, o la vuelta de otros siglos.
Abelio quiso diseñar escenas de su futuro y esbozó bajo unos pórticos que daban sobre una campiña, la tierna manifestación plasmática que para él captara el pensamiento formidable de los Kobdas unidos en profunda concentración.
El hombre justo y bueno de los ojos dulces y profundos, levantaba del suelo en que se hallaba adherido, como un harapo de humanidad, a un joven leproso, le inyectaba la fuerza y energía con sus manos acariciantes y sus ojos de mirada honda y profunda, mientras le decía:
"Cuando el sol se ponga mañana, serás libre del mal que te aqueja".
Y le vio en edades futuras, copiando del éter impalpable, del insondable infinito, la indecible angustia de un Mártir inmolado por amor a la humanidad, mientras esa misma humanidad representada por un pueblo fanatizado y por unos sayones brutales, le gritaba enfurecido: "Si eres Hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en ti".

6 Galaad fue la Judea después, como Gerar fue Jerusalem.
El viejo, bondadoso y jovial no obstante su edad, aquel que abrazaba a Bohindra rejuvenecido, entró a la sala-taller, mientras hacía estos bocetos Abelio, como sumergido en un aura de luz y de genio, que movía febrilmente su mano sobre el lienzo: "Tú serás en el futuro un copiador de la última tragedia Mesiánica sobre la tierra ya plasmada por el pensamiento divino, muchos siglos antes de haber sido vivida en la carne", le dijo.
Y Abelio fue un día Rubens, uno de los pintores que dieron más vivos matices a la tragedia intensa del Gólgota.
Mientras que yo, pobrecillo de mí —añadía el anciano como leyendo en un claro libro,, que su espíritu casi desprendido de la materia, hojeaba con facilidad— no seré más que un infeliz ciego a la luz material, que gritará con todas sus fuerzas al pasar el Justo, seguido de la muchedumbre : "¡Señor, Señor, haz que yo vea!".
Y el profeta Kobda sonreía y lloraba a la vez, y esas lágrimas se deslizaban por las hordas arrugas de su faz, hasta perderse en la blanca guedeja de su barba cana. Y fue un día, el gran sabio astrólogo y ocultista conocido de la humanidad moderna, por Alberto el Grande.

EL KOBDA REY

Mientras esto ocurría en Neghadá, llegó la embajada del Chalit Armhesú desde Zoan, ciudad en que se hallaba establecida la sede principal de su .reino. Les acompañaba el Audumbla que .había dado el consejo de buscar un Kobda para sucederle en el gobierno de sus pueblos.
Traían amplios poderes para investir al heredero de todos los derechos y prerrogativas inherentes a esa designación, caso de aceptarla y aun para llevarle con ellos a Zoan, por si era posible alcanzar vivo aun al anciano Chalit.
El Alto Consejo de la Casa de Numú recibió a los embajadores con toda la delicadeza acostumbrada y entraron a tratar el asunto.
—Nuestro Chalit, a quien Numú sea propicio, está para emprender el viaje de la media luna y hemos tenido aviso de lo Alto, de que aquí debe buscarse el que ha de sucederle en el gobierno del pueblo.
—Entre nosotros hay varios que, a su vez, tuvieron aviso de que en sus destinos estaba marcado el ser mandatarios de pueblos —contestó el Phara-omme—. Mas no sé el caso presente, a cuál de ellos pertenece.
—Numú ha señalado a este —dijo colocando sobre el pecho de Bohindra el sagrado alfiler de plata, cuya cabeza era un cordero echado sobre un rollo de papiro, semi desenvuelto.
Bohindra nada contestó, pero su rostro se puso intensamente pálido.
— ¿Sabe este Kobda el secreto magnético de las plantas y domina con la música las enfermedades de los hombres? —preguntó el Audumbla, de pie todavía junto a su elegido.
—Así es —contestó el Phara-omme—. Ha recibido del Altísimo esos grandes dones.
—Podéis tratar con él vuestro negocio —dijo el Audumbla a los embajadores del Chalit, retirándose a un lado, porque juzgaba haber terminado su cometido. Este Audumbla había sido dos veces Kobda en vidas anteriores y teniendo un considerable desarrollo en sus facultades psíquicas, había ido con nueve Kobdas más, como fundador de la Casa de Numú que existía en un valle del Tronador en el Altai (alusión al río Indo de la India), desde tres siglos atrás. Este ser, destinado a las duras pruebas de los grandes misioneros del Amor Eterno, en siglos futuros debía sufrir todo el dolor de que es capaz el ser humano en una sola vida bajo el nombre de Job, en el país de Idumea.
—Quiero y pido que estén presentes el Phara-omme y estos otros Kobdas, mis hermanos— respondió Bohindra cuando vio que los siete enviados del Chalit lo rodeaban.
Se establecieron, pues, las bases sobre las cuales contraía Bohindra los solemnes compromisos de gobernar los pueblos del País de Ahuar, sin abandonar la Casa de Numú, donde tendría su sede principal, si bien existiría en Zoan un Consejo autorizado por él, para atender a las necesidades del momento y adonde se "comprometía a trasladarse cada dos lunas.
La distancia era relativamente corta, pues Zoan estaba separada de Neghadá sólo por el Delta del Nilo, y el viaje podía hacerse fácilmente navegando por los canales del caudaloso río o por la costa del Mar Grande, ya que ambas ciudades eran puertos bastante importantes para la navegación de aquella época.
La embajada quiso enterarse si para el caso de muerte de Bohindra, se comprometía a dar al país un heredero.
—Espero la voz del Altísimo, que me hará comprender si debo tomar esposa para dejar al país un hijo mío, o si haré lo que este Chalit y buscaré un sucesor entre mis hermanos los Kobdas —contestó serenamente el futuro Chalit del país de Ahuar.
Los embajadores estaban encantados, y colocaron sobre la mesa central de la sala, la lámina de piedra en que el anciano Chalit Armhesú había grabado su última voluntad y donde Bohindra estampó su nombre con un punzón de cobre y de plata que le prestaran para ello:
"Bohindra de Otlana"
El pacto estaba terminado y el nuevo Chalit debía salir al día siguiente para hacerse conocer del pueblo, antes de que se divulgara la noticia de la muerte del anciano Rey.
Los Kobdas del Alto Consejo y el Phara-omme abrazaron tiernamente a Bohindra, por el gran amor que había demostrado a la Casa de Numú de la cual no quería separarse ni aun para ocupar el trono, al cual le obligaban a subir los acontecimientos.
Quiso llevar consigo a Zhaín y los jóvenes Kobdas de la última consagración, entre los cuales se encontraba Aldis, para no dar a éste la nueva tortura de una separación, cuando él apenas había conseguido resignarse a los grandes dolores pasados.
—Conviene asimismo que estos jóvenes —decían los del Alto Consejo— den un postrer vistazo a la vida del exterior, antes de iniciar sus tareas disciplinarias del pensamiento en busca de la quietud espiritual. Además que, dada la época que atravesamos, comienzo de una era nueva, sabemos que se acerca la hora en que los Kobdas todos seremos renovadores de la tierra donde el Verbo de Dios sembrará su semilla.
El Kobda Zhaín era el gran ayudante de Bohindra y tocaba el laúd con gran sentimiento, pues su espíritu era igualmente sensible a la armonía, y tenía además la facultad de emitir con extraordinaria abundancia, el fluido necesario para las manifestaciones plasmáticas a largas distancias.
El Kobda Zhaín sería siglos después, aquel Rey hebreo que tocando la lira cantaría sus Salmos divinos, como quejas de su arrepentimiento profundo; aquel doliente David del pueblo judío, y el Othoniel de los jardines de Mágdalo, cuando el Cristo caminaba por la Tierra.
Cuando llegaron a Zoan el anciano Chalit aun vivía y tuvo la inmensa felicidad de estrechar sobre su corazón, la bronceada cabeza del joven Kobda que iba a sucederle. Zhaín y los jóvenes Kobdas que le acompañaban formaron un compacto círculo en torno al lecho del anciano, al pie del cual habían hecho colocar una gran pilastra de agua rodeada de plantas acuáticas y sensitivas. Bohindra sentado sobre el mismo lecho en el centro del círculo, pulsó su lira como solía hacerlo cuando se trataba de reanimar un organismo humano, próximo ya a la desintegración.
Desde luego que los efectos no fueron tan maravillosos como en aquel jardín del reposo, donde había acumuladas fuerzas vitales benéficas desde tantos años, pero fueron lo bastante para calmar los dolores que el enfermo padecía y para llenar su espíritu de la paz y la serenidad necesarias para emprender el viaje conscientemente y despertar con lucidez en el plano espiritual. El anciano vivió seis días más, que empleó en dar a su sucesor las instrucciones necesarias para el acierto en su gobierno.
Antes de que su espíritu se libertara y rodeado por Bohindra y sus compañeros, tuvo la visión de su futuro lejano y se vio joven, junto al hombre justo de los ojos dulces de mirar profundo, que le decía: "Arjuna, no cometáis jamás el delito de la separatividad, porque todo es uno en el gran seno de Atman".
Y luego se vio sobre un blanco y fogoso corcel, al frente de un numeroso pueblo que daba vueltas y más vueltas en torno a una ciudad de torreados muros, los cuales caían desmenuzados como arena que desmorona el viento. Era Josué desmoronando los muros de Jericó, con la irresistible fuerza de la onda simpática formada por el paso acompasado del pueblo y el acompasado sonar de trompetas y clarines.
Y aun se vio en un brumoso lejano, cargado de años y envuelto en pobrísima indumentaria, casi como un harapo, dominando a un pequeño dragón de larga cola entre la cual se estrujaban millares de hombres, de quién sabe qué región de la tierra.
Cuando Bohindra vio que se acercaba el momento de expirar, se le acercó y besándole en la frente le dijo: "Partid tranquilo padre mío, pensando que el hijo que dejáis en vuestro lugar, no torcerá el rumbo que disteis a vuestro pueblo. Que el Altísimo os cobije en su seno".
Una sonrisa beatífica se dibujó en el moribundo semblante y se durmió a la vida física con la suavísima calma emanada del amor fraterno, inegoísta y puro que le rodeaba.
El embalsamamiento de los cadáveres, tan sólo era conocido en aquel entonces por unos pocos y escogidos cultores de la Ciencia Oculta, que se generalizó en épocas posteriores. Lo más común era poner el cadáver en una caja de piedra, en la forma encogida en que se encuentra el niño en el seno materno. "Para bajar a la madre tierra, decía la vieja costumbre, el hombre sin vida debe adoptar igual posición que en el seno de su madre carnal".
El cadáver del Chalit fue colocado en su caja mortuoria con todos los objetos de su uso particular, como vasos, platos y utensilios de plata, cobre y oro que había usado durante sus últimos años, y pasadas las exequias fúnebres, el Kobda-Chalit recibió de manos del Audumbla, entre la muchedumbre que le aclamaba, el dorado casco, especie de tiara, cuya terminación era la cabeza de una grulla con su copete de plumas levantado en abanico, fin;> miente cincelado en cobre y plata.
La primera acción ejecutada por el nuevo Chalit, fue bajar a los calabozos y poner en libertad a los detenidos, pues Armhesú le dijo al morir, que durante su enfermedad, habían ejercido venganza sus guerreros y sus hombres de gobierno, de lo cual estaba enterado por una anciana de su servidumbre. Formó un nuevo Consejo de Estado, que lo reemplazaría a su satisfacción durante sus ausencias y puso al frente al mismo Audumbla que le trajo desde Neghadá.
—Quiero que sea el amor quien gobierne todos estos pueblos —dijo al nombrar el nuevo Consejo y seré inflexible para toda iniquidad cometida por los fuertes en contra de los débiles.
Y al alejarse su barco de la orilla llena de numeroso pueblo, tomó su lira de oro y su alma, hada blanca de amor y de esperanza, se desbordó en una inmensa oleada de armonía que parecía llenar de luz las olas del mar y de las almas de los que, apiñados en la costa, le escuchaban.
Aquel hombre había conquistado en pocos días el inmenso amor de su pueblo. Dormido poco después en la popa del barco que le volvía a Neghadá, pasaron por su espíritu ensueños divinos y grandiosos, las tragedias de hombres y dioses que en la Eneida cantaría siglos más tarde, Publio Virgilio Maron, y la Divina Comedia del proscripto de Florencia de los tiempos modernos, desfilaron por el campo luminoso de aquella mente, habituada a las creaciones sublimes de epopeyas de amor, solamente realizadas en su mundo de origen, la sonrosada Venus, el planeta por excelencia de la Armonía y del Amor.

MILCHA, LA HEROICA

— ¿Cómo dar luz a esta caverna —se preguntaba Mucha en la soledad— si ya no está ella, que era el sol que la alumbraba?
— ¡Mamá, mamá! —gritaba Evana, removiendo las pieles del gran lecho de la alcoba y acababa por azotar con una varita la cabeza de la piel de oso, diciendo con su media lengua encantadora: "Tú te has comido a la mamá mía". Y continuaba dándole palos, hasta que su bracito no podía más.
Entonces intervenía Mucha para decirle, conteniendo sus propias lágrimas.
—No queridita, no se la comió el oso, sino que un genio muy hermoso, que se llama papá, se la llevó a la Luna, para traerte de allá muchos regalos preciosos.
Adamú por su parte protestaba, porque le habían quitado su collar y decía que ese genio que se llevó la mamá de Evana, se llevaría también su collar de amatistas.
Como ocurre de ordinario con los niños a quienes se habla mucho desde muy pequeñitos, estos dos comprendieron y hablaron el lenguaje materno desde que fueron capaces de articular palabras mal dichas desde luego, pero lo bastante claras para ser entendidas por las madres.
La niña tomó gran afición a la grulla, como Adamú al renito pequeño. El ave sagrada gustaba picar él grano en la rosada manito de Evana y cuando Mucha la acostaba en el lecho de su madre, la grulla subía también y se echaba junto a la cabecita de la niña.
Como la reno madre del pequeño compañero de Adamú, salía ya por la pradera, esto fue causa de que el niño siguiéndole, diera también pequeñas giras por el tranquilo vallecito que se abría hacia un lado de la caverna. Cuando no podía seguirle más por el cansancio, se tiraba al suelo y empezaba a llorar a grandes gritos, lo cual obligaba a la reno y a su hijo a volver hacia él que callaba de inmediato. Como se ve pues, Adamú empezaba a ser también educador de animales. Madina por su parte, desde que las dos mujeres habitaron la caverna, tomó la costumbre de no salir de allí sino por momentos, a pastar en el césped que verdeaba en los contornos. Cuando Mucha quedó sola, más buscó todavía la compañía de la reno, que parecía comprenderla, casi como un ser humano. Y con las gruesas mantas de lana encontradas en el velero de los piratas, fabricó mandiles para Madina y sus hijas, que eran las proveedoras de leche a la caverna, y también las más mansas e inteligentes.
Colocaba los mandiles sobre las renos y montaba ella y los niños, sujetándolos con bandas de tela para que no cayeran. Y salía así con ellos de paseo en las horas de sol, porque en la caverna parecía ahogarse desde que faltaba Sophía.
Un día que se habían alejado bastante hacia el Este, encontraron un hermoso arroyito de aguas doradas por la clase de arenas que formaban su lecho. Sus orillas estaban cubiertas de flores silvestres y abundaban los nidos de codornices entre el césped y pequeñas matitas de pajas doradas. Aquellos huevos oscuros, brillantes y hermosos fueron la delicia de Adamú que encontró el primer nido, y creyendo que era una ciruela negra lo llevó a la boca y lo mordió, ocurriendo lo que es fácil suponerse, que el huevo al romperse, dejó ver el pichoncito vivo, que estaba próximo a salir.
Entonces Milcha se dio cuenta de que era la época de la cría y que pronto podrían recoger en gran cantidad pichones de codorniz, pues había nidos en abundancia.
Estos paseos fueron prolongándose más y más por la pradera, que, como recibía de lleno los rayos solares, el aire era más templado y no perduraba la escarcha y la nieve como en la montaña.
El arroyo que habían encontrado era uno de los brazos del río Eufrates, que se deslizaba entre el menudo césped, como una cinta dorada extendida sobre un manto de esmeralda.
A veces salían por la mañana, con una gran cesta de provisiones y volvían al caer la tarde.
Un día tuvieron la idea de pasar al otro lado del arroyito, montados los niños en las renos y Milcha saltando por las piedras que asomaban la desnuda cabeza entre las ondas opalinas del arroyuelo, y se encontraron en el magnífico valle del Eufrates cuya caudalosa corriente sentían a lo lejos, sin alcanzar a verlo, perdido como estaba entre la selva de cañaverales que circundaban sus márgenes.
Encontraron allí trozos de muros como de una fortaleza o castillo derruido y casi cubierto por completo de plantas trepadoras.
Una parte, que había estado destinada a establo, se mantenía aún en pie, aunque presentaba todas las señales de una respetable antigüedad se hallaba relativamente bien conservada. Se veían los pesebres de piedra y sobre ellos, o desparramados por todos lados, sacos de cueros, cestas vacías y algunos instrumentos de labranza; todo presentando las señales de haber sido abandonado hacía mucho tiempo. Un inmenso hogar de piedra estaba hacia un lado del establo, con grandes troncos de árbol que se habían apagado sin terminar de quemarse.
— ¿Qué ser infeliz y solitario como yo, habrá vivido años atrás en este establo? —se preguntaba a sí misma la pobre Mucha, viendo una correa de cuero colgada de una especie de tosca repisa rinconera, de esas que suele haber en las cocinas de campo, para guardar utensilios pequeños.
—He aquí otra casa que la Providencia nos depara, si en caso la caverna nos ofreciera peligro por la proximidad al mar ¿verdad Madina? —dijo, viendo a la reno que se le acercaba amistosamente.
La vegetación era mucho más exuberante, a medida que caminaban hacia el lado en que nacía el sol.
Mucha vio que había en el patio del establo, viñas enredadas con los olivos, con las higueras y los cerezos y otros muchos árboles inmensos, que parecían tan viejos como las ruinas a las cuales daban sombra y verdor. Los pájaros formaban una admirable orquesta, de tan múltiples y variados sonidos, que aquello era un desbordamiento de vida en medio de tan inmensa soledad.
Como las ramas eran tan espesas y enredadas unas con otras, habíanse protegido los frutos, aunque muchos estaban caídos entre el césped y ya secos y en condiciones para ser guardados.
Laboriosa por naturaleza y por costumbre, trajo a los niños junto a ella y se entregó a la tarea de recoger fruta seca en las cestas que encontró en el establo.
—Como Gaudes cosechó para nosotros, yo cosecharé para quien venga a habitar en estas ruinas se dijo para sí misma.
Los pequeños con su instinto de imitación hicieron como ella, y una buena cantidad de olivas y frutas secas, quedaron recogidas en el establo.
Adamú pretendía llevarse a la rastra todas aquellas cestas que había llenado y Evana parecía ser de su misma idea a juzgar por el esfuerzo que hacían los dos, del asa de una de ellas, que ya iban sacando hacia fuera.
—No, hijitos míos —decía Milcha riendo— dejad esto aquí; que nosotros tenemos demasiado en casa. Esto lo da el buen Dios para algún solitario que vendrá aquí y nosotros no debemos quitárselo.
Y emprendieron la vuelta a la caverna. Cuando llegaron al arroyo, encontraron a toda su familia de renos que parecían esperarles. Era el sitio en que ellos acostumbraban a beber.
Milcha colocó los dos niños juntos sobre el blando lomo de Madina y ella se montó en la otra reno, pues la tarde se esfumaba en las penumbras primeras del anochecer, y el cansancio no le permitiría caminar aprisa.
Y entre las labores domésticas, el cuidado de los niños y las correrías al campo a recoger huevos de patos silvestres y de codornices, pasaba los días y las lunas aquella valerosa mujer, nacida a la vida física en humilde condición y que tan importante papel desempeñaba en los comienzos de la civilización Adámica.
A veces le venía el pensamiento de emprender viaje con sus niños y sus renos, en busca de algún lugar habitado por seres humanos que debía haberlos seguramente hacia algún lado. Mas luego le asaltaba el recuerdo de lo ocurrido cuando sus esposos habían desembarcado, para buscar alivio en la sociedad de los hombres.
—Milcha —se decía a sí misma, después de largas reflexiones— no dejes lo cierto por lo que ignoras. En la soledad de mi caverna, no falta nada a mis niños y, ¿sé acaso si encontrando seres humanos, estaría tan protegida y tan segura como estoy aquí?
¿Acaso no me robarían mi querida familia de renos?
¿No me quitarían estos dos hermosos luceros que me alumbran?
¡Dios mío, aún soy rica, soberanamente rica, pues les conservo a los dos sanos y robustos! —exclamaba terminando sus meditaciones, con una explosión de caricias para las dos criaturas que, entre el renito y la grulla, encerraban todo un mundo de juegos y alegrías infantiles.

LA HUMANIDAD CAÍDA

Aquellos niños eran perfectamente felices. Mientras la humanidad en los distintos países habitados de la tierra se agitaba como un volcán en plena actividad, o como un inmenso mar en ebullición; ellos crecían sanos de espíritu y de cuerpo, lejos del vaho malsano y pútrido de las grandes capitales, donde la degeneración y el vicio, daban a la humanidad vidas enfermizas y contaminadas desde el nacimiento.
La lepra en los países cálidos y las fiebres malignas; la tisis pulmonar y la escrófula infecciosa, en los países templados y fríos y otro sinnúmero de enfermedades, ocasionadas por el espantoso desborde del vicio a que se había llegado, parecían diezmar a la humanidad, en tal forma que era difícil encontrar una población que no estuviera azotada por alguna enfermedad infecciosa.
Las guerras continuas, el éxodo constante de los pueblos, huyendo de los movimientos sísmicos o de las persecuciones de razas guerreras y conquistadoras, campos cubiertos de cadáveres insepultos, ríos con las aguas envenenadas por centenares de cadáveres de hombres y bestias ahogadas en ellas, todo en fin, contribuía a que las regiones habitadas ofrecieran un desolado aspecto de dolor llevado al paroxismo.
El voraz incendio de las minas de betún en las orillas del mar Salado (después Mar Muerto) había hundido bajo un inmenso mar de olas negras y pesadas, cinco populosas ciudades de la llanura de Shidin, inutilizando las aguas medicinales de aquel mar y las inmensas salinas que la rodeaban. El desbordamiento de los mares del Norte, del Ponto y del Eritreo, había asolado las praderas de Acadia y las campiñas Sumerianas y Zoaritas.
El mundo todo parecía desquiciarse y marchar la humanidad a una ruina inminente.
Era el momento en que el Verbo Divino, recogiendo en sí la luz piadosa del Amor Eterno, bajaría de nuevo a la tierra en la misma naturaleza del hombre, para llamarle de nuevo a las alturas de donde había caído.
Más, ¿era acaso posible qué aquel excelso y puro espíritu de luz, pudiera formar materia adecuada para él, en las depravadas razas que poblaban la tierra?
He ahí por qué Adamú y Evana, nacidos y criados en la soledad de las montañas y en las selvas de los valles del Eufrates, con sus almas vírgenes y sus cuerpos incontaminados, debían ser los progenitores del Hijo de Dios, que bajaba de nuevo a la tierra para inmolarse por la humanidad.
La inundación de petróleo ardiente sobre aquellas cinco ciudades: Belha, Adma, Sodoma, Zeboin y Gomorra, fue causa de que muchas familias salvadas de la catástrofe, buscasen refugio en los países vecinos, de lo cual resultó una invasión de los restos de esas razas viciosas y degeneradas a los fértiles valles del Shior (o Nilo), después de haber atravesado el Desierto de Paran, con la parte de sus ganados que pudieron salvar.
No queriendo someterse a la ley del país de Ahuar, de donde era Chalit Bohindra el Kobda, fueron obligados a retirar sus tiendas a la llanura de Shur, siendo una constante amenaza para los pueblos pastores y labriegos del Nilo.
Llegaba, pues, el tiempo en que los Hijos de Numú no podían permanecer por completo entregados a sus grandes trabajos mentales. Y el Phara-omme dijo a Bohindra:
—Busca entre nuestros Kobdas todos aquellos que sientan el impulso de la vida activa del exterior, para que dedicándose a la predicación de la buena ley, sean salvaguarda de las costumbres y de la moral de los pueblos que el Altísimo te ha confiado, porque estas hordas de perdición venidas de las ciudades nefastas que el fuego tragó, pronto lo infectarán todo, el alma y el cuerpo de tus súbditos. El Alto Consejo fue del mismo parecer y Bohindra les dijo: — ¿Estáis todos conmigo, para ayudarme en el cumplimiento de mi deber?
— ¡Estamos contigo! —le contestaron todo a una voz.
—Entonces, que los asuntos del gobierno de los pueblos, sean comunes al Phara-omme y Alto Consejo de la Casa de Numú, porque es demasiado peso para mí solo. Que seamos diez Chalits en vez de uno sólo, para gobernar este país.
Así se combino y desde aquella época empezaron los Phara-ommes a ser los soberanos de los pueblos del Nilo. Cuando llega el investigador a los dominios de la historia, encuentra que la elevada moral y la sana doctrina de los Kobdas, se perdió con el tiempo, quedando relegada al fondo de los Santuarios. La relajación comenzó en el siglo VII después de Abel, debido a que los Phara-ommes se apartaron de la vida en común en los Santuarios, creyendo hallar inconveniente la mezcla de la vida civil con la espiritual, llegando lentamente a ser el Phara-omme un fastuoso rey, entregado por completo al mundo exterior. Las degeneraciones de las doctrinas como las de los seres, no se realizan en un año ni en dos, sino a través de los siglos, y a mitad del II milenio después de Abel, ya sólo había vestigios entre la mayoría de los pueblos de la obra redentora de los Kobdas, que se adelantaron a su época, siendo los precursores de la fraternidad humana en el lejano neolítico.
Al dar cabida en el Gran Santuario a la sede del gobierno de los pueblos, algunas perturbaciones tuvieron, y los Kobdas debieron realizar grandes esfuerzos para que no decayera la vida espiritual, ni la fuerza psíquica acumulada en el silencio de la concentración retirada y solitaria durante tantos siglos.
Más de la mitad de los Kobdas de Neghadá se afiliaron a la vida activa, tomando cada cual una región o pueblo para predicar la buena ley e impedir que se difundieran en el país las costumbres viciosas y corrompidas de los extranjeros que habían llegado.
Tubal que era también del Alto Consejo, había sido de opinión que los Kobdas jóvenes no salieran al exterior, sino los de más edad por el peligro que encerraba para ellos, el roce continúo con seres de tan distintas costumbres y de tan errados caminos.
Pero como muchos entre ellos habían solicitado la enseñanza al pueblo, se resolvió que salieran siempre de dos en dos, o sea un Kobda de edad con uno de los más jóvenes.
Y así pasaron los Hijos de Numú de la vida de silencio, de estudio y de meditación, a la vida activa de apóstoles y maestros de pueblos.
Al anochecer debían encontrarse todos los que habían salido, en la gran sala baja, dónde se trataban los asuntos del exterior y en cuyo muro principal se leía:
"Hijo de Numú, deja aquí toda inquietud y penetra al santuario con el espíritu libre de todo pensamiento exterior."
Esta frase la había grabado en piedra un Kobda, que había sido Príncipe de un pueblo en el país de Manh (Armenia) y que sabía por experiencia, cómo absorbe el espíritu las cosas exteriores. Se llamaba Heberi. A través de varios milenios, este mismo ser fundaría en Occidente una Institución de solitarios, dedicados al estudio, a la meditación y a la agricultura, y en la puerta de sus santuarios grabaría esta frase: "Tú que entras, deja tras de ti los malos pensamientos".
Sería Benedicto de Norsia, el monje que hizo de la oración, y el trabajo, el camino de elevación espiritual para sus discípulos, estampando en los claustros de sus Abadías, la centenaria inscripción:
"Ora et labora"
Fue necesario abrir hospicios para los ancianos, los enfermos, los niños abandonados, los mutilados y los ciegos, que iban quedando como harapos de humanidad, después de las guerras sangrientas, pasados los terremotos, los hundimientos, las desolaciones de toda especie.
Los Kobdas salían de la Casa de Numú con el alma llena de energía y el cuerpo vigoroso y fuerte, y volvían cargados del dolor que habían bebido en la sociedad de los hombres; sus almas se marchitaban al contacto del fuego abrasador de las pasiones humanas y a veces, sus cuerpos se contaminaban con las enfermedades más horribles, en el roce con los cuerpos enfermos y deshechos.
—Ha empezado el invierno para los hijos de Numú —decía Senio, el anciano Kobda, fuerte y jovial que irradiaba vitalidad y alegría y que tanto amaba a Bohindra— y me parece que no llegarán todos a ver florecer de nuevo los cerezos de este huerto.
Aldis emprendió sus viajes por la costa del Mar Grande, registrando cavernas y ruinas abandonadas, en los tiempos que le dejaban libre sus tareas misioneras, con la esperanza de encontrar en los pueblos costaneros a su esposa y a los niños, pues sabía por aviso espiritual, la desencarnación de Sophía. Acompañado de otro Kobda antiguo, y durante varios meses, caminó hacia el Norte por la costa del mar. Una especie de delirio se había apoderado de él, que al encontrarse lejos del aura protectora de la onda luminosa y serena de la Casa de Numú, se llenó de la misma desesperación que sintió cuando fueran arrancados del lado de sus esposas por los piratas, varios años atrás. Un enjambre de negros pensamientos se apoderó nuevamente de su espíritu y desapareció por completo la plácida serenidad que le había hecho fuerte y resignado hasta poco antes. Era el suyo un dolor de abandono, de soledad, de agonía lenta y febril.
El Kobda que le acompañaba le comprendió y le dijo: —Mañana regresamos a Neghadá. Eres un pajarillo demasiado joven para salir del nido.
Y concentrando su pensamiento fuertemente, lo ayudó a entrar en el sueño. Vio a Joheván y a Sophía que lo acariciaban y le decían: "Te has salido de tu ley y por eso padeces así, sin esperanza y sin consuelo. Sabes que no debes encontrar ya en la tierra a Mucha y los niños, que no necesitan de ti para cumplir su misión. ¿Por qué te empeñas en estrellarte contra lo que no debe ser? Regresa a Neghadá, que el dulce calor de aquel nido de paz y de amor, te devolverá la resignación y la calma que has perdido".
Lo que le ocurrió a Aldis, en forma parecida si no igual, lo sufrió Erech, en cuyo espíritu apasionado y turbulento se levantó también la borrasca que hacía revivir el dulce amor de la esposa asesinada por la reina guerrera Shamuranse.
Suri que, con tanto entusiasmo se aprestó a las lides heroicas del apostolado y había marchado hacia los pueblos guerreros que dominaban parte del Irán, ansioso de anunciar la buena nueva, como muchos siglos después la anunciaría, impulsado por las visiones radiantes de los campos pastoriles de Belén, se encontró de pronto con las huestes guerreras de su propio hermano mayor, del cual había huido para evitar el formar parte de sus legiones destructoras de honras, de haciendas y de vidas. Su desesperación no tuvo límites cuando se encontró de nuevo entre aquel ambiente de destrucción y de crimen, y se vio obligado a matar a los guardias para escapar de sus garras.
Abelio se vio consumido de una fiebre maligna contraída en el roce con los atacados de la peste y pudo volver al fin a Neghadá, sumergido a intervalos en una especie de delirium-tremens.
Inútil es decir, que la rotonda de Bohindra se vio invadida por todas estas víctimas del dolor que habían salido a remediar, lo cual hacía decir al reflexivo Tubal:
—Me había parecido que estas avecillas nuevas, no resistirían el aire apestado de la humanidad actual.
¡Oh! humanidad la que espera al Mesías, leprosa y enferma, hasta la médula de los huesos. ¿Quién te levantará, quién?
— ¡El amor! —dijo una voz detrás de él, contestando a la pregunta de aquel emocionado soliloquio.
Era Bohindra que venía a buscarle, para que le ayudase a sumergir en la piscina de aguas vitalizadas a Abelio y Suri que sufrían una intensa crisis en ese momento.
El Alto Consejo del Santuario de Neghadá, se veía abocado a un problema de muy difícil solución.
La mitad más o menos de los Kobdas habían salido al exterior para enseñar a los hombres la doctrina de la paz y la concordia, de la tolerancia y del amor; para difundir la idea de una Causa Suprema, fuente de energía y vida de todo cuanto existe; la idea de la fraternidad universal de la cual surgiría la felicidad y la paz sobre la tierra.
Pero he aquí, que volvían los misioneros enfermos en el alma por los horrores que aparecían ante ellos y a veces enfermos en el cuerpo, a causa de las pestes, de los malos tratamientos, de los largos viajes a veces sin pan y sin agua.
Los únicos seres dispuestos para escucharles, eran los enfermos y apestados próximos a morir, los inválidos, los ciegos, los abandonados ya por inútiles para la guerra y para el trabajo material. Y los Kobdas se veían obligados a cargar con ellos hasta los hospicios, donde las mujeres Kobdas se encargaban de vestirles y cuidarles, hasta que la muerte terminada con aquellos harapos de humanidad, inutilizada ya para el vicio y para el crimen, y que tardíamente reconocían la verdad:
—"¡Creo y espero en un Dios justo y misericordioso!"
Las Kobdas mujeres, eran mucho menos en número que los hombres. En el Santuario de Neghadá no llegaban a cuatro centenas las mujeres de túnica azul. Casi todas las religiones de aquella época, permitían a los jefes de familia, de tribu, de pueblos y países, el tener para sí tantas mujeres cuantas pudiesen mantener. El temor de que las continuas guerras y terremotos y hundimientos y pestes, acabaran con la especie humana, les hacía desear con loca fiebre el aumento de prole, y cada cual se juzgaba más grande y más digno del aprecio de las multitudes, cuantos más hijos daba a la humanidad. De esto resultó que todo ser, hombre o mujer, cuya naturaleza física no fuera apta para la generación, fuere considerado como un ser maldecido por la Divinidad y que era hasta indigno de vivir. Y en muchos países se decretó la pena capital para esos pobres seres que, a veces sin culpa ninguna, pagaban con la vida su infecundidad, y esto después de haberlo sometido a experiencias torpes y sobremanera degradantes para la dignidad humana.
Los Santuarios Kobdas fueron también un refugio para estos infelices seres,-rechazados de la sociedad y muchos de los Kobdas de ambos sexos estaban comprendidos en este caso, sobre todo las mujeres, que se habían visto obligadas a huir de sus maridos, por temor de las severas penas establecidas para las mujeres infecundas.
Algunos Kobdas habían sido tomados prisioneros, con el sólo fin de exigir por su rescate fuertes sumas al Santuario, que, aunque podían hacerse respetar siendo como era un Kobda el Chalit de los pueblos del Nilo, no estaba conforme con su ley mandar a los súbditos a una guerra para salvaguardar sus bienes materiales. Veinticuatro lunas pasaron, hasta que el Alto Consejo pudo ver a todas sus golondrinas volver al tejado. Más, ¡en qué estado volvían al hogar paterno!
Algunos hasta habían sufrido horribles mutilaciones, a causa de haberse resistido a unirse con mujeres cuyos maridos habían muerto en guerra. Y los que por temor a las torturas se habían sometido a la voluntad de aquellos caudillos-bestias, volvían con el dolor inmenso de haber dejado un hijo, para que fuera también carne de vicio y de crimen, como todos los demás.
Algunos Kobdas jóvenes, más afortunados, humanamente hablando, y teniendo algunas de esas dotes que en el mundo se aprecia mucho, se vieron halagados en su vanidad y en su amor propio, siendo solicitados para jefes de tribus o de pueblos, que se habían quedado sin caudillo, Y varios de ellos solicitaron que les fueran devueltos los bienes materiales que habían aportado al tesoro común, porque iban a dejar la túnica azulada para ser proclamados Ases o sea jefes o príncipes de pueblos lejanos.
—En la Casa de Numú no debe existir otra cadena que el amor.
Id hijos míos —les había dicho el Phara-omme— y que el Altísimo tenga piedad de vosotros. Y si de nuevo os veis vencidos por el dolor de la vida, acordaos del cordero que tiene Numú entre sus brazos y buscad albergue en alguna de nuestras Casas, donde os haréis conocer por esta señal.
Y ponía en el interior de sus vestidos una plaquita de cobre, en que estaba cincelada la efigie de Numú abrazando su cordero.
Los viejos Kobdas que les habían recibido jovencitos, les veían partir con dolor, pero ellos, en cuyas almas el vampiro del orgullo y de la vanidad se había despertado nuevamente, para matar el pájaro azul del amor, partían sin amargura llenos de ilusión, soñando con la vida de grandeza, de popularidad y de gloria que les esperaba.
Cuando por fin la espantosa tempestad se calmó en la Casa de Numú, el Alto Consejo se reunió a deliberar, sobre la línea de conducta a seguir para en adelante.
Casi todos fueron del mismo parecer de Tubal: "que ningún Kobda que no hubiese cumplido diez años de consagración y que no tuviera cuarenta años de edad, NO podía salir a misiones más allá de la misma ciudad de Neghadá, concretándose a los hospicios y casas de refugio que allí se habían abierto para los huérfanos y desamparados. Y que al regreso al Santuario pasaran cuarenta días sin tomar parte en los trabajos mentales, en los que significaba un gran obstáculo cualquier pensamiento ajeno a ellos, que al cortar las vibraciones superiores en actividad, ponían en gravísimo peligro a los doscientos sensitivos de la cadena magnética, que eran los acumuladores de la energía necesaria.
Que los Kobdas de más edad que se vieran impulsados a misiones lejanas, fueran acompañados de un cuerpo de arqueros que, por tierra o por mar, les sirvieran de defensa en los casos de peligros en que se habían visto los de la primera misión.
—Mayor bien hacemos a la humanidad, buscando la purificación y liberación de nuestras almas, que perdernos nosotros sin conseguir salvar a los demás— opinaban algunos.
Otros pensaban que no podían permanecer impasibles ante el derrumbamiento moral de la humanidad.
Atormentados se hallaban, pues, los Hijos de Numú con estas cavilaciones, cuando una noche en la Mansión de las-Sombras aparecieron, en manifestación plasmática radiante, los diez Kobdas Fundadores, y el más elevado de ellos, habló suavemente y dulcemente para decirles:
—Que se hunda el mundo, pero que no se destruya el Amor y la Paz entre vosotros, porque ese amor y esa paz es la urdimbre en que el Hijo de Dios teje su nido para bajar a la tierra. Ningún Kobda que no haya muerto en sí mismo todas sus pasiones y miserias y debilidades, es apto para ayudar a los demás a matar las suyas. Aprenda el Kobda primero a dominar todos los bajos movimientos de su íntimo ser y entonces vaya por el mundo a enseñar a los demás. Mayor bien hacéis a la humanidad sosteniendo con vuestro pensamiento el augusto santuario inmaterial, que permita al Verbo de Dios bajar a la tierra, que destruir este santuario con vuestras mentes agitadas por la marejada exterior, sin conseguir edificar allá fuera, nada que sea sólido y duradero. Obrar de otra forma es retardar el momento de su venida o inutilizar su sacrificio, viéndose forzado a emigrar del planeta sin haber realizado su obra para la redención humana. ¡Paz y Amor!
Y la visión desapareció, entre el silencioso llorar de los sensitivos y de los Kobdas ancianos, que eran los más doloridos y atormentados por la gran borrasca que acababan de soportar.
El camino estaba, pues, nuevamente diseñado por aquellos mismos que habían creado la Institución, a costa de grandes abnegaciones y sacrificios.

LA ALIANZA DEL EUFRATES Y EL NILO

Y como muro de defensa de los países que le habían sido confiados a Bohindra por el Chalit Armhesú, se escogieron de entre todos sus dominios los mejores arqueros y se establecieron destacamentos de ellos de distancia en distancia en todas las fronteras, que casi siempre eran las montañas, los mares o los ríos que dividían unos pueblos de otros. Eran los vigías puestos al exterior para impedir el avance de las hordas embrutecidas, que desde Gomer y Zoar se aprestaban a invadir los pacíficos territorios del valle del Nilo. Los agricultores de las praderas del Eufrates y de sus ríos tributarios se presentaron a Zoan para solicitar ayuda a los súbditos de Bohindra, pues se veían amenazados de los gomerianos, desde que su viejo caudillo Halhinay había fallecido, y sus más bravos guerreros estaban dispersos y desunidos, faltándoles aquel lazo de armonía que había existido entre ellos.
Bohindra, con seis Kobdas del Alto Consejo, se trasladó a Zoan, para tratar el asunto con los mensajeros de aquellas tribus de pastores, del inmenso y fértil valle regado por el Eufrates y el Hildekel o Tigris.
Cuando aquéllos le vieron tan joven, tan gallardo, adorado de su pueblo y respetado por el Audumbla y los ancianos, le dijeron:
—Acepta, ¡Oh Hijo de Numú! el gobernar nuestros pueblos desorientados y dispersos, por falta de un caudillo capaz de unirnos a todos, con ese don de gentes que emana de ti como un río caudaloso!
—Acepta Chalit —le dijo al oído el Audumbla— que será obra grata al Altísimo.
— ¿Qué decís vosotros? —interrogó Bohindra a los seis Kobdas que le acompañaban, como representantes del Alto Consejo de la Casa de Numú.
—Que aceptéis si ellos son .pueblos pacíficos, porque con pueblos guerreros no podemos establecer alianzas —aconsejó Tubal.
— ¿Qué tributo hemos de pagar de nuestros ganados y de nuestras cosechas? —preguntaron los solicitantes.
—A mí, ninguno —contestó Bohindra— pero sí, habéis de hacer un tesoro común para atender a la manutención de vuestros enfermos, de vuestros ancianos y de vuestros niños, para levantar" una Casa de Enseñanza, Casas de Refugio, casa de paz y de sosiego, donde acudan a curarse del cuerpo y del alma los enfermos y los doloridos.
— ¿Cuáles son actualmente vuestras tierras ? —preguntaron los del Consejo de Zohan.
—Las tierras de Cedmonea (Moab) hasta la ribera del Hildekel por el Oriente, hasta Acadsú por el Norte y por el Occidente las Salinas y el Mar de la Muerte. (Así se empezó a llamar la región desolada y muerta convertida en inmensos pantanos de betún, donde habían estado edificadas las cinco ciudades hundidas por la explosión).
—Y vosotros, ¿qué exigiréis de mí? —preguntó a su vez Bohindra.
—Que pongáis de acuerdo a nuestros ochenta caudillos, como lo hacía el glorioso y justo Halhinay, durante cuyo gobierno hubo trigo, aceite y vino en abundancia, y nuestros ganados llenaban el valle del Eufrates y sus verdes praderas.
—Y, ¿cómo puedo saber que esos ochenta caudillos aceptan un mandatario extranjero?
—Porque ninguno de ellos se atreve a ser el defensor de todos; siendo ya conocida en nuestro país la justicia con que Armhesú gobernó sus pueblos, hemos pensado que su heredero sería el único capaz de proteger los nuestros. Que vuestros destacamentos de arqueros extiendan su línea de vigilancia, encerrando en ella nuestras tierras; que dejéis a cada caudillo el gobierno interior de sus siervos y ganados y que seáis vos el lazo de unión entre los ochenta jefes que solicitan vuestra ayuda.
Los convenios fueron grabados en láminas de piedra después de largas deliberaciones entre todos, y por fin el Audumbla ofreció a Bohindra el punzón de cobre y de plata, para que refrendara con su nombre aquel extraño documento de páginas de piedra:
Bohindra, Hijo de Numú

Tubal, por el Alto Consejo y el Audumbla, por el Consejo de Zohan grabaron también sus nombres al pie de aquellos convenios.
He aquí cómo los acontecimientos ponían bajo la tutela de los Hijos de Numú, la región aquella en que debía bajar Abel a la vida terrestre, para que su obra de Sembrador de la Verdad Eterna, no fuera entorpecida y aniquilada al nacer.
Un cuerpo de cuarenta mil arqueros fueron diseminados rodeando las tierras de los valles del Nilo y del Eufrates, para impedir que las hordas gomerianas y zoaritas avasallaran a los pacíficos pueblos labriegos y pastores, que eran casi la única porción de humanidad que se mantenía más libre de la depravación reinante.
Los ochenta caudillos urbausinos (derivado de Ur-Bau, nombre de la Divinidad y de la región), hombres pacíficos, pero incapaces de sacrificio alguno por los demás, estuvieron satisfechos de verse protegidos por el Chalit del Nilo, al cual desde entonces, dieron el sobrenombre de Thidalá, que en su lengua significaba "Rey de naciones".
Cuando todos se retiraron y Bohindra se vio solo con sus seis hermanos los Kobdas, se abrazó de Tubal con quien se amaban entrañablemente y lloró en silencio un largo rato. Zahín y los otros Kobdas que tanto lo comprendían, lo rodearon con inmenso amor, adivinando lo que pasaba por aquella alma sensitiva.
—Por mucho que los hombres quieran levantarme, prometedme vosotros que no me dejaréis escapar de la dulce cadena que me formáis con vuestros brazos —les dijo cuando pudo serenarse y hablar—. Tengo miedo de la grandeza, tengo miedo del poder, tengo espanto del deseo.!. .. ] Protegedme de mí mismo, por piedad!. . . —exclamaba como un niño que se viera acorralado por fieras hambrientas.
—Nuestro amor será tu escudo y tu fortaleza —le contestó Tubal, interpretando el pensamiento de todos.
Permanecieron en Zoan diez días más, hasta que hubieron llegado los ochenta caudillos urbausinos que voluntariamente se ponían bajo la tutela del Chalit del Nilo, el cual les ofreció una comida de alianza en la vieja residencia de Armhesú; les compuso y cantó el himno de paz que habían de adoptar como canción popular para todas sus fiestas, les obsequió el anillo de la Alianza forjado en cobre y plata y les despidió después de hacerles prometer que nunca tomarían las armas uno contra otro, sin antes darle aviso para evitar la contienda.

LAS GLORIAS DEL DEBER CUMPLIDO

Mílcha había recibido un aviso en el sueño, o por lo menos ella lo tomaba como un aviso.
Se vio entre Sophía, Joheván y Gaudes, que la sostenían a ella y a Aldis, como si fueran dos enfermos convalecientes que no podían caminar por sí solos. Le hablaban de encerrar los tubos de cobre con los papiros en que Sophía había escrito la historia de sus desventuras, dentro de un saco de cuero perfectamente cerrado y soltarlo al mar, en un día en que el viento del Norte soplara con fuerza. Le aconsejaban preparar a los niños para vivir solos en adelante, porque se acercaba la hora en que ella debía libertarse de su materia. Más todavía; le decían que separase uno del otro, que llevase a Adamú al establo de las ruinas aquellas y dejase a Evana en la caverna, para evitar que creyéndose hermanos, tendiesen después a separarse, buscando Adamú otra esposa y entregando a Evana a otro compañero. "Duérmelos con jugo de vid —decía Gaudes— cuando llegue el momento y que al despertarse se encuentren el uno sin el otro, y no temas, que cuando sea llegada la hora, yo les haré encontrarse."
Mucha comprendió por este sueño el gran designio que había sobre los niños. Envuelta como se hallaba desde varios años, bajo una protección que por lo visible y grande aparecía a veces maravillosa, no se extrañó de nada de esto, y comenzó en ensayos, a practicar lo que en sueños le habían aconsejado.
Adamú contaba ya cinco años y a Evana le faltaban pocos meses para tenerlos. Ambos habían crecido robustos y fuertes, sin haber padecido nunca una enfermedad, y Mucha empezó a acostumbrarlos a servirse por sí mismos los alimentos, a buscar sus ropas y vestirse, a ordeñar las renos.
Cesaron los paseos cotidianos y la caverna se transformó en pequeña escuela de conocimientos domésticos.
Con hebras de los tejidos de lino, Milcha hacía que Evana aprendiera a coser. Las varillas metálicas de la jaula de la grulla, habían dado material para que Milcha fabricase algunas agujas de tejer muy gruesas a la verdad, pero que podían llenar la necesidad.
Hacía finos punzones de madera o preparaba plumas de aves y con tinte formado con negro de humo y jugo de vid o de otras frutas, les hacía escribir sus nombres y las palabras más usuales en el vocabulario doméstico.
Un día se aventuró a un ensayo mayor. Durmió a Evana al medio día, dejó la alcoba cerrada y salió con Adamú, Madina y la otra reno en dirección a las ruinas. Enseñó al niño a montar solo, para lo cual la reno se echaba al suelo. Cuando llegaron pudo comprobar que nadie pasaba por aquellas ruinas, pues encontraba todo conforme lo había dejado en los paseos anteriores. Limpiando el sitio del hogar, encontró por fin en el centro, la piedra del fuego, como le llamaban, y colgado en un gancho el hierro de encender la hoguera; amontonó heno y ramas secas y el fuego empezó o encenderse en una alegre llamarada, como si sintiera la dicha de tornar a vivir.
Limpió y arregló los grandes pesebres de piedra, llenó de heno seco uno de ellos, extendió allí las pieles y mantas que había llevado y quedó arreglada una hermosa cama.
— ¿Quién dormirá allí mamá? —preguntaba Adamú.
—Nosotros, cuando dejemos la caverna que se va a hundir.
— ¿Por qué no vino Evana con nosotros?
—Porque tenía sueño y quiso dormir.
Satisfecho en sus preguntas, Adamú se entregó a jugar con su renito, al cual le ataba al cuello una cesta vacía, que luego llenaba de frutas secas.
Mucha registraba todos los rincones de aquella inmensa ruina, por cuyos vericuetos se iba internando poco a poco, cuando se aseguraba de que los escombros se sujetaban con tal fuerza, que casi habían formado un solo cuerpo de bloque de piedra y gruesas vigas de madera. Ayudada por Madina, arrastró ramas secas para ocultar más la puerta del establo, y enredando las plantas trepadoras entre las ramas, formó una especie de muro circular delante del establo, en tal forma que desde fuera no se veía sino una hermosa lomada de verdor, cubierta además por las copas de los árboles gigantescos que había. Cuando estuvo convencida de que aquello era una morada segura, preparó en la inmensa piedra del hogar, un sitio que serviría de mesa y comió con su hijo, el cual partía con el renito su ración.
En su cesta de provisiones, había llevado Milcha el jugo de vid del cual dio tanta cantidad al niño, que se quedó dormido.
Era ya la caída de la tarde. Le acostó en el pesebre transformado en cama; hizo un lecho de paja a la hija de Madina y su renito, junto a Adamú, y mirando un momento al robusto y hermoso niño dormido, exclamó con toda la intensidad de su alma de madre:
"¡Gaudes, Sophía, Joheván! sed los ángeles guardianes de mi hijo, en esta primera noche que me separo de él"
Una inmensa tranquilidad la invadió y una paz dulcísima se extendió por el establo. Iba a caminar hacia la puerta para salir, cuando vio al mismo anciano que sacó la piel de los búfalos, que acariciándole la cabeza, le dijo:
—Vete tranquila hija mía, que yo velo su sueño.
Y le vio entrar al establo y cerrar la gruesa puerta de encina, cuando ella se alejaba. Mucha se montó sobre Madina y se alejó, pensando en el misterio encerrado en la vida de ambos niños, que así eran vigilados por las almas errantes de Dios.
Cuando llegó a la caverna, Evana aun dormía y la grulla echada sobre el lecho junto a la cabecita de la niña, parecía entretenida en alisarle los bucles rubios con su largo pico.
Madina encendió el fuego del hogar, y Mucha el velón y corrió a despertar a Evana, para darle la cena.
—Milcha —le dijo, apenas la vio— ¡vino mamá con otra mamá y me dieron tantos y tantos besos!
— ¿Sí?, y ¿qué te dijeron?
—Ya no lo sé, se me olvidó cuando me despertaste.
—Ahora vamos a cenar, levántate y busca todo lo necesario, porque yo estoy muy cansada, trabajé mucho,
— ¿Y Adamú? —Preguntó la niña—. "Le ha llevado su papá a un sitio muy hermoso" —contestó Milcha.
— ¿Y no volverá más?
—Sí, hijita, sí; volverá mañana.
Evana, como pudo, puso sobre la mesa pan, queso y frutas, un plato con codornices preparado esa mañana por Milcha y con toda tranquilidad se sentó al lado de ella para comer.
—Eres toda una mujercita —le dijo Milcha abrazándola tiernamente, pues de propósito la había mandado preparar la mesa, para acostumbrarla a que se sirviera ella misma.
Otra mujer en tales condiciones, habría estado desesperada al pensar en que llegaría la muerte, dejando aquellos dos niños abandonados. Pero Milcha tenía dentro de sí la plena convicción de la asistencia espiritual, en la íntima unión que palpaba y veía de las almas errantes, que desde el plano etéreo en que se hallaban, compartían con ella las contingencias de la vida humana y eran poderosos auxiliares en todo el curso de los acontecimientos que se iban sucediendo.
—Si el rey Nohepastro, levantando su pensamiento más arriba de la tierra que pisaba, hubiera pensado en que, todos nos hallamos sumergidos en el pensamiento de Dios, y que los desencarnados y los encarnados caminamos unidos, obedeciendo a un plan divino que desconocemos, de otra manera muy diferente habría obrado con Joheván y su propia hija —meditaba Milcha mientras Evana comía con gran apetito.
— ¿Qué tengo yo que temer de nada ni de nadie? ¿No veo acaso la protección divina y una ley fuerte y poderosa que nos va conduciendo paso a paso a un determinado camino, sin que nadie pueda impedirlo? ¡la muerte!. .. ¡La muerte tan temida de los hombres! ¿Acaso es verdad la muerte? ¿No veo yo y siento a los que llamamos muertos, vivir y sentir y amar y compartir conmigo el dolor o la alegría de la vida? Y cuando a mí me llegue la hora de partir, ¿no continuaré lo mismo al lado de los niños, para vigilarles y cuidarles?
— ¡Cuánta grandeza, Dios mío vine a conocer en esta caverna, abandonada de todos, cuando más hundida me creía en un abismo sin fondo!
¡Gaudes, Sophía, Joheván!...., cuando me encuentre entre vosotros seremos cuatro fuerzas, cuatro energías unidas, a velar sobre Aldis y los niños, hasta que ellos a su vez, se desprendan de la vida para continuar en el mundo de las almas, los caminos de Dios!. . .
Sumergida Milcha en estas meditaciones, no veía a Evana convertida en una verdadera ama de casa. Después de comer ella, dio de comer a la grulla y a Madina. Los renos empezaban a llegar y ella les fue llenando las cestitas de bellotas de encina y acercándolas a cada uno.
Hecho todo esto, se divertía en arrojar puñados de paja y pequeñas ramas secas al fuego, que levantaba como una columna de oro su llamarada viva a cada porción de combustible que ella arrojaba. Después tomó una ramita que empezaba a quemarse y sobre la madera blanca de la mesa, escribió con caracteres mal trazados desde luego, estas frases: Milcha-Evana-Madina-Adamú, y después dio grandes gritos de alegría que hicieron salir a Milcha de todas sus reflexiones.
—Ahora me ayudarás a hacer el pan, porque no tenemos para mañana —dijo a la niña sentándola sobre sus rodillas y alisándole los dorados cabellos.
—Sí, sí, te ayudaré, porque tu pan me gusta mucho —contestaba Evana.
—Pues en adelante tendrás que decir mi pan, porque lo harás tú. ¿Serás capaz de hacerlo, querida mía?
Como contestación, la pequeñita saltó de las rodillas de Milcha y fue a buscar el saco de la harina y haciendo grandes esfuerzos para traerlo a la rastra, decía toda fatigada.
— ¡ Ahora verás cómo hago el pan!
Milcha con inaudita paciencia, le explicaba todo y después como si se tratara de jugar con ella, la dejaba que dispusiera la masa en forma de tortas y las enterrase bajo el rescoldo del hogar.
¡Nuevos gritos de alegría a la primera torta que sacó del rescoldo, mediante una palita de cobre hecha exprofeso para tal operación!
—Ahora se le quita la ceniza con este lienzo, ¿ves? así —explicaba Milcha a la niña que miraba con gran atención.
—Y ahora se come así ¿ves? —dijo tomando la dorada torta de manos de Milcha y aplicándole rápidamente sus dientes.
—Sí, sí, ya veo que esto lo has aprendido sola —contestó riendo Milcha.
Cuando la tarea estuvo terminada y siendo ya muy entrada la noche, Evana empezaba a dormirse y Mucha la llevó a la alcoba y la acostó.
Se sentó de nuevo junto a la mesa, frente al hogar y su pensamiento voló hacia el establo de las ruinas, donde dormía Adamú.
— ¡Pobrecito! —Exclamó— él hará la misma vida dolorosa y amarga de los que le dieron el ser.
Y una oleada de inmensa tristeza empezaba a oprimirle el corazón como una garra de acero.
De pronto se sintió envuelta en un blando sopor y perdió la conciencia de la vida física.
Su doble etéreo siguió a Gaudes con vertiginosa rapidez hacia el establo, al cual no entraron sino que vieron al pasar, un joven hermoso y de grande estatura que, con una espada al parecer hecha de fuego, se hallaba de pie, inmóvil, en la puerta del establo.
— ¿Ves? —le dijo Gaudes. Ese es uno de los millones de espíritus llamados Guardianes, que el Amor Eterno tiene puestos como vigías cerca de todo ser encarnado, que se encuadra dentro de la Ley Divina y que se arroja al seno de Dios, sin más anhelo que el de cumplir en todo momento su soberana voluntad. Si veinte hijos tuvieras en este momento, cerca o apartados de ti por voluntad divina y en igual situación que ese niño, veinte guardianes estarían para protegerles y defenderles. Aprende pues, hija mía a comprender a Dios que nunca jamás se deja ganar en generosidad con sus criaturas, y si éstas sacrifican por El una afección o una vida, reciben en cambio un infinito mundo de amor, de paz y de felicidad.
Milcha se sentía invadida por una energía formidable y por un febril anhelo de realizar grandes sacrificios, para merecer toda esa felicidad, cuyo preludio parecía sentir a larga distancia.
—Ahora visitarás a tu esposo —le dijo, y apenas había terminado la frase, cuando se encontró en el jardín de invierno de la Casa de Numú, donde Aldis estaba tendido en uno de aquellos grandes bancos cubiertos de pieles. A su lado estaba Bohindra, que a Milcha le pareció Joheván. Era la media noche, y aquel recinto se encontraba 'sumido en una suave penumbra, pues no había otra luz que la de un gran cirio, al cual una especie de inmensa pantalla en forma de bóveda, de un tejido vegetal de color violeta, amortiguaba la claridad.
Se acercó hasta Aldis y lo besó en la frente, se arrodilló junto a él y doblando su cabeza sobre aquel pecho que había sido su fortaleza, lloró silenciosamente.
— ¡Pobre Milcha! —exclamó de improviso Aldis, sintiendo el efluvio de ella aún cuando no la veía.
—Pero eso no es lo que hablábamos —dijo Bohindra.
—Si es verdad, pero me vino tan fuertemente el pensamiento de ella, que la exclamación salió sola de mis labios.
El doble etéreo de Gaudes se acercó a Milcha y poniéndole su mano sobre la cabeza, le hizo comprender que tuviera calma y esperase.
—Perdonad —continuó Aldis— si a veces no os trato con toda la respetuosa deferencia que debo, a causa de que vuestra presencia y vuestra voz me hacen pensar en Joheván que tenía menos años que yo, y no en Bohindra que puede ser mi maestro y mi padre también.
—No os inquietéis por ello, que demasiado lo comprendo. Me decíais que estáis resuelto a no hacer más giras al exterior, porque cada vez que salís, volvéis enfermo del cuerpo y del alma.
—Así es, mas no entiendo la causa —observaba Aldis.
—Mirad, en los años que llevo, consagrado puramente a la vida del espíritu, he podido observar que, en toda agrupación de seres, el amor de los unos para los otros y la mutua confianza crea y forma en torno suyo, una aura tan poderosa y tan benéfica, que preserva las almas y los cuerpos de los males que le son inherentes. Eres muy sensitivo, y una vez fuera de este ambiente, te sientes azotado por todas las terribles influencias que empujan en general a los hombres a abandonarse a las cenagosas corrientes de la vida vulgar y grosera. La bestia de la sensualidad se levanta furibunda y hambrienta, y vos mismo decís que os sentís impelido por ella, apenas os alejáis de la Casa de Numú. Eso quiere decir, que en medio del mundo actual sois hombre perdido, y que si estuvierais mucho tiempo apartado de aquí, serías un vicioso como todos.
—Así es, y hasta me avergüenzo de pensarlo, cuando estoy aquí dentro, sintiendo la elevada atmósfera de pureza y santidad que aquí se respira. ¿Me creeréis que hasta hubo momentos en que ni el pensamiento de Milcha y de Adamú, ni vuestro recuerdo, eran capaces de borrar las ardientes y seductoras imágenes que me dominaban y me atraían con una irresistible sugestión?
—Lo creo, lo creo —decía Bohindra— porque habéis tomado una materia tan grosera y pesada, que necesitáis de una intensa irradiación de amor espiritual, para que ella no se convierta en cadena para vuestro espíritu.
—Si Milcha pudiera ver el resultado de mis correrías en medio de los hombres, bendeciría a Dios, de que yo me encuentre tan dulcemente protegido entre estos muros, antes de soportar el amargo desengaño de verme arrastrado por el vicio, olvidándome de ella y hasta de mi hijo.
—Yo bendigo al Altísimo, que habéis llegado por fin, al convencimiento de que todo absolutamente cuanto os ha ocurrido, es uno de los efectos del Amor Eterno, aplicado al mayor bien de todos vosotros. Y bendigo también al Altísimo, que os dio fuerzas para regresar a este nido de paz y de seguridad, porque de no ser así, habrías perdido lastimosamente esta encarnación, os habríais salido del aura de protección establecida para vos y no os reuniríais con vuestros compañeros de alianza, sino después de muchos siglos de encarnaciones terribles y de caídas desastrosas.
El doble etéreo de Milcha se alejaba de Aldis casi con horror, y se refugiaba entre el aura paternal y protectora de Gaudes, que le infundía serenidad y valor.
—Mirad por qué —continuó Bohindra— se aconseja en la Casa de Numú, estudiarse mucho cada uno a sí mismo, y por qué el Alto Consejo debe estar formado por hombres de una gran experiencia en los caminos espirituales. Nosotros debemos observar las fuerzas de nuestro espíritu y también analizar las condiciones de la materia que nos acompaña. Es un celo y un entusiasmo indiscreto, el que ha llevado a muchos Kobdas al abismo. Y nuestras Crónicas están llenas de ejemplos tristes de hermanos nuestros, que creyéndose fuertes se aventuraron a lanzarse al mundo, los unos a ser mandatarios de pueblos, los otros a servir de Audumblas o Augures cerca de los Jefes o Caudillos que los han solicitado, conociendo sus propias facultades espirituales. Y no les fue bastante escudo de defensa, el buen deseo que les animaba al salir para tales destinos. En el fondo de ellos mismos, vivía aún como larva aletargada y no muerta, la vanidad, el egoísmo, el amor propio quo dentro de esta sutil y purísima atmósfera de olvido de nosotros mismos y de amor recíproco, no se reavivan ni crecen, ni toman cuerpo y al fin, acaban por morir, del mismo modo que en un organismo puro y limpio no hacen presa los bacilos de ninguna gangrena. Pero esas larvas inmundas, puestas al contacto de una atmósfera enfermiza y viciada, enseguida se yerguen amenazadoras y hambrientas, agostan la vida del alma como los bacilos la vida del cuerpo.
El doble etéreo de Milcha se acercó nuevamente a Aldis, impulsada por Gaudes, se arrodilló de nuevo junto a él y uniendo su cabeza a la del pobre enfermo, le dijo con la voz sin ruido de su pensamiento:
— ¡Perdona mi mezquindad, que en un momento tuve asco de ti!... ¡Acaso en otra vida fui yo misma tan débil como tú!...
— ¡Que Milcha y mi hijo perdonen mi miseria y mi debilidad!. . . —exclamó Aldis— porque estoy convencido de que hubiera sido yo, causa de dolor y de tormento para ellos, en medio de la sociedad humana de la actualidad.
¡Qué sabio es Dios!. . . ¡Qué sabio es Dios!. . . —exclamaba oprimiéndose 'con ambas manos la cabeza.
Bohindra le hizo beber un vaso de agua del surtidor de la fuente, y le dijo al retirarse para hacer lo mismo con otros enfermos, que descansaban hacia el lado opuesto del recinto:
—No os atormentéis más con el pasado; ahora a pensar en el porvenir.
Gaudes y Milcha se alejaron y la última se despertó en la caverna donde el fuego parecía apagado, y sólo la luz del velón iluminaba débilmente el recinto.
Estremecido de frío su cuerpo, Milcha reavivó las ascuas cubiertas por la ceniza, arrojó en ellas paja y ramas secas y la hermosa llamarada alumbró de nuevo la caverna.
Miró a Evana que dormía y a su lado la grulla. Madina se le acercó a lamer sus manos y ella le dijo:
—Dormiremos unas horas y luego me acompañarás para buscar a Adamú, ¿oyes Madina? —la reno obedeció y fue a echarse junto a su numerosa familia.
— ¡Pobre Aldis! —exclamaba hablando consigo misma. Le he soñado lleno de remordimientos. ¡ Guárdale Dios mío en tu ley, aunque deba estar separado de mí para toda su vida!
Y se durmió hasta el amanecer. Con la primera luz de la alborada, salió de la caverna y seguida por Madina y los demás renos se dirigió hacia el arroyito, cerca del cual estaban las ruinas. La puerta del establo estaba abierta y dentro no había nadie.
Salió nuevamente y empezó a llamar al niño: ¡ Adamú !, ¡ Adamú!. . Pero nadie le respondía. Salió fuera del bosque de viejos árboles, que sombreaban las ruinas y entonces vio a la reno por la orilla de] arroyito hacia el sur, caminando lentamente con Adamú montado sobre ella, y seguidos por el renito pequeño.
— ¡Gracias a Dios! ¡Qué susto me he dado! —exclamó echando a andar hacia ellos. Pero Madina emprendió una veloz carrera, y fue a colocarse ante su hija para hacerla detenerse. Milcha llegó hacia su hijo, que reía felicísimo, enseñándole dos pichones de codornices que llevaba en el bolsillo de su vestido.
Milcha lo abrazó tiernamente mientras le decía:
—Volvamos a la caverna antes que despierte Evana.
Y montándose en Madina, emprendieron la vuelta, dando un largo rodeo por detrás de la inmensa arboleda, para que el niño no aprendiera a volverse solo, pues le había dicho al verla llegar:
—Me gusta más esta casa que la otra, ¿sabes Mamá? Porque vinieron muchas como tú y como la mamá de Evana y me dieron tantas cosas buenas.
— ¿De veras, hijo mío?
—Claro qué sí; tú puedes quedarte allá con Evana y yo me vengo, para aquí.
— ¡Ah, ingrato!. . . ¡ya no me quieres más!. . . —le decía Milcha entre risueña y triste.
—Entonces nos venimos todos.
—Después, después —decía Milcha, cortando esa conversación.
Llegaron a la caverna, donde la niña dormía siempre acompañada de la grulla que parecía velar su sueño.

LAS MUJERES KOBDAS

Una mano oculta, pero potente en sumo grado, parecía ir preparando la unidad de todos los países del Valle del Eufrates. La espantosa catástrofe de. las cinco ciudades desaparecidas por la explosión de los pozos de petróleo, había anulado el foco más emponzoñado del mal existente en esa región.
La Phara-femme de la Casa de Numú para mujeres, era hermana de un jefe de tribus que habitaban el occidente de Urcaldía llamado Thares.
Era una especie de pastor-monarca, que llevaba el título de Patriarca, y su forma de gobierno era hereditaria y casi completamente familiar, pues el Patriarca era el padre, que arreglaba los asuntos de casa, de la forma más conveniente y tranquilizadora para todos.
Thares se presentó, pues un día a la Casa de Numú para hablar con su hermana Vadha, que era la Matriarca o Phara-femme, que con su Alto Consejo resolvía los asuntos internos, debiendo en lo exterior, dejarlo todo a cargo de sus hermanos los Kobdas.
Desde que se habían abierto hospicios y casas de refugio, las Kobdas tenían una tarea extremada, con los inválidos, los enfermos, y los posesos, que llegaban casi diariamente.
También había aumentado el número de las Kobdas, porque las mujeres que curaban del cuerpo en el hospicio y del alma en el Refugio, pedían pasar a la Casa de Numú, para formar en las filas de aquellas mujeres abnegadas hasta el heroísmo, a quienes la naturaleza había negado la maternidad, pero que el amor había transformado en madres de todos los despojos de humanidad que iban a aquellos recintos de paz y de sosiego, buscando la curación física y la curación espiritual.
Las Kobdas vestían la misma túnica azulada de los hombres, pero en vez de gorrito violeta, llevaban una especie de velo o manto de ese color que, ceñido a la frente, cubría la cabellera peinada en trenzas y caía hacia la espalda en largos pliegues hasta el suelo.
Para protegerse de las venganzas de los que habían sido sus opresores, no se permitía la entrada a nadie que no fuera de absoluta confianza para el Alto Consejo y hecha esta excepción, los demás sólo podían hablarles a través de un muro de piedra, en el que había pequeñas ojivas, cuya puertecita era de sílex calado en forma de una estrella de cinco puntas, antiquísimo símbolo de la Luz Divina, para la cual nada queda oculto.
Por los inmensos bosques y jardines que circundaban en todas direcciones al vasto recinto, pasaban al Hospicio y al Refugio las encargadas de atender a los albergados en ellos, que eran siempre las más jóvenes, acompañadas por algunas de las más antiguas.
Hacia el exterior no salían, sino en casos muy graves y urgentes.
Thares manifestó pues, a su hermana Vadha, que en la comarca occidental del Descensor y del Mar de la Muerte se había desarrollado una epidemia espantosa y que su hijo Abrano, que era el Patriarca o Jefe-pastor de la región, estaba desesperado, viendo a sus súbditos morir sin auxilio, pues por el miedo de la peste, los enfermos eran abandonados por sus propios parientes, en vista de lo cual, su hijo solicitaba abrir un Hospicio y que las mujeres Kobdas fueran a atenderlo. Que él dispondría la casa y mandaría sus elefantes y sus camellos para conducir a las Kobdas enfermeras.
Era el caso demasiado grave para que lo resolvieran ellas solas, y fue necesaria una consulta con sus hermanos los Kobdas.
La proposición fue aceptada, pero debían ir ellas acompañadas por cuatro Kobdas ancianos, a más de los hombres de confianza que, como conductores de la caravana, mandaría el Patriarca de Galaad.
Senio, el viejecito Kobda, a pesar de sus años, se había empeñado en ir, diciendo que antes de partir quería prestar un último servicio a la humanidad, dentro de la cual juzgaba que "no" habría peligro para él, a causa de que no podía ya ser considerado como un hombre, sino como un haz de raíces de encina, "aptas solamente para servir de cayado a los pastores". Así decía Senio, el viejecito al montarse tranquilamente sobre el camello, que abría la marcha de la caravana de mujeres Kobdas al país de Galaad.
Las Kobdas iban de seis en seis, sentadas en cómodos sitiales cubiertos, sobre el lomo de los elefantes, que eran siete, para conducir cuarenta y dos Kobdas; los hombres iban en camello y el cargamento era conducido por una tropa de asnos.
La Kobda que iba como Jefa de la nueva casa era una mujer de cincuenta y siete años, que a los veinticuatro de edad había huido de su hogar, en el país de Van, porque su marido, poderoso caudillo, cuyas tribus ocupaban una vasta región de oriente a occidente, hasta la costa del Mar Grande, era extremadamente celoso, y había mandado grabar en la piedra de su testamento que, llegada su muerte, su mujer fuera sepultada juntamente con él. Era muy hermosa, y no quería que otro la poseyera después que él. Había sido madre de dos hijos de los cuales nada había vuelto a saber. Este viaje la acercaba pues, a su país de origen, y el amor de aquellos hijos que había buscado olvidar sin conseguirlo, se levantaba nuevamente en su corazón, como una llama de fuego que de pronto se reaviva, removiendo las ascuas cubiertas por la ceniza. Se llamaba Elhisa.
El viejecito Senio, como Superior de aquel convoy, y sus tres compañeros, no tan viejos como él, iban revestidos de todos los poderes necesarios para resolver cualquier asunto, pues la larga distancia no permitía consultas de ninguna especie.
Cuando después de varios días de viaje llegaron por fin al lugar de su destino, que era más o menos donde siglos más tarde se alzaría la ciudad de Damasco, el viejecito Senio hizo levantar una tienda de campaña, cerca de la Casa-Hospicio que albergaría a las Kobdas y allí se instaló él con sus tres compañeros.
Abrano, el caudillo-pastor quiso llevarles a su propia morada, en la cual encontrarían las mayores comodidades de aquella época, pero él se negó completamente, diciendo:
—Yo soy el perrillo guardador de los corderos de Numú, y debo estar a la puerta del redil hasta que la cerca esté bien consolidada.
Y no hubo forma de arrancarle de su tienda, que fue para él y sus compañeros, Mansión de la Sombra, taller, dormitorio y comedor.
Estos acontecimientos fueron principio de una nueva alianza entre el país de Galaad con el Chalit del Nilo y luego el país de Ethea y el lejano país de Gotzan (Nairi), que por oriente llegaba al Mar Dulce o lago Van, como se llamó más tarde. Los hijos de Elhisa, a la muerte de su padre, se dividieron el vasto dominio y el uno, tomó para sí la zona oriental denominada Gotzan y el otro, la región occidental que daba sobre la costa del mar, llamado país de Ethea, región que en épocas muy posteriores a aquella, fue conocida por Fenicia. Sus ciudades importantes en el Neolítico, eran Daphes y Gutium. De las actividades desplegadas por Senio y sus compañeros y de la influencia de Elhisa en sus dos hijos, resultó que Gotzan, Ethea y Galaad (parte de la Palestina actual), tres fértiles y hermosas regiones regadas por el Eufrates o sus afluentes, solicitaron que los arqueros del Thidalá del Nilo, protegieran también sus territorios, poniendo a disposición de ellos todo cuanto podían, a cambio de la defensa que les prestaban del guerrero país de Gorma o Gomer, que reforzado por numerosos emigrantes de países lejanos destruidos por el fuego o por las aguas, constituían el terror y espanto de los pacíficos labriegos y pastores de estas comarcas.
Siendo la población menos densa que en las regiones del Nilo, había inmensos campos vacíos, lo cual facilitaba enormemente las invasiones inadvertidas de aquellas razas turbulentas y conquistadoras, raíces fecunda de donde salieron siglos después, los Asirios y los Hicsos, que lo invadieron todo, hasta el valle mismo del Nilo.
El círculo defendido por los arqueros de Bohindra, se ensanchaba pues, enormemente, y fue reforzado con cuarenta mil arqueros más, elegidos de entre los mismos países que se iban plegando a aquella grandiosa Alianza de defensa mutua, de la cual venían a ser principales jefes, los Kobdas de Neghadá.
Mientras tanto el Thidalá-Rey de Naciones estaba absorbido por sus enfermos del Jardín del Reposo, por sus plantas medicinales, por su lira, cuyas melodías llevaban el consuelo y la alegría a los doloridos y atormentados.
Y cuando se le llamaba a la sala baja de los asuntos externos, exclamaba como saliendo de un sueño:
— ¡Ah, es verdad! En el reino de la armonía formado por mi» plantas y mi lira, olvido el reinado de la desarmonía y del tumulto, que bulle como un mar agitado, allá fuera entre los hombres que aún no aciertan a comprenderse….

LA ENSEÑANZA DE TUBAL

Tubal, que era el instructor de los Kobdas durante cuarenta lunas después de su consagración, llevó un día sus jóvenes discípulos a la campiña, fuera de los muros de la Casa de Numú.
Se había recibido aviso del plano espiritual, que entre este centenar de jóvenes, se encontraban los que serían testigos oculares del apostolado mesiánico, próximo a llegar.
No habían sido señalados los sujetos, pero era bastante para que el Alto Consejo, y todos los Kobdas mayores, pusieran gran empeño en que este plantel superase a todos los anteriores, en cuanto a la parte intelectual, moral y en el desarrollo de las facultades espirituales.
Algunos demasiados entusiastas, pedían a Tubal que les llevase entre las multitudes, para hablar a los hombres de la próxima venida del Verbo de Dios y arrancarles de su embotamiento, en medio de los negocios materiales.
Tubal les escuchaba pacientemente.
Erech, Suri y Aldis, que aún estaban convalecientes de las enfermedades espirituales y físicas que les habían postrado en la gira apostólica realizada, guardaban discreto silencio, porque la cercana experiencia les hacía comprender que ellos no estaban por el momento, aptos para correrías de ninguna especie. Extenuados físicamente y aplanados en su espíritu por el recuerdo de hechos desastrosos para sí mismos, que no habían podido evitar, buscaban de fortalecerse en la meditación y en el estudio de sí mismos, y de todas aquellas grandes almas que les servían de ejemplo y de enseñanza.
—"Aprenda el Kobda primeramente a dominar todos los bajos movimientos de su íntimo ser y entonces vaya por el mundo a enseñar a los demás". Nos han dicho nuestros padres, la última vez que nos hablaron —decía por fin Tubal, para empezar su enseñanza espiritual, sentados bajo los árboles seculares de la pradera, sintiendo el cantar de las olas tumultuosas del Nilo que hacían coro al cantar de los labriegos cultivando los campos.
—Bien sabéis que de todos los que estabais (eran 129), la tercera parte fue puesta a prueba; de esa parte, sólo ocho permanecen en la Casa de Numú. De esos ocho cinco están aquí presentes: Aldis, Suri Erech. Javan y Donduri; los otros tres aún no pueden comprender nada porque es tan profundo su desequilibrio mental, que no permite a Bohindra dejarles salir del Jardín del Reposo.
Que os digan estos hermanos que aquí veis, aún a medio curar si es posible a jóvenes como vosotros, que os sentís aquí como plantas de invernáculo, salir de pronto a la borrascosa corriente, sin que os arrastre en su empuje violento e irresistible
El describir con detalles lo que les ha ocurrido, sería romper la onda tranquila, elevada y serena de este ambiente que nos rodea y abrir la puerta a las corrientes funestas y malsanas para vuestros espíritus y para vuestros cuerpos, de la misma manera que si entráis en una habitación un cadáver en descomposición, corrompéis el aire y aspiráis gérmenes putrefactos que pueden inocularse en vuestros pulmones, por vuestras vías respiratorias. El ser dado al cultivo de su espíritu, bajo ningún pretexto debe promover ni intervenir en crónicas o relatos de miserias morales ajenas, porque contamina con las ondas etéreas y las vibraciones emanadas de ellas su propia aura, donde se plasman imágenes e ideas que luego le persiguen como fierecillas hambrientas, en sus horas de concentración espiritual. Todo lo que mancha al espíritu, es necesario olvidarlo, si se han de matar todos los bajos movimientos del ser.
Teniendo en cuenta estos principios fundamentales, he insinuado a estos hermanos vuestros que no os refieran nada de cuanto les ha ocurrido. Que os baste saber que ellos tienen en sí la experiencia de que no podéis arriesgaros entre las multitudes, sin fortalecer antes vuestro espíritu, en forma que sea como piedra inconmovible ante las olas que se estrellaran contra vosotros.
¿Creáis acaso que por llevar aquí dos o tres años, habéis aniquilado ya las larvas de vuestros vicios y defectos?
Mirad a aquel Kobda ya anciano, que distribúyela semilla a los labradores. Hace por lo menos veinte años que realiza esa misma ocupación y con una solicitud infatigable enseña a los labriegos a sembrar, a cultivar, a recolectar y preparar después los granos o los frutos. Hace una vida como veis, oscura, retirada, silenciosa. No deja morir ni un árbol ni una planta, sin que dé su fruto, su nueva semilla, que a! año siguiente vuelve a la tierra para fructificar otra vez. De la labor que él realiza nos alimentamos todos, hombres y ganados dependientes de la Casa de Numú; y hasta de la paja de ciertos cereales, él se encarga de que las mujeres de los labriegos saquen la fibra que, en sus distintas escalas, sirve para las esteras de nuestros pisos, para las cortinas de nuestros santuarios, para cubrir nuestros cuerpos durante la vida, y envolver nuestros despojos cuando el alma ha partido a la inmensidad infinita.
¿Podemos calcular acaso, el amor que él da de sí a todas las millares de semillas que hace sembrar? Si le vierais, como lo he visto yo, cuidar y limpiar y preservar de soles ardientes y de hielos destructores esas semillas, para que no mueran una vez recolectadas, juzgaríais que ese hombre ve un ser vivo que siente y ama en cada semilla. Y cuando alguien le dice que es demasiado su sacrificio por unas semillas, dice tranquilamente:
"La evolución de estos seres está en nacer, crecer, dar frutos y agostarse, dejando una prolongación de sí mismas para renacer a su tiempo. Si yo en la medida de mis fuerzas coopero a esa evolución, cumplo con la Ley Divina de ayuda mutua y de amor a todos los seres. Después, todos estos millares de seres emanan irradiación benéfica para sus cultivadores y cooperan a que tengamos salud, paz y armonía entre nosotros y los labriegos cultivadores de nuestros campos."
¿Qué le importa a él que en el mundo exterior no sea conocido su nombre ni su obra, que parece perderse entre los graneros y los campos arados?
¿Acaso por ser desconocida e ignorada, su obra es menos real y meritoria?
En la infinita escala de las obras de Dios, no podemos precisar ni definir si hace obra más grande y buena, el que guía multitudes, o el que guía la evolución de las especies inferiores, porque la grandeza de la obra no está en la obra misma, sino en el pensar y el sentir de aquél que la realiza.
Entre el que guía multitudes, con el pensamiento de levantarse un pedestal de gloria para sí mismo, y el que sin ningún mezquino pensamiento cultiva las plantas de sus campos, sólo por amor a ellas, es indudable que éste último realiza una obra meritoria para sí mismo, a la vez que benéfica para aquellas especies que han recibido su solicitud. Las especies inferiores no adulan ni lisonjean, ni sirven de tentación y, aunque es verdad que el Altísimo manda a veces a sus hijos las pruebas difíciles de la grandeza y del poder de ocupar lugares prominentes, que ponen al ser como en la cúspide de una torre de marfil, a la vista de todos, también es verdad que El da los medios para salir triunfante de esas pruebas, cuando sin nosotros buscarlas, las hemos recibido como encargue divino.
El caso por ejemplo de nuestro hermano Bohindra, tan consagrado a sus cantos, a su lira, a sus plantas, a vitalizar con vibraciones de armonía el agua y el aire para los enfermos y los tristes, sin querer jamás salir a buscar el aplauso de los hombres. ¿Qué hizo él para que tantos y tantos pueblos pidieran el derecho de proclamarlo su soberano?
El buscó el olvido, la oscuridad, el retiro de todos los placeres de la vida carnal, pero el Altísimo que lo ha puesto encima de una torre a la vista de todos, está obligado por justicia a sacarlo a flote sin que ninguna tempestad lo hunda y ningún vendaval lo derribe.
Y así es todo en la vida del espíritu, al cual nunca le falta la fuerza y ayuda necesaria para mantenerse firme en el cumplimiento de la Ley. Y nuestras grandes caídas, y nuestros grandes errores, son porque muchas veces siguiendo el impulso de las larvas internas que aparentemente están muertas, pero que viven dentro de nosotros, nos salimos de nuestros senderos ya marcados al encarnar, y nos perdemos en encrucijadas sin salida. Y cuando por fin el amor de algún ser misericordioso nos vuelve al camino, ¡Cuántas desgarraduras en nuestro vestido y cuántas llagas en nuestro corazón!
Haceos cada día estas preguntas y contestadlas con toda la sinceridad que seáis capaces, sabiendo de antemano que sólo Dios y vosotros mismos conoceréis las respuestas:
— ¿Por qué vine a la Casa de Numú?
— ¿A qué vine?
— ¿Por qué quiero salir a la sociedad de los hombres?
— ¿Qué busco de ellos?
— ¿Qué les daré yo?
— ¿Me apena la vida oscura y desconocida?
— ¿Pienso con mucha frecuencia en los sacrificios o molestias que me tomo por los demás?
— ¿Rehuyo pensar en las molestias o sacrificios que los demás hacen por mí?
— ¿Soy capaz de reconocer mis errores?
— ¿Soy capaz de reconocer la virtud ajena?
— ¿Soy capaz de obrar el bien aún sin esperanza de ninguna recompensa?
— ¿Soy capaz de sembrar una semilla, y cultivarla y regarla aún cuando sepa que no gozaré yo de mi esfuerzo y sacrificio?
El día que os podáis contestar satisfactoriamente todas estas preguntas, sin que en vuestra propia conciencia se levante una voz para desmentiros, entonces será llegado el momento de que vayáis sin peligro, en medio de las multitudes, donde no encontraréis más que lazos hábilmente tendidos en que los débiles y los incautos caen a millares.
— ¿Y si me llega la hora de partir de este mundo, y aún falta alguna de esas preguntas sin poder contestarme satisfactoriamente? —preguntó un jovencito que había prestado gran atención a todas las interrogaciones que hacía Tubal a lo más hondo de sus almas.
— ¡Hijo mío!. . . si en esta sola vicia puedes contestar a todas las preguntas, y sólo te falta una, puedes estar seguro de que has dado un paso de gigante en la perfección de tu espíritu, aun cuando no hayas salido a predicar la verdad.
— ¿Y si me llegara la hora de partir y no hubiese podido contestarme a ninguna? —volvió a preguntar.
—Entonces sería señal de que si hubieras salido de esta aura de protección, menos te las habrías contestado, porque entonces no habrías sido capaz ni siquiera de hacerte esas preguntas a ti mismo.
Este jovencito Kobda, el menor de todos ellos, se llamaba Agnis, y en un lejano futuro debía traer la dura misión de ser instigador del vicio y de la iniquidad, en las vísperas de la última venida del Verbo de Dios a la tierra, misión heroicamente cumplida con este brochazo sangriento al final: la cabeza del misionero presentada en un festín, sobre una bandeja de oro. Sería el precursor del Cristo, Juan el Bautista.
—Y, ¿Cómo conoceremos si las respuestas son de verdad la copia fiel de lo que hay en nuestra conciencia? —preguntó otro de los jóvenes postunances.
—Muy fácilmente: si es el amor a la Verdad Eterna o el amor a la humanidad lo que os impele en vuestras obras, no os sentiréis aplastados y doloridos por el pesimismo, si no conseguís el éxito. Pero-si en vuestras obras apostólicas buscáis vuestro engrandecimiento y vuestra gloria, os causará tristeza y pesar profundo la negativa y el fracaso. ¿Habéis comprendido cómo debe escudriñar el espíritu su» propios rincones ocultos para matar las larvas de la gangrena espiritual, dormidas a veces bajo un musgo suave y verdeante?
Es tan sutil el amor propio, que reviste nuestras acciones de bellos y diáfanos matices, en forma que nos encantamos de ellas, pareciéndonos que son lo mejor de lo mejor. Mas si esas mismas acciones, las vemos en otros, nos resultan desteñidas y opacas, ¿por qué?
Porque las unas son nuestras y las otras son de nuestro hermano.
El Kobda que quiere de verdad subir la escala de perfección humana a que fue llamado, no se ha de distraer en obras de ruido exterior, sino en acumular armonías interiores mediante el acuerdo completo entre el pensar, el sentir y el obrar, y la Eterna Ley de Amor y de Justicia.
— ¿Qué hemos de entender por obras de ruido exterior? —preguntó Donduri que se sentía apasionado por las multitudes y por las obras de gloria y de fama.
—Quiero decir obras huecas, sin médula, como esos árboles muy frondosos pero sin fruto; obras sin el amor que les da fuerza, energía, vida, irradiación benéfica para sí mismo y para los demás.
Los humanos estamos habituados a mirar el exterior de todas las cosas, y por eso nos engañamos miserablemente y engañamos a los demás.
Dos hombres enseñan una misma doctrina: el uno la enseña por amor a la ciencia misma y por amor a los discípulos que le escuchan. El otro la enseña por la gloria que se atrae y acaso para conquistar mayor número de oyentes, hará elocuentes demostraciones y sus discursos serán más brillantes.
Los hombres escucharán las palabras, pero no penetrarán en lo interior y desde luego, no verán la formidable irradiación de amor del primero, ni la nulidad de irradiación del segundo.
Dos hombres curan una misma enfermedad. El uno acumula medicina tras medicina. El otro apenas si hace beber alguna infusión de yerbas o un vaso de agua cristalina. ¿Cuál os parece que curará con mayor rapidez y a mayor número de enfermos?
Aquel desde luego, que más amor ponga en sus obras, por pequeñas, modestas e insignificantes que ellas aparezcan ante los ojos humanos.
Es hueca y vacía toda obra que deja vacío y hueco a quién la realiza, porque fue hecha tan sólo con Ja mira del aplauso y de la vanidad satisfecha.
Por eso, antes de realizar un acto de relativa importancia, preguntaos a vosotros mismos:
¿Qué fin me induce a realizar esta obra?
Las palabras, —mi gusto—, —mi deseo—, —mi antojo— deben ser borradas del vocabulario del Kobda, si quiere matar las larvas venenosas que todos llevamos dentro de nosotros mismos, y que más tarde o más temprano, crecerán entorpeciendo nuestro progreso espiritual.
Siento que estáis pensando: ¿Hemos pues, de vivir sin deseos, sin anhelos, sin aspiraciones?
Y yo os contesto: En la Casa de Numú, nadie obliga, nadie fuerza, nadie arrastra con cadenas. Únicamente se os pregunta:
¿Buscáis la paz del alma? ¿Buscáis aniquilar de raíz vuestros defectos? Buscáis subir con mayor rapidez la escala que os llevará a la Felicidad, a la Sabiduría y al Amor?
Este es el camino. El que lo siga con mayor decisión y valor, será el que llegue más pronto. Si os falta a veces la paz, estad seguros de que es porque deseáis lo que no podéis tener. Donde hay deseos, no hay paz, y todo deseo que os turbe la paz, es un exceso de deseo.
Todos los que tenemos algo lúcida la conciencia, respecto de los caminos de Dios y de las almas, decimos que deseamos ver a la humanidad libre de su atraso moral y espiritual.
¿En qué forma conoceremos que ese deseo es justo y medido?
Pues, empezando por salir nosotros mismos, que somos parte de la humanidad, de ese atraso y de esa pequeñez.
Termino con esto mi confidencia .espiritual con vosotros y os dejo, para que continuéis vuestros trabajos o vuestros recreos acostumbrados.
Y Tubal volvió solo al Santuario, pensando en que más de la mitad de sus discípulos, se sentían cobardes al sólo pensamiento de la negación de sí mismos.
— ¡Pobrecillos! —murmuró—. A la edad de ellos, yo también decía, qué dura es la enseñanza de la Casa de Numú! ¡Y qué torturas y qué ansiedades antes de conseguir matar mis deseos y mis ambiciones! ¡Ojalá fuera mi amor bastante grande, para llenar todos los huecos vacíos que hay en esas almas torturadas todavía por los deseos humanos!

LA MAGIA DEL AMOR

Mientras tanto, Bohindra, acompañado por los Kobdas de mayor desarrollo psíquico, hacía esfuerzos inauditos para arrancar de la inconsciencia, a tres desequilibrados mentales que tenía en tratamiento.
Las horribles torturas que habían visto realizadas con los infelices cautivos, para obligar a que se les dieran fuertes rescates por ellos, era lo que sin duda les había causado a estos jóvenes Kobdas el lastimoso estado en que se encontraban.
Habían pasado de los estados de furia incontenible, a una pasividad serena y fría, pero inconsciente y callada.
Nada los conmovía, nada les llamaba la atención, ni una palabra ni un gesto, ni un movimiento. Quietos, yacían en sus bancos de reposo, mirando al vacío, con ojos que parecían no ver.
Las melodías de la lira de Bohindra habían calmado el estado de furia rabiosa; las inmersiones en la fuente, les habían apagado la fiebre y aquietado los nervios. Más, ¿cómo volver a la perfecta conjunción sus mentes con sus cerebros?
Y mientras vibraba su lira, él cavilaba y sufría y lloraba por verse impotente para levantar de la postración aquellos espíritus encadenados así, tan dolorosamente. De pronto, tres Kobdas que estaban a su lado frente a frente de los tres enfermos, cayeron en trance, o lo que es igual, dejaron su cuerpo por un desprendimiento voluntario del espíritu.
Los tres enfermos durmieron también. Y la lira intensificaba sus vibraciones. Las energías espirituales empezaron a plasmar en el éter, sus creaciones formidables, y Bohindra en plena conciencia, asistió a un espectáculo que aún no había visto en todos sus años de Kobda.
Una inteligencia superior y de gran fuerza fluídica, apareció detrás de los enfermos que se agitaban en convulsos movimientos, y ayudado por el doble de los tres Kobdas en hipnosis, realizó la operación de desalojar del aura de los jóvenes enfermos, centenares de animalillos fluídicos, como pequeños dragones, que se iban disgregando y deshaciendo, a medida que intensificaba su irradiación sobre ellos el guía espiritual que formaba densas corrientes de efluvios armónicos, suaves y dulces, extraídos del agua, de las plantas, de loa cuerpos dormidos de los Kobdas y de las ondas sutiles de amor de Bohindra, que cantaba acompañado de su lira una intensa evocación al Alma Madre de los seres y de las cosas. Y el Alma Madre vibró al unísono con el amor de todos aquellos seres que, en el dolor la buscaban, y en ese amor se disolvieron, se desvanecieron como negro humo al soplo del viento, los horribles dragoncillos creados por la lujuria, por el odio, por los deseos de venganza, por el terror de las víctimas ante los verdugos, en torno de los tres jóvenes enfermos que, por /afinidad a causa de ocultos defectos, fueron apresados por ellos, a favor del ambiente ruin, grosero y bestial en que se habían encontrado sumidos.
Las energías espirituales fueron recogiéndose en sus propios centros de irradiación. El guía espiritual desapareció como esfumado en el éter resplandeciente, con la luz de la tarde, y todo quedó en profunda quietud.
Los tres Kobdas se despertaron de nuevo a la vida física y Bohindra dejó esfumar en un dulce gemido, la última nota de su lira mágica.
Los enfermos continuaron sumergidos en un sueño quieto y tranquilo.
Una hora después les vieron despertarse al mismo tiempo y abracarse los tres llorando y mirando con estupor hacia todos lados.
— ¡Gracias a Dios que salimos de ese espantoso lugar!. . . ¡Estamos aquí! ¿Veis? ¡Estamos aquí! ¡Oh... parece mentira que estamos aquí!. . . —decían los tres a la vez.
Entonces Bohindra y sus compañeros, vieron que hasta ese momento, los pobres enfermos se creían aún sumergidos entre los brutales guerreros que les habían tenido cautivos.
Los toques de llamada general, resonaron anunciando a todos los habitantes de la Casa de Numú, que un acontecimiento feliz les reunía, como las notas de un himno grandioso de confraternidad.
Y la terraza circular, que rodeaba el jardín del Reposo, se vio inundada de Kobdas, en cuyos ojos asomaba la gran interrogación: ¿Qué hay? —Mirad— les decía Bohindra, enseñándoles los tres jóvenes curados, que lloraban y reían en la profunda emoción del dolor pasado y del inmenso amor que les rodeaba.
Uno de los enfermos, era hermano mayor de Ibrín, que se encontraba con los otros jóvenes Kobdas, los cuales al oír la llamada, acudían a la Casa, ansiosos de conocer el acontecimiento.
Cuando pasaron las espontáneas manifestaciones de entusiasmo y de alegría de unos y de otros, Ibrín decía, muy bajito al oído de su hermano Alodis:
—Hermano, es mejor sentirnos pequeños y quedar en este refugio, que no pensar que somos grandes y salimos a correr por el mundo!
—Tienes razón y creo que en toda mi vida no se borrarán de mi mente, las horribles escenas que he presenciado. Lo que me produjo el extravío mental, debió ser lo último y más espantoso que vi, sin poder remediarlo.
Alodis bajó aún más la voz, cerca de su hermano.
¡Estábamos prisioneros de un caudillo en guerra con un hermano de Suri, y por venganza, desolló viva a una hermana de nuestro compañero. El no lo sabe. Fue lo último que vi y desde entonces no supe nada más, porque perdí hasta la conciencia de que vivía!
— ¡Calla, calla por favor! —dijo Ibrín— que aquí no se puede hablar de cosas tan espantosas!
El Phara-omme propuso celebrar el acontecimiento con algo duradero, grande y hermoso, que lo recordara permanentemente.
Crear una Casa de Enseñanza, para los hijos varones de los pastores y agricultores del Nilo, en la cual se enseñaría música,- propiedades curativas de las plantas, del agua, de los colores, la influencia de los astros en todos los seres y la escritura en papiro, que hasta entonces sólo en sus Santuarios se usaba. La idea fue aceptada con entusiasmo.
—He ahí un apostolado menos peligroso para nuestros jóvenes Kobdas —decía Heberi.
—Haga el Altísimo surgir muchos Bohindras de entre los futuros músicos para que haya menos enfermos y menos atormentados en la humanidad —contestaba Tubal.

LA ESCLAVA LIBRE

Adamú y Evana, bajo la discreta autoridad de Mucha, hacían grandes progresos en todo aquello de que eran capaces sus diminutas personas.
La protección espiritual se hacía más visible y marcada, a medida que avanzaba el tiempo, en tal forma, que Milcha se sentía invadida de una profunda calma y serenidad.
Bajo la influencia de Gaudes, se habían desarrollado en ella, grandes facultades espirituales. Oía frecuentemente su voz, y en el sueño se veía acompañado de Sophía, Joheván y muchos otros seres que, en su vida actual, no conocía, pero que le estaban unidos desde lejanos tiempos.
Y la voz de Gaudes, le decía siempre:
—No te preocupe lo que será de los niños al faltarles tú. ¿No es el Altísimo, Padre y Madre para ellos? ¡Mírales!
Y Milcha al dirigir su vista hacia los pequeños que jugaban alegremente, vio cerca de cada uno de ellos, un joven hermoso, de elevada estatura, de cuyas manos salían dos rayos de fuego que tenían la forma de espadas, como aquél que había visto en la puerta del establo en que durmió Adamú.
La visión duraba un momento, lo bastante para llenar el alma de Milcha de una felicidad comprensible sólo al corazón de una madre.
Y resolvió continuar los ensayos de separación y sobre todo, repartir los utensilios, las ropas, las provisiones entre las dos habitaciones: la caverna y el establo.
¡Qué sacrificios, qué tareas, qué precauciones las suyas, para que ninguno de los niños se apercibiera de lo que ella hacia en secreto!
A no haber sido por la casi continua presencia de sus amigos espirituales, aquella mujer habría sucumbido de tristeza, de zozobra y de ansiedad.
Más, es tan real y verdadero el hecho de que el Eterno Amor nos colma la copa de internas a egrías, cuando hemos aceptado generosamente el dolor y el sacrificio, que Mucha se sentía tranquila, llena de esperanza y de fe en el porvenir. Pensaba en el pasado: les faltó un día el hogar, luego la protección de los esposos, luego desapareció Sophía, y ella seguía viviendo, sin que nada le faltara, colmada de amor, de protección, de alegría, de calma y de serenidad.
También ella debía partir de la vida material, pero ¿quién impediría a su amor, continuar velando por los niños, como Gaudes lo hacía por ella? ¿Acaso la muerte es el aniquilamiento? ¿Acaso la muerte es un impedimento al amor verdadero?
"La muerte es impotente para separar lo que el amor ha unido" —decía de pronto junto a ella, la voz dulcísima de Sophía.
"Cuando pases a este lado —continuaba la voz— verás maravillada el vasto plan que en torno de nuestros niños está tejido, como una hermosa red de vidas y de almas que se enlazan hasta lo infinito". ¡Goza Mileha, del éxtasis divino que brinda Dios a las almas que han cumplido generosamente la parte que les corresponde en la evolución humana!
"Al acercarse a la tierra el Verbo de Dios, que tomará materia carnal de nuestros hijos, se acercan a miliares los espíritus de Luz que protegen su venida, y esos millares de auras radiantes y poderosas sutilizan las corrientes etéreas del plano físico, y las manifestaciones espirituales se facilitan extraordinariamente, sobre todo cerca de aquellos que están ligados a la misión salvadora del Gran Enviado que llega ¡Canta Mucha, canta, porque te has conquistado la dicha y el amor!"
¡Y cesaba la voz en torno de la ermitaña, que parecía sumergida en un mar de luz, de serenidad y de armonía!
Así pasaron veinte lunas más. Con mucha frecuencia, llevaba Mucha a su niño al establo y le dejaba un día o una noche allí.
Una mañana, casi de madrugada, salió con él y los renos hacia el arroyito que ya conocemos. Era una hermosa mañana de verano, y los pajarillos cantaban y las flores silvestres perfumaban los campos.
Adamú iba montado sobre la reno y seguido del pequeño renito, que ya era un jovenzuelo gallardo y ligero.
Mucha caminaba a pie, pues dejó a Madina en la caverna, porque pensaba quedarse hasta la tarde en el establo, a fin de ensayar también a Evana a desenvolverse sola.
EL establo como lo habían dejado, parecía una de esas grandes cocinas de campo, llenas de provisiones y de utensilios y fardos de toda especie.
Encendió el fuego para cocer legumbres, y mientras Adamú recolectaba frutas en una cesta, ella caminó hacia el bosque exuberante, que hasta allí se prolongaba, desde la orilla del río Grande, como le llamaban, no sabiendo qué nombre darle.
Le cortó el paso un semicírculo de agua formado por el mismo arroyo que había cruzado, para llegar hasta el establo. Entonces se dio cuenta de que aquello era un brazo del gran río, que serpenteaba por la pradera hasta ir a desembocar en la caudalosa corriente.
¡Aquella soledad era majestuosa, imponente! El arroyo se ahondaba entre dos pequeñas colinas, sombreadas por grandes árboles.
Milcha se encontró cansada de caminar, y se sentó en la verde colina que caía en declive marcado hasta el arroyo, cuya rumorosa corriente casi le besaba los pies.
Se sentía como inundada de paz y de bienestar.
Deshojaba flores y verdes racimos de capullos sin abrir, y arrojándolos a la corriente les miraba alejarse, llevados por las olas que se sucedían unas a las otras sin interrumpirse.
De pronto sintió como un desvanecimiento, como un mareo, como un entorpecimiento en su cuerpo y una oscuridad la envolvió. Sintió como un pinchazo leve en el corazón y cayó hacia un lado en el verde césped cubierto de flores. Un síncope cardíaco cortó el hilo de su vida física. Y cuando el cuerpo se tornó frío y rígido poco después, el declive natural de la colina le obligó a rodar hacia el arroyo, cuya corriente le fue arrastrando lentamente, como a los pétalos de flores y a los racimos de capullos sin abrir, que unas horas antes arrojara ella a las olas rumorosas.
Y el cuerpo de Milcha fue a sepultarse en la caudalosa corriente del Eufrates, en cuyas orillas encontraría el hijo de Adamú, años después y enredado entre las plantas acuáticas y los nidos de aves marinas, un esqueleto que tenía en el cuello un collar de amatistas engarzadas en oro.
Adamú, entre las cestas de frutas y las carreras con su renito, pasó gran parte del día, sin echar de menos a su madre. Evana se había despertado en la caverna y viendo a Madina y su grulla, y la leche y el pan sobre la mesa, empezó a comer tranquilamente, dando migas al ave sagrada, y frutas secas a la reno.
Iba a salir fuera de la caverna, cuando en la misma puerta encontró a Sophía que se inclinaba para besarla.
— ¡Ay mamá! ¿Cómo viniste? ¡Era verdad que no te comió el oso! Era verdad lo que decía Milcha, que te habías ido con un ángel que se llama papá.
—Sí querida, era verdad, ¡míralo aquí está! Y Evana vio un ser lleno de amor para ella como su madre, que la acariciaba también. Era Joheván.
Gandes y sus invisibles auxiliares, autores de esta tierna escena de amor filial, gozaban en silencio de su obra ignorada de los hombres, pero recogida por los ángeles de Dios y por los rayos de la luz eterna, donde viven la vida infinita, todos los pensamientos y todos los hechos realizados en los millones de mundos que pueblan el Universo.
— ¿No te irás más? —preguntaba Evana, encantada de la presencia de su madre. Ven, vamos a buscar a Mucha que no te ha visto —continuaba la niña.
—Ya me vio y se ha ido con Adamú, pero ya volverá.
La grulla saltó sobre-la mesa, y al ruido que produjo con las alas, se desvaneció la visión.
Evana se dio cuenta y dijo al ave, amenazándola con su manecita armada de un trozo de pan.
—Ah ¡mala!. . . ¡has asustado a mi mamá que se fue, mala, mala! —y le arrojó el trozo de pan a la cabeza.
Asustada la grulla se metió en la alcoba.
Evana iba a salir a buscar a su madre, cuando se le acercó Madina y se echó a sus pies, como solía hacerlo para que la niña montase en su lomo. Ella lo comprendió y tranquilamente subió encima, y se abrazó a su cuello. La reno se levantó suavemente y salió hacia afuera, en dirección a la orilla del mar, por donde paseó su hermosa carga durante un largo rato. Después volvió a la caverna, y fue a detenerse junto al lecho de la alcoba, adonde Evana saltó con grandes gritos de alegría.
Milcha en sus maternales solicitudes, les había hecho figuras o muñecos de telas y de fibras vegetales, para divertirles en los días fríos del invierno- en que era imposible salir de la caverna. Allí había rey, reina con sus hijos y servidores. Evana buscó sus muñecos y los puso en fila, sentados sobre la mesa. Después salió fuera, extrañada de verse tanto tiempo sola. Empezaba a impacientarse, porque ya era casi la caída de la tarde. Y la emprendió con sus muñecos, en una severa reprimenda:
—Decidme, ¿dónde está Milcha? ¿Dónde está Adamú? y mamá, ¿por qué se marchó otra vez? ¡Id a buscarles, pronto, pronto! —y repartiendo golpes con una varita les hizo saltar rápidamente de la mesa. Un muñeco saltó hacia el sitio en que se hallaba echada Madina, otro a la ceniza del hogar, y la tercera hacia la puerta de la caverna.
Madina los recogió uno por uno con sus dientes, y los puso de nuevo sobre la mesa. Después lamió las manitas de la niña, y fue al hogar a golpear con su pie calzado de hierro, en la piedra del fuego, donde esa misma mañana Milcha había dejado paja y ramas secas, preparadas para encender.
— ¡Ah Madina! ¡Tú quieres que haga comida! Pero yo no tengo gana. Comeremos fruta y pan, tú y yo juntitas, y la grulla también, que ya no estoy enojada con ella.
Y así diciendo, puso pan y frutas sobre la mesa. Ordeñó a Madina, sacó la grulla escondida bajo su cama y estos tres personajes, únicos que había visibles en la caverna, comieron juntos en completa paz y armonía.
Adamú, más acostumbrado a estar solo, debido a los ensayos de Milcha, se arregló con menos dificultades, creyendo ver de un momento a otro aparecer a su madre.
Aunque de tiempo atrás venía Gaudes preparando la desencarnación de Mucha en forma benéfica para ella y los niños, su espíritu no tornó a la plena lucidez, hasta el anochecer del día siguiente, y lo primero que hizo, fue correr hacia el establo y la caverna, donde vio a los niños rodeados de una inmensa fuerza protectora. Gaudes la hizo visible a Evana, cuando terminaba de comer, y empezaba la oscuridad de la noche a circundar la caverna.
—Cuanto tardaste Mucha. He tenido que comer sola con Madina y la grulla —decía la niña.
—-Has hecho bien querida, ahora enciende el velón y juega con tus muñecas que yo voy a dormir, porque estoy cansada —y su doble se dirigió hacia la penumbra, en que estaba su lecho, donde se esfumó sin que la niña lo advirtiera.
Y las corrientes de energías espirituales, flotaban en inmensos oleajes en torno al plano físico, a medida que se acercaba el tiempo en que el Verbo de Dios tomaría la humana naturaleza, para ^elevarla y enseñar a los hombres a matar al egoísmo, mientras sembraba en la tierra fecundada con sus lágrimas y su sangre, la divina semilla del Amor Universal.

LOS PEQUEÑOS EREMITAS

Por una parte la frecuencia de las manifestaciones espirituales en torno de los niños, y por otra la facilidad natural que se tiene a esa edad para olvidar aquello que no causa dolor o trastorno físico, Adamú y Evana, acabaron por habituarse a su nuevo orden de vida, en la cual entraba como agente muy principal, el hecho de que ellos no habían conocido nada diferente de aquello que les rodeaba.
Una sola interrogación quedaba para ellos, como sumida en la penumbra del que espera indefinidamente.
— ¿Dónde está Evana? —preguntaba el niño al doble etéreo de su madre, que se le hacía visible todos los días al anochecer.
—Vino su mamá y la llevó de paseo, pero ya volverá —le contestaba Milcha—. Ordeña la reno y haz tu pan como te enseñé, que ya eres un hombrecito.
Y a veces permanecía junto al niño, hasta que le veía dormido.
— ¿Dónde está Adamú? —interrogaba Evana a la aparición plasmática de su madre o de Milcha, a quienes veía casi continuamente, por la mayor sutilidad de su propia aura, y por las condiciones de sus facultades psíquicas, desarrolladas prematuramente.
—Le ha llevado su papá de paseo, pero luego vendrá —le contestaban siempre.
Pronto se manifestaron en ambos, las tendencias propias de su sexo.
Adamú se sintió arquero y agricultor al mismo tiempo. Mal o bien, disparaba flechas a las codornices, a las aves marinas; mal o bien, abría surcos en la tierra y enterraba granos de cereales y legumbres y los carozos de las frutas que le alimentaban. Y luego espiaba afanoso, cuando la pequeña planta rompía la tierra y aparecían sus diminutas y primeras hojitas, buscando el calor y la luz.
Esto era para él un acontecimiento demasiado importante.
Evana por su parte, sentía la necesidad de cambiar de vestidos a sus muñecas, y con este fin, cortaba un vestido suyo en varios trozos y cuando las había cubierto con ellos decía:
—Ahora parecéis tres Evanas —y se quedaba muy satisfecha de su obra.
Además, ella, como buena ama de casa, tenía la obligación de dar la ración de bellotas a los renos cuando llegaban por la noche, y si alguna vez se olvidaba, ahí estaba Madina que se lo recordaba, sacando al centro de la caverna, el saco en que se guardaban los granos destinados a ellos.
Dos cosas le gustaban a Evana: las flores y los peces.
Y salía por la mañana, acompañada de Madina, a la verde planicie que se abría entre las montañas y el mar; llenaba una gran cesta de flores silvestres y recogía en un recipiente con agua los pececillos que, al bajar la marea, quedaban a veces aprisionados en los huecos que el flujo y reflujo de las aguas, abrían en las arenas de la costa. Había visto hacer esto a Milcha muchas veces, y a ella le causaba gran satisfacción, ver llena su redecilla de pececitos que después comía asados al rescoldo y acompañada por su grulla, que gustaba de ellos tanto como Evana.
Se divertía en poner coronas de flores y follajes a Madina y los renos, mientras estaban echados en la caverna.
Encontraba imponente y majestuoso al reno mayor, arrastrando largas guirnaldas desde la altura dé sus erguidos cuernos, hasta larga distancia por el suelo. Y como si los renos comprendieran el placer de su pequeña ama, se alejaban de la caverna por la mañana para pastar, arrastrando majestuosamente las guirnaldas floridas, que Evana les había puesto la noche anterior.
A veces, tanto ella como Adamú, se quedaban mirando largo tiempo aquellos espléndidos tapices que los piratas habían arrancado acaso del santuario de Gerar (lo que siglos después fue Jerusalén). Estos tapices representaban escenas de dioses alados y de hombres que tenían arcos y flechas.
Recordaban las explicaciones que sobre ellos, les había hecho Milcha, para que no se les despertase el deseo de buscar después, la sociedad de los hombres.
—Todos esos hombres con flechas —les había dicho— matan a las mujeres y a los niños.
Mas, esta explicación pudo satisfacerles en los días de la infancia pero ahora que la razón se despertaba, no parecía satisfacerles tanto.
Al dividir los tapices y pieles de la caverna, Milcha llevó al establo los que halló apropiados para su hijo: el dios labrador, rompiendo la tierra con su arado tirado por caballos alados; el dios pastor, guiando con su cayado un rebaño en que aparecían familiarmente confundidos, los renos, los búfalos, los leones y las ovejas; el dios del mar, de pie sobre la cabeza de un monstruo marino, encadenando con sus redes de plata, las olas embravecidas.
Mientras que en la caverna, había dejado los que podían despertar en la niña, tiernos sentimientos de feminidad: la diosa Ceres, coronada de espigas y recogiendo gavillas que, al caer en su cesta, se convertían en dorado pan; la diosa Isis, dormida en una inmensa flor dé loto, mientras Osiris entreabría loa pétalos para espiar aquel sueño, hermoso símbolo de la tierra y el sol fecundando unidos las cimientes; la diosa Minerva, alumbrando con su antorcha a una multitud de niños ciegos, antiquísima representación simbólica de la Sabiduría iluminando a los hombres.
Y en la contemplación de estos tapices, que manos ignoradas habían tejido en una soberbia policromía, pasaban-los niños horas y horas, cavilando dónde estarían los origínales de aquellos magníficos cuadros.
Y Evaná se sentía Ceres y sé coronaba de espigas; y se creía Isis y formaba de lotos blancos, azules y rosados, una especie dé inmensa corola entre el verde césped, y se recostaba en medio de ella; y se figuraba que era Minerva, y encendía un haz de hojas de palmera seca, atadas a una caña y salía al caer de la tarde con su antorcha, cuya llamarada agitaba el viento, como una cabellera de fuego. Era una visión fantástica, la de aquella hermosa niña de dorados cabellos, vestida con túnica de púrpura, agitando al viento fresco de la tarde, su antorcha de palmeras, seguida de una reno y de una grulla, que parecían formar parte del rito misterioso de aquella sacerdotisa de la soledad.
La belleza y el vigor que emana la Madre Naturaleza sobre los seres que crecen y viven al contacto de ella, sumergidos en su amoroso seno, se manifestaron ampliamente en aquellos dos niños, hijos de la, pradera.
Una tarde cálida de verano, Adamú caminaba por las márgenes del arroyo, y cercano al sitio en que el cuerpo de Mucha rodó hasta la corriente.
Se sentó en la orilla y comenzó a sumergir sus pies desnudos en el agua; después se quitó la túnica de lino que le cubría y con sus dos renos, entró al arroyo, cuyo manso oleaje se agitaba suavemente en torno suyo. De pronto llegó hasta él, traída por la corriente, una de las grandes guirnaldas tejidas por Evana, para el reno mayor, que sin duda, al entrar al arroyo para beber, se le había desprendido de los cuernos.
Los efluvios de la niña habían impregnado aquella guirnalda de flores silvestres, y aunque Adamú no podía comprender nada de esto, pensó:
—A Evana le gustaban tanto estas flores .azules. ¡ Cómo me gustaría que volviera pronto Evana!
Le sacó de este pensamiento, un gran trozo de madera que era como un tronco ahuecado en forma de botecillo, y que arrastraba suavemente el oleaje manso y sereno del arroyo. Sin vacilación y sin temor, Adamú subió sobre aquel tronco que se balanceaba al peso de su cuerpo, tomó un extremo de la guirnalda de Evana y se dejó llevar por la corriente, seguido de sus renos, durante un largo rato:
—Soy el dios del mar —decía recordando el tapiz aquel— y esta madera es el monstruo marino, y esta guirnalda de follaje es la red con que encadeno las olas.
La guirnalda extendida tras de él, dejaba un leve surco en el agua, el renito corría detrás, haciendo saltar millares de gotas cristalinas y la reno caminaba por la orilla, sin perderles de vista, como una aya juiciosa y reposada que cuidaba sus niños. Un inmenso árbol semi-arrancado por algún huracán, había caído sobre el arroyo e interceptaba el paso, y a no ser por esto, Adamú se habría dejado llevar insensiblemente hasta larga distancia, con la infantil vanidad de sentirse dominador de las olas.
Su barco improvisado quedó preso en las ramas del árbol y el niño saltó a la orilla para volver corriendo por la pradera, al sitio en que había quedado su túnica blanca y sus sandalias de piel de búfalo.
— ¡Qué bonito paseo! —exclamaba—. Mamá no me habría dejado, porque ella tiene miedo de ir sobre el agua, pero yo no, porque soy como el dios del mar, que anuda las olas con los hilos de su red.
¡Lástima grande que el hermoso poema de Adamú y Evana, escrito en un rollo de papiro veinte años después, por Aldis el Kobda, desapareciera entre las llamas del incendio con que los Hicsos invasores del país de Ahuar, muchos siglos después, destruyeron aquel antiguo Santuario Kopto, que guardaba la historia de la humanidad de treinta mil años atrás!
Y por eso Moisés, el gran vidente, guardó en el deslumbramiento de sus éxtasis magníficos, el formidable secreto que desmentía a la ciencia de los augures y de los sátrapas, para contar solamente a las generaciones de su tiempo, aquel primer capítulo del Génesis, único que brotó de la pluma de Moisés y que está impregnado de la verdad, bajo el simbolismo y el misterio. En el principio creó Dios los cielos y la tierra "y la tierra estaba informe, desordenada y vacía y las tinieblas se extendían sobre el abismo, y el Espíritu de Dios flotaba sobre las aguas". Y dijo Dios: Sea hecha la luz y la luz fue.
"Y vio Dios que la luz era hermosa, y la apartó de las tinieblas. Y fue la noche y el día".
Y continúa así brillante y magnífico el canto de Moisés, cuyo corazón se expande en ese himno de amor y admiración a la Causa Suprema, Potencia Creadora de los seres y de las cosas.
Y los hombres, incapaces de seguir aquella alma gigante en sus vuelos de águila por la inmensidad infinita, transformaron con groseras pinceladas sin color, sin realidad y sin armonía, las atrevidas figuras, las alegorías simbólicas de inimitable belleza, emanadas del gran vidente, pleno de luz y de ensueño. . . el ensueño divino de la verdad, que el Amor Eterno había brindado a su espíritu anhelante, en el divino deslumbramiento del éxtasis,
Y mientras Adamú y Evana crecían bajo -la mirada de las almas mensajeras de Dios; en todo el territorio guardado por los arqueros del Thidalá del Nilo, se levantaban pequeñas Casas de Numú, como focos de luz que alumbraban esa porción de humanidad que había de recibir en su seno la semilla sembrada por Abel.
Las grandes cavernas de las montañas de Qalaad, Aran y Ethea (Judea, Galilea y Fenicia, se llamaron siglos después), fueron el refugio de los Kobdas de Neghadá, que las transformaron en Santuarios y habitaciones provisorias, a fin de poder sembrar en todos aquellos países la paz y el amor en que ellos se habían hecho grandes y buenos.
Salían de diez en diez a imitación de sus 'Padres, como llamaban a sus diez Fundadores y se sentían gozosos de imitarles, en aquellos primeros siglos en que también ellos vivieron en cavernas.
En los seis años qué transcurrieron entre la desencarnación de Mucha y la reunión de Adamú y Evana, al empezar su adolescencia, se fundaron diez Casas de Numú; cuatro de mujeres y seis de hombres.
Las primeras fueron llamadas "albergues", pues tenían el carácter de Hospicios para enfermos, y fueron establecidas en antiguas casonas de piedras de las muchas que quedaban abandonadas, por las continuas emigraciones y huidas de tribus y de familias. Mientras que las de hombres se establecieron simplemente en las cavernas, que las había inmensas y .con innumerables bóvedas, o salas subterráneas, pues eran las excavaciones de minas abandonadas desde varios siglos atrás.
Al Kobda que iba como jefe se le apellidó patriarca, y matriarca a la Kobda que regía el albergue. Y toda caverna habilitada como pequeño Santuario, fue denominada Edén, que significaba, en el primitivo lenguaje formado por los primeros Kobdas, "jardín silencioso". Este fue el origen del Edén bíblico, porque Adamú y Evana, cuando se encontraron nuevamente, se albergaron en uno de aquellos '"Edenes", del cual se retiraron los Kobdas, para establecerse en la antigua Gerar, adonde fueron llamados, para reconstruir el antiquísimo santuario qué allí existía, y que había sido despojado por una horda de piratas cretenses.
Que mis lectores perdonen esta digresión en que a grandes rasgos anticipo acontecimientos, que detalladamente debo referir a su debido tiempo; digresión hecha para dar a comprender el desenvolvimiento natural y lógico de los sucesos, dentro de tal escenario.
Nada de milagroso, nada de inverosímil, nada que choque al buen sentido y a la sana razón.
Hoy, que una buena parte del mundo espiritualista está más o menos versado en las ciencias Psíquicas, será fácilmente comprensible este relato, que cincuenta años atrás, hubiera parecido un cuento de hadas tan anticientífico y antírracional, como gran parte del Génesis Bíblico falsamente atribuido a Moisés según ya queda dicho.




ADAMU Y EVANA

Adamú que ya dijimos se había sentido como un pequeño dios del mar, quiso utilizar un día aquel rústico bote y sujetándole un trozo de madera en uno de sus extremos y anudándole una cuerda de fibra vegetal, lo ató a su pareja de renos y ellos lo condujeron hasta quedar frente a las ruinas aquellas que le servían de morada. Un poco más de esfuerzo y el tronco ahuecado saltó al césped y fue arrastrado por los renos hasta el patio del establo. Entonces Adamú se sintió artesano y emprendió una verdadera tarea de gigante para dar a su bote el aspecto que tenían las barcas de la flota fantástica que aparecía en el tapiz de los dioses del mar.
Este trabajo le absorbió tan por completo que gastó en él mucho tiempo hasta conseguir que su barquito imitara siquiera en un milésimo la más pequeñita y sencilla de las barcas del tapiz. Las unas tenían por timón una cabeza de dragón, las otras ostentaban cabezas enormes de aves marinas, cuyas alas semiabiertas formaban los costados de las barcas. Era el tapiz como una marina formada por dragones y aves acuáticas flotando sobre el agua. El futuro padre de una civilización, soñaba en realizar el prodigio de hacer una barca como aquella que atraía sus miradas. Era el caer de la tarde y estaba de mal humor a causa de que todos sus ensayos le habían salido mal. Al volver de recoger una cesta de frutas encontró en el establo a su madre según costumbre.
—Esta vez te visito más temprano, para darte una noticia o varias noticias que te causarán grande alegría —le dijo Milcha, acariciándole.
—Dímelas y puede que ellas me devuelvan la tranquilidad. Me estoy volviendo taciturno y sombrío.
—Mal hecho, porque ya eres un hombrecito de doce años, y a esta edad debes saber dominarte.
—Bueno ¿y las noticias?
—Que busques entre las ruinas detrás de aquellas grandes columnas caídas unas encima de otras y encontrarás lo que necesitas para dar a tu barca el aspecto que deseas.
— ¿Sí? —dijo Adamú, levantándose para ir.
—Ahora no, que ya llega la noche, mañana temprano lo harás. Oye la otra noticia. ¿Te acuerdas aun de Evana?
— ¡Evana, Evana! —exclamó—. Sí que me acuerdo, y me acuerdo de su mamá que tenía el cabello como paja de trigo, y me acuerdo deja tropilla de renos. ¿Qué sería de todo esto? Desde que me dijiste que la caverna tenía otro dueño y que era un gigante muy feo y muy malo he huido de caminar hacia aquel lado, temiendo sus flechas. Y, aunque yo tengo las mías..., pero él será más fuerte que yo. ¿Verdad, mamá?
—Claro que sí —respondía el doble etéreo de Mucha, acariciando los rizos oscuros y abundantes de su hermoso adolescente.
—La segunda noticia es que un día de estos te encontrarás con Evana.
—Y Milcha observó que a su hijo le dejaba indiferente la noticia. — ¿No te alegras?
—Ella se fue y me dejó solo. Mis renos nunca me dejaron ni tú tampoco. Y Adamú abrazó a su madre como si quisiera decirle que no necesitaba de nadie más para ser feliz. Ella no insistió más y cuando Adamú se levantó a dar la ración de la noche a sus renos, su cuerpo astral desapareció. Era la primera vez que sucedía esto, pues antes esperaba ver dormido a su hijo para alejarse. Adamú se quedó pensativo mirando el sitio en que su madre había estado sentada.
— ¡Qué extraño es todo esto! Se va sin que la vea salir, viene casi todos los días al anochecer. ¿Dónde pasa el resto del día? ¡Ah!, el gigante que habita la caverna debe tenerla cautiva y ella sé escapa al anochecer para venir a verme. Evana estará también prisionera de él seguramente, y mi madre le habrá enseñado cómo debe escaparse para venir aquí. Y después de encender el fuego y cocer su pan se sentó tranquilamente a comer. Meditaba. Se levantó luego, buscó entre los carcaj es aquellos de los piratas, el que tenía más flechas, aguzó bien todas sus puntas, limpió las correas de sujetarlo y hablando consigo mismo, decía:
—Yo me acercaré poco a poco hacia la caverna, creo que acertaré con el camino. Me ocultaré bajo los árboles hasta que algún día vea salir por la pradera al gigante. Le mandaré una de estas flechas y de nada valdrá que él sea más fuerte que yo. Salvar a mi madre y salvar a Evana es, cosa justa, y mi madre me dijo tantas veces: "si obras siempre con justicia el Altísimo Dios estará siempre contigo."
Y no hay duda que en este caso el Altísimo estará conmigo, y ese gigante no será tan alto y fuerte como El.
Y pensando en el gigante, en su madre, en Evana, se durmió tendido sobre un lecho de paja y pieles que él mismo se había fabricado, porque el pesebre resultó pequeño para su estatura desarrollada en extremo.
Comenzaba el verano y Adamú se levantó con ,1a primera luz del día. Fue a buscar en el sitio de las ruinas indicado por su madre y después de gran esfuerzo para introducirse por entre las hendiduras que quedaban entre una columna y. otra apiladas en desorden, comprobó que era verdad lo que su madre le dijera. Hermosos capiteles de madera que representaban cabezas de monstruos marinos, de renos, de elefantes, de grullas enormes, caídos en desorden y rotos algunos, alambres de cobre, varillas de bronce, trozos de piedras de colores en finas y delgadas láminas, restos de esculturas y jarrones de piedra y de cerámica, en fin todo aquello que habría sido ornato y esplendor de una suntuosa habitación abandonada y destruida después.
Adamú tuvo trabajo hasta, la mitad del día.
— ¡Ah!. . . ahora mi barca se parecerá a la barca del dios del mar —exclamaba lleno de satisfacción—. Luego me falta encontrar al gigante de la caverna y dispararle una flecha. Y entonces seré un dios cazador.
Y después de comer a la mitad del día, salió con su carcaj y sus flechas hacia la orilla del arroyo que le servía de orientación en sus paseos, como a Evana la costa del mar.
Llegó por fin al sitio en que los renos acostumbraban a beber, y vio al reno mayor a los otros con las grandes guirnaldas de flores que Evana, según su costumbre, les ponía en los cuernos dándoles un aspecto imponente y extraño. Los animales no huyeron 'al verle.
— ¡Ah! —se dijo Adamú— de aquí son las guirnaldas tan largas que lleva el arroyo hasta las ruinas donde vivo. Mi madre y Evana deben cansarse del cautiverio del gigante y se ocupan en coronar de flores a los renos. ¡Son ellas, no hay duda!
Después buscó un sitio apropiado desde el cual pudiera ver sin ser visto y esperó. Nadie apareció más que los renos, que sin hacer caso de él pastaban tranquilamente arrastrando sus guirnaldas entretejidas de flores.
Por las mañanas trabajaba en su barca y al mediodía salía a esperar al gigante que tenía prisionera a su madre, según él creía; y lo creía más desde cuatro días, pues que su madre no había vuelto a visitarlo en todo ese tiempo.
Adamú empezaba a sentirse-demasiado solo. ¡Qué injusto y malo debía ser el gigante de la caverna cuando su madre se veía impedida así para llegar hasta el pobre establo de su hijo!
Y una amargura sombría empezaba a llenar el corazón de Adamú en el cual la soledad iba despertando el hábito de la meditación profunda. Sus días eran un pensamiento continuado, o una serie de pensamientos, de reflexiones, de preguntas que a veces quedaban en suspenso sin encontrar la respuesta.. .
Evana, por su parte, contaba los días que había pasado sin ver a su madre y los encontraba demasiado largos y tristes. Y como le invadía una gran melancolía se abrazaba del cuello de Madina, echada junto a ella mientras sentada al borde de la fuente cantaba suave y quedo una canción aprendida de los labios de Milcha:

Agua misteriosa
La de mi fontana
Se viste de rosas
Todas las mañanas.
Y a la tarde se viste de oro y carmín
Y en la noche más suave y más bella
Salpica de estrellas
Su velo turquí.

Un día fresco y nublado de comienzo de verano, en que la caverna estaba demasiado oscura, tuvo la idea de alzar una cesta de provisiones y salir a la pradera para buscar huevos de codornices.
Vistió un largo ropaje de blanco lino que, imitando la túnica de Geres, había confeccionado de uno de aquellos amplios mantos sacerdotales con sólo abrirle huecos para sacar los brazos.
Se coronó de anémonas azules, colgó la cesta de provisiones del cuello de Madina y seguida también por la grulla salió de la caverna., Vio a los renos que aun no se habían retirado mucho y que la guirnalda del reno mayor estaba enredada en unos arbustos. Recoger la guirnalda y echar a correr detrás del reno para ponérsela, nuevamente, fue obra de pocos minutos. Sea que el animal rehusara una nueva coronación o que quisiera retozar, echó también a correr en dirección al arroyito, y la grulla corría detrás de Evana, y Madina detrás de la grulla. Llegados al arroyo, el reno se inclinó a beber y Evana reprendiéndolo severamente por haber huido de ella, le anudaba fuertemente en los cuernos la guirnalda de flores. Después desató del cuello de Madina la cesta de provisiones y se sentó en la orilla del arroyo a comer tranquilamente, repartiendo como siempre su almuerzo entre la grulla y su reno favorito. —Ahora me acompañaréis a recoger huevos de codornices —decía a sus dos compañeras que la seguían a paso lento mientras ella registraba el césped para descubrir los nidos. .
A poco llegó casi sin darse cuenta a un grupo de árboles pequeños y espesos, donde se sentía el gorjeo de millares de pájaros. .
— ¡Cuántos nidos debe haber allí! —dijo y empezó a abrirse paso por entre las plantas trepadoras que enredadas en los árboles habían formado como un cortinaje impenetrable. Era justamente el sitio en que Adamú acostumbraba a esconderse para espiar la salida del gigante y dispararle sus flechas. .
Evana se oprimió los labios con ambas manos para acallar un grito de sorpresa que iba a escapármele, cuando vio al jovencito profundamente dormido junto a su pareja de renos echados también debajo de los árboles. Vio el carcaj y las flechas iguales a las que había aun colgadas en la caverna. Vio también la cesta con restos de la comida, y aquella cestita era igual a la suya.
Quería huir sin hacerse sentir y quería quedarse. Indecisa y temerosa estaba, cuando Madina decidió el asunto acercándose a su hija y echándose cerca de ella lo cual produjo ese ruido sordo del caer de un cuerpo pesado entre un lecho de hojas y ramas menudas. Este ruido despertó a Adamú que saltó ligero como un corzo y tomó su carcaj. Pensó en el gigante antes de despertarse por completo. Ambos se quedaron quietos, con los ojos inmensamente abiertos, mirándose como si sus pupilas quisieran absorber todo lo concerniente a aquella inesperada aparición' a fin de comprenderla.
Madina, sin levantarse, empezó a lamer una mano de .Adamú como si quisiera por tal medio despertar su recuerdo.
— ¡Madina! —exclamó el niño acariciando la cabeza de la reno. Y esta palabra despertó en ellos por completo el recuerdo.
— ¿Eres Adamú?. . .
— ¿Eres E vana?
Estas dos interrogaciones brotaron al mismo tiempo de sus labios y sin premeditación y sin cálculo, se abrazaron tiernamente como solían hacerlo de pequeños cuando ambos se habían apartado irritados y querían volver a la paz y a la unión.
— ¡Todos me dejaron solo!
— ¡Y tú también a mí!
— ¿Y el gigante? —preguntó Adamú.
— ¿Qué gigante? yo nunca le vi —contestaba Evana.
—Pero ¿no hay en la caverna un gigante que os tiene cautivas a mi madre y a ti?
—No. En la caverna estoy con Madina, la grulla y los renos.
— ¿Y nadie más?
—Mi madre viene a veces pero hace muchos días que no la veo más. Y tú ¿dónde vives?
—En el establo de las ruinas.
—Yo no conozco tu casa.
—Pero ¿es verdad que no hay un gigante en la caverna?
— ¿Quieres ver que es verdad? Ven conmigo y lo verás.
Y Evana emprendió el camino de regreso a la caverna seguida de Adamú que no se hartaba de mirarla.
— ¡No pareces más Evana! ¡ Cómo ha crecido! Pareces la madre de Evana.
—Entonces tú que has crecido más que yo, serás el padre de Adamú. Y dime, ¿cómo es que tu madre y la mía nos han dejado solos?
—Mira, a decir verdad no lo sé —contestaba el niño. Aquí hay un misterio que tenemos que descubrir.
Y ambos manifestaban las impresiones que tenían a este respecto mientras se acercaban a la caverna.
—Todo está como antes —-decía Adamú cuando llegaron— sólo tú estás diferente. Evana —exclamaba—. Con estas ropas tan largas y con esas flores en tus cabellos te pareces a las figuras de los tapices.
— ¡Cómo me gusta haberte encontrado Evana! —le decía enredando sus dedos en los largos rizos dorados de la niña que guardaba silencio. Y tú ¿no te alegras de haberme encontrado Evana?
La honda emoción de Sophía y Milcha que invisibles asistían a esta escena, fue percibida por la exquisita sensibilidad de Evana que, en silencio se le acercó y dejando caer su cabecita dorada sobre el robusto pecho de Adamú, rompió a llorar a grandes sollozos.
— ¡No llores, Evana, no llores! — le decía-— Sí tienes miedo al gigante, huiremos de esta caverna para mi casa que es mucho mejor Allí tengo también muchas flores como estas que tú llevas y tengo una barca como la del dios del mar. ¿Quieres que te lleve conmigo, Evana?
La niña guardaba silencio del cual la sacó Madína que golpeaba con su pezuña en la piedra del hogar para encender el fuego.
—Tu casa será muy lejos y pronto viene la noche —dijo por fin Evana sentándose junto a la mesa.
—Sí, es verdad —contestó Adamú dejando su carcaj y sus flechas. —Iremos mañana. ¿Te gustará que me quede hoy a hacerte compañía?
—A mí sí. ¿Quieres comer? Yo hago el pan como lo hacía Milcha ¿y tú?
—Lo mismo.
—Y tengo pececitos asados que recogí esta misma mañana. ¿Te gustan? —y Evana con encantadora gracia le enseñaba todo lo que tenía: un plato con peces, la cestilla de frutas y la jarra de cobre llena de leche. Después ponía al fuego la marmita para cocer los huevos de codorniz que había recogido.
— ¡Cómo me gusta haberte encontrado, Evana! —decía Adamú siguiéndola con la vista en sus idas .y venidas por la caverna preparando la comida y la mesa, como una mujercita avezada a las minuciosas faenas domésticas. Cubrió la rústica mesa con un blanco paño de lino, puso un recipiente lleno de flores y cuando había colocado todos los manjares con los que podía obsequiar a su visitante, le dijo con toda la gracia sutil de una delicada ama de casa:
—Yo te serviré, pero en el mismo plato porque no tengo más que uno.
—Que buena es tu compañía, Evana —exclamó Adamú— me gusta mucho más que los peces y las frutas y tu pan, y eso que están muy buenos! Todo está aquí como antes, sólo tú estás diferente —decía el niño mirando todo cuanto lo rodeaba. De pronto la caverna se inundó de luz y ante ellos aparecieron Sophía y Milcha no ya con el aspecto de seres encarnados como las habían visto hasta entonces, sino con el ropa-'e _ etéreo, sutil, resplandeciente que no se toca ni se palpa, pero cuya irradiación de amor se percibe a una larga distancia.
Adamú y Evana se llenaron de estupor, casi de susto. Sophía habló la primera:
—Ahora que estáis unidos por voluntad del Altísimo, es llegada la hora de que sepáis lo que creéis un misterio en torno vuestro. Nuestros cuerpos hace mucho que reposan en la tierra, porque la muerte ¡os aniquiló, pero hemos vigilado vuestra infancia desde el mundo espiritual en que estamos y a donde vamos a volver para seguir nuestros caminos, mientras vosotros continuáis el vuestro unidos como estáis en este instante.
—Adamú, hijo mío —dijo Milcha envolviéndolo con su aura suave de amor maternal. El Altísimo te da a Evana como el más hermoso tesoro que puedes recibir de su amor eterno y ten presente que ningún mal será mayor en ti que causarle pesadumbre y amargura. Prométeme que la amarás más que a todas las cosas de la tierra.
No pudiendo abrazar a su madre que parecía desvanecerse como tina niebla luminosa, Adamú rodeó con su brazo la espalda de Evana y contestó con su voz que temblaba por la emoción:
—-Yo lo prometo así como quieres, mamá; lo prometo a Dios y a ti y a la mamá de Evana y a Evana misma.
Y la niña con sus grandes ojos color topacio llenos de lágrimas miraba absorta las luminosas figuras de su madre y de Milcha.
—Y para ti, Evana —dijo Sophía a su hija, no habrá nadie en la tierra más que Adamú, y ambos iréis el uno en pos del otro, como la noche y el día, siguiéndose eternamente, unidos por un amor que será como rayo de sol que nunca muere y como las estrellas mirándose eternamente en el mar.
Las manos fluídicas de las madres se posaron como flores de luz en las cabezas inclinadas de los niños, mientras el Eterno Amor les bendecía, y la visión se esfumó ante ellos pareciéndoles que la caverna quedaba demasiado oscura con la luz del velón y la llama del fuego que centelleaba en el hogar. Adamú y Evana se quedaron largo rato sumidos en profundo silencio sin poder moverse ni articular palabra. —No sé por qué me parece que no las veremos más. . . —exclamó Evana conteniendo las lágrimas.
—Pero yo estoy contigo, y te amaré tanto como ellas dos juntas ¿No te consolarás con eso, Evana?
La niña lloraba en silencio como una persona mayor consciente de que debía dominarse en presencia de otro ser que hacía esfuerzos por consolarla.
—Yo haré todo lo que tú quieras y no me enojaré contigo nunca jamás —continuaba Adamú juzgando que en Evana la ausencia de su madre abría un vacío difícil de llenar. Si tú quieres que vivamos aquí yo traeré todo cuanto hay en el establo para ti, y si te gusta venir a mi casa, llevaremos todo cuanto hay aquí. Habla Evana ¿qué te gustará más?
—Iré contigo a tu casa ¿No oíste lo que dijo mamá? Como la noche sigue al día, como el rayo del sol que no se apaga, como la luz de las estrellas que eternamente se miran en el mar ¿No lo oíste Adamú? Y Evana, ya más tranquila con la saturación fluídica suavísima que la aparición había dejado en torno de ella, volvió a su alegría habitual y empezaron a surgir proyectos y perspectivas para el porvenir, en los cuales ocupaban un lugar prominente, Madina, la grulla, los renos, los tapices, las pieles, los utensilios, la barca en construcción, los cultivos, los nidos de codornices y los pececillos asados al rescoldo.
Adamú y Evana, tomados de la mano entraban de lleno en el templo augusto del amor, como juntos habían llegado al camino de la vida, Y las almas errantes de Dios acallando todos los sonidos en torno de la tierra, escucharon embelesados el himno divino que cantaban aquellas almas gemelas en medio de la soledad.
Y el Alma Madre de los seres y de las cosas deshojó sus rosas de amor eterno sobre aquellas frentes virginales y puras, sobre las cuales flotaría su Verbo, como .el soplo divino de su aliento sobre la humanidad terrestre cautiva y atormentada.
Y el mago divino del amor triunfaba una vez más del egoísmo de los hombres, del dolor y de la muerte. Y el Amor tejía su red de oro y seda en torno de los dos solitarios de la caverna de Gaudes.
Y apenas la luz del alba se filtró por las rendijas de la rústica puerta de corteza, Adamú se despertó según su costumbre, y al verse en la caverna y sentir la respiración de los renos, un indecible bienestar le invadió por completo pues comprobó que era realidad y no sueño el haberse encontrado de nuevo con Evana. Enseguida tendió su vista hacia la alcoba y pensó con infinita felicidad: ¡"Allí está ella"!
Una idea feliz debió cruzársele por la mente, porque sonriendo en la penumbra se deslizó sin ruido de la cama que fue de su madre y salió de la caverna seguido de su pareja de renos, se armó de dos grandes cestas y de un hacha y con un afán y premura extraordinaria, fue recogiendo todas las flores azules que encontró en la pradera, aún sumergida en los delicados claro-oscuros del amanecer. Las cestas pronto se llenaron hasta desbordar y las suspendió del cuello de sus renos.
Y armado de su hacha la emprendió contra los papiros de largo y esbelto tallo cuyos frondosos plumeros parecían cantar, agitados por el fresco vientecillo del Mediterráneo. Varios de ellos cayeron bajo el hacha de Adamú, que, uniendo sus troncos con una cuerda, tos cargó sobre el lomo de sus renos y volvió a la caverna cuando la aurora se levantaba en el horizonte como un hada envuelta en tenues velos de amatista y oro.
Procurando hacer el menor ruido posible, fue entrando poces a poco los papiros y las cestas desbordantes de flores. Y con un arte que él mismo nunca se había creído capaz, engalanó la caverna con grandes colgaduras de follaje y flores azules que tanto gustaban a Evana.
Como vio que la puertecílla de la alcoba continuaba cerrada, salió nuevamente con su carcaj y flechas y esta vez fueron dos codornices y un ave acuática las que tuvieron que rendir tributo a los bríos incontenibles de Adamú que quería reunir en la caverna todo cuanto pudiera dar satisfacción a Evana. ¿Acaso no le había dicho su madre que debía amarla más que a todas las cosas de la tierra? Y ¿cómo demostraría su amor sino trayéndole todo aquello que fuera de su gusto? Y a Evana le gustaba el verde follaje de los papiros y las flores azules y las aves guisadas con lentejas.— ¡Ah! también le gustan los pececitos —exclamó de pronto, y tomando el primer cantarillo de calabaza que encontró y los aparejos de pescar, salió a toda carrera hacia la orilla del mar. Hasta el mar parecía unirse al amoroso entusiasmo de aquel adolescente, en el cual se despertaba de tan exuberante manera esa noble energía del que se sabe necesario a un ser inmensamente amado. Nada hay que más obligue a esos temperamentos vehementes y elevados que la convicción profunda de que su esfuerzo es la felicidad de los seres, que forman el delicado mundo de sus afectos más hondos.
Hasta el mar brindaba su ofrenda aún sin pedírsela al naciente amor de aquel niño, cuyo nombre había de llenar todo un ciclo de vida planetaria. Al bajar la marea había dejado en las aguadas graminosas de la orilla, un hermoso pez dorado de dos codos de largo, que se agitaba entre aquella pequeña porción de agua. Y en la redecilla de Evana, colocada el día antes, saltaban los pequeños pececillos que eran su comida favorita.
—Al pez grande no puedo llevarle vivo —dijo Adamú arrastrándolo hacia la orilla de la aguada, pero a los pequeños sí.
Y llenando de agua el cantarito arrojó allí los pequeños peces de la redecilla.
Aquel hombre en miniatura, preocupado con la manutención de su hogar, echó a andar hacia la caverna con toda su conquista de aquel día.
Madina arrastraba paja y ramas a la piedra del hogar. Los renos iban saliendo unos en pos de otros a pastar en la pradera; y Adamú contemplaba la caverna engalanada como para un festín, caso como nunca se había visto hasta entonces.
La diosa Ceres parecía surgir de entre un verde abanico de papiros con su cesta llena de dorado pan. Los hermosos niños ciegos que rodeaban la diosa Minerva parecían andar a tientas entre el verde follaje y las flores azules que en abundosos gallardetes, había colgado Adamú de tapiz a tapiz, para unirse formando como un arco triunfal ante la puertecilla de la alcoba en que dormía Evana. Y la bellísima Isis, dormida en un, loto, no flotaba sobre la azul aguada del tapiz, sino que aparecía como suspendida entre el brillante verdor de los papiros recién cortados. El efecto era maravilloso,
Adamú sintió que Evana se despertaba y corrió a esconderse detrás de la pila de cajas de cuero, que la esforzada Milcha recogiera del barco pirata varios años atrás.
Un momento después Evana salió- de la alcoba y los gritos de alegría y los palmoteos de sus manecitas febriles, fueron para Adamú 'como un desbordamiento de gloria, como una inundación de felicidad que parecía no caberle dentro del pecho ¡ El era el autor de toda aquella alegría que de tan ruidosa manera expresaba la niña!
—Esto lo hizo Adamú para mí —exclamó ella cuando pasó la primera explosión de contento.
¡Oh, qué pez grande! y cuantos pececillos y codornices —decía mirando sobre la mesa los trofeos de las victorias matutinas de Adamú. Cuando vio todo se sentó en un banco pensativa.
—Qué lástima que se haya ido Adamú sin esperarme! Yo quería seguirle desde hoy como la noche al día según dijo mamá.
Adamú no pudo soportar más y de un salto se puso junto a Evana para decirle loco de alegría:
— ¡No me fui, no me fui Evana! Aquí estoy esperándote ¿Cómo había de separarme yo de ti?.. ¿Y si viniera el gigante?
— ¡Qué alegría, Adamú, qué alegría me has dado con todo esto! Y ¿cómo hiciste para colgar todo este follaje tan arriba sin que yo te sintiera?
—Pues ya ves lo colgué y ahí está ¿Te gusta?
— ¡Oh, mucho! Y ¿quién te enseñó a hacer tan bonitas colgaduras? ¿Las tienes así en tu casa?
—No allá no ¿Para quién las había de poner allá? ¡No estabas tú!
Y Adamú tomaba la actitud de un triunfador coronado por el éxito.
— ¡Cuánto te agradezco Adamú todo lo que has hecho por mí! En cambio yo nada hice para ti hasta ahora —decía Evana pensativa. Y sin dar tiempo a que el niño contestara corrió hacia una de las cajas aquellas y sacó una especie de tiara sacerdotal bordada de oro y piedras preciosas con largas bandas de púrpura colgantes hacia la espalda. Y en mucho menos tiempo del que se emplea en escribirlo, la puso sobre la cabeza de Adamú diciéndole con la solemnidad de una gran sacerdotisa que consagra un monarca ante su pueblo:
— ¡"Tú eres el rey de esta pradera"!
— ¡Y tú eres mi reina para toda la vida!
Y Adamú espontáneo y vehemente, besó la rosada boquita de Evana que se' quedó tiesa mirándole con sus grandes ojazos azorados. Un siglo antes Evana había sido sacerdotisa del antiquísimo culto de la paloma solar y había ceñido la corona de almendro en flor a un guerrero victorioso, el cual, encantado de su belleza, le dio el beso sacrílego que causó la muerte de ambos, según el severísimo rito de aquel culto, que castigaba con la muerte al profanador de una sacerdotisa y a la sacerdotisa mancillada.
Y aún se encontraba entonces el esqueleto del infeliz, guerrero encadenado en una caverna del Cáucaso con su cráneo apartado del tronco, por el hacha inclemente del verdugo, mientras que las cenizas de la sacerdotisa, consumida por el fuego del templo, habían sido diluidas en agua de nieve y dada de beber a las palomas sagradas.
¿Se despertó acaso en Evana aquel terrible recuerdo en ese instante? No lo sabemos.
— ¿Te he disgustado Evana? —preguntó Adamú con timidez. —No, no es eso; pensaba en que estás hermoso con este adorno en tu cabeza.
—Es mi regalo para ti. ¿Te gusta?
—Porque me lo das tú, sí, pero como pesa mucho, lo guardamos otra vez en su sitio hasta el día en que ambos nos sintamos dueños de todos estos campos.
—Y ¿no lo somos acaso? —preguntaba Evana sacando de la cabeza, de Adamú el suntuoso armatoste que le pesaba como una montaña acostumbrado a no llevar sobre la frente sino sus hermosos bucles oscuros que flotaban al viento.
Madina se acercó a Evana para que la ordeñara. —-Con la gran fiesta preparada por Adamú me olvidaba de ti, Madina mía, —decía Evana acariciando a la reno.
—Ahora limpio el pez y las aves y tú las condimentas a tu gusto —decía Adamú.
—Y ¿cuándo iranios a tu casa? —preguntaba Evana mientras ordeñaba a Madina.
—Mira. Cuando hayamos cocido el pez y las aves, llevamos todo en una cesta y nos pasamos el día allá. Te enseñará mi barca, la echaremos al arroyo y pasearemos los dos allí como los dioses del mar que hay en mis tapices. ¿Te gustará así Evana?
— ¡Oh mucho!. . . Dime y ¿nos quedaremos allá? —Como tu quieras, pero yo he soñado que un anciano hermoso y bueno que siempre veo en mi sueño me decía que vivamos en esta caverna, porque el establo está ruinoso y puede caer.
—Mejor, mejor —decía Evana— porque yo quiero mucho la caverna, porque el establo está ruinoso y puede caer. —Y ¿cómo hablabas de ir a. mi casa?
—Pues porque mamá me dijo que debía ir contigo como la noche y el día. ¿No lo oíste Adamú?
Y el infantil idilio seguía cantando en las almas, en loa campos, en el arroyuelo murmurante, junto a la fontana bella cubierta con las rosas de la aurora y salpicada de estrellas, en el establo y en la caverna, porque el amor, ese mago divino, que puebla de blancas visiones el horizonte de la vida humana, extendía sobre las frentes de Adamú y Evana el velo de la ilusión y ía esperanza.
Y fue esta la magnífica visión de los éxtasis de Moisés, siglos después cuando cantaba su voz de iluminado:
"Y Dios les dijo: Reinad sobre todas las cosas, sobre la tierra y el mar, sobre los árboles que dan fruto y las yerbas que dan simiente, sobre todas las bestias de la pradera, y sobre las aves que vuelan por los airea y sobre los peces que flotan entre las olas del mar."

LOS PRECURSORES DEL VERBO DE DIOS

Los grandes videntes del Santuario de Neghadá, habían contemplado ya flotando cercana el aura radiante del Verbo de Dios que se acercaba a la tierra. Una inmensa onda de amor y de paz se cernía en los planos etéreos cercanos a la atmósfera terrestre, y esta onda era fuertemente percibida por todos aquellos que encausados en la Ley Eterna de Justicia, estaban a tono con las vibraciones emanadas por las puras Inteligencias que desde el mundo espiritual, protegían la llegada del Mesías.
Y mientras en Neghadá, la ciudad santa de los Kobdas, afinaban éstos, por decirlo así, sus facultades supra-sensibles, y se entregaban más y más a la elevación de sus espíritus mediante el renunciamiento completo de todo aquello que rebaja el nivel espiritual de los seres; los Hijos de Numú esparcidos por los valles y las montañas de las regiones del Eufrates, hacían grandes esfuerzos para que toda aquella inmensa comarca de pastores y labriegos, pacíficos aliados del Chalit del Nilo, ¡legaran a comprender la importancia decisiva de aquellos momentos para el futuro progreso de la humanidad.
Los inspirados escribían en láminas de corteza de árboles, y en ardientes versículos lo que en sus horas de concentración recogían de los planos astrales referente al grandioso acontecimiento espiritual que se acercaba:
"Hombres de la generación actual, que vivís inclinados sobre la tierra, esperando la germinación de vuestra simiente;
"Hombres que desde el alba hasta el anochecer camináis en pos de vuestras manadas de antílopes y gacelas, de búfalos y de ovejas;
"Hombres que a golpes de pico y de martillo, encorvados estáis sobre el cobre y el oro, la plata y el pórfido de vuestras minas;
"Levantad la mirada, un momento no más de la faz de la tierra y dirigidla al fondo de vuestras conciencias.
"Pedid a la luz de las esferas lejanas que os alumbren, a la inmensidad en que flotan, a la infinita grandeza que os rodea, pedid el secreto de la vida y de la muerte.
"Pedid a la soledad el secreto de vuestro lejano pasado y de vuestro lejano porvenir.
"Y sabréis que no sólo del trigo de la tierra vivís.
"Que otro yo, como siervo en cadenas, se agita dentro de nosotros mismos.
"Que ese otro yo no muere ni se disgrega, ni perece ni deja de ser jamás.
'''Que ese otro yo interior eme todos llevamos dentro de nosotros, ñi vive del trigo de la tierra, ni de la carne y la leche de nuestros ganados.
"Ni se engalana con el oro y la plata, arrancados del seno de las montañas,
"Porque él se alimenta de la harina en flor de la justicia, de la equidad, de la pureza de costumbres y de la santidad de la vida.
"Hombres de la generación actual; el Altísimo visitará la tierra con un reflejo de su Amor Eterno.
"Su Verbo se acerca a nosotros como trayéndonos el mensaje del Padre y Señor de todo cuanto es.
"Vestid la túnica blanca de los festines de boda.
"Vestidla en el cuerpo con la honestidad y el pudor.
"Vestidla en el espíritu con la reforma de vuestros hábitos desordenados y de costumbres viciosas.
"Y que en paz y amor, en justicia y bienandanza, nos sorprenda la voz del Hijo del Rey que nos dice:
"He aquí que llego de lejanos países por amor a vosotros y encuentro que me esperabais con la túnica de las bodas y vuestra antorcha encendida".
Así hablaban a los pueblos de pastores y labriegos los Kobdas de las cavernas en las comarcas del Eufrates.
Así cantaban en sus instrumentos músicos cuando en torno a las tiendas de los pobladores se sentaban para hablarles de sus futuros destinos.
"Esta tierra, les decían que veis envuelta en la miseria y el dolor se convertirá un día en el país encantado del amor.
"Entonces, no serán los lazos de la carne y de la sangre los que hablaran al corazón del hombre, sino los lazos del espíritu, de ese otro yo interno, vividor de siglos.
"Entonces no disputarán los hombres por unas piezas de ganado ni por estadios de tierra, ni por trozos de piedra festoneados de plata y oro. Ni por los trigales en espiga, ni por los olivos más viejos, ni por las palmeras centenarias, ni por los viñedos más fecundos.
"En aquellos días venturosos todos sembrarán para que todos recojan. Y todos y cada uno dirá al viajero que pasa: Venid a beber del vino de mis odres. Venid a comer el pan de la flor de harina de mis trigales. Venid a compartir la leche de mis renos y la lana de mis ovejas y las blancas madejas de lino que he hilado para todos vosotros. Tomad del aceite de mis olivares, que sobra para vosotros y para mí. Venid y abrigaos en mi morada porque la nieve comienza a blanquear en los «ampos y la lumbre de mi hogar nos calentará a todos por igual".
"Os parece esto una canción de ensueño y creéis que nunca llegará porque no está en vosotros, aún la simiente que da tan hermoso fruto.
"A sembrar esta semilla mandará el Altísimo Dios a su Verbo y feliz aquél que escuche su voz y la refleje en todas las, obras de su vida.
El apostolado de las, mujeres Kobdas había tomado también un aspecto moralizador para la, mujer de aquellas regiones en el sentido de elevar su personalidad espiritual.
"No debéis consentir, les decían, que se os tome como un instrumento de placer y sólo por la necesidad de procreación. La Ley, Eterna os ha designado compañeras del hombre, almas ;gemelas de la suya, con el mismo origen y con el mismo destino.
"De Dios hemos salido todos y a El hemos de volver. "No viváis tan sólo para perfumar vuestro cuerpo y engalanarlo de ajorcas y pedrería.
"No os sometáis por servilismo a la voluntad de un hombre sino por amor. Y cuando le hayáis encontrado en vuestro camino, sedle fieles como la luz del sol que siempre le alumbra, como la frescura, de la fuente que le da de beber, como el perfume de sus praderas en flor que le brindan sus follajes y sus frutos.
"Levantaos al amanecer para vigilar vuestros hijos y vuestros siervos y que nadie padezca en vuestra tienda el dolor y la fatiga, el hambre y la desnudez".
Preferid ser la única esposa de un jornalero, sin tierras y sin ganado, a ser una de las mujeres de un chalit poderoso. Y acaso el Verbo de Dios caminando por esta tierra llegará un día a la puerta de vuestra tienda y bendecirá vuestros hijos y vuestros nietos y os dirá: "Bendita seas tú mujer que en el apartado rincón de tu tienda haces la obra del jardinero que poda y riega su huerto para que florezca en una futura primavera".
Elhisa, Tharsis, Nolis y Asag fueron las cuatro primeras Matriarcas de los refugios Kobdas que se abrieron en las comarcas del Eufrates, en las vísperas del Nacimiento de Abel.
Elhisa y Asag fueron mujeres de actividad apostólica y misionera, y desde esa etapa de, su vida continuaron en futuras encarnaciones, idénticas o parecidas actividades, lo, mismo que Tharsis y Nolis en sus modalidades hogareñas y silenciosas, consagradas a remediar los dolores físicos, a dar de comer al hambriento y vestir al desnudo, a recoger a los huérfanos y a los ancianos, pobres despojos de humanidad y desechada por el egoísta utilitarismo de los hombres.
Estas cuatro mujeres las encontramos siglos más tarde, entrelazadas también a la vida apostólica de Moisés, a la de Jesús de Nazareth y como prolongación de esta última, veremos diseñados sus perfiles junto a Gerónimo el ermitaño betlemita de los primeros siglos de la Era Cristiana,
Marcela, Paula, Leta y Eustaquia. Después se separaban en sus vidas carnales como palomas mensajeras que realizaran lejanas peregrinaciones, para reunirse en un momento dado cuando de nuevo el Verbo de Dios se acercaba a la tierra. Fenómeno es éste que escudriñando el archivo de las edades terrestres, se ve constantemente repetido por la mayoría de los espíritus que, unidos en grandioso pacto con las Inteligencias Superiores que orientan la evolución de los mundos, realizan la suya propia buscando de conformar sus vidas planetarias en mayor o menor grado con la Eterna Ley de amor y de justicia.
Y si no tuviéramos que contar con el importante factor de la propia debilidad humana, que tuerce en la materia los rumbos diseñados por el espíritu, podríamos extrañarnos grandemente de la lentitud abrumadora con que éste avanza por la cuesta escabrosa de la perfección.
La vida de los Kobdas en las cavernas, fue de sacrificio, de privaciones, de inmensos dolores en los comienzos; mas luego se tornó plena de satisfacciones espirituales íntimas, cuando consiguieron hacerse amar y comprender por aquellos pueblos rústicos de pastores y labriegos. Tenían turnos de veinte en veinte lunas en forma que debían volver a Neghadá a tomar descanso cuando habían pasado ese plazo en la vida misionera. Fácil es comprender que algunos fueron vencidos en la aridez de la vida humana, lejos del ambiente propicio al desenvolvimiento de las facultades internas del ser.
Los espíritus venidos de otras esferas para ayudar a la evolución de 'a humanidad de este planeta, han debido padecer inmensos martirios lentos y largos y ser muchas veces arrastrados por este turbio oleaje; y agotados en la lucha áspera y desigual, han debido caer muchas veces y confundirse con el lodo que cubría a las grandes masas de seres primitivos que venían a levantar.
La vida llevada por Gaudes en la caverna del país de Ethea y continuada allí mismo por Sophía, Mucha y los niños, fue más o menos la que se vieron obligados a hacer en sus Edenes los Kobdas de Neghadá. Y como su ley les ordenaba vivir de su propio esfuerzo, durante sus correrías apostólicas, lo primero que hicieron fue abrir la tierra en torno de la caverna elegida para vivienda y derramar la semilla que luego había de proporcionarles el sustento necesario.
Cada caverna, cada Edén, fue con los años un pequeño centro de población, porque los pastores y labriegos cercanos levantaban sus tiendas junto a la morada de los ermitaños, con los cuales llegaron casi a compartir la vida. El Patriarca del Edén era quien calmaba las disputas y aconsejaba en todos los casos difíciles; era quien hacía de legislador, de arbitro y de juez.
Algunos de los patriarcas bíblicos, fueron Kobdas en su juventud, que dejando la túnica azulada formaron hogar propio, como Lot, como Abimelech, Nachor y Pichol, sin que por esto olvidaran cor completo la pura y sana doctrina que habían bebido en la Casa de Numú.
Abimelech fue, anclando el tiempo, rey de Gerar. v al par de rey fue sacerdote de aquel antiquísimo santuario despojado por los piratas cretenses y cuyos más bellos ornamentos y tapices se encontraban en la caverna de Adamú y Evana. Y he ahí el origen de la semejanza que hay entre muchos puntos doctrinarios del Talmud de los Doctores de Israel, con el código de los antiguos monasterios Kobdas. Este rey sacerdote llevó los Kobdas del Edén de Aran a Gerar a restaurar el antiquísimo santuario mencionado, encima de cuyas ruinas levantó muchos siglos después Salomón su grandioso v magnífico templo que conocemos por datos históricos más o menos exactos.
Que perdone el lector una vez más estas digresiones que hago, llevado de mi insaciable afán de investigación y deseo de poner en claro cuestiones que aparecen sumergidas entre nebulosas, a cansa del amontonamiento de siglos encima de ellas, o porque la diversidad de lenguas en que fueron escritas dan lugar a muy erradas interpretaciones.
El hecho, por ejemplo, de ser muy lejanos y de diversos países y lenguas les narradores bíblicos, da lugar a que aparezcan a veces, como sucesos realizados en distintas épocas los que son del mismo tiempo, y a la inversa aparecen como en una misma época sucesos que a veces están separados por varios siglos.
El magnífico himno extático de Moisés, encierra en sus versos de fuego, desde que apareció diseñada la tierra como una burbuja separándose de una inmensa nebulosa, hasta la aparición del tino humano perfecto sobre la tierra. Imposible es calcular los miles de siglos que pasaría la tierra como masa informe e incapaz de alimentar vida alguna y todos esos miles de siglos, esas largas e inmensurables edades, aparecen encerradas en unos cuantos versos sublimes y ardientes, vaciados al papiro desde el alma radiante de Moisés ¡Y hasta se habla de seis días!
¿Cabe acaso culpar a Moisés de que los hombres que le siguieron no comprendieran el sentido figurado y oculto de su canto?
Y sin embargo, vemos a raíz del canto de Moisés, aparecer los nombres de Adamú y Evana como surgiendo de entre el torbellino de la primitiva conformación del globo, cuando otras muchas civilizaciones habían nacido y crecido y desaparecido en continentes que ya no estaban tampoco formando parte de las tierras habitadas, porque dormían sus pasadas grandezas en el fondo de los mares.
El que recogió los pocos relatos que quedaron escritos en piedra o en papiro o en trozos de corteza y hasta en cuernos de renos ¿tiene culpa de que los hombres que recogieron dichos relatos los hicieron formar un solo libro con el canto de Moisés que glorificaba a la Suprema Energía Creadora sacando del Principio Único de Vida del Cosmos, a esta Tierra como había sacado todas las esferas que poblaban el espacio y todas las que lo poblarán en el futuro eterno, infinito, inconmensurable?
El relato relativo a Lot, uno de los Kobdas, que dejó la túnica azulada para formar su propia familia, está casi por completo adulterado.
Una mujer disoluta llamada Shepo, que tenía dos hijas, fue quien arrancó por medio de seducciones a Lot del Edén en el que estaba al frente de los diez solitarios que enseñaban la buena ley en el país de Aran. Y siguiendo el capricho de aquella mujer que le había dominado, se estableció en Sodoma, siendo muy pequeñas las hijas de Shepo. La corrupción reinante en aquella ciudad atormentó a Lot en alto grado, y lloraba en el silencio y la soledad por su pecado, mas no tenía la fuerza de levantarse.
Los Kobdas compañeros suyos, lloraban también por el extravío de su hermano y cuando tuvieron anuncio espiritual de que todas las ciudades del valle de Shidin serían destruidas por la explosión de los pozos de petróleo, se presentaron a él y a varias familias que conocían para inducirles a salir de allí si no querían perecer.
Pero Shepo se burló del anuncio de los ermitaños y se engalanó para concurrir a un festín. Lot huyó con las dos niñas mientras su mujer estaba en el festín, del cual ella huyó también, junto con otros, hacia las salinas, que la sepultaron al ser violentamente removidas por la explosión. Y en excavaciones que luego practicaron, fueron encontrados los cadáveres, enjutos y endurecidos por la sal en la cual se habían disecado.
Las dos hijas de Shepo tenían la misma atracción sensual de la madre, y eran espíritus muy primitivos; y Lot fue cautivo de ellas como lo había sido de Shepo. El relato bíblico lo llama Patriarca porque lo fue en el Edén de Aran que abandonó dominado por los bajos instintos de aquella mujer causante de su ruina moral.
Fácil es comprender que al correr de los siglos, de estos Patriarcas edénicos, especie de guardianes o superiores de 'os grupos de eremitas misioneros, se derivaron los patriarcas bíblicos de las tribus nómades que abrían sus tiendas donde convenía a sus ganados y a sus gentes y que por varios milenios fueron los únicos poseedores de todas aquellas comarcas y los únicos gobernantes, hasta tanto que llegó a establecerse el poderoso imperio asirio conocido en la historia.

LA LUZ BAJA A LA TIERRA

Mientras tanto, los progresos de Adamú como artesano y labriego y los de Evana como ama de casa, eran visibles a todas luces.
La enseñanza de Mucha daba fruto al ciento por uno. Desde el establo y valiéndose de los renos como animales de tiro y de carga, habían trasladado a la caverna todo cuanto pudiera serles de utilidad en su vida.
Registrando las ruinas en que Adamú viviera varios años, encontraron algunas ruedas talladas en piedra con remaches y aplicaciones de cobre unidas entre sí como especie de plataforma de un rodante pequeño al cual le faltaba la parte superior. Con varas de fresno tan flexible y fuerte como nuestro mimbre y esteras de fibra vegetal de aquellas de vistosos colores que tanto gustaron a Milcha en la barca de los piratas, Adamú dejó arreglada una pequeña carroza que nada tenía que envidiar a las que los mercaderes colocaban sobre el lomo de sus elefantes para cubrir sus mujeres o sus mercancías. Y el reno mayor y uno de sus hijos, tiraban de ella como hubieran podido hacerlo con un trineo sobre los campos de nieve.
Acaso aquella pradera no había visto nada más hermoso que la bella pareja de adolescentes recorriéndola en su pequeña carroza de varas de fresno, cubierta de una estera de vistosos colores por fuera y de pieles por dentro. ¿Podía acaso pedírsele algo más a un niño de trece años de edad? Su familia de renos se había aumentado de año en año, formando ya un pequeño rebaño que casi llenaba la caverna cuando por las noches se recogían a dormir. Y fue necesario que Adamú hiciera para ellos una empalizada en la especie de plazoleta que se abría entre las montañas delante de la puerta misma de la caverna. La techumbre, formada de pequeños troncos, de ramas y de paja, dio a aquella extraña edificación el aspecto de una choza de las que usaron en todos los tiempos los pastores para abrigar sus ganados en el invierno.
La caza y la pesca, la recolección de hortalizas, frutas y legumbres, les ocupaba a entrambos el tiempo en forma que sus días pasaban rápidamente.
Las cavilaciones de Evana para recordar como hacía Mucha el queso de la leche de sus renos le llevaron varios días. Lo mismo que el queso de almendras e higos y la pasta de harina con huevos de codornices y fruta de palmera. Todo esto significaba demasiadas complicaciones para una mujercita que sólo contaba algo más de doce años de edad. Puede comprenderse por tanto, que el tiempo les era escaso para sus múltiples ocupaciones.
Más, un día, Adamú quiso llevar a Evana de paseo hacia el río grande para visitar su barca amarrada en la orilla del arroyo. Ataron sus renos al original rodante que ellos llamaban "korha" según su lengua atlante cuyo significado en nuestras lenguas actuales sería "para correr".
Madina, que estaba entonces con un hijito de pocos meses, les seguía y su vástago iba cómodamente echado en el interior de la korha. Salieron al amanecer llevando provisiones para todo el día y fue la vez que más se alejaron de la caverna desde que habitaban en aquellos parajes.
Es aquí oportuno hacer notar que diez mil años atrás, las costas del Mar Mediterráneo no eran las mismas de ahora, pues sus aguas cubrían gran parte de la región que después fue Fenicia, y que muchas de las pequeñas montañas costaneras, entonces aparecían como pequeños islotes exactamente lo mismo que las islas que forman los demás archipiélagos. Esto explica que algunos brazos del Eufrates y el Eufrates mismo, no quedasen tan distantes como en la actualidad, de la costa mediterránea.
Cuando apenas habían pasado poco más al oriente de las ruinas de Adamú, comprendieron que Madina sentía algo que la alarmaba. Levantaba su cabeza al aire y daba golpes con su pezuña en la tierra. Por intuición comprendieron que algo se acercaba y dando vuelta a su yunta de renos tiradores, en una breve carrera se encontraron refugiados, en el establo de las ruinas. A poco de haber llegado vieron un grupo de veinte arqueros montados en los pequeños y veloces caballos procedentes de la Arabia, que corrían detrás de una tropilla de búfalos, buscando ponerse a tiro para dispararles sus flechas. Varios de ellos cayeron muertos o heridos y- Adamú desde lo alto de un árbol observó que los arqueros les sacaron las pieles y parte de las carnes y se alejaron por donde habían venido.
—Son los esclavos del Dios Cazador —explicaba Adamú a Evana maravillada de ver aquellos hombres de indumentaria tan diferente a la suya.
— ¿Cómo lo sabes? —preguntaba ella asombrada de que Adamú lo supiera todo.
—Pues por los tapices ¿No has visto al Dios Cazador, de pie sobre un haz de flechas sostenidas por los hombros de sus esclavos? Pues ellos son, no hay duda.
En realidad eran los arqueros guardianes de las tierras habitadas por las tribus aliadas del Chalit del Nilo, que se proporcionaban pieles y carne de los pocos anímales salvajes que aún quedaban entre las praderas y los bosques; pues las tribus nómadas los habían extirpado casi de raíz, tanto para seguridad de sus tiendas y de sus rebaños, como para proveerse de pieles más apreciadas aún que la carne y la grasa.
Esto fue para los niños un grande acontecimiento y por mucho tiempo les sirvió de punto de partida para recordar ciertos sucesos y ciertas fechas. Eran los primeros seres humanos de carne y hueso que habían visto desde que ellos recordaban, a excepción de Sophía y Mucha. Y así decían siempre al mencionar algún suceso privado suyo: "Hacía tres o seis o veinte días de los esclavos del Dios Cazador".
Cuando la pradera quedó tranquila salieron de su escondite y Evana propuso ir a ver de cerca el teatro de la victoria de aquellos seres extraordinarios. Cuando llegaron donde estaban los cuatro búfalos muertos y ya sin piel, observaron que sólo habían llevado pequeños trozos de carne.
—He aquí que el buen Dios nos manda grasa para hacer velones —dijo Adamú observando las bestias desolladas. Tú, que ya no querías encender sino un momento el velón porque era el último que quedaba, ahora podrás tener luz en abundancia
Y atando hojas de palmera, fue arrojando encima de ellas los trozos de grasa, que con gran destreza cortaba con su cuchillo de las reses que los arqueros habían dejado. Esta tarea les llevó buena parte del día, pues tuvieron que llevar la grasa a rastras sobre el lecho de palmeras que Adamú había hecho, hasta el establo, desde donde podrían después conducirlas poco a poco hasta la caverna.
—No podemos irnos sin visitar nuestra barca —decía Adamú— aún tenemos tiempo antes de que se vaya el sol.
Y como no quedaba de allí tan distante, caminaron a pie hasta la orilla del arroyo en la verde colina aquella donde Mucha se durmió a la vida física, para despertar libre y feliz en el plano espiritual. Allí los esperaba otra sorpresa mayor, si cabe, que la de los esclavos del Dios Cazador. La barquita, había sido desatada de su amarra y la corriente la había llevado hasta un recodo del arroyo en el cual se quedó encallada. En ella estaba una mujer muerta y escuálida y un niño vivo que gemía tristemente. Adamú se montó en Madina y tiró la barca de la amarra hasta sacarla a la orilla. Aquel cadáver estaba rígido y frío. Y Adamú explicó:
—Esta mujer ha sido dejada por su alma como tu mamá y la mía dejaron también sus cuerpos. Debe haber muerto de hambre porque aquí está su bolsa vacía.
—Pero el niño vive —decía Evana oyendo sus gemidos.
Adamú lo recogió de la barca y lo entregó a Evana y rápidamente sacó el cuerpo de la mujer y lo arrojó al agua. Evana mecía al niño como lo había hecho antes con sus muñecos.
— ¿Qué haremos con él? —preguntaba a Adamú.
—Pues darle leche y pan y calentarle —dijo Adamú tomando al chiquitín de manos de E vana. y dirigiéndose a su korha donde tenían sus provisiones.
— ¿Cómo le llamaremos? ¡Qué lindo y que gordito! —exclamaba Evana encantada.
Adamú pensó unos instantes y después dijo como un hombre seguro de lo que hace:
—Le llamaremos Kaino ¿Acaso no ha caído sin saber de dónde?
— ¡Ah Kaino, Kaino! ¡Cuánto vamos a quererte! —decía Evana.
El niño parecía tener cerca de dos años, y cuando se vio alimentado y acariciado cesó de gemir y comenzó a andar a gatas, o sea arrastrándose por. el suelo. Decía algunas palabras cortadas que Adamú y Evana no entendían.
Era bastante común en aquellos tiempos que una mujer se viera arrojada de su casa por la familia, por diversos motivos. Unas veces por celos de una mujer contra otra de las que tenía su propio marido; otras veces huían ellas mismas, si eran esclavas, por malos tratamientos o por evitar que les fueran quitados sus hijos para llenar el vacío en algún hogar en que no los había.
El relato bíblico de Agar, esclava de Abraham, huyendo con su hijo a través -del desierto es una prueba de lo que decimos referente al caso de Kaino.
Lo cierto es que Adamú y Evana volvieron al anochecer a su caverna aumentados en familia, con el pequeño huérfano que empezó a caminar por sí sólo a poco de haberle encontrado. En su infancia hizo el mismo camino de Adamú, y el pequeño hijito de Madina, fue su primer juguete y su más constante compañero.
Era de carácter impetuoso y vivaz, y daba gritos de ira cuando caía o se veía contrariado en sus deseos. Ambos le quisieron mucho, haciéndole objeto de todo su cariño hasta que quince lunas después les nació Abel, como un loto blanco, en la tibia claridad de una noche de luna, en plena primavera.
Aquel primer retoño del árbol frondoso de un amor de adolescentes, fue el sagrado tabernáculo en que se encerró el Verbo de Dios hecho carne, la palabra de Verdad Eterna hablada por Dios a la humanidad; el reflejo divino del Eterno Amor derramándose en esta tierra, como la cauda luminosa de un astro que flotara sobre las tinieblas de la humanidad.
Y Evana, que aún no había vivido catorce años completos, se sentía niña todavía, y jugando a veces con los dos pequeños, les cerraba los ojos, encendía la antorcha de hojas secas de palmera y decía con inimitable gracia:
—Soy la diosa Minerva enseñando la divina Sabiduría a los niños ciegos.
E] nacimiento de Abel tornó más grave y serio a Adamú, que se había desarrollado notablemente, representando en apariencia unos dieciocho años cuando sólo tenía catorce.
El carácter celoso de Kaino se notó desde los primeros días de vida terrestre de Abel. Le .hacia daño el ver al pequeñín en el regazo de Evana y por mucho que ella luchó por anular en el niño esa naciente pasión, no pudo conseguirlo, sino que por el contrario, parece que creció con los años. Pero no anticipemos acontecimientos.
Ningún suceso extraordinario se dejó ver en el mundo físico al nacimiento de aquel niño, que bajaba a la tierra con el Mensaje Divino del Padre, pero, entre los Kobdas de Neghadá y del Caspio y los que estaban diseminados en las cavernas, en la concentración espiritual do esa noche, los videntes, contemplaron llenos de intensa emoción, el descenso radiante del espíritu de luz hacia una caverna de las orillas del Mar Grande, habitada por un matrimonio de adolescentes.
Un inmenso cortejo de las almas mensajeras de Dios, acompañó al excelso Mártir a su nueva inmolación terrestre, y por muchos días continuaron flotando entre la atmósfera del plano físico, hasta que el espíritu misionero estableció la perfecta conjunción con el cuerpecito infantil.
Y en las radiantes visiones de la Mansión de la Sombra habían resonado las mismas armonías, las mismas voces sin ruido para el resto de los hombres, que se escuchan en todos los mundos a la aparición de los Mesías en el plano físico: "Gloria a Dios en los espacios infinitos", "Paz a los seres de buena voluntad"!
— ¡El Verbo de Dios ha nacido en la tierra! —exclamaban los Kobdas, en la suprema felicidad del éxtasis. Y por si acaso los que se hallaban diseminados en las cavernas no lo sabían, dado que no disponían allí de las energías astrales y etéreas acumuladas desde siglos en el Santuario, el Alto Consejo dispuso la salida de mensajeros hacia todos los Edenes y Refugios de Hijos de Numú, anunciando el grandioso acontecimiento, y ordenando a la vez; que recorrieran las cavernas de !a costa del Mar Grande a fin de encontrarle y proveer a sus necesidades físicas.
Algunos Kobdas dotados de grandes facultades psíquicas habían observado en las manifestaciones plasmáticas de la noche del nacimiento del Verbo, que su radiante cortejo espiritual descendió sobre el pronunciado golfo que forma el Mediterráneo en la parte noreste y esa indicación fue dada a los mensajeros y el Phara-homne, llamando a Aldis le dijo:
—Ahora sí que es llegada la hora de que salgas a reunirte con tu hijo Adamú, a quien ha visitado la luz de Dios, y cuyo camino ya nadie podrá torcer.
Aldis no se hizo repetir la orden y embarcándose en Neghadá con todo el grupo de mensajeros que debían ir quedando en los sitios en que residían los Kobdas misioneros, se hicieron a la vela al día siguiente del aviso espiritual. Apenas habían transcurrido unos veinte días del nacimiento de Abel, cuando la embarcación de Neghadá ancló a la orilla del mar a unos doscientos metros del sitio que quedaba frente a frente de la montaña en que se hallaba la caverna. Era el atardecer y vieron la pequeña majada de renos que volvían de opuesta dirección, c sea del arroyo y caminaban a paso lento hacia la montaña. Varios de los renos ostentaban todavía restos de las coronas de flores con que los adornaba Evana, y las hembras tenían una cinta roja en el cuello, lo cual demostraba que eran animales domésticos que tornaban al establo. Los siguieron a distancia y les vieron perderse entre los vericuetos de las montañas que quedaban a poca distancia. Aldis, acompañado de tres Kobdas ancianos, se dirigió hacia aquel lugar, pues si no era allí la caverna que buscaban, por lo menos podrían obtener alguna noticia respecto del suceso que allí los conducía.
Adamú, que abría en ese instante la puerta hecha de troncos del establo de sus renos, fue el primero que les vio acercarse. Ellos le vieron también y agitaron en el aire un paño blanco en señal de paz, pero Adamú nada entendía de dicha señal. No obstante, no sintió alarma alguna ante los visitantes y esperó tranquilo a sus renos que llegaron poco antes que los Kobdas.
En la hermosa fisonomía juvenil de Adamú, estaban impresas las facciones de Milcha, sobre todo sus oscuros ojos cuya mirada noble y franca no podía Aldis olvidar y sin poderse contener corrió hacia él y mudo por la emoción lo estrechó entre sus brazos y lo cubrió de besos y de lágrimas. Los Kobdas ancianos igualmente emocionados hacían esfuerzos por ocultar las lágrimas silenciosas que se deslizaban por sus rugosos semblantes y el pobre Adamú preguntaba sin ser contestado:
— ¿Quién sois? Yo no os conozco.
—Adamú, hijo mío —exclamaba Aldis— hijo de Milcha la heroica, la amada Milcha, yo soy Aldis tu padre ¿Acaso nunca te habló tu madre de mí?
—Venid, —dijo Adamú emocionado también—. Entrad en mi cabaña y hablaremos.
—'¿Y Evana y tu hijito? —continuó interrogando Aldis, lo cual hacía comprender a Adamú que aquel hombre decía la verdad, pues que sabía el nombre de su madre, el de Evana y también el nacimiento de su hijo.
Evana, toda asustada, se había ocultado con los dos niños en la alcoba. Adamú fue por ella y lleno de regocijo, le explicó el extraño acontecimiento. En Evana encontró Aldis un marcado parecido a Sophía y a Joheván a la vez, y por si alguna duda podía quedar, Adamú le enseñó algunas láminas de corteza en que ya Sophía o ya Milcha habían escrito en su lengua atlante: "Adamú, hijo de Aldis, guardia del palacio de Noepastro rey, y de Milcha esclava favorita de la Princesa Sophía de Otlana". Y otra que decía: "Evana, hija de Joheván, del primer cuerpo de guerreros de Noepastro rey, y de Sophía de Otlana".
Aldis el solitario y el desterrado, el proscrito de su patria y de su hogar, se sintió inundado de una doble felicidad: tenía entre sus brazos a su único hijo y a su primer nietecito. ¡Era padre y abuelo! Y el pequeño Abel dormía cuando Evana lo puso entre los brazos de Aldis. Este que sabía el secreto que se ocultaba en aquel niño, se puso de pie como para recibir un objeto sagrado.
—Debía recibirle de rodillas —dijo estampando un beso religioso de veneración sobre la blanca frente del niño dormido.
Esa noche los Kobdas la pasaron en la caverna y los comentarios y los relatos y las interrogaciones de una parte y de otra, son fáciles de adivinar dadas las circunstancias que rodeaban a los personajes.
— ¿Cómo habéis llamado a este niño? —preguntó por fin Aldis.
—Hasta ahora le hemos dicho Piquín porque es tan chiquitito —contestó Evana— pero hay que buscar para él un nombre muy hermoso.
— ¿Queréis que os diga uno? —volvió a preguntar Aldis.
—Decidle —contestó Adamú— y se hará como voz queráis.
Allá en el Santuario, donde fue anunciado su nacimiento, dicen que debe llamársele Abel, que en la lengua de los siervos de Dios quiere decir: "bello como el sol".
—Pues bien, que se llame Abel, porque en verdad es bello como el sol —decía Evana besando tiernamente a su hijo.
A partir de este momento, fueron casi ininterrumpidas las visitas de los Roblas a la caverna del país de Ethea, transformada desde entonces para ellos, únicos poseedores del gran secreto, en templo augusto del Verbo de Dios.
La embarcación que condujera a los mensajeros del Alto Consejo, debía regresar a Neghadá cumplida su misión. Los ancianos compañeros de Aldis aconsejaron a éste quedarse protegiendo a los niños, como ellos decían con grave desmedro sin duda de Adamú y Evana que, en esa infantil denominación se veían ellos también envueltos, siendo así que ya eran padres de familia.
La noche última que pasaron los Kobdas en la caverna antes de regresar, quisieron hacer una concentración espiritual en común. Uno tocaba un instrumento semejante al arpa en la forma de su cordaje, pero mucho más pequeño, algo así como la cítara de nuestros tiempos.
Improvisaron, pues, una Mansión de la Sombra en miniatura, dejando abierta la puertecilla de la alcoba en que el pequeño Abel dormía. Kaino dormía también en un ángulo de la caverna sobre una de aquellas cajas de cuero traídas por los piratas, transformada en cama mediante pieles y mantas sacerdotales.
El Kobda músico al cual llamaremos Dhabes y que era quien había venido corro jefe en la Misión de mensajeros, ordenó a los circunstantes la forma y modo de reunirse para constituir una bóveda psíquica o templo astral adecuada a lo que se debía realizar.
El centro de la cadena fluídica era la puertecilla de la alcoba en que dormía Abel, y a ambos lados sentó a Adamú y Evana, Aldis enseguida de su hijo y Dhabes a continuación de Evana y entre Aldis y Dhabes, los otros tres Kobdas ancianos.
El arpa de Dhabes discípulo de Bohindra, comenzó a vibrar suave y delicadamente al principio, y sus tonalidades fueron adquiriendo poco a poco las intensidades de una plegaria extática. Evana comenzó a llorar silenciosamente. Y Adamú sin poderlo remediar, exhalaba profundos suspiros. Una inmensa onda de amor y de paz inundó la caverna sumida en la penumbra, pues hasta la llama del velón había sido atenuada.
De pronto la alcoba apareció inundada de una tenue claridad azul, como luz de luna en creciente. Evana iba a incorporarse asustada, pero Aldis la contuvo con una señal de calma y de silencio. La luz de la alcoba inundó lentamente toda la caverna y entonces fueron visibles las imágenes fluídicas de Sophía, Mucha y Joheván, en torno a la cama en que el pequeño dormía.
La luz se hizo aún más intensa en torno al niño dormido, en forma que éste desapareció entre la deslumbrante claridad y un momento después se diseñó nítidamente el cuerpo astral del Verbo de Dios, de pie, junto al inmenso lecho de Gaudes, el mago atlante, en que yacía en profundo sueño el diminuto cuerpo físico que aprisionaba aquel reflejo del Amor Eterno.
Y las manos de la divina aparición se apoyaron en las cabezas de Adamú y Evana, que lloraban en silencio, dominados por una emoción indescriptible, mientras su voz suave, más que las notas de la cítara que se iban apagando, decía:
"Gloria a, Dios en los espacios infinitos y paz a los seres de buena voluntad". . .
"Durante nueve siglos vuestras almas me llamaron. He aquí que estoy en medio de vosotros, dispuesto a comenzar la siembra en los campos que me habéis preparado con el sacrificio y con el dolor, agua mágica que hace fructificar la divina simiente al ciento por uno ¡Seáis benditos por siempre los que habéis abandonado todo y sacrificado todo para abrir el camino al Mensajero de Dios junto a los hombres!
"Adamú y Evana, mis íntimos compañeros de martirio, bebed la fortaleza en vuestro recíproco amor, porque día llegará en que os visitará el dolor como hoy os envuelve la gloria del Amor Eterno!"
Y la radiante claridad diluyó la hermosa visión en tintas de ópalo y rosa, que fueron atenuándose suavemente hasta quedar de nuevo la caverna sumida en la penumbra.
Evana, sin poder resistir más la profunda emoción que la embargaba, corrió hacia Adamú al cual se abrazó llorando a grandes sollozos. Aldis y sus compañeros, habituados a estas intensidades continuaron inmóviles, en silencio, dejando correr lágrimas mudas que nadie veía porque se deslizaban sin ruido hasta perderse entre los pliegues de la túnica azulada. Y allá en Neghadá, los cuarenta Kobdas del turno de esa noche en la Mansión de la Sombra, habían asistido a la esplendorosa manifestación de la grandeza de Dios en la pobre caverna del país de Ethea ¿Cómo? ¿En qué forma? Ni hay distancia para el espíritu, ni hay imposibilidad para el amor verdadero.
Cultivado en sus formidables energías mentales, el espíritu de aquellos solitarios, desprendidos de todas las bajezas de la vida carnal, era apto para trasportarse adonde su amor los llevara, y llegaron a la concentración profunda con el pensamiento fijo en el Verbo de Dios que había bajado a la tierra. El Amor nunca es estéril cuando es verdadero.
He ahí el secreto de todos esos enigmas formidables del espíritu, que a los hombres encadenados por la vida grosera de los sentidos que no sabemos o no queremos dominar, nos resulta más cómodo darles los nombres ultraterrenos de milagros, misterios, hechos sobrenaturales, y por tanto fuera del alcance de las capacidades humanas. Y a todo esto se añade la casi completa ignorancia de las multitudes qué nada hacen por llegar a un amplio conocimiento de las leyes sublimes e inmutables del mundo espiritual.
Lo que en este planeta tierra, de tan escasa evolución, es incomprendido para la gran mayoría de sus habitantes, en esferas de mayor progreso en sus elementos constitutivos, y en las humanidades que los habitan, son hechos corrientes y conocidos de las multitudes, entradas ya en la etapa de evolución en que dentro de poco entrará también la humanidad de la tierra.

ACLARANDO SOMBRAS

Mientras la embarcación se hacía a la vela y retornaba a Neghadá con las felices noticias que conocemos, Aldis se entregaba de lleno al amor de su hijo, tan inesperadamente recobrado. En Adamú amó también a Evana y a entre ambos los amó sobre todo en Abel, cuya grandeza y divina figuración en la historia de la humanidad le era ya conocida por las vastas y profundas enseñanzas que había recibido en catorce años de vestir la túnica azulada.
Y Adamú y Evana recibieron de Aldis muchos de los conocimientos adquiridos por él en Neghadá, la historia de su propio nacimiento, su origen atlante y todo lo concerniente a su primer infancia hasta que él y Joheván fueron tomados prisioneros por los piratas.
Los niños le referían a su vez todo cuanto surgía más o menos claro en la penumbra de sus recuerdos infantiles, y Aldis, avezado ya a mirar la égida soberana del Ser Supremo en el encadenamiento de los sucesos grandes y pequeños alrededor de la nueva venida del Verbo de Dios a la tierra, abría su espíritu a las irradiaciones divinas del Amor Eterno que le permitía observar desde tan cerca la grandeza y la gloria de Dios manifestada a los hombres.
Aquí cabe meditar en el porque de las leyendas tan fantásticas e irreales, .cuando hubo medios para contar a los hombres del futuro los hechos tal como ocurrieron.
Intervienen, a juicio mío, muchos factores, siendo el principal de ellos, la destrucción de Neghadá por los Hicsos que invadieron y poseyeron durante siglos las fértiles regiones del Shior o Delta del Nilo. Y los Kobdas, a los tres o cuatro siglos después de Abel, dejaron introducir ciertas relajaciones en los hábitos y costumbres heredados de sus primeros fundadores.
El nombre de "Thidalá", Rey de Naciones, tuvo el poder mágico de despertar ambiciones del todo opuestas al sencillo espíritu de la ley, que había hecho sabios y justos a los Hijos de Numú.
Y de la misma manera que hoy los sucesores de Pedro, el pescador de Galilea, llegaron con el tiempo a ser los más fastuosos y dominadores de todos los soberanos conocidos de las antiguas y modernas civilizaciones, en idéntica forma, el hombre faro del antiguo Santuario de los Kobdas, se transformó, a través de los siglos, en Hijo de los Dioses, en una divinidad que tenía sobre la tierra todos los poderes de la Divinidad, exactamente lo mismo que los pontífices del catolicismo.
¿Quién puede reconocer en los Faraones de las dinastías mencionadas ya por la historia, al hombre faro dulce y modesto que regía paternalmente la Casa de Numú en la lejana época neolítica?
¿Quién puede reconocer en los Pontífices Romanos de la Edad Media, dominando cabezas coronadas, a Pedro el pescador y a los humildes dirigentes de la agrupación cristiana de los primeros siglos de nuestra era?
Gran parte de los Kobdas levantaron su protesta cuando comenzaba la transformación, y hubo un degüello en aquel mismo patio de los olivos, en el que perecieron los últimos Kobdas que conservaban todavía el espíritu de su antigua Ley. El Phara-omne tuvo conocimiento de que iba a ser destituido por sus desmanes, por sus costumbres mundanas, por su profanación de las constituciones más sagradas, y secretamente hizo entrar a sangre y fuego hordas dé piratas, que le libraran de un sólo golpe de los Kobdas fieles a su ley, que se habían unido para implantar nuevamente las antiguas costumbres.
A partir de este hecho, las fuerzas del mal cayeron como una tromba devastadora sobre aquella antigua morada de la paz y de la santidad.
Poco o nada podía interesar a los nuevos moradores del Santuario, el inestimable tesoro de documentaciones históricas que existían en el Archivo de las Edades, donde podía caminarse en terreno firme por entre la humanidad de cuarenta mil años atrás. No obstante, algunas tradiciones quedaron flotando en el ambiente cálido de las verdes praderas del Delta, pero tradiciones empapadas de fantasmagoría, inaceptables por la razón y por la lógica, tradiciones que confundían en desastrosa amalgama a los hombres y a los dioses, a los hombres y a los lugares habitados por ellos, a los hombres y a los montes en cuyas cavernas se refugiaron, y llega hasta darse el caso de que por la diversidad de lenguas, de un mismo personaje, las leyendas han formado tres o cuatro, dándole cada lengua un nombre diferente, lo que equivale a transformarle en un personaje distinto.
Los descendientes de Seth, el segundo hijo de Adamú y Evana, conservaron como cosa sagrada su tradición, en la cual aparecía la célebre pareja como primer eslabón de la especie humana, porque confundían lastimosamente el origen de la civilización adámica o abeliana, con el origen del hombre sobre la tierra.
En esta confusión de tradiciones apareció el enigmático canto de Moisés, reflejo pálido de sus magníficas visiones de iluminado, y en el cual se basó el Génesis Bíblico. Para los compiladores de los escritos mosaicos, ya no cabía duda: aquella legendaria pareja, Adamú y Evana, no podía ser otra que la aludida por Moisés en su canto sibilino.
Y es a partir desde Moisés, que la leyenda tomó las proporciones de extraordinaria epopeya de contornos mágicos, aceptada durante siglos y siglos como una verdad incontrovertible, hasta que las ciencias paleontológicas y etnográficas han empezado a desenterrar de entre las montañas cavernosas, habitaciones de los hombres del pasado, y del fondo de los sepulcros y las ruinas milenarias, las comprobaciones y las evidencias de que gran parte de los libros del Antiguo Testamento, no son el reflejo fiel de la verdad científica, ni de la verdad histórica.
Y con esta larga digresión, creo haber contestado a la pregunta, que puede surgir en la mente del lector.
El hermoso poema, sencillo y real de Adamú y Evana como origen de la civilización Abeliana ¿por qué no pasó a nosotros tal y como era en su natural y lógico desenvolvimiento?


EL PARAÍSO DE ADAMU Y EVANA

Quince lunas contaba la vida terrestre de Abel, cuando llegó al país de Ethea una inmensa caravana de elefantes y camellos venida desde Neghadá, atravesando desiertos y praderas. El Chalit del Nilo, el dulce Bohindra, acompañado de Tubal y de los Kobdas jóvenes, sus discípulos, hicieron la travesía en caravana para visitar la caverna refugio del Verbo de Dios y al mismo tiempo trasladarle a la pradera de las orillas del Eufrates, donde en las últimas montañas sudestes del Anti-Líbano habían desocupado un hermoso Edén, los Kobdas que Melquisedek había llevado al Santuario de Gerar en el país de Galaad.
Aquel Edén estaba formado por una serie de espaciosas salas, socavadas en la montaña al nivel de la pradera, y eran las excavaciones de minas ya explotadas y abandonadas. La fertilidad de aquella zona y la labor de los Kobdas durante varios años; el hecho de haberse reunido en aquella comarca lo mejor de los pobladores del valle del Eufrates y ser allí la residencia de una especie de representación de la autoridad del Chalit del Nilo y de los ochenta caudillos Urbausinos, sus aliados, daba a aquel lugar una mayor seguridad y protección al Divino Misionero y a su familia terrestre.
Con esto, le acercaban más de la mitad del camino a Neghadá, cuyos fundadores y gobernantes, los Kobdas, eran los únicos poseedores del "secreto de Dios" como ellos decían al hacer referencia al magno suceso de que eran testigos.
Cuando la caravana llegó a la pobre caverna de Gaudes, la sorpresa de Adamú fue grande al notar el admirable parecido de Evana con Bohindra, y acercándose a su padre, le dijo:
— ¿Acaso este hombre será el padre de Evana, que fue apresado por los piratas junto contigo?
Aldis se encontró en apuros para contestar, pero juzgando que era demasiado honda aquella verdad para ser comprendida por los niños, contestó rápidamente:
—Sí, hijo mío, es el padre de Evana—. Y decía verdad en parte, puesto que aquella materia era la que había dado vida a la joven compañera de su hijo.
— ¡Hija de mi hijo! ¡Reflejo lejano de mi Sadia! —exclamaba Bohindra, estrechando sobre su corazón a la rubia hija 'de Sophía y de Joheván, que hizo revivir una vez más para él, los días lejanos de su juventud; aquella otra juventud pasada en Otlana cuando al caer de la tarde se sentaba con Sadia bajo los árboles de su tierra, y cantaba en su lira mágica a los bucles dorados que semejaban por sus reflejos: "Guedejas de bronce viejo".
Evana estaba encantada de su padre y un día decía con mucha gracia a Adamú:
—Casi le quiero más que a ti.
Más, un día, la niña tuvo una curiosidad inocente y preguntó a su padres:
— ¿Por qué te llaman Bohindra y no Joheván? Porque en la lámina de corteza que escribió mi madre se lee: "Evana, hija de Joheván, del primer Cuerpo de Guerreros de Nohepastro rey y de Sophía, princesa de Otlana".
—Me llaman Bohindra porque tal era el nombre del padre de tu padre, que al dejar su cuerpo en el sepulcro, revivió en su hijo al cual trasmitió con su verdadero ser, el genio de la armonía que habitaba en él.
— ¿Quieres decir que eres Joheván y Bohindra a la vez?
—Justamente —le contestaba acariciándola sin darle mayores explicaciones, y para que veas que es verdad, siéntate y escucha: Y Bohindra tomó su lira y cantó:

"Cuéntame Amor tu leyenda
Aquella del siglo de oro,
En que cantaban a coro
Las flores y las estrellas. . .
Y estas bellas
Melodías
Susurraban;
Un zagal y una pastora
De un beso de amor nacieron,
Y hacia la pradera- fueron,
Buscando flores y nidos,
Y de la primer mirada
De amor que entre ellos cambiaron
Los artífices copiaron
Nuestros radiantes fulgores.
Y las flores
Pudorosas
Repetían,
Un zagal y una pastora
De un beso de amor nacieron
Y hacia la pradera fueron
Buscando flores y nidos
Y de la primer palabra
De amor que se prodigaron
Los artífices formaron
Nuestra divina fragancia.
Resonancias
Melodiosas
Emanaban
Las estrellas y las flores
Que cantaban los amores
Del zagal y la pastora
Que una hora
De inefables
Embelesos
Del soplo de amor de un beso
Hacia esta tierra bajaron!. . .

Aun no había terminado la última cadencia de la lira de Bohindra, cuando Evana le abrazó tiernamente, cubriéndole el rostro de besos que irradiaban toda la intensidad de su alma sensible y apasionada.
— ¡Qué hermosa es tu música y qué hermosa es tu voz! Yo quiero una lira como esta tuya y quiero cantar como tú,
—Ya has dado al mundo la más hermosa y divina canción, hija mía —le contestó Bohindra.
— ¿Cuál? —preguntaba ella.
—Ese pequeño ser que sentado sobre el césped abre hoyitos en el suelo y entierra corazones de almendra. ¿Lo ves?
Evana volvió hacia atrás la vista y vio a su pequeñito Abel, absorto en la tarea que Bohindra había observado.
— ¿Puede haber acaso mejor armonía que su palabra, emanación divina de Dios cantando su Amor Eterno a los mundos, a los seres y a las cosas?
Evana corrió hacia él y levantándolo en sus brazos, fue a sentarle sobre las rodillas de Bohindra.
La suave irradiación del Espíritu de Luz lo envolvió por completo y Bohindra dejando correr sus lágrimas de tierna emoción, decía, sin que Evana le comprendiera:
— ¿No vale esto acaso mucho más que el sacrificio de vivir dos vidas terrestres sin interrupción?
¿Qué hice yo, Dios mío, qué hice yo para merecer tener sobre mis rodillas y entre mis brazos este divino reflejo de tu gloria, de tu grandeza y de tu amor?
Y el hermoso niño de ojos color topacio y cabellos rubios, se sentía tan a gusto en el regazo del Kobda poeta, que tranquilamente recostó la cabecita sobre aquel noble corazón y a poco rato se quedó dormido.
Aldis con Adamú se habían acercado y luego Tubal y sus jóvenes Kobdas al oír la canción de Bohindra, y por tanto fueron testigos de aquella tierna escena ocurrida delante de la caverna al caer de una tarde otoñal, cuando todos los ruidos se atenuaban, y las rosadas claridades del ocaso se iban diluyendo entre las primeras penumbras de la noche que llegaba.
Dormirse el niño y levantarse en medio de ellos la radiante aparición del excelso espíritu de Abel fue todo uno.
Los jóvenes Kobdas cayeron de rodillas con el rostro prosternado en tierra, exclamando:
"¡Numú entre nosotros!"
"¡Es Numú que nos visita!"

—Es el Verbo de Dios —exclamó Tubal, inclinando su frente coronada de cabellos blancos.
— ¡Es el Verbo de Dios! —murmuraba Bohindra casi olvidado del cuerpecito que dormía entre sus brazos, absorto contemplando la esplendorosa visión del Espíritu de Luz, que extendiendo sus brazos por encima de sus cabezas decía:
— ¡Gloria a Dios en la inmensidad infinita y paz a los seres de buena voluntad! Sois los jornaleros del Señor del Mundo. He aquí que ha llegado a vosotros su Hijo como Mensajero suyo, que os trae la simiente para vuestros campos y el agua para regarlos y hacerlos fructificar.
La semilla que traigo está agotada en la tierra, y vosotros seréis loa que la derramaréis por todas las ciudades y por todos los pueblos.
He bajado como un beso de Dios a la doliente humanidad terrestre, trayendo sobre mis hombros el saco lleno del divino tesoro de amor, cuya simiente derramaréis vosotros como estos rayos de luz que veis brotar de mis manos.
Mas, hacedla florecer primero en vosotros mismos con maravillosa fecundidad, para que de vuestra misma eflorescencia se derrame en el futuro sobre todos los hombres que os escuchen y os sigan.
Y como luz de luna que suavemente se esfuma detrás de los velos grisáceos de una tenue nubecilla, la visión se esfumó, dejando en todas las almas la dulce y serena irradiación de la paz y del amor.
Los Kobdas habían extendido sus tiendas en los alrededores de la caverna, aprovechando para ello los serenos vallecitos que se abrían entre las montañas; y algo más hacia el mar levantaron las tiendas que abrigaban a las bestias de carga y a los hombres que las cuidaban. Y después de cuarenta días de descanso emprenderían la marcha de regreso, llevando consigo a "los niños" para dejarlos en su nueva morada del país de Galáad.
Los Kobdas jóvenes se ocuparon en hacer la recolección de frutas, hortalizas y legumbres, secundados eficazmente por los renos, de cuyos inteligentes servicios domésticos estaban todos maravillados. Adamú fraternizó con ellos en tal forma, que parecía que hubiesen crecido juntos. Habituado a no ver más ser humano que Evana, se encontraba como en un ambiente lleno de novedad y de atracción. Se interesaba en conocer los nombres de cada uno y después los grababa con su punzón en una lámina de corteza. Los conducía a todos los más hermosos sitios conocidos por él, a las ruinas, donde vivió varios años; les enseñó su barca, su carroza y les refirió el encuentro de Kaino.
Tubal, Bohindra y Aldis hacían estudios psicológicos de los moradores de la caverna. Adamú se abandonaba por completo a la dicha de la amistad, a las expansiones y confidencias, a la amena conversación de los jóvenes Kobdas, cuyo cultivo espiritual esmerado les hacía en extremo atrayentes. Evana hubiera deseado hacer otro tanto, pero Aldis le había indicado la conveniencia de permanecer en la caverna y de no seguir a aquellos en todas sus excursiones. Y Evana, entristecida, se preguntaba: ¿por qué Adamú va libremente con ellos y a mí me obligan a quedarme en casa?
Bohindra, con su fina sensibilidad, percibió el dolor de la niña y trató de permanecer con Tubal y Aldis el mayor tiempo posible cerca de ella, enseñándole las costumbres y hábitos que debe tener una mujer, esposa y madre.
Y Bohindra, acariciándola, le decía: "Hasta ahora has vivido sola, lejos de la sociedad de los hombres, y has llegado a la maternidad sin malicia y sin que en tu mente se levantaran imágenes turbadoras de la serenidad de tu espíritu. Mas ahora, hija mía, vas a conocer las llagas de la humanidad, pues por mucho que queramos preservarte del roce maligno de los seres, no faltarán algunas flechas que lleguen a herirte.
Le explicó larga y detalladamente lo qué significaban aquellos tapices que habían formado por tanto tiempo todo su horizonte. Le hizo comprender que todos esos seres que ellos llamaban dioses eran una representación material de espíritus de luz como el que estaba aprisionado en el cuerpecito de su hijo Abel. Que habiendo en esta tierra espíritus originarios de los mundos guiados y dirigidos por aquellos dioses, éstos se habían dejado ver en determinadas ocasiones por algunos encarnados de gran desarrollo espiritual y de ahí habían tomado origen los artífices para plasmarlos en lienzos, en grabados sobre metales, en piedra o en tejidos de lana, como aquellos que adornaban la caverna.
Con paternal solicitud y con el buen gusto que le caracterizaba, la enseñó cómo había de llevar sus vestiduras, aunque ya Aldis había hecho en tal sentido grandes reformas durante el tiempo que pasó con 'ello?.
De los Edenes o Refugios cercanos llegaron algunos Kobdas a visitar ¡a caverna donde se albergaba el Verbo de Dios y entre ellos el viejecito Senio, que cumplida ampliamente su misión de instalar el refugio de Elhisa y sus compañeras, pensaba en regresar a Neghadá y aprovechaba la oportunidad.
Y antes de emprender el regreso, Bohindra dispuso que un grupo de los arqueros guardianes se instalase en la caverna dejada por Adamú y Evana, que tan buenas condiciones reunía para ser habitada, y evitar así que fuera tomada como albergue de piratas, según ocurría con casi todas las cavernas de la orilla del mar.
Y cuando todo estaba dispuesto, la caravana emprendió el regreso, buscando el camino de la pradera, o sea por la costa del gran río Eufrates, cuyas musicales corrientes tantas veces habían oído de lejos los niños cuando el viento del Este les llevaba los rumores y los sonidos hasta el sereno arroyuelo por el cual paseaban en su barca.
Adamú y Evana, con Aldis y los dos pequeños, iban cómodamente instalados sobre el lomo de un elefante, cubiertos por uno de aquellos grandes doseles que se acostumbraban para estos casos. Bhoindra, Senio y Tubal, se instalaron en otro cerca de ellos, para vigilarlos de cerca.
A la pequeña tropilla de renos con Madina a la cabeza, no hubo forma de apartarle del elefante que conducía a los niños. Kaino había tomado grande amor a la grulla y la llevaba consigo. Fue necesario que los Kobdas jóvenes dieran razón a Evana del sitio en que habían colocado a Ceres, a Isis y a Minerva, al Dios Cazador, al Dios Labrador y al Dios del Mar para que ella se decidiera a viajar tranquila. El pequeñito Abel pasaba de brazo en brazo y era de ver el respeto y cuidado con que lo tomaban, pareciéndoles a veces, sobre todo a los más tímidos, que no estaban sus manos bastante puras para tocarle con ella.
Era un niño de temperamento quieto y tranquilo. Demasiado tímido y esquivo, escondía la carita en el pecho de su madre cuando una persona extraña se le acercaba. Mas al poco rato de hablarle, extendía los bracitos hacia aquel que le invitaba con los suyos y permanecía a gusto mientras no oyera ningún grito o ruido demasiado fuerte; pues en tal caso, demostraba en seguida su inquietud y buscaba de huir hacia donde estaban sus íntimos.
Manifestaba gran alegría cuando Bhoindra tocaba la lira cerca de él, y tan a lo vivo demostraba su placer, que acercaba su boquita a las cuerdas para besarlas, comprendiendo ya que el beso era una manifestación de cariño.
Y los jóvenes Kobdas, como los ancianos, decían en lo interior de sí mismos sin atreverse a manifestarlo con palabras:
—No volveré a Neghadá sin llevar en mi frente los efluvios de un beso del Verbo de Dios.
Todos lo pensaron, pero ninguno lo dijo.
La sensibilidad de Bhoindra percibió aquel pensamiento, y en una noche que descansaban junto a un bosque de cedros, al amor de la lumbre, les decía a todos en familiar conversación:
—Aprovechemos los días que aun nos quedan para estrechar relaciones con el pequeño Abel, en forma que al despedirnos, nos dé un beso de buena voluntad.
Bien se sabe que un viaje es circunstancia muy favorable para estrechar amistad, y así fue cómo al llegar al lugar destinado para habitación de Adamú y Evana, todos aquellos seres que habían formado la numerosa caravana, se creían como miembros de una misma familia. Adamú veía acercarse con pena el día en que debía separarse de sus amigos, los jóvenes Kobdas.
El se sabía ya la historia de cada uno de ellos, y todos sabían y comentaban la tierna y conmovedora narración de aquel niño a quien su extraño destino le había hecho vivir y crecer en la más completa soledad, y llegar a ser esposo y padre cuando aun no había salido de la adolescencia.
Evana encontró que la nueva casa era demasiado grande y no conociendo lo que eran los palacios, pensaba que era uno de ellos. Aquella cabaña era muy diferente de la que dejaba y en ella había mucho más trabajo del hombre que de la naturaleza misma. Se conocía que era el resultado de grandes excavaciones en aquel terreno pedregoso hacia el sur, ya en los comienzos de la arenosa llanura de Cedmonea, mientras qua al norte, al este y al oeste, se abrían grandes praderas y bosques frondosos de plátanos y de cedros, de almendros y cerezos, de palmeras y de terebintos. Los algodoneros y los cañaverales de azúcar crecían allí maravillosamente. Eran las últimas ramificaciones montañosas del Anti-Líbano, pequeñas serranías cubiertas de vegetación; y la caverna que! vamos a describir había sido dispuesta mediante demoliciones de trozos de montaña y amontonamiento rústico de enormes bloques de piedra, que la hacían semejarse a una mezcla de caverna natural y de choza construida mediante cortes verticales en la montaña misma.
En una especie de plazoleta formada de rocas, de cedros y olivos gigantescos, se abrían varias puertas que daban entrada a diversas habitaciones completamente irregulares y comunicadas unas con otras. Todas ellas estaban recubiertas por dentro de grandes planchas de madera, lo cual las hacía más abrigadas y limpias, dándoles el aspecto de habitaciones perfectas. Unos grandes estrados de madera que podían utilizarse como asientos y como camas, circundaban todas las habitaciones menos una, la más grande de todas, que era destinada a establo.
Aldis y Bohindra eran los que desempeñaban los oficios de instalar convenientemente a la pequeña familia para la cual todas las cosas habían cambiado. Sus tapices eran ahora mirados como algo muy superior, pues se les había explicado su significado y la verdad oculta en ellos. Fueron colocados en la habitación más apartada, o sea en la que los Kobdas habían utilizado para sus concentraciones espirituales. Era aquello una pequeña Mansión de la Sombra, con Numú pintado en la madera misma, con una tosca pilastra de agua y algunos velones de cera. Transmitieron a los niños su culto sin ritual y .sin fórmulas, nada más que la concentración del espíritu buscando a Dios, y aquella habitación sería pues, su lugar de oración.
Adamú y Evana se sentían como sumergidos en un atolondramiento, a causa de las variadas impresiones que venían recibiendo desde tanto tiempo. Felices de verse amados, sentían no obstante levantarse en ellos una amarga tristeza al pensar que todo aquello terminaría y que volverían a quedar completamente solos con su familia de renos como en todos sus primeros años.
Ambos se comunicaron sus pensamientos de incertidumbre y de amargura la primera noche que pasaron en la nueva habitación.
—Tu padre y el mío se marcharán llevándose a todos mis amigos —decía Adamú con inmensa tristeza— mi vida será en adelante pesada y amarga.
— ¿Cómo? ¿Y yo no te sirvo ya para nada? ¿No me dijiste una vez que te gustaba tanto haberme encontrado? —contestaba Evana con amargura.
—Sí, Evana, sí, me sirves, y eres lo que más quiero sobre la tierra, pero ¿qué quieres? me gusta también mucho la compañía de todas estas gentes que han pasado con nosotros siete lunas y que ahora van a marcharse, dejándonos de nuevo abandonados a nosotros mismos.
—Tienes razón, y siempre me hago esta pregunta: ¿Por qué no nos llevarán hacia donde ellos viven? ¿No te parece Adamú que estaríamos muy bien en aquella hermosa casa que ellos tienen allá en su país?
— ¿Sabes una cosa Evana? De lo que he oído a mis amigos, he descubierto que tu padre es el que manda más en todos ellos, pues es como dicen, el rey de todos estos campos inmensos y de otros países que no conocemos tú y yo. Una multitud de gentes como las arenas de la orilla del mar, le obedecen.
— ¿De veras? —Preguntaba Evana azorada—. Yo pensaba que el rey era aquel de cabellos blancos que llaman Tubal.
—Pero ¿cómo es que mi padre es rey y no le vi mandar a ninguno? Y si es rey por qué a nosotros nos deja solos aquí?
—Tú no entiendes ciertas cosas, Evana, pero yo sí, porque mis amigos me lo han explicado. ¡Si supieras qué historias tiene tu padre y también los otros! ¿No ves cómo todos le quieren?
Evana meditaba.
Por fin dijo a Adamú, como una persona que resuelve un grave problema:
—Puesto que mi padre es quien aquí manda, yo, que soy su hija debo tener el derecho de pedirle algo. ¿No te parece?
—Claro que sí.
—Bueno; pues, yo le voy a pedir que nos lleve junto con él, o que él y tu padre se queden con nosotros. ¿Acaso no deben estar los padres donde están los hijos? ¿Dejaríamos nosotros a nuestro Abel y a Kaino solos aquí y nos iríamos a un país lejano?
—Ciertamente que no.
—Bueno; ahora mismo voy a sus habitaciones para decir a mi padre que nos vamos con ellos.
—No, Evana, no —le dijo Adamú conteniéndola—. Espera a mañana y se lo dirás.
— ¿Y por qué no ahora?
—Porque duermen, y tú no puedes entrar a las habitaciones donde duermen hombres.
— ¿Y por qué no puedo entrar? ¡Qué extraño te estás volviendo Adamú!
—Mira, E vana, tú eres una mujer y no debes acercarte a donde ellos están. ¿No comprendes?
—Pero, ¿yo tengo veneno? ¿los voy a morder, acaso? ¡Ay Adamú, Adamú, qué palabra tan mala me has dicho!
Y Evana rompió a llorar desconsoladamente.
En la habitación inmediata dormían Aldis, Bohindra, Tubal y el viejecito Senio, que padecía de insomnio, y sintió los sollozos de la niña. Suponiendo que algo le pasaría al pequeño Abel, por cuanto su joven madre lloraba, se acercó suavemente a la puerta y escuchó que Adamú trataba de tranquilizarla sin conseguirlo. Su ancianidad parecía abrirle todas las puertas, y Senio, viendo aun la luz del velón, entró.
Evana trató de ocultar su dolor. Adamú explicó:
—Llora porque quería pasar a esa habitación para hablar a s¿ padre, diciéndole que no quiere quedar aquí cuando os vayáis todos vosotros. Se ha mortificado porque le he dicho que ella no puede entrar allí.
—No es que no puedes entrar, hijita mía, sino que todos duermen y sería una alarma inútil. Mañana le hablas a tu padre y acaso él disponga algo que te deje contenta.
Y con gran ternura el viejecito tranquilizó a Evana, haciéndole comprender su grande y hermosa misión cíe madre del Verbo de Dios y llevándola mediante largas explicaciones a la comprensión de todo lo que ella ignoraba.
Con la promesa de que Bohindra atendería sus peticiones, les dejó tranquilos hasta la mañana siguiente.
Era costumbre entre les Kobdas estar ya de pie a la salida del sol, no habiendo tenido trabajos espirituales en la noche, y así fue que al amanecer, Bohindra salió fuera de su habitación y sentado en una enorme piedra, especie de estrado que había en la plazoleta formada de robles y de olivos, empezó a tañer su lira tal como acostumbraba a hacerlo en Neghadá, para despertar a sus hermanos con el "Himno del Sol", el "Himno del mar", "La canción de las aguas", "El poema de las estrellas y la fuente",' "El cantar de los olivos", etc.; una serie de hermosos versos a las obras de Dios en la naturaleza.
Su ley decía: "Tañed con grande amor vuestra lira al amanecer para que las criaturas de Dios, sientan que le amáis desde el momento de vuestro despertar". Y entre los Kobdas había turnos también para esto.
Las ondas de armonía exhaladas de la lira, a tono con las vibraciones de amor del ejecutante, formaban desde el despertar, una aura serena, dulce y suave, que perduraba durante todo el día.
Apenas oyó Evana la música, corrió hacia donde estaba Bohindra y dejándose caer en el césped a sus pies, recostó la cabeza sobre Sus rodillas y lloró silenciosamente.
El Kobda poeta y músico nada vio, nada sintió, absortas todas sus facultades en emitir vibraciones formidables, en producir ondas y más ondas que parecían ir empapando de armonía el follaje de los altos cedros y de los robles corpulentos, las ramas lacias de los olivos, las palmeras rumorosas y las hojas resonantes del cañaveral de azúcar.
Cuando terminó su divina melodía, dejó la lira y acariciando la cabeza de Evana que dejaba correr libremente sus lágrimas, le dijo-con indecible ternura:
—Sadia lloraba como tú cuando yo tocaba la lira. ¡Cómo te parecen a ella, hija mía!
— ¿Quién era Sadia? —preguntó rápidamente Evana, olvidando un tanto su tristeza.
—La madre de Joheván, o sea tu abuelita.
—Pero, es el caso que yo lloro más que por la música, por vos, que me dais esa música.
— ¿Cómo por mí?
— ¡Porque os vais y me dejáis abandonada como si yo no fuera nada para vos! ¿No soy vuestra hija, acaso?
Bohindra sintió que su corazón se estremecía dolorosamente ante esta queja de la niña, reflejo lejano de aquella que tanto había amado.
—Mira, hija mía —le dijo— cuando una mujer toma esposo y forma una familia como tú has formado la tuya, necesita de cierta independencia para mantenerse más unida y libre de influencias extrañas. Pero esto no quiere decir que se la deja abandonada. Aun cuando yo no esté constantemente a tu lado, pensaré siempre en tu bienestar y felicidad. ¿Por qué piensas que os 'hemos traído aquí? Pues para teneros más cerca de nosotros y desde luego, más acompañados y protegidos.
—Pero si vos sois el rey de estos países, podéis llevarnos a vuestro palacio para que vivamos allí todos juntos. ¿Quién os obliga a apartarnos de vos?
-—Yo no soy un rey, hija mía; yo soy un Kobda, frase que en nuestra lengua significa "extraer del fondo de todas las cosas lo más hermoso que hay en ellas." Se aplicó esta frase hace muchos siglos a los que extraían los metales preciosos del seno de las montañas, y a los' que extraían las perlas del seno del mar. Y nuestros antiguos padres la aplicaron a nosotros, a estas agrupaciones de hombres dedicados al estudio que les hace adquirir conocimientos en el orden de las ciencias humanas, y dedicados al cultivo del espíritu, que les permite extraer los tesoros da belleza y de bondad que se encierran en codas las obras de Dios.
—Poro Adamú dice que vos sois un rey de tantos y tantos pueblos como las arenas de las orillas del mar.
Bohindra hizo comprender a Evana la forma y modo cómo llegó a cargar con la grave responsabilidad de gobernar numerosos pueblos.
—Ya ves que un rey de numerosos pueblos, no puede traspasar lo que es su propia ley. Antes que rey soy un Kobda y yo no puedo introducir una familia dentro de la casa que habito, porque la ley de esa casa no es la ley de una familia.
— ¿Y Adamú puede ser un Kobda como vos?
—Ahora no, pues debe estar a tu lado para cuidar de ti y de vuestro hijo, porque ese es su deber del momento.
— ¿Y yo no puedo ser Kobda como vos?
—Tú estás en el mismo caso de Adamú.
— ¿Y no os podéis quedar a vivir con nosotros? —volvió a preguntar Evana sin perder la esperanza de conseguir algo.
—Os visitaré con frecuencia, pero mi deber me impide permanecer siempre aquí. Más no creas que vais a quedar abandonados. Aquí quedará con vosotros Aldis, que también es vuestro padre, hasta que edifiquemos una Casa de Numú del otro lado de este bosque y puedan venir acaso todos estos jóvenes Kobdas que tan amados son de Adamú. ¿No estás contenta ahora? —le preguntó.
—Todavía no —contestó con toda franqueza Evana.
— ¿Y por qué?
—Porque entonces no tendré a nadie, ni aun a Adamú. Los amigos para él y todo para él ¿y yo?
—i Ah!. . . ¡ahora comprendo! Pobrecita mía. . . Sientes la necesidad de otro cariño tierno y suave como el de una madre, por ejemplo, ¿verdad?
—Sí, sí. ¡Habéis adivinado! Estuve tanto tiempo en la soledad, que me lastima pensar en quedar otra vez sola.
—Y si yo hago venir aquí dos o tres madres que te amarán mucho, ¿estarás contenta?
—Si son buenas como vos, sí que me contentaré mucho,
—Entonces hemos conseguido ponernos de acuerdo. Te doy palabra de que permaneceré aquí contigo, hasta que vengan esas madres que tanto van a quererte.
Senio, el viejecito alcanzó a percibir estas palabras, pues llegaba en ese momento.
—Ya te decía yo Evana, ya te decía yo, que tu padre te dejaría contenta, exclamaba el anciano acercándose al hermoso grupo formado por Bohindra de tan bella y gallarda figura y Evana sentada a sus pies, y tan semejante a él en sus largos bucles castaño-claros y en sus ojos de color topacio.
—Y aquí viene Adamú, y habrá que contentarlo también —continuaba el viejecito con su habitual sonrisa de íntima felicidad.
—Adamú es un hombrecito razonable —decía Bohindra— y se colocará en el justo medio. ¿Verdad que estás contento, Adamú?
—Si no os marcharais tan pronto me gustaría mucho más.
—Ya, ya —decía Senio— alguna peticiónenla tendrá que salir a la luz.
Adamú se sentó al lado de Evana y con los ojos la interrogaba.
—Veo que ya estás contenta —le dijo—. ¿Se quedarán?
—Algunos sí, pero tus amigos se van para volver después.
—Tú no sabes lo que dices; no volverán, no.
Evana iba a protestar, de que así se pusiera en duda su palabra, pero intervino Bohindra para explicar sus pensamientos.
—Para el próximo otoño quizá les tendréis aquí. En el kabil que hay detrás del bosque se está amontonando ya la piedra y la madera para edificar la nueva Casa de Numú; vosotros mismos podéis vigilar la construcción y cuando esté terminada Adamú nos avisa y en seguida estamos todos aquí.
Veinte días más tarde y después de una velada de tierna familiaridad, en que los jóvenes Kobdas habían conseguido el beso de buena voluntad, como decía Bohindra, del pequeño Abel, al cual le dieron grande tarea obligándole a aprender todos sus nombres; se despertaron una mañana y en vez de la lira del Kobda poeta resonaban las notas largas y agudas, quejumbrosas y trémulas, de una okaria que semejaba gorjeos de pájaros y silbos de codornices. Partía el sonido de la sala oratorio y Evana corrió hacia allá. Se encontró con dos mujeres, una de edad madura y otra joven todavía, que era la que tocaba en la okaria aquella hermosa melodía. La mayor, en actitud de orar y la otra absorta en la música, hicieron que Evana se quedase quieta en la puerta sin atreverse a entrar.
Miró hacia el exterior y ya no vio ni los elefantes ni les cameros ni las tiendas. Bohindra y sus Kobdas se habían marchado antes del amanecer para evitar a los niños el dolor de la despedida, pero había cumplido su palabra, dejándole unas madres que la amarían mucho.
Cuando la melodía terminó, la de más edad dijo a Evana que les miraba con grande asombro:
—Hijita mía, Bohindra vuestro padre, nos ha traído aquí para que seamos vuestras madres ¿nos aceptáis?
Tal amor hubo en estas sencillas palabras, que Evana, sin contestar se abrazó se aquella mujer y se echó a llorar con gran desconsuelo.
—Pronto volverá vuestro padre, hija mía, pronto volverá —repetía aquella mujer comprendiendo lo qué significaba el llorar de Evana. La mujer joven la abrazó también y Evana pronto se consoló sintiendo el amor que le prodigaban.
Eran des mujeres Kobdas del refugio más cercano, pedidas por Bohindra para que instruyesen a Evana en los hábitos y costumbres propias de su sexo, a fin de prepararla para la vida en el seno de la humanidad. Habían llegado a la media noche; y al amanecer, la caravana de los Kobdas, con gran silencio, emprendió viaje de regreso a Neghadá.
—Es ardua tarea educar a una madre que es aun niña —les había dicho Bohindra a las Kobdas elegidas para compañía y maestras de Evana—; pero el amor os enseñará mejor que nadie lo qué debéis hacer para despertar en ella grandes ideales y sobre todo, la conciencia de su deber en esta hora solemne y trascendental de su vida eterna.
Y otra vez el viejecito Senio quedó como guardián de aquellas corderas de Numú, encargadas de esbozar hermosas imágenes, en la mente de la joven madre del Verbo encarnado.
La mayor de ellas se llamaba Diba y tenía sobre su alma una dolorosa tragedia de amor, como esposa y como madre. Era circasiana de origen, de gran belleza física y de alma sencilla y buena. De modesta posición, había vivido feliz en sus primeros años de matrimonio en el .cual tuvo un hijo y una hija. Por sugestiones de una mala mujer cargada de riquezas, su esposo la había repudiado, envolviéndola en .espantosas calumnias y fue verdadero prodigio que salvara su vida. Su hijo murió en defensa de su madre ultrajada, y murió a manos de su propio padre. La hija fue vendida como esclava a un príncipe extranjero que se la llevó al otro lado del Mar Eritreo del Norte, y los trabajos que hicieron los Kobdas para rescatarla, no tuvieron resultado favorable, porque ella tenía ya hijos de su señor y por amor a ellos, soportaba la esclavitud.
Diba fue la madre de aquella Iris, causa de la muerte de Antulio, el filósofo justo, muchos siglos atrás, y en unión de aquellos inicuos sacerdotes atlantes, indujo a su hija, por vanidad de madre, a realizar la engañosa sugestión amorosa que terminó con la copa de veneno. Y en la última encarnación del Verbo de Dios en la bella Nazareth de Palestina, estuvo colocada en la misma posición espiritual de Evana, la pobre niña abandonada y huérfana, a la cual fue enviada como madre de adopción. Fue, pues, muchísimos siglos después, María de Nazareth, madre de Jesús el apóstol de Galilea. Diba tenía diez y nueve años de Kobda y cincuenta y cuatro de edad.
La Kobda más joven tendría unos treinta y cinco años y sólo llevaba once entre las Hijas de Numú. Se llamaba Nubia y no conocía la lengua atlante hablada por los niños. Esta mujer tuvo gran celebridad al correr de los siglos y de los milenios y la encontramos por dos veces desempeñando papeles en que pone de manifiesto un valor y energía fuera de lo común en su sexo. Fue Judit, la mujer que salvó del ultraje y de la muerte a las doncellas y a los jóvenes de su pueblo, dando muerte a aquel Atila de la antigüedad llamado Holofernes. La misma que se llamó Juana de Arco y que murió quemada como hechicera por el solo delito de haber oído voces de seres invisibles que la impulsaron a evitar la invasión mortífera de los conquistadores de Francia. Esta mujer tenía también su historia de dolor. Era originaria de Armenia y había sido riada en matrimonio a un jefe o Chalit del país de Zoar (Persia) comarca habitada entonces en su mayor parte por razas guerreras y de bajos instintos. Su culto era brutal y sanguinario y los caudillos ofrecían votos a sus dioses en gratitud por las victorias obtenidas, sacrificando los seres humanos más inmediatos. Y el marido de Nubia quiso sacrificar a su dios a su primera y única hijita de tres años de edad en razón de haber vuelto de una correría de asaltos hacia el lejano Altai, con centenares de elefantes y camellos cargados de oro y ricas mercancías, y trayendo además varios miles de prisioneros para trabajar como esclavos en sus valiosas minas de oro y piedras preciosas, A tan rico botín correspondía un valioso don, y juzgó que su hermosa hijita era una primicia digna del bárbaro dios a quien adoraba.
Nubia escapó con su hijita en brazos y después de mil peripecias y contratiempos tropezó con Nolis y su hijo Erech que huían también, y fueron recogidos todos juntos por la pequeña caravana de los Kobdas, que año tras año recorrían las comarcas más azotadas por los disturbios y las guerras para recoger las víctimas y conducirlas a lugar seguro.
Su hija, muy jovencita aun, estaba entre las jóvenes Kobdas de Neghadá, en el período de prueba antes de tomar resolución definitiva.
Tales fueron las madres elegidas por Bohindra para la joven Evana.
Conocedor a fondo del corazón humano y de los estados psíquicos que se crean los seres según las condiciones de vida por que han pasado, comprendió que estas dos mujeres eran las indicadas para que aquella madre-niña encontrase el ambiente propicio a su desenvolvimiento intelectual, espiritual y moral.
Diba, Nubia y Evana llegaron a formar tres almas en una sola, tanto fue el amor recíproco que les unió. La tranquila y bondadosa serenidad de Diba era como una constante lluvia de paz y de suavidad sobre Evana; mientras que el temperamento vivaz, artístico y de iniciativa de Nubia, despertaba en ella los nobles anhelos y le proporcionaba constantemente impresiones buenas y bellas.
Diba creía haber encontrado en Evana su hija perdida y reconcentró en ella gran parte del amor, mezclado de amargura, que había en su corazón para aquella hija a la cual no creía volver a abrazar jamás.
—Llámame madre para que la ilusión sea completa —le decía. Y la más joven le decía a su vez:
—Me gusta que me llames madre, para confundirte en el mismo amor de mi hija y que en vez de una, sean dos las que tenga en mi corazón.
Y Evana, con picaresca gracia decía contestándoles:
—Entonces, madre grande y madre joven, para distinguirlas.
Por las noches hacían la concentración espiritual en conjunto en la sala-oratorio a la cual concurrían también Senio y Aldis que durante el día enseñaban y ayudaban a Adamú en las labores propias de él. El pequeño Kaino, robusto y fuerte, demostraba ya su inclinación a la metalurgia, pues siempre se le veía dando golpes de pico en las piedras y golpes de maza sobre los fragmentos de metal que encontraba en el pequeño taller de la caverna. Mientras que el pequeño Abel dormía siempre, y las pocas horas que pasaba despierto, las empleaba en arrancar césped, en cortar florecillas y darlas de comer a los renitos pequeños, en arrojar agua con un pequeño recipiente a toda la distancia que le permitían sus pequeños brazos, causándole gran alegría cuando el agua chocaba con algún cuerpo duro y producía una explosión de chispas de cristal.
Aprovechaba esta feliz ocurrencia el viejecito Senio, que junto a Abel se volvió también niño y le decía a veces:
—Abramos aquí un río y echemos a navegar nuestras canoas.
Y con gran paciencia formaba un diminuto canal que llenaba de agua echando a flotar en él pequeñas láminas de corteza con un cargamento de hojas secas o de menudas florecillas silvestres.
¡Cuánta paz, cuánta felicidad, cuánto amor, cuánta alegría envolvía a aquellas dos pobres vidas tan solitarias y tristes antes!
El Amor, el Eterno Amor, el mago divino, sembraba de flores el camino de sus escogidos y de sus mártires, como dulce compensación al sacrificio heroicamente pedido y heroicamente cumplido! Era el tiempo de la recolección de frutas, legumbres y cereales y fue necesario traer del otro lado del bosque, hombres prácticos en hacerlo, pues eran campos demasiado grandes para realizar la cosecha tan sólo con el auxilio de los renos. Los Kobdas que habían habitado esa caverna, pensaron, no sólo en ellos, sino también en los labriegos y pastores viejos y enfermos de la comarca, y ayudados por los agricultores cercanos, habían cultivado una grande extensión de campo que llegaba hasta la orilla del Eufrates.
La forma de ayuda mutua establecida por los Kobdas era la siguiente: los pastores compartían la leche, manteca, quesos y lanas de sus ganados con los labriegos que les suministraban parte de sus cosechas de trigo, lino, maíz, legumbres y frutas en general. Tenían grandes tornos y planchas de piedra para pisar las olivas y extraer el aceite, para pisar los cereales que luego se trasformaban en pan, y asimismo los utensilios necesarios para la fabricación del vino y las diversas aplicaciones que daban a las legumbres y frutas secas en general.
Diba y Nubia formaron una especie de taller de hilados y tejidos para utilizar la fibra vegetal y la lana de los animales, y ayudadas por las mujeres de los labriegos y pastores, realizaron hermosos trabajos de tejidos para proporcionarse las ropas y abrigo necesario.
Adamú y Evana caminaban día a día, entre nuevas y hermosas impresiones, en medio de aquella vida de trabajo, de paz y de fraternidad.
Bien puesto y con toda propiedad fue el nombre dado por la leyenda a esos primeros tiempos: "El Paraíso de Adán y Eva".



SIGUIENDO A LA CARAVANA

La travesía de Bohindra y sus compañeros les ocupó varias lunas, pues les fue necesario tomar diversas resoluciones mientras iban encontrándose con los Kabires de sus aliados, los caudillos Urbausinos, de Gallad y de Cedmonea.
—El Verbo de Dios ha bajado a la Tierra para salvar a la humanidad de su miserable estado de envilecimiento —decían los Kobdas por todas partes donde pasaban .Está encarnado en esta parte de la tierra, pero se guarda en secreto el lugar de su nacimiento. Respetad, pues, a todas las mujeres y a todos los niños, porque puede ser que aquella mujer que lascivamente deseáis, sea la madre del Verbo, y que aquel niño que maltratáis o vendéis como esclavo, sea el Verbo mismo, cuya apariencia exterior en nada se diferencia de los demás.
Y fue debido a estos elevados conceptos morales vertidos por ellos en su travesía desde el país de Ethea hasta el Delta/del Nilo, que surgió en ese tiempo una especie de amor reverente hacia las mujeres y los niños.
En mi concepto, casi podría afirmar ser éste el origen de la veneración a las pitonisas, pues a partir de este punto se ven en distintas civilizaciones pre-históricas, mujeres elevadas a sacerdotisas, en forma que su autoridad sobrepasa a la de los reyes o caudillos más poderosos de aquellos tiempos.
Cada rey o chalit de una región, quería tener en sus dominios a la madre del Verbo con su divino vástago, y apenas se tenía conocimiento de una mujer joven, bella y honesta que tenía un niño, se la recogía en un lugar resguardado y honorífico, porque, según ellos, había grandes probabilidades de ser los personajes que tanto interés despertaban. Y surgieron una infinidad de presuntas madres del Verbo y un sinnúmero de niños divinizados por el fanatismo popular, con su largo cortejo de leyendas y de estupendos acontecimientos a los cuales daban mayor pábulo las mismas mujeres así engrandecidas y semi adoradas como divinidades.
¡Lastimosa y triste condición humana la de llegar al error hasta por el más llano y luminoso camino de la verdad!
Conocedores de estos los Kobdas, por la sabia enseñanza de sus mayores y por ¡as crónicas milenarias que conservaban en el Archivo de las Edades, juzgaron prudente guardar el mayor sigilo acerca del secreto que sólo ellos poseían, pues el fanatismo, las ambiciones y los egoísmos humanos, entorpecían el plan de las Inteligencias Superiores respecto a la forma de desenvolver en el plano físico, las actividades del Gran Misionero.
Los unos lo juzgarían un peligro para su estabilidad' como soberanos de determinados países; los otros se disputarían por egoísmo el derecho de tenerlo en sus dominios y no faltaría quien lo tomase como un mago cualquiera apto para ayudarle a sojuzgar vastos países con encantamientos y sortilegios.
La imaginación oriental tejía leyendas y más leyendas, y muchas mujeres deseosas de ser colocadas en un lugar prominente y rodeado de consideraciones, alimentaron la fantasía de aquellos, pueblos supersticiosos y sencillos, inventando sucesos extraordinarios, que acaso no tenían por base sino el curso natural y lógico de los acontecimientos.
Un trigal, cuya abundancia de espigas excedía a lo común, ya porque la semilla fuera de mejor calidad, ya porque la tierra era más propicia y mejor cultivada, indicaba de seguro que por allí cerca estaba el Verbo de Dios encarnado, y era necesario señalarlo en el primer niño hermoso, cuya madre joven y bella daba muestras de ser una mujer buena y honesta. Y desde ese momento aquella mujer y aquel niño perdían su libertad y su tranquilidad, pues eran espiados e interrogados, en busca de lo maravilloso que pensaban y deseaban encontrar.
Y surgieron a raudales los escribientes o grabadores en cortezas, en papiros, en placas de piedra o de cera o de tierra preparada ex profeso. Se averiguaban los sueños de aquellas mujeres privilegiadas, y los sueños eran interpretados al paladar de quien forjaba la leyenda.
Así fue creado el símbolo de la serpiente que hablaba a la mujer, de la manzana causa del gran pecado, de la mujer sacada de la costilla del hombre, y un sinnúmero de fábulas y leyendas que nada tienen de verdadero ni siquiera de racional.
Muchos de esos grabados se conservaron por largos siglos y muchas copias de ellos circularon entre las tiendas de aquellos primitivos patriarcas y fueron dando origen a las creencias erróneas que aun en los tiempos actuales, forman la base de algunos cultos que se tienen por lo más elevado y sano de la ideología religiosa.
Bendigo a Dios que en mi última vida terrestre me dotó de cierta claridad, que me llevó a desenterrar de entre las ruinas del pasado, y de entre el polvo de las supersticiones más groseras y de los más exagerados fanatismos, un reflejo siquiera de la verdad. Y lo que la materia y e! ambiente en que actué me impidieron realizar con la lucidez y perfección que fuera de desear, busco de completarlo y terminarlo desde el plano espiritual en que me encuentro désele hace cuarenta años, empleados todos ellos en leer desde el más remoto pasado en ese libro imborrable, que no puede ser adulterado ni falseado, ni tergiversado por los hombres: El gran libro de páginas vivas, grabado por la Luz Eterna en un plano de insondable infinito, en el cual quedan irremisiblemente impresos los acontecimientos relacionados con cada chispa divina emanada del Alma Madre del Universo.
Y mientras innumerables mujeres y niños divinizados eran elevados a la categoría de semidioses y colocados bajo doseles de púrpura, en suntuosas tiendas, o santuarios, o tronos, el verdadero Verbo de Dios, sentado en el césped a la sombra de los robles y de los olivos de su caverna, jugaba alegremente, echando a flotar sus canoas de corteza cargadas de granos de lentejas o de trigo por las aguas inmóviles de su río artificial, abierto por la amorosa ternura de un anciano Kobda, entre las piedrecillas musgosas de las más apartadas y fértiles colinas del Anti-Líbano.
Y Adamú y Evana, los auténticos progenitores del Verbo de Dios, pasaban sus días el uno en la labranza y la otra en las faenas domésticas, entregándose ambos en horas determinadas, al cultivo de su propio espíritu, mediante la enseñanza elevada y pura de la verdad, sin fórmulas y sin ritos, sin misterios y sin dogmas, tal y como es en toda su esplendorosa belleza a la luz de la razón y de la ciencia.
¡Pobre y riega humanidad, dispuesta siempre a tomar el sendero tortuoso, cuando ante- ella se abre llano y sencillo el camino verdadero!
Estos cuarenta años de estudio en el plano supra-físico, me han llevado a la plena convicción de que sólo el cultivo espiritual, mediante el dominio de las bajas pasiones del ser, es lo único que dará al hombre de esta tierra la llave del templo de oro de la Sabiduría y de la Felicidad, con que sueña desde el despertar de la razón en él.
Cuando la caravana de los Kobdas hizo la última parada antes de llegar a Zoan, o sea en pleno desierto, murió uno de sus camellos. Habían levantado sus tiendas para pasar la noche en la parte donde el desierto se une con el mar.
Los Kobdas jóvenes se empeñaron en abrir una fosa en la arena para sepultar aquel noble animal, que a su juicio merecía ese honor, toda vez que había cooperado en trasladar a la venerada y querida familia a su nueva morada.
Un montículo de blanda y movediza arena en la orilla misma del mar, les ofrecía las mayores facilidades para su objeto, y cuando abrían la fosa, encontraron un cuerpo duro en el que chocaban los instrumentos de excavación, los mismos que usaban para plantar en tierra los soportes de sus tiendas. Aquel cuerpo resultó ser una fuerte caja de cuero sepultada en la arena, quién sabe desde qué tiempo. Los unos esperaban encontrar en ella un tesoro escondido por piratas, ^los otros se figuraban descubrir una momia, o restos humanos, arrojados allí para ocultar un crimen.
Cuando la caja fue abierta, se encontró que todos se habían equivocado en sus presentimientos, y lo que había era una cantidad de tubos de cobre con incrustaciones de plata, los cuales encerraban rollos de papiro y de tela encerada con largas inscripciones, en lenguas extrañas algunos, y en lengua otlanesa o atlante otros.
Tubal y Bohindra comenzaron a examinar aquellos grabados.
—Este hallazgo significa para nosotros algo más que un tesoro y que una momia—decía Tubal a los jóvenes Kobdas, que curiosos, indagaban lo que aquello podía significar.
Bohindra pudo leer lo escrito en lengua otlanesa, puesto que era de origen atlante y del país de Otlana.
—Esta caja con estos tubos los ha arrojado al mar hace ocho años la madre de Adamú, Milcha, pues ella lo escribe aquí:
"La voz sin ruido de Gaudes, el dueño de esta caverna y de esta familia de renos, me aconsejó arrojar al mar estas escrituras en un día en que soplara un fuerte viento' del norte. Entrego, pues, a las olas del mar, la historia de dos mujeres atlantes abandonadas de los hombres, pero protegidas y amparadas por Dios. Milcha, esclava favorita de la princesa Sophía de Otlana".
—Y aquí aparecen —continuó diciendo Bohindra— las memorias de la princesa Sophía, por las cuales sabremos todo lo que no hemos podido saber por los niños que casi nada recuerdan de su primera infancia.
— ¡ Qué hermosa casualidad! —exclamó uno de los jóvenes Kobdas.
— ¿Cómo casualidad? —Preguntó Tubal—. Gaudes es uno de nuestros hermanos desencarnados, que fue Kobda cuatro veces, y que aconsejó a Milcha arrojar esta caja al mar en un día de fuerte viento norte, para que llegase a nuestra costa del país de Ahuar. Ha tardado ocho años en el viaje, pero ha llegado. Esto es sencillamente el resultado del trabajo cíe un ser consciente de lo que hace.
—Entonces, este camello fue heroico y noble hasta para morir, pues si no hubiera sido por este incidente no se descubre la caja —observó el jovencito Agnis.
—Nuestra Ley —dijo Bohindra— tiene grabado este consejo:
"Para conservar la serenidad de tu espíritu, piensa siempre que los acontecimientos más adversos, responden al pensamiento divino y en bien de los siervos del Altísimo".
Suri —dijo llamando a este joven Kobda que comentaba el suceso juntamente con los otros—. Os lamentabais hace poco de la muerte de este camello que ha sido vuestro conductor en la travesía. ¿Qué os parece ahora?
—Repito la palabra de Agnis, que este camello ha sido heroico y noble hasta en su muerte. No obstante me lastima mucho el haberle perdido porque él me comprendía y me buscaba como un amigo a otro amigo.
—Entonces es justo que correspondas a ese afecto tomando para ti la tarea que realizarás durante muchos siglos, de guiar la evolución de ese ser.
El giro de la conversación atrajo a varios de los jóvenes Kobdas en torno de Bohindra y Suri sentados en la arena.
—Y ¿cómo puedo realizar un trabajo semejante? ¿Dónde lo buscaré ahora? —preguntó el joven Kobda no sabiendo si tomar en serio o en broma la evolución del camello.
—Esto nos da oportunidad para realizar un hermoso trabajo que os sirva de lección y de enseñanza íntima para cada uno de vosotros.
Y Bohindra pidió a Tubal que colocara sus jóvenes Kobdas en forma de construir una bóveda psíquica, para ayudar a un ser inferior a desprenderse de su materia. Colocaron junto al cadáver del animal a Suri con el saco de maíz y el cántaro de agua tal como solía hacerlo cuando daba de comer a su camello. Bohindra y varios jóvenes, que bajo su dirección tocaban diversos instrumentos, comenzaron a preludiar como el comienzo de una tempestad. Eran los silbidos del viento desgajando árboles en la selva; era el rumor de la hojarasca seca arrastrada por el huracán; era el fragor del trueno y el estallido formidable del rayo estremeciendo la tierra.
Mientras tanto, los Kobdas, silenciosos, trabajaban con el pensamiento para despertar el espíritu inferior encadenado aun en su materia. De pronto Tubal y otros videntes percibieron el doble etéreo de la bestia levantarse del sitio mismo en que yacía su cadáver y asustado por el fragor de la tempestad simulada, buscó amparo en Suri que fue lo primero que percibió, y cuando éste, a indicación de Tubal caminó alejándose del cuerpo muerto, el doble etéreo le siguió tratando de sumergir su hocico en el cántaro del agua. La tempestad ficticia fue calmándose lentamente a medida que Suri caminaba seguido siempre del cuerpo astral del camello.
El cambio de la onda de armonía se puso por fin a tono de los que formaban la cadena fluídica y entonces Suri y todos los demás pudieron percibirlo claramente, y al sentirse acariciar por su amo se obró el desprendimiento completo de la materia, que fue rápidamente sepultada en el mismo hueco de donde extrajeron el arca con los tubos de cobre.
La música continuó resonando suave y profunda como marcando el paso de una caravana en el desierto y el cuerpo astral de la bestia caminaba junto a Suri llevando el mismo ritmo que la melodía de Bohindra.
El sol se escondía en un lecho de topacios y rubíes, envolviendo en sus últimos y dorados reflejos aquella porción de Kobdas silenciosos, sentados en rueda sobre la arena, mientras los instrumentos músicos, al unísono con las rumorosas olas del mar, ejecutaban la imponente "Marcha de las Caravanas" compuesta por. Bohindra la primera noche que acamparon en el desierto, diez lunas antes al partir de Zoan para el país de Ethea.
Y el cuerpo astral del- camello caminaba al compás dé la marcha, siguiendo a Suri que daba vueltas en torno a la cadena formada por los Kobdas. Cuando la música terminó, desapareció el doble etéreo del camello y Bohindra dijo a Suri y a sus compañeros asombrados de lo que habían visto:
—El trabajo está ya hecho, y ese ser inferior nos deberá este adelanto en su evolución futura, y, sobre todo a Suri, si él toma con decisión la tarea de ayudarle a pasar a la especie humana.
—Y ¿qué debo hacer para ello? —preguntó el aludido.
—Sencillamente, ofrecerte como auxiliar a las Inteligencias encargadas de la preparación de los cuerpos para las almas próximas a encarnar y que ellas tomen de ti todo lo que necesiten para realizar lo dicho en lo que a este ser se refiere.
—Y ¿cuánto tiempo tardará en tomar materia humana este ser inferior? —preguntó uno de los jóvenes.
—Eso no puede calcularse con precisión —respondió Tubal— pues depende de muchas circunstancias.
—De una cosa podéis estar seguros, y es de que ese ser seguirá a Suri, ya en una especie inferior, ya en la humana, durante siglos y siglos —dijo Bohindra a quien entusiasmaba en sumo grado el significado del nombre de KOBDA: "Extraer del fondo de todas las cosas lo más hermoso que hay en ellas".
Acababan de extraer de la inerte materia muerta, la parte noble y buena que había en ella, la chispa viva de una inteligencia embrionaria y semi-inconsciente aun, para levantarla un escalón más en la eterna ascensión marcada por la Ley Universal.
Un siglo después, aquella inteligencia embrionaria formó conjunción con un cerebro humano y encarnó en una tienda de beduinos, al otro lado de ese mismo desierto, y cuando ya en edad viril fue tomado prisionero con toda su cábila, por guerreros zoharitas, fue comprado como esclavo por Suri, que entonces era un rico minero de las montañas de Pamir (India), con el nombre de Mud-Hajá. Y su esclavo le salvó la vida, cuando uno de sus jornaleros intentó asesinarle a traición para adueñarse de los valiosos filones de oro descubiertos por Mud-Hajá. Y en muchas de sus existencias terrestres se han encontrado unidos, a veces con lazos íntimos, en que la impetuosa vehemencia del uno ha encontrado un justo contrapeso y equilibrio en la calma pacífica del otro.
Tal es en el majestuoso desfile de los siglos, el camino que recorren las almas como chispas errantes, como llamaradas de fuego lanzadas en el infinito, que corren y vuelan y suben más lentas o más veloces hasta llegar en los esplendores de su evolución, a confundirse con la ingente llama viva de la claridad eterna de Dios.

LOS TUBOS DE COBRE

Tubal y Bohindra supieron apreciar en todo su valor el tesoro-encerrado entre los tubos de cobre, que ocho años antes arrojara Milcha a la corriente del mar.
En aquellas inscripciones estaban encerrados los comprobantes de las viejas memorias dictadas por las almas errantes a los Kobdas délos primeros siglos.
Las manifestaciones psíquicas referentes al pasado les habían revelado la historia de la humanidad de cuarenta mil años atrás; pero en estas inscripciones tenían la prueba material de los hechos con datos precisos y referencias exactas.
Llegaron, pues, a Zoan, y deteniéndose allí lo bastante para que Bohindra se entrevistase con el Audumbla y el Consejo, dejaron allí la caravana de bestias que les habían conducido y llegaron por mar hasta Neghadá.
La llegada de un vencedor no es festejada con mayores demostraciones de júbilo que lo fue el regreso de los Kobdas, que habían visitado en la cuna al Verbo de Dios.
Las preguntas eran interminables y las respuestas, referencias y relatos, minuciosas y detalladas, para que los cuadros esbozados tuvieran toda la belleza de la realidad.
El encuentro providencial de los tubos de cobre, fue otro motivo de inmensa satisfacción, sobre todo para los guardianes del Archivo de las Edades, Zahín, Neri y Obed que pasaban los días ordenando rollo tras rollo, grabado tras grabado, en forma que no pudieran introducirse errores ni interpolaciones, ni tergiversaciones de ninguna especie.
Fue designado un consejo de cuarenta Kobdas de los más versados en las antiguas lenguas conocidas entonces, para que estudiaran aquellos grabados que por lo que Bohindra y Tubal pudieron descifrar, contenían datos de veinticinco mil años atrás.
De este Consejo formaban parte el Phara-omme Sisedón, los tres guardianes del Archivo, Bohindra y Tubal.
Lo primero que trataron de poner en claro fue la procedencia de aquel tesoro, que no era del Santuario de Gerar, como los tapices que Bohindra había visto en la caverna de Adamú y Evana, pues los grabados no eran las lenguas habladas en ese país. Recién después de seis lunas de pacientes estudios y revisaciones, vinieron a descubrir que en las regiones de la costa noroeste y lejana del Mar Grande y en la falda de la cadena Pirenaica, había existido una agrupación de solitarios mucho más antiguos que los de Neghadá, puesto que tenían otras formas de expresión y de lenguaje que el que sus padres fundadores les habían dado, y vinieron a este descubrimiento por la repetición de ciertos símbolos, como la antorcha, la estrella de cinco puntas y el signo crucífero, grabados de muy diversas maneras, y aun el cordero de la paz ya entre los brazos de un niño, ya acostado sobre un rollo escrito, ya bebiendo en una fuente, o siguiendo a un joven pastor.
Aquellos grabados hablaban de "la Gran Ley de los Santos Reyes Anfión y Odina del país de Orozuma, con sus diez ciudades magníficas, gobernadas por diez príncipes, amigos fieles de los Santos Reyes, y en cada una de las cuales había existido un Aula pública para explicar a los pueblos esa Ley. Que el lema de aquella Aula era justamente el significado de la palabra Kobda o sea "Del fondo de todas las cosas extrae lo más hermoso que hay en ellas".
Descubrieron asimismo que a los fundadores y maestros de aquellas Aulas, les había sido oportunamente anunciado que las aguas cubrirían ese país a causa de conjunciones astrales relacionadas con la Tierra, y que todos ellos, de común acuerdo, y siguiendo las instrucciones recibidas, iban a diseminarse a llevar la Gran Ley de los Santos Reyes hacia las partes del planeta que estaban libres del cataclismo. Los unos se trasladaban a la parte que quedaba a salvo del mismo Continente Atlante, los otros se dirigían al oeste, a un hermoso país de inexploradas selvas y de grandes montañas ricas en minas de oro y plata, donde podrían levantarse pueblos prósperos y felices. La tercera fracción se dirigía a la costa del Mar Grande, entre la Iberia y la Galia (España y Francia) en las montañas pirenaicas, en cuyas cavernas se refugiarían hasta conseguir establecerse debidamente. Los que permanecieron en el Este de Atlántida hasta su último y definitivo sumergimiento, fueron los 'que recibieron la enseñanza de Antulio, ese nuevo reflejo del Amor Eterno hacia la humanidad, los mismos que huyendo de la catástrofe final fueron a establecerse en las mesetas montañosas del Ática. Los otros, los portadores de la Gran Ley de los Santos Reyes, varios milenios antes la habían llevado hacia aquellas selvas y montañas inexploradas, Perú, Centro América y Méjico de la actualidad, y hacia la costa del Mar Grande, entre las montañas también inexploradas de los Pirineos europeos, entre cuyos cerros gigantescos, eternamente cubiertos de nieve, habían levantado su santuario consagrado a la verdad, llevando todos el mismo lema y el mismo símbolo: "Extraer del fondo de todas las cosas lo más hermoso que hay en ellas", y el cordero dormido sobre una cruz, o sobre un rollo o placa escrita,,o entre los brazos de un niño, o siguiendo a un joven pastor.
—He aquí —dijo por fin Sisedón— que nosotros nos creíamos los únicos Kobdas y acabamos de descubrir que no somos más que una ramificación del vastísimo y viejo plantel sembrado por el Verbo de Dios, desde sus más lejanas y remotas visitas de encarnado a la humanidad. Mirad este grabado en nuestra propia lengua y con nuestros lemas y símbolos en que el autor, un Kobda salido de esta misma casa en la misión de costumbre, a comprar esclavos, declara haber estado en esas cavernas de los Pirineos donde ha descubierto ocultos en cofres de piedra estos escritos. Esta firma Naggai pertenece a nuestro Kobda que salió de aquí cuando yo estaba en el período de prueba hace treinta y siete años y que jamás volvió. Supimos por manifestación de su propio espíritu que se había librado de su materia y que algún día recibiríamos su mensaje final. Acaba pues de cumplirnos su palabra y darnos de la manera más clara el enlace de nuestra magna historia, toda vez que ahora podemos comprobar que nuestra institución no data solamente de mil doscientos años atrás, sino que nuestros orígenes como poseedores de la Gran Ley viene desde la viejísima Lemuria, donde el Verbo de Dios estuvo encarnado con el nombre de Numú y fue pastor de ganados hace veinticinco mil años más o menos.
Los cuarenta Kobdas llenaban rollos y más rollos con las traducciones que, figura por figura, signo por signo, iban descifrando, cada cual por las lenguas que dominaba hasta llegar a la hermosa conclusión que tenían a la vista.
Por los datos que Bohindra había recogido, analizando todas las cosas que de los piratas cretenses se conservaban en poder de Adamú y Evana, pudieron descubrir que estos tubos de cobre, encontrados en una caverna de los Pirineos por el Kobda Naggai, habían sido llevados al santuario de Gerar por algunos navegantes que acaso encontraron al Kobda muerto, o que tuvieron trato con él, pues se desprendía esto claramente de una inscripción en lengua musuriana o del país de Musur (después Galaad) que decía: "Un moribundo solitario en las cavernas del otro lado del Mar Grande me entregó con juramento de conservar en lugar sagrado estas escrituras y las que están hechas en láminas de piedra y cuernos de rengífero. Abidán, navegante del Mar Grande, mercader de Gerar".
— ¡Qué poco sabemos los hombres de hoy del lejano pasado —exclamó Tubal— creíamos estar en poder de la única civilización después de desaparecida Atlántida, y de estos pocos grabados resulta la evidencia que en toda la cadena pirenaica y en otro lejano continente de selvas y montañas inexploradas, hubo viejas y grandiosas civilizaciones donde los seguidores del Verbo de Dios encarnado sembraron la Gran Ley, como nosotros la sembramos ahora!
— Paso a la majestad de la Ley de la evolución humana —decía a su vez Obed entusiasmado al ver que en el Archivo de las Edades no había engaños ni fabulosas leyendas, sino historias reales de siglos vividos y sufridos por porciones de humanidad, que florecieron en comarcas entonces desiertas y sumidas en un silencio de muerte.
— ¡Paso a la majestad de la Ley de la evolución humana, digo yo también que dicto estas páginas, mientras voy contemplando con la indecible satisfacción del que resuelve viejas dudas y cavilaciones, al leer en el gran libro de la Luz Eterna la historia milenaria de la Divina Sabiduría abriéndose paso entre las tinieblas de la ignorancia de los hombres!
¡Y qué bella y magnífica recompensa para el espíritu enamorado de la verdad,.el poder reflejar una chispa de su luz sobre el oscuro y desconocido pasado, encima del cual se amontonaron tantos castillos de naipes que no resisten al soplo del más ligero análisis!
Se me tachará de destructor, como de sacrílego e impío me calificaron los dogmáticos de mi siglo ante mis afirmaciones comprobadas por la evidencia. Me llamarán demoledor de la fe los que aceptan la Biblia sin tratar de profundizar en el oculto sentido de sus hermosos poemas sibilinos y apocalípticos. Más yo pregunto ¿de qué le sirve a la humanidad una fe reñida con la razón y el buen sentido? ¿De qué le sirve un edificio doctrinario levantado sin cimientos y sin base, que al correr de los siglos se desmorona ante la evidencia de los hechos y de los descubrimientos realizados por las ciencias paleontológicas?
La falta de comprensión del oculto sentido de los poemas bíblicos de carácter profético, fue causa de que la humanidad actual desconociera casi por completo la vida de Jesús de Nazareth, debido a que los biógrafos del Cristo creyeron de suma importancia, para demostrar su filiación divina, conformar su narración con las antiguas profecías, siendo así que éstas aludían en muchas de sus partes a un remoto pasado, que les fuera manifestado en los esplendores del éxtasis a aquellos profetas de grandes facultades psíquicas y de una iluminación interior poco común.
Dos ejemplos bastan y sobran para dar una idea de cómo se han producido estos errores: El nacimiento del Verbo de Dios en una caverna que era a la vez establo de bestias y que lo trae el Evangelista Lucas tomándolo sin duda de los cantos sibilinos, es una realidad, pero no en la personalidad de Jesús da Nazareth, sino en la de Abel, hijo de Adamú y E vana. "Y llamé a mi hijo desde Egipto para que caminara al frente de mi pueblo". Cantó el Profeta, y los biógrafos cristianos interpretan que hubo un viaje a Egipto a poco de haber nacido Jesús, viaje que no existió en realidad porque esa visión del Profeta, alude seguramente al Verbo de Dios en la personalidad de Moisés, cuya vida está aun más desfigurada que lo está la del Apóstol Nazareno, hasta el punto que el Moisés conocido por la humanidad moderna, sólo es una sombra del Moisés verdadero. Pero de esto me ocuparé a su debido tiempo, pues tengo el pensamiento y el deseo de hacer un estudio detallado sobre el canto de Moisés a la Creación del globo terráqueo y de su verdadera vida como Enviado Divino hacia la humanidad.

REMOVIENDO EL PASADO

Los cuarenta Kobdas que habían hecho tan grandiosos descubrimientos, llegaron a la conclusión de que tenían que reformar la historia de su vieja Institución, pues los Kobdas venían desde la lejana y remotísima Lemuria de una raza de hombres de pequeña estatuirá, pero inteligentes y fortísimos para la industria minera, como podía verse por los grabados que el Kobda Naggai había copiado de las piedras mismas de las cavernas pirenaicas y las cuales daban motivo a un estudio y a un análisis complicado y largísimo. Según este estudio, resultaba que Lemuria había sido una especie de archipiélago de grandes islas que 'habían ido desapareciendo unas después de otras con intervalos de siglos. Acaso en milenios más remotos aun, fue un solo continente del cual fueron desapareciendo los valles y las llanuras primero, quedando como islas las altas mesetas de las montañas. Los habitantes debían haber huido hacia el sur del Asia, y refugiándose en las altas montañas del Himalaya, porque de algunas inscripciones y grabados copiados por el Kobda Naggai de las cavernas de los Pirineos, y aun de los mismos grabados encontrados en los tubos, se podía deducir el camino que siguieron, siempre buscando las más altas cordilleras, acaso por el temor de nuevas inundaciones.
La designación del Dios que adoraban, del Maestro a quien seguían y de la lev que observaban, variaba según las lenguas, pero en el fondo era una misma cosa, y analizaran por un lado o por otro, siempre aparecía un cordero y una estrella de cinco puntas con él signo crucífero, un cordero y un joven pastor, y la frase muchas veces milenaria: '"Extraer del fondo de todas las cosas, lo más hermoso que hay en ellas".
—A nosotros nos fue enseñado llamar Alma Madre, o Altísimo a la Eterna Energía que da vida a todas las cosas —decía Sisedón—, pero a nuestros hermanos emigrados de Lemuria, parece que les enseñaron a llamarlo Fuego Eterno, Llama Viva, y de ahí viene que en las regiones del Altai (Himalaya) se llamaron Flámenes, como nosotros Kobdas, puesto que las dos palabras significan lo mismo en las diversas lenguas en que se pronuncian.
—A la verdad —decía Bohindra— esta palabra Flamen está a cada paso repetida y antepuesta a los nombres, siendo uno de sus más claros significados en la lengua que hablaban, éste; fuego interior, luz que arde en llamaradas, esto en las tres primeras letras F-L-A, pues que se ve hacían gran economía de escritura, mucho más que nosotros y en cada signo dejaban plasmada una idea.
—Y yo he descubierto —decía Obed —que en la palabra "Flamen" está encerrado nuestro mismo lema pero expresado en otra forma. Nosotros tenemos "Extraer del fondo- de todas las cosas lo más hermoso que hay en ellas". Y los Flámenes parece que decían: "Con tu fuego interior, o con tu luz interior purifica y hermosea todas las cosas" que al-fin y al cabo viene a ser lo mismo expresado en frases invertidas.
—En nuestro Archivo de las Edades —observó Neri— hay relatos de algunas encarnaciones pasadas en distintas comarcas de las faldas del Himalaya. Y en esta oportunidad he revisado esas memorias o mensajes del mundo invisible y está repetida varias veces la palabra Flama en el sentido de miembro de una institución dedicada al estudio y al desarrollo de las facultades mentales. Y dice así: "Éramos doscientos ochenta Flamas repartidos en veintisiete cavernas a lo largo de la Gran Montaña, como llaman a esa cordillera. Las montañas nos brindaban sus ocultas riquezas de las cuales nuestro fuego interior extraía paz y sabiduría, para los moradores de los valles y de las costas del Río de los Dioses (El Ganges).
¿No parece aquí notarse que esos Flamas eran los mismos Flámenes cuyo nombre había sufrido una contracción?
—Pues yo traigo otro dato al respecto —dijo Zahín— y éste se refiere a dos siglos atrás, y en esas mismas comarcas, pero en vez de Flámenes o Flama, se denominan Lhamas y son también consagrados al estudio y al desarrollo mental.
De esta conversación entre los cuarenta Kobdas, el lector puede deducir que de aquellos antiguos Flámenes surgieron al correr de los siglos y de los milenios, los célebres y místicos Vedas que encierran la profunda filosofía del antiguo oriente y que los continuadores de aquellos Flámenes después Flama, son los Lhamas que, muy transformados de sus orígenes como los Kobdas actuales de sus fundadores, aun se conservaron para preparar el campo a Quiscena Chrisna, el Gran Príncipe de la Paz, y más tarde, al dulce, al incomparable Bhuda, que para unos es Shidarta y para otros Gauthama o Sakya-Muni-Amida, al que le fueron como atadas las manos para que no desatara con ellas las cadenas de los amarrados en las cavernas, en las barcas y carros de los poderosos, para que no curase las llagas de los apestados y de los leprosos, para que no repartiera con ellas el pan a los esclavos hambrientos, pues que todas esas obras de las manos de Bhuda eran delictuosas por ser hechas a los miserables iguales a las bestias.
Porque así degeneran las doctrinas más sublimes y elevadas al bajar hasta el corazón de los hombres ignorantes, fanáticos y egoístas. ¿No degeneró también la Ley de Abel, la de Moisés y la de Cristo? ¿Qué rastro hemos encontrado en las dinastías de los Faraones, de los Kobdas soberanos de los valles del Nilo? ¿Qué rastros hemos encontrado de Moisés en los libros que a él se le atribuyen, sobre todo en su famosa Ley donde salta a flor de agua la venganza, la crueldad más refinada y la pena de muerte a cada paso y por fútiles causas? ¿Qué vestigio había del dulce ruiseñor de Galilea en los dictámenes de la Inquisición, resumen de las más execrables historias de crímenes y de sangre que registra la historia? Y conste que los Jueces de Israel invocaban el nombre de Moisés mientras hacían saltar a pedradas los ojos y los sesos de sus víctimas, como los miembros del Santo Oficio de la Inquisición, levantaban en alto la imagen de Cristo crucificado cuando las víctimas se retorcían de dolor entre las llamas de la hoguera, o descoyuntadas entre los garfios del potro del tormento.
¡Oh humanidad, humanidad!, digo con el dulce Rabí de Nazareth, "que matas a los profetas y apedreas a los que te fueron enviados para darte la luz y la vida. ¡Un día llegará en que pedirás luz y te tragarán las tinieblas hasta que hayas hecho florecer en ti misma la sangre inocente que has derramado!"
Los Kobdas continuaron sus investigaciones a través de las inscripciones y de los grabados confrontados con los relatos que conservaban en el Archivo de las Edades, hasta llegar a la conclusión de que aquella emigración de los Flámenes había caminado desde las lejanas islas lémures y a través de las cordilleras del Himalaya, de las montañas de Zoar y del Cáucaso, hasta el Ponto Euxino desde donde había continuado por las ásperas serranías de la costa norte del Mar Gránele, formidable pasaje, señalado por los grabados de las cavernas junto a las cuales se encontraban sepulcros, y en los sepulcros restos y vestigios de su gran arte, el de pulir y talar piedras de toda especie y combinarlas en finos trabajos con el cobre, la plata y el oro. Y no sólo los Kobdas de la prehistoria, sino nosotros, los hombres del siglo de las luces, podemos encontrar el rastro de esa lejana y grandiosa inmigración que pasó dejando imborrables vestigios en el itinerario que acabo de señalar y que puede comprobar cualquiera que haya seguido los grandes trabajos de investigación de la ciencia paleontológica durante el último siglo.
Los Lamas de Tibet actual, los monjes de la región de Cachemira en Penjah, los cultores del Avesta en las montañas del norte de Persia, los anacoretas del Cáucaso, los cultos religiosos y las costumbres de los costaneros del Ponto, de las montañas de Tracia, de la impenetrable Selva Negra y de las cumbres pirenaicas, reflejan, quien más quien menos, los rastros de aquella raza, de aquella lengua y de aquellos cultos profundamente adheridos a la naturaleza en sus múltiples fases y modalidades.
Comprendo que acaso me he hecho harto pesado en esta digresión acerca de asuntos demasiado áridos para los que no están habituados a ellos; pero conste que quiero completar con esto los estudios que comencé hace medio siglo, para que todos aquellos que han negado la personalidad histórica del Fundador del Cristianismo, Jesús de Nazareth, por haber encontrado vestigios de su elevada moral desde varios milenios antes de su existencia, se pasmen y maravillen aún mucho más ante el magnífico espectáculo de esa moral suya iluminando a la humanidad de la Tierra, a través de cuarenta milenios y de nuevas civilizaciones y renovados continentes que van surgiendo del fondo de los mares a medida que otros, ya agotados se sumergen en un reposo mudo y silencioso, acaso para reaparecer en un futuro lejano y servir nuevamente de oasis a esta eterna viajera, la Humanidad, que aún con sus llagas y su lepra, con imprecaciones y blasfemias odiándole o enamorada de El, camina siempre en busca del Amor Universal, único paraíso prometido a los justos por el Gran Mensajero de la Verdad.
En los grabados aparecían nombres de islas pobladas y civilizadas por, los Flámenes de la lejana Lemuria o Lémur, y hasta se podía comprender el estilo de sus ciudades o poblaciones. Como buenos mineros, descollaban en e! arte arquitectónico subterráneo y sus ciudades eran talladas en la piedra viva de las mismas montañas, en las cuales, aparecía al mundo exterior un frente con estatuas y símbolos, y con una forma piramidal truncada en la parte superior. Aparecían nombradas, Bornia, Solú, Birma, Pamir, Demaven, Elbruza y Everes, nombres que tienen muchos puntos de contacto y grande analogía con las designaciones actuales de montes o comarcas en las que más vestigios se encuentran de su pasado,
La literatura novelesca y aún la histórica de todos los países del mundo, está llena de poemas, de acciones guerreras, de conquistas y de defensas realizadas en inmensas cavernas que daban refugio a miles de soldados. La antigua España de Don Pelayo, nos da la primera prueba de esto. La historia de las antiguas Galias nos ofrece otra prueba más, y de igual modo las más antiguas leyendas de los circasianos del Cáucaso y de la antigua Zoar,
Bien podríamos llamar a los Flámenes Lémures, los hombres de las ciudades piramidales, los hombres de las ciudades de rocas.
Unidos profundamente a la naturaleza, buscaron por eso las montañas cuando se sumergió su tierra nativa, porque las altas cimas cordilleranas les brindaron abundante elemento para abrir en ellas sus imponentes viviendas que parecen responder en un todo, a la frase del Hombre-Luz: "Edificó su casa en peña viva, donde ni los vientos, ni los ríos salidos de cauce, ni la mar embravecida, la puede derribar ni conmover.

S E N I O

Y mientras estos estudios les absorbían la atención a los Kobdas, dentro de su mansión tranquila de Neghadá, allá del otro lado del desierto, había comenzado el traslado de bloques de piedra y enormes troncos de roble y de cedro del monte Líbano, para construir la Casa de Numú que sirviera de solaz a las almas, en los fértiles valles del Eufrates, donde había nacido el Verbo de Dios.
Senio y Aldis, estaban encargados por el Alto Consejo de Neghadá para vigilar los trabajos de edificación y concurrían casi diariamente al otro lado del bosque con este objeto. Una mañana, al llegar, se encontraron con una pobre mujer semi desnuda, mostrando por entre los girones de ropas despedazadas, las señales de haber .sido bárbaramente azotada. Tenía a su lado un fardo de trapos viejos y de restos de carnes asadas y de pan duro al parecer. Estaba escondida detrás de una pila de madera y piedras y parecía querer evitar que la vieran los obreros. Cuando vio a ¡os dos Kobdas, se echó a llorar desconsoladamente y en una lengua ininteligible para ellos, les hablaba como pidiendo socorro. Al mismo tiempo levantó un extremo de la tela ya incolora que cubría el fardo, y los Kobdas, asombrados, vieron dos criaturitas desnudas y profundamente dormidas. Los pies de la mujer estaban hechos toda una llaga y era imposible hacerla caminar.
Senio y Aldis tomaron uno de los asnos con que arrastraban las maderas y colocaron encima a la mujer; y cada uno tomó en brazos una de las criaturas y regresaron a la caverna.
No pudieron comprenderle nada de lo que ella quiso explicarles. Una sola cosa sabían; que eran tres seres abandonados de toda protección humana. Y llegaron con la carga hasta su morada, causando en sus habitantes la consiguiente piedad, asombro y por fin alegría, sobre todo a Evana, que enseguida vistió a las criaturas con las ropitas ya dejadas por su pequeño Abel.
Eran dos mujercitas de oscuro cabello y piel blanco mate lo mismo que la madre.
Diba observó que debían ser elamitas (de Elam o Persia) por el tipo y por algunas palabras que pudo comprender de la madre, pues la anciana algo recordaba de la lengua hablada por mercaderes de aquel país que había conocido en su juventud.
Comprendieron por fin que se llamaba Shiva, que era originaria del Elam y que había sido traída como esclava desde su país. Que como ella fue destinada a danzas y bailes, su amo había querido matarla, cuando vio en ella señales de maternidad y que se encontraba impedida de realizar las danzas que le producían tanto dinero. Ella huyó, hasta que nacidas sus dos hijitas, había vagado pidiendo y recogiendo cereales y legumbres por los campos de cultivo, que cambiaba en las poblaciones por los alimentos indispensables. Mas un día, la necesidad le obligó a entrar en un huerto plantado de cerezos y de limoneros para recoger de aquellos frutos y apagar su sed, y fue sorprendida por el poseedor de aquel huerto que la maltrató del modo que podía verse aún en sus carnes azotadas con varas de mimbre.
—Pero esto es reciente —observó Senio— pues que las heridas aún vierten sangre. Preguntadle Diba en qué región o sitio se encuentra el hombre que la maltrató.
—Dice que a la terminación del bosque y a la orilla misma del lago Arab.
—De manera que tenemos un vecino maravilloso —decía indignado el viejecito cuyo aspecto de enojo asustó al pequeño Abel, que se echó a llorar abrazándose de las ropas de su madre.
— ¡Válgame Dios! ¡que torpes nos volvemos los viejos! Ahora sí que lo hice peor que el bárbaro que maltrató a Shiva —exclamaba Senio, lamentándose de haber asustado al pequeñín con su desmedida indignaron. No es contigo Abelito, no es contigo que estoy enojado. Ven, ven vayamos a nuestro río que en sus orillas haremos las paces. Y levantando en sus brazos al pequeño, fue a echar a flote sus canoas cargadas de almendras.
Pero no quedó en eso el asunto de la mujer azotada, sino que Senio indagó hasta dar con el huerto y con el dueño del huerto, cuyas posesiones quedaban dentro de las comarcas guardadas por los arqueros de Bohindra.
—"No puede ser —decía— que entre nosotros, sembradores de la paz y la concordia, se deje impune una barbarie semejante, pues a ese paso tendremos siempre el espectáculo de mujeres con la espalda abierta por los azotes o hambrientos apaleados. Esto no puede ser."
Y sin que nadie lo contuviera, se montó en el asno que condujo a la mujer y se dirigió hacia la construcción al otro lado del bosque. Tomó informes entre los jornaleros que labraban las maderas y las piedras para el nuevo edificio, pidió unos arqueros al representante del Chalit del Nilo que en Babel había, y a quienes fueron tan encarecidamente recomendados por Bohindra en su reciente estadía y se dirigió hacia la orilla del lago. Entre la hermosa plantación de árboles frutales que era un verdadero prodigio, se hallaba la tienda del poseedor, frente a la cual estaban sentados en el suelo medio desnudos, una veintena de hombres con caras escuálidas y ojos cargados de terror los unos, y de odio los otros.
—Malo, malo —refunfuñaba el viejecito a quién aquel preliminar desagradaba en extremo. Al acercarse a ellos descubrió que aquellos hombres estaban sujetos a una larga cadena suspendida de sus cinturas por una correa de cuero y cobre, la cual sujetaba a la vez una pequeña envoltura de burdo tejido de fibra vegetal. Aquellos hombres estaban ocupados en acondicionar frutas en grandes sacos de cuero.
— ¿Vuestro amo? —preguntó Senio, dándose cuenta en una rápida ojeada que allí no estaba, puesto que todos aparecían sujetos con cadenas a los troncos de los árboles. Cada uno soltó una especie de gruñido que Senio no comprendió, pero como le habían señalado hacia la tienda, a ella se encaminó seguido por los arqueros.
— ¡La paz sea contigo! —gritó el viejecito, según la costumbre, desde la puerta. Otro gruñido le contestó malhumorado desde adentro, y al poco rato apareció un hombrazo de elevada estatura y de un aspecto nada agradable.
— ¿Sois vos el dueño de este huerto? —.preguntó Senio.
—Yo soy —le respondió— ¿qué queréis?
—Que no seáis un bárbaro —le contestó secamente el viejecito, irradiando sobre él con gran fuerza, su pensamiento de represión y de dominio.
El hombre iba a tomar el látigo de varas de mimbre que siempre tenía en la mano.
— ¡Quieto ahí! —le gritó la voz de trueno que nadie habría sospechado pudiera salir de aquel cuerpo casi agobiado por los años. La irradiación represiva de Senio era tal, que parecía arrojar chispas de fuego por sus ojos.
El hombrazo se sintió débil ante aquel gesto y aquella voz y cambiando de aspecto y de tono le hizo entrar en la tienda. Los arqueros, que eran tres, quedaron en la puerta.
—Vos habéis azotado bárbaramente a una mujer con dos criaturas porque, obligada por el hambre, cortó fruta de vuestro huerto —dijo Senio —, siempre con su misma voz de dominio y de reproche.
—Porque aborrezco los ladrones —contestó el hombre.
— ¿Y son también ladrones esos veinte hombres que tenéis trabajando atados con cadenas?
—Son esclavos pagados con el fruto de mi trabajo y si no les amarro se escapan.
—Si les tratarais bien, no se escaparían. Pero ya arreglaremos ese asunto; ahora vamos a saldar la cuenta de la mujer que habéis maltratado y que es mi hija.
— ¿Cómo, vuestra hija y andaba vagando por estos campos?
—Eso no os interesa a vos. Yo os pagaré la fruta que ella pueda haberse comido, pero vos recibiréis tantos azotes, cuantos le habéis dado a ella. Y llamó a los arqueros.
— ¡Por favor, por piedad! —clamaba el hombre, cobarde ante la fuerza, no obstante su grande estatura y su dureza natural. Y aquel hombre se tiró al suelo como una bestia acobardada.
—Bueno —dijo Senio— os perdono por esta vez, pero vamos a definir bien la situación.
El hombre se levantó.
— ¿Cuánto tiempo hace que habitáis aquí? pues veo que no sois natural del país.
El hombre se turbó visiblemente y miró con terror hacia donde estaban sus esclavos.
Senio comprendió que los esclavos tenían el secreto de la infamia de Karono, que así se llamaba aquel individuo.
—Decid la verdad, pues lo mismo lo sabré por vuestros esclavos. Soy un hermano del Chalit del Nilo —le dijo— ya veis sí puedo o no pedir justicia para vuestros crímenes.
Karono se echó a temblar.
—Perdonadme la vida y os diré todo y me alejaré para siempre de este país —murmuraba el cobarde, casi llorando.
—Hablad, que ya os escucho.
—Hace cuarenta y cinco lunas que habito esta tienda que era del viejo Matusa y sus dos hijas.
— ¿Y dónde están ellos?
— ¡Piedad, piedad!. . . perdonadme la vida y yo me marcharé.
—Les has muerto a los tres. ¿Verdad? —preguntó Senio casi seguro de lo que decía.
—Es que Matusa intentó matarme porque yo había ultrajado a sus hijas a las cuales quise tomar por esposas después, pero ni Matusa ni ellas quisieron, y los maté para evitar que me delataran al jefe de los arqueros.
—Ya. . . ya. . . ¡qué vecino tenemos! ¿Eh? —decía Senio mirando a los arqueros, que no podían casi contener la ira que les impulsaba a matar allí mismo como a un reptil venenoso a aquel pobre ser cargado de su propia miseria.
— ¡Pues, ni te vas a marchar, ni te van a matar! Por la luz de este sol que nos alumbra vas a vivir y te vas a hacer hombre de bien, bajo esta mano temblorosa que ves —le dijo Senio con una energía y una fuerza que hasta los arqueros se quedaran estupefactos.
Y sacándose el cordón de fibra vegetal que sujetaba su túnica a la cintura, dijo a los arqueros:
—Atadle las manos hacia atrás, y si trata de huir, atravesadle con vuestras flechas.
Acto seguido los arqueros fueron rompiendo con hachas de piedra las cadenas que sujetaban a los hombres, cada uno de los cuales tenía su historia de dolor.
Habían sido comprados en los mercados de Babel, a cambio de sacos de fruta, para hacerles cultivar el huerto y acarrear la cosecha hasta aquella ciudad. Ninguno quería permanecer en aquel sitio pues aquel hombre les inspiraba espanto y terror. El mismo indicó el lugar donde había sepultado a sus víctimas y pudieron comprobar que había dicho la verdad.
—Las almas que ajumaron esos cuerpos —le dijo Senio con enérgico acento— te perseguirán durante toda su vida y otras vidas después de esta, si persistes en la vida de maldad que has llevado hasta ahora.
¡Mira! Y Senio concentró su pensamiento evocando fuertemente a las almas errantes de sus hermanos los Kobdas desencarnados, y llamó a las víctimas de Karono con indecible amor, acercándose más y más a la fosa que aún no había sido del todo borrada por el césped.
Después de unos instantes, una forma de mujer, transparente y sutil, se levantó, después la del viejecito y por último otra forma de mujer, adivinándose por la consistencia de la materia astral que les envolvía, que aquellos tres seres tenían ya cierta evolución espiritual. Los arqueros, asustados querían huir. Karono cayó al suelo sin sentido, y al ruido que hizo su cuerpo al caer en tierra, la visión se desintegró. Senio explicó a los arqueros y a los esclavos lo que a ellos les parecía un milagro, pues llegaron a pensar que Senio era un mago que había resucitado a aquellos muertos.
Vació un recipiente con agua del lago sobre la cabeza de Karono, que después de un rato volvió en sí. Su primer impulso fue de arrojarse a los pies de Senio, haciendo repetidas promesas para el futuro. El terror casi lo había enloquecido al reconocer a sus tres víctimas.
Los esclavos, agradecidos a su salvador, pues Senio les devolvió el escudito de cobre que daba derecho de propiedad sobre ellos a Karono, quisieron quedar corno hombres libres a trabajar en el mismo huerto del cual tomó posesión Senio en nombre del Chalit del Nilo, y dijo solemnemente:
—Desde este instante este huerto se llamará ADAMU, y este lago EVANA, y vosotros veinte seréis los guardianes y cultivadores, dependiendo directamente de mí, hasta que yo dé aviso a nuestro Chalit de Neghadá. Id a la tienda y vestíos, que bastantes ropas he visto en ella —les dijo. Yo me llevo a Karono hasta la construcción del bosque, y desde este momento es también mi hijo como la infeliz mujer que él azotó. ¿Estáis todos conformes?
—¡Bendito seáis, bendito seáis! —fue el clamor que se oyó con tal intensidad, que Senio se sintió conmovido y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Y dulcificando para Karono su voz le dijo:
—Si cumples tus promesas, te demostraré que seré un buen padre para ti.
Y le desató las manos, porque vio que aquella fiera estaba casi domada.
—Vamos —le dijo— y vosotros quedaos en paz, obedeciendo al de más edad por ahora, que yo regresaré mañana para ver como habéis correspondido a la bondad de Dios que os ha visitado hoy en la persona de este pobre viejo.
Y Senio regresó hasta la construcción, con sus arqueros y seguido de Karono, que parecía un león vencido.
—Este hombre va a trabajar en la construcción —dijo al que dirigía los trabajos— yo le conozco, yo respondo por él. Sabe esculpir y tallar la piedra. El hará las pilastras, las fuentes y los basamentos de las columnas.
Y apartándole hacia un lado le dijo: Desde hoy dejarás tu nombre de Karono, que te delata como gomeriano y te llamarás Abirón, que quiere decir en la lengua de los Kobdas: "Transformado". ¿Estás conforme? El hombrazo no pudo contenerse más y abrazándose de Senio se echó a llorar como un niño.
—Bueno, hombre, bueno, ya sé que eres otro y estás arrepentido de verdad. Lo que hace falta es que me lo pruebes en adelante con los hechos —le dijo el viejecito Kobda.
— ¿Por qué no me lleváis a vuestra casa? Yo vendré a la construcción todos los días, pues temo que estos jornaleros me miren con desconfianza,
—No temas nada con lo que he dicho, basta. Después veremos. Senio decía la verdad, porque los jornaleros se habían impresionado favorablemente al ver que aquel hombrazo había manifestado grande afecto al Kobda que consideraban como jefe y señor en la obra que realizaban.
Era ya la caída de la tarde cuando Senio se despedía de Abirón y los demás obreros y regresaba a pie a la caverna. A mitad del camino, se encontró con Aldis y Adamú que venían a buscarle, alarmados de que en todo el día no había regresado a la casa.
—Vosotros no sabéis qué jornada más laboriosa acabo de hacer. Y les refirió todo cuanto le había ocurrido desde la mañana. Conque, Adamú, tenéis un hermoso huerto con vuestro nombre y para Evana, que gusta tanto del agua, le tengo un lago cuyas orillas son un verdadero manto bordado de flores —continuaba diciendo el viejecito, feliz en extremo de poder llevar un poco de felicidad a los seres que le rodeaban.
Aldis se sentía inundado de dicha y de paz y decía a su hijo: —-Verdaderamente no sabríamos ya que más desear, pues Dios nos colma de todo.

GOLONDRINAS QUE VUELVEN

Llegaron a la caverna con su carga de felicidad y encontraron a Evana muy ocupada en bañar a las dos niñitas en una gran fuente labrada en la misma roca de la montaña, que les servía de habitación.
— ¿Qué haces? — le preguntó Adamú cuando llegó. —Ya ves, las estoy lavando porque las pobrecitas estaban tan sucias.
Parecían tan oscuras, y mira ¡qué blanquitas y hermosas se van quedando!
Nubia apareció en seguida, con las repitas que debían ponerles y un jarro de leche de reno, que las criaturitas bebieron con avidez.
— ¿Y la madre? —preguntó Senio.
—Está tendida en el lecho porque no puede tenerse de píe —contestó Nubia— y la pobre llora siempre.
— ¿Cómo? En esta casa donde todos somos felices, no es posible que nadie llore —dijo Senio. Vamos allá, y muy poco valdremos si no somos capaces de consolarla.
Todos juntos se dirigieron hacia la habitación en que descansaba la pobre Shiva, a quien el amor que ¡e dispensaban parecía causar aún mayor amargura. Evana y Nubia llevaban en brazos las pequeñas que sólo contaban once meses de edad.
Kaino, montado en su reno, daba grandes carreras alrededor de la caverna y con certeros tiros de piedrecillas mataba los pájaros ocultos entre el follaje de los árboles, cuando nadie le veía, pues Aldis le había dicho que matar las pequeñas avecillas sin provecho ni utilidad alguna, era una mala acción. Aquel niño no era malo en el fondo ni de perversos instintos como se ha hecho aparecer. Era travieso en extremo y de temperamento vivo y audaz.
Senio buscó al pequeño Abel y lo encontró muy ocupado en hacer volar un gran pájaro confeccionado por Diba con plumas blancas y negras de aves acuáticas que arrastraba la corriente del Eufrates desbordado, y que retenía sujeto con una cuerdecita de fibra vegetal.

"Vuela, vuela pajarilla
Que te doy la, libertad
Vuela- por los campos, vuela,
Adonde tu nido está,"

Cantaba el viejecito Kobda ayudando al hermoso niño en la ardua tarea de hacer volar el enorme pájaro, que las ingeniosas manos de Diba confeccionaron para el Niño-Luz.
—Ven, queridito —decía Senio— que tenemos que hacer volar otra avecilla allá adentro y tú vas a tirar también de la cuerdecita. Y tomándole de la mano le condujo hasta la habitación de la enferma. Y tú, Kaino, ven también aquí y deja tu caballito en descanso, que ahora todos tenemos que trabajar.
Y conduciendo a los dos pequeños, entró Senio en la habitación.
—He aquí los tres niños, nuestra esperanza futura —dijo riendo Aldis al ver al anciano que se volvía también chiquilín.
—Verdaderamente —contestó Senio— hice hoy un esfuerzo tan grande para dominar aquel pobre ser, que siento más que nunca la necesidad de la ternura suave que emanan las criaturas, como una irradiación de paz y de alegría.
La anciana Diba, sentada a la cabecera del lecho de Shiva. le prodigaba palabras de consuelo, pues era la única que entendía un poco su lenguaje. Cuando la anciana vio llegar a Senio se levantó y le habló al oído algunas palabras, que todos comprendieron, se referían a la enferma. El viejecito quedó pensativo unos momentos.
—"El amor — dijo en alta voz y como respondiendo a su propio pensamiento— es más fuerte que el dolor y que la muerte", dice la sabia ley de los Kobdas, y en este caso, el Altísimo nos da la oportunidad de probarlo.
Nubia, traed acá vuestra música y apliquemos el método de la Casa de Numú.
Aldis y Adamú, acompañadme a traer cántaros con agua de la vertiente y las plantas que tenemos dispuestas para estos casos —añadió saliendo con una ligereza que parecía imposible en él.
—El amor es un mago que parece prestar alas a este anciano de novecientas lunas —exclamó Diba dirigiéndose a Evana que quedó también junto a la enferma.
Mientras tanto, el pequeño Abel se había tendido en silencio en uno de los estrados adheridos a la pared y rendido acaso por el cansancio del juego se había quedado dormido. Las pequeñitas mellizas la una en los brazos de Evana y la otra sobre el regazo de Diba, se habían dormido también. Kaino, sentado en el suelo sobre una piel de oso, se divertía en tirar de las orejas a la enorme cabeza disecada.
Nubia templaba la pequeña arpa usada en su lejano país y los tres hombres entraban los cántaros de agua y los tiestos con plantas acuáticas que guardaban a la sombra de un cobertizo, por donde corrían las aguas de la vertiente.
—Esta mujer llora siempre porque ella cree que es leprosa y juzga cometer un crimen ocultándolo a nosotros que tanto nacemos por ella —había dicho Diba en secreto a Senio. Y él le había contestado:
—Pues venceremos a la lepra.
Adamú y Evana habían sido enseñados por Aldis a concentrar el pensamiento y unirse en un ardiente anhelo hacia el Amor Supremo, Causa y Origen de todo bien.
—Nuestro amor debe curar a esta enferma —dijo Senio. Acumulemos con nuestro pensamiento las fuerzas vitales del éter en su organismo físico y que las ondas vibratorias de las plantas, de la música y de nosotros mismos, desalojen de su sangre los gérmenes impuros y morbosos que contiene.
El silencio se hizo profundo y el sopor invadió a Kaino que cayó dormido abrazado a la cabeza del oso.
El arpa de Nubia preludió una suave melodía y la enferma cayó en profundo letargo.
Las corrientes fluídicas empezaron a sentirse, muy tenues al principio y fuertes y estremecedoras después.
Del cuerpecito dormido de Abel se desprendió como un suave rayo luminoso que se ensanchaba poco a poco hasta llenar el ambiente de una dulce frescura, semejante al soplo de la brisa en un amanecer de primavera.
Una intensa onda de amor, hizo brotar lágrimas silenciosas en los ojos de todos les circunstantes que iban elevándose más y más a la íntima unión con el Amor Eterno, y de entre los brazos de Evana y Diba en que dormían las niñitas, se levantaron sutiles y transparentes como gasas luminosas, dos formas humanas astrales que al poco rato se diseñaron claramente.
— ¡Joheván, Sophía! —murmuró Aldis suavemente mientras Evana besaba Dorando la cabecita de la niña dormida, de la cual se había levantado radiante y feliz el doble etéreo de su propia madre que la acariciaba tiernamente con sus manos intangibles y fluídicas, mientras Joheván colocaba las suyas en la cabeza de Aldis y en el hombro de Adamú.
Entre la onda de armonía y de luz las miradas hablaban, y se cruzaban con vertiginosa rapidez los pensamientos.
— ¿Y Milcha? —preguntó Aldis con sus ojos llenos de ansiedad a Joheván y Sophía.
—Mírala —le dijeron ambos— ya sumergida en la turbación, porque pronto encarnará junto a nosotros.
Y vieron asombrados, flotando como dormida y en posición horizontal, sobre el cuerpo de la enferma, la forma astral de Mucha. Aldis iba a incorporarse para estrecharla, pero Senio le contuvo al mismo tiempo que Joheván le decía:
—No la toques porque es muy delicada su situación. Antes de seis lunas estará a vuestro lado.
—Bendigamos al Altísimo que otra vez nos permite reunimos para continuar nuestro camino eterno junto al Verbo de Dios, a quien venimos siguiendo —dijo Sophía.
—Ayudadnos a salvar a esta enferma del mal que la aqueja —dijo Senio— si está en su ley el conservar la vida por mucho tiempo.
—Vivirá hasta que llegue su día marcado en el camino eterno.
He aquí que volvemos a la vida terrestre sin posición y sin nombre como hijos de nadie, para serlo más completamente del dulce pastor que de nuevo ha bajado a la humanidad.
El rayo luminoso que se había difundido del cuerpecito de Abel dormido, se intensificó hasta el punto de que la habitación aparecía iluminada por la llama viva de un dorado arrebol.
—Tenéis en medio de vosotros al que envuelve en la irradiación de su amor a varios mundos como la tierra —decía Joheván.
Nuestra copa rebosa ya de los dones de Dios y se cumple la palabra de Bohindra de que algún día diríamos "¡Basta, Señor, basta!".
La emoción embargaba todos los ánimos y se sentían los sollozos de Adamú y Evana, confundidos con las suaves melodías del arpa que iban esfumándose lentamente, lo mismo que las formas astrales iban desapareciendo como diluidas en la luz sonrosada que invadía la habitación.
Cesó la música y volvió todo a su estado normal.
Como las dos pequeñitas se parecían mucho, casi hasta confundirse, Evana cortó un rizo en la nuca de la que ella tenía en brazos para conocer cual de las dos era la reencarnación de su madre.
—Entonces, Shiva nos traerá también a Mucha —decía Aldis. ¡Pobre mujer!
A costa de sus grandes padecimientos tenemos nosotros la inmensa felicidad de estrechar en nuestros brazos a los seres queridos que tornan de nuevo a la vida terrestre.
Shiva se despertó más tranquila y hasta contenta, sin pensar en que todos sabían su secreto.
La pobrecita había fingido creer que era leprosa, para que la arrojasen de la casa antes de que llegara la hora de su nuevo alumbramiento.
Adamú y Evana menos versados en las manifestaciones espirituales, no habían comprendido del todo lo que acababan de ver.
— ¿Por qué dormía Milcha? —preguntaba Evana.
—Porque en el país donde vive será de noche —contestaba muy grave Adamú, haciendo sonreír a los Kobdas.
—No, hijo mío —observó Aldis—, sino que tu madre pronto tomará materia como Sophía y Joheyán la han tomado en estas dos pequeñas criaturas que la Providencia de Dios ha traído a esta casa. Y Shiva pronto nos regalará también a tu madre, como un precioso don de Dios, que así nos colma de felicidad.
La enferma algo comprendió estas palabras y en su idioma hizo entender esta exclamación:
— ¡Cómo! ¿Habéis descubierto mi espantoso secreto?
—Cálmate, hija mía —le decía Diba— que aquí estás al amparo de la malicia y de la ignorancia de los hombres.

LA HISTORIA DE SHIVA

La historia de la pobre Shiva es la siguiente: Nacida en las montunas de Zoar (Persia) no conoció a su madre, que falleció al venir ella a la vida, y se encontró sola con su p. are que hacia vida de ermitaño, cuidando una pequeña majada de antílopes y sacando de la tierra su manutención. Su padre tenía en la caverna varios cofres con objetos preciosos y le refería que había tenido un hermoso dominio en la costa sud-oeste del lago Urán en la región vecina al mar Caspio y que había sido desposeído de él. Y mostrándole un hermoso anillo con un extraño grabado le decía: "Tienes un hermano mayor que tú, que me fue robado para ponerlo al frente de mi tribu, alegando que yo soy un asesino que maté a tu madre. Ese hermano tuyo tiene un anillo igual que éste. Si después de mi muerte le encuentras algún día en tu camino, por medio de este anillo él te reconocerá.
Cuando Shiva tenía diez y seis años, pasó huyendo por su montaña nativa, una caravana de guerreros vencidos que despojaron a su padre de los objetos preciosos que guardaba en sus cofres, y como quiso él defenderlos, le despojaron también de la vida y se llevaron además la hija, gentil y hermosa, llena de la gracia y los encantos que aún podían encontrarse en Shiva, a través de todo el dolor y de toda la angustia padecida.
—Yo te haré una gran danzarina —le dijo un viejo guerrero— y me conseguirás por ese medio grandes riquezas. Y con este pensamiento, guardó cierta consideración a la pobre criatura que lloraba inconsolable por la muerte de su padre.
Y Shiva fue desde entonces considerada por su dueño como una cosa que le producía ganancias. Seco de corazón, no buscaba en ella más que el lucro.
Pero la pobre niña tenía un corazón sensible y apasionado, y expuesta constantemente a la admiración de los hombres, hubo uno por fin a quién ella -amó, y el cual le prometió rescatarla de la esclavitud en que gemía y conducirla a las praderas del Eufrates, a un hermoso robledal, lleno de alondras y de mirlos, donde vivirían felices consagrados el uno para el otro.
Cuando su dueño se enteró de estos amores, puso un alto precio a su esclava, precio que su amante no podía pagar: dos elefantes con aparejo, veinte camellos y un peso considerable en plata y oro.
—Yo traeré todo cuanto tu amo me pide de aquí a diez lunas —le había dicho su amado al partir. Si no vuelvo será que he muerto en la arriesgada empresa que pienso realizar. Las diez lunas pasaron y no le vio volver. . .
Ella sabía que dentro de poco tiempo sería madre y una indecible angustia se apoderaba de ella al sólo pensamiento de la furia que tendría su señor cuando lo supiera, pues mucho le había vigilado en sus relaciones, no por la honestidad de la joven, sino por las ganancias que ella le producía.
Llegó un momento en que su estado no podía ocultarse, y la infeliz cayó desmayada en una danza que el público le hizo repetir cinco veces.
Los sabios más destacados en la ciencia de curar las dolencias humanas, se brindaron al amo de la célebre bailarina y su furor no tuvo límites cuando supo que Shiva pronto sería madre de dos criaturas. Para no perderlo todo inquirió el paradero del joven que quiso rescatarla, pero éste no apareció. Y sin más preámbulo la arrojó de su casa.
La infeliz empezó a vagar por las afueras de la ciudad de Susán, huyendo de los sitios fastuosos donde había sido tan celebrada, hasta que una anciana mendiga que vivía en un sepulcro abandonado, la recogió para compartir con ella su funeraria morada.
—Mira hija mía —le decía la anciana viendo la repugnancia de Shiva para penetrar en aquel recinto— en ningún sitio estarás más segura que aquí. Porque los malvados temen a los fantasmas y a los espectros y para todos los que aciertan a pasar por aquí, yo soy uno de esos temibles fantasmas.
Además, los esqueletos que aquí había los arrojé uno por uno a la corriente del río que pasa al pie de este barranco, de modo que aquí no hay huesos de muerto. Los muertos son inofensivos y es a los vivos a quienes debes temer.
La infeliz Shiva comprendió que no podía en su situación, aspirar a nada mejor, pues aquel sepulcro era todo tallado en piedra color rosada con grandes planchas de cobre y de maderas finísimas, dándole el aspecto de una habitación suntuosa. Los estrados en que se colocaban las cajas mortuorias, les servían de lechos, cubiertos con paja seca y pieles de oveja. Allí le nacieron sus dos hijitas.
La anciana salía a pedir limosna, y Shiva preparaba la comida y hacía todas las faenas de casa.
Pero ella no podía resignarse a esta vida y quiso buscar trabajo.
Un día volvió la anciana seguida de un hombre joven y elegantemente vestido, traía un fardo con ropas de mujer y afuera esperaban unos esclavos con una pequeña carroza de manos. Habló con la anciana en una lengua que Shiva no comprendía y después la viejecita le dijo amablemente:
—Este señor te toma para que seas su mujer. Shiva interrogaba con sus ojos y la anciana comprendiendo tomó las ropas de manos del caballero y entró con ella a la cámara interior para vestirla. Allí trató de convencerla:
—Mira, hija, este hombre es rico y es bueno. Vete con él, que si fe eres fiel, serás feliz á su lado. Déjame tus hijitas que yo te las criaré porque él nada sabe de ellas. Cuando quieras podrás venir a verlas, con el pretexto de que vienes a traerme socorros.
Á Shiva le pareció bien y aceptó. El recuerdo de aquel primer amor suyo, vivía aún en lo profundo de su corazón, pero su situación era tal que la obligaba a acallar recuerdos y afrontar la vida y la de sus dos hijitas como los acontecimientos se lo deparaban.
— ¿Seré vuestra esclava? —preguntó al joven señor antes de seguirle.
—No, serás una de mis esposas.
— ¿Cuantas tenéis?
—Esposas tengo cinco; esclavas muchas.
A Shiva se le oprimió el corazón pensando en aquel qué la amaba a ella sola, pero no retrocedió.
Le fueron puestos hermosos vestidos, el caballero le besó los labios, pronunciando solemnes palabras que la anciana contestó, y le cubrió el rostro con un espeso velo que por delante y por detrás le caía hasta el suelo.
—Desde este momento, ningún hombre más que yo puede ver tu hermoso rostro —le dijo con energía.
Y dicho esto, la levantó 'en brazos y la colocó en la carroza de manos. Los esclavos echaron a andar hacia la ciudad seguidos del joven señor que caminaba a pocos pasos de ellos. Bajo su velo Shiva lloraba pensando en sus hijas.
Era una extraña morada la casa de aquel señor.
En un inmenso parque, poblado de grandes árboles, había seis torres blancas y de pequeñas dimensiones, separadas unas de otras por jardines y canales de agua. En cada torre tenía una de las esposas con una esclava para servirla. En el lago que había en el centro del parque, se mecía siempre un hermoso y pequeño velero, que era la habitación del amo.
Era éste de bondadoso carácter, según le decía a Shiva la esclava, pero no gustaba mucho de que las esposas salieran de su torre ¿Cómo haría, pues, para ver a sus hijitas?
Un día ella se engalanó cerno a él más le gustaba al decir de la esclava, que adornó los negros y rizados cabellos de Shiva con' una diadema de perfumados azahares y largos velos flotantes del color de las cerezas cuando están maduras.
—Empezad una danza que su barco se acerca a vuestra torre —le dijo su esclava esa tarde, cuando ya se ponía el sol, y ella en su guzla ejecutaba un cadencioso bailable que Shiva con su gracia habitual seguía maravillosamente. El esposo quedó encantado a tal extremo que le dijo:
—Desde ahora serás mi favorita. Pídeme lo que quieras, aunque sea el repudio de todas mis esposas.
La esclava cuchicheó esto, enorgullecida del triunfo de su señora y pronto llegó a oídos de las esposas más antiguas, las cuales se unieron para perder a la intrusa que así terminaba con el amor del espose para todas ellas.
Shiva aprovechó la situación para pedirle que le permitiera ir al sepulcro a visitar la viejecita.
—Uno de mis esclavos irá a buscarla, porque no está bien que tú entres más en aquel lugar.
— ¿Me permitirás que le mande ropas para que pueda presentarse aquí?
—Está concedido ¿Quieres algo más?
—Esto sólo —dijo Shiva besando agradecida las blancas y finas manos que acariciaban las suyas.
Entre las ropas y regalos que Shiva mandó a la anciana, insertó un mensaje, pidiéndole que le trajese sus hijitas para verlas.
Este mensaje cayó en manos de las otras esposas, antes de salir de aquella morada, y Shiva, avisada por su esclava de que su señor estaba fuera de sí al saberlo, huyó por uno de los canales que rodeaban su torrecilla y llegó al sepulcro donde dormían sus hijitas solas, mientras la anciana anclaba en sus correrías. Cargó con ellas y precipitadamente se internó por las agrestes montañas que rodeaban la ciudad de la cual buscó de alejarse todo cuanto pudo, pues en cada hombre que encontraba se figuraba hallar a su señor que la perseguía.
Y de pueblo en pueblo, cíe aldea en aldea, la infeliz vagó cargada con sus dos hijitas hasta dar con el huerto de Karono.
Escondida a veces entre los cargamentos de madera apilada en barcazas en las costas de los ríos, los había vadeado para poner así más distancia entre ella y el esposo airado. Sería interminable narrar las peripecias sufridas por la infeliz Shiva abandonada a sus propias fuerzas.
Cuando Diba escuchó tocio esta dolorosa historia la abrazó diciéndole:
—Bendice al Altísimo, hija mía porque te ha traído a esta casa que será para ti más segura que los brazos de tu madre. Una voz interior me dice que ese hombre del cual huyes es tu propio hermano y suerte ha sido que ni uno ni otro os hayáis reconocido, porque según la ley de esos países debías morir sepultada viva, irremisiblemente, por haber sido mujer de tu hermano.
— ¿Cómo se llaman tus hijitas?
—Su padre se llamaba Helia-Mabi y yo hice de su nombre los nombres con que llamaré a mis hijas: a una Helia y la otra Mabi.
—Haz por olvidar, hija mía, tu doloroso pasado y emprende un nuevo camino que se abre ante ti anchuroso y llano, bajo el manto violeta de las Hijas de Numú.
Al correr de los siglos y de los milenios volvemos a encontrar a este mismo ser entre la falange de los mensajeros del Verbo de Dios en sus venidas a la tierra.
La viuda de Sarepta que diera de comer al profeta Elías, perseguido por un rey inicuo; la viuda de Naím que tanto amó a Jesús de Nazareth; Mónica, prototipo de la madre abnegada y amante y Clotilde de Borgoña, Hija de Childerico, Rey de Borgoña y esposa de Clodoveo, Rey de Francia, son el mismo espíritu de Shiva en las distintas etapas de su eterna peregrinación.
El conocimiento de este relato abrió aún más los corazones de todos para envolver en piadosa ternura a la desventurada Shiva, que poco a poco fue sintiendo cicatrizarse las llagas de su alma.
Y en la velada familiar de las noches en torno del hogar, ocupó también ella su sitio entre las Kobdas y Evana ayudándolas en sus labores de hilar y tejer la lana, el algodón y el lino para confeccionar sus ropas, mientras los niños, sentados en una piel de búfalo, se entregaban tranquilamente a sus juegos. Senio, Aldis y Adamú, recortaban los papiros ya preparados para ir formando los rollos destinados a los mensajes del mundo invisible en la nueva Casa de Numú.
Evana pasó muchos días absorta en contemplar detenidamente a las dos hijitas de Shiva. Le parecía imposible que en esos dos pequeños seres inconscientes aún, estuvieran encerrados aquellos que fueron rus padres. La niñita a la cual cortó un rizo de cabellos para saber cual era su madre se llamaba Helia y la otra Mabi. Continuamente las tomaba en sus brazos y mirándolas a los ojos les preguntaba:
— ¿Me conocéis? Soy Evana, vuestra hija. Las pequeñitas sonreían y recostaban la cabecita en su pecho.
Un día que estaban cerca de Madina, puso sobre ella a Helia y decía a la reno:
— ¿Sabes, Madina? Esta es tu amita Sophía a quien tanto amabas; después vendrá Mucha y te ordeñará otra vez. No te vayas a morir Madina antes de que venga Mucha y se haga grande a tu lado.
Viejecita te estás poniendo, pero aún puedes vivir muchos años más.
Senio, por su parte, no descuidaba a su hijo adoptivo Abirón, que completamente consagrado al trabajo, parecía dar pruebas de una verdadera regeneración.
Aldis y Adamú habían hecho frecuentes visitas al huerto maravilloso, aquel que regado por las aguas del lago Arab, fructificaba abundantemente; lo cual les hizo concebir la noble idea de levantar un granero con ramas de árboles y hojas de palmera y hacer acopio de legumbres, cereales y frutas para que, llegado el invierno, se pudiera socorrer a los menesterosos, de las aldeas y pueblos vecinos.
—Justo es —decía Senio— que de la abundancia de los dones que Dios nos brinda, participemos a los que carecen de ellos.
Tal fue la vida en la caverna que albergaba al Verbo de Dios, hasta que sin mayores alternativas llegaron a su término los trabajos de construcción del Santuario Kobda, siendo único acontecimiento digno de notar la vuelta a la vida terrestre del espíritu de Milcha, nuevamente encarnado en la diminuta persona del tercer hijo de Shiva. Era un niño y fue llamado Iber. Como estos tres niños crecieron juntamente con Abel y Kaino, han pasado a la tradición como hijos de Adamú y Evana, pues se los llamó a todos ellos hermanos de Abel, hermanos del Apóstol.
Adamú y Evana sólo fueron padres de Abel y años después de Seth.

EL SANTUARIO DE LA PAZ

Cinco años tenía de vida terrestre Abel, cuando los Kobdas de Neghadá inauguraron su nueva Casa, que era una copia reducida de la gran Casa del Nilo.
Uno de los más antiguos Kobdas fue elegido Phara-home de Neghadá: Jhaliván, pues Sisedón pidió ser trasladado a la pequeña Casa de las orillas del Eufrates, donde continuó como Patriarca de la nueva fundación.
Bohindra, Tubal, Zahín y los Kobdas jóvenes debían formar la nueva Escuela de la Verdad juntamente con Sisedón, Senio y Aldis.
En una inmensa plataforma levantada en medio del bosque que le cercaba por todos lados, se alzaba el edificio de forma cuadrangular y de un sólo piso. Podía dar cabida a más de doscientos Kobdas, y para unos años bastaba, máxime cuando habían adoptado la idea de repartirse en todos aquellos territorios a medida que se fueran aumentando los hijos de Numú.
Bohindra continuaba con el título de Chalit del Nilo, Thidalá, Rey de Naciones, con residencia en el valle del Eufrates como antes fuera en Neghadá.
Juntamente con la caravana de los Kobdas entrando en su nueva Casa, hago penetrar al lector también en ella.
El edificio tenía cuatro frentes y en cada uno de ellos una inmensa puerta de cedro reforzada de cobre, en cuya parte superior y en una plancha de piedra decía en gruesos caracteres:
"PAZ A TODOS LOS HOMBRES"
Lo cual hizo que pronto se le diera a aquella Casa este nombre: "LA PAZ".
De aquí han nacido, sin duda, algunas dificultades de interpretación con que han tropezado ciertos filólogos antiguos y modernos al descifrar tal nombre en antiquísimas escrituras cuneiformes que se han encontrado, referentes a las ruinas desenterradas en la Mesopotámica.
Interpretaron o descifraron a veces: "De la Paz salió una caravana, etc." o "La Paz fue asaltada y destruida". Y así en varios casos. ¿Qué Paz era aquella? ¿Era una ciudad? ¿Era una fortaleza? ¿Era un santuario?
Otros interpretaron que era sólo un símbolo alegórico de la paz destruida por las continuas guerras de los pueblos unos contra otros, como símbolo profético fue la torre de Babel que sólo existió en la mente de esa inspirado, un Kobda, que en uno de los viajes anuales, abrió su tienda donde después se formó esa ciudad.
Ese Kobda de nombre Babel, fue un Phara-onme muy anterior a Sisedón, que antes de ser elegido para regir la Casa de Neghadá, pidió autorización para invertir parte de lo que él llevara de sus bienes a la Institución, en realizar un viaje de rescate de prisioneros y esclavos. Y fue tal la cantidad de ellos que recogió, debido a las inundaciones del Mar de Susán, que había llegado a confundir sus aguas con el Mar Grande, que estuvo refugiado con ellos en las cavernas de las montañas de Zoar hasta que las aguas bajaron.
Y entonces Babel, en una clarividencia premonitoria, o desprendimiento de su espíritu, vio la numerosa legión de los Kobdas con todos los que en distintas partes de la tierra y en otras instituciones o agrupaciones similares, respondían a la gran alianza con el Espíritu de Luz, Mensajero de Dios sobre el planeta. Contempló al resto de la humanidad sumergida en las aguas cenagosas del egoísmo, de la lascivia y de la ambición, que buscando la felicidad en medio de ese turbio oleaje, amontonaba como un elevado cerro, monumentos de ciencia, maravillosos inventos, estupendas creaciones, que semejaban obra de dioses y no de hombres. Esto nos salvará del oleaje que amenaza sumergirnos, decían. Pero he aquí que cuando todos ellos se gloriaban de sus obras, las aguas cenagosas se convirtieron en un arenal de fuego que soplando en todas direcciones dispersó a las gentes aterradas hacia los cuatro puntos cardinales, y en aquel lugar solitario vio surgir hermosas praderas, populosas ciudades y que un radiante astro de luz sonrosada se levantaba de entre esa pradera, y regueros de luz corrían abundosos por todas aquellas regiones.
Babel el Kobda, cuando las aguas volvieron a su cauce, que eran los ríos que desaguan en el Golfo Pérsico, vio que aquella era la pradera que había contemplado en su videncia, y levantó una cabaña de piedra y de tierra donde dejó a muchos de los que había rescatado para que labrando la tierra, sacaran de ella su manutención.
Tal es la historia de la Torre de Babel, que en aquel remoto neolítico, las gentes designaron como el Monte de Babel, visto en sueños por el Kobda y que cada cual interpretó a su manera.
Hecho un estudio analítico de esa parte del Génesis, salta a la vista que en el fondo de todo aquello hay una explicación lógica y razonable, que pone en claro aquella nebulosa formada por la incomprensión y la ignorancia.
Este Babel era el mismo jovencito Agnis que de nuevo se encontraba entre los Kobdas en la fundación de las orillas del Eufrates, en el preciso momento en que se cumplía su videncia premonitoria de tres siglos atrás. El astro de luz sonrosada estaba levantándose en esa misma pradera, y regueros abundosos de su luz, iban a correr por tocias aquellas .regiones, después que el arenal de fuego de la bárbara raza gomeriana había sido dispersada por su propia ambición hacia distintos puntos de la tierra. De esta raza eran los gigantes que dice el Génesis que "había en la tierra en aquellos días", cuya forma de conquista era con el incendio de los campos y poblados por donde pasaban.
Hecha esta aclaración sobre las confusiones o erradas interpretaciones de sucesos, de nombre y de tradiciones, vuelvo al Monasterio Kobda para describir su interior.
La planta baja estaba destinada solamente a graneros y hospedería para los menesterosos o sitio de reparto de provisiones en épocas de epidemia y de escasez. Y en el único piso se encontraba la Mansión de la Sombra, el Archivo de las Edades, el Jardín de Reposo o de la Armonía, y las bóvedas de los Kobdas, que daban al exterior o sea con vistas al bosque que rodeaba en todas direcciones al vasto edificio.
La parte del centro estaba ocupada por las tres grandes salas antes mencionadas, en torno de las cuales había un corredor o pasillo al cual daban por la parte de atrás todas las habitaciones de los Kobdas, siendo la de mayor amplitud la Mansión de la Sombra y la más pequeña el Archivo.
Eran ochenta v siete Kobdas jóvenes y ocho mayores, los que se trasladaban en elefantes y camellos desde Neghadá hasta el Valle del Eufrates.
Senio y Aldis, secundados por Diba y Nubia habían atendido a proveer de las ropas necesarias a la nueva Casa. Aldis había pintado la imagen de Numú tal como estaba en la Mansión de la Sombra de Neghadá y la pilastra de piedra blanca tenía la forma de un inmenso loto sostenido por las manos levantadas de tres Kobdas de piedra sentados en el pavimento. Y los pedestales que sostenían los velones de cera que daban luz al recinto, eran asimismo siete estatuas de monjes en la misma actitud de los anteriores.
No había más que una fila de estrados de piedra en torno de la inmensa sala y el estrado delantero en derredor de la pilastra para los diez Kobdas del turno.
Las bóvedas particulares con sus pieles sobre los lechos, y el Jardín del Reposo con su fuente central y sus grandes plantas acuáticas, parecían esperar a aquellos para quienes estaban destinadas.
La ya numerosa familia de la caverna se trasladó al Monasterio cuando tuvieron anuncio de que la caravana no tardaría en llegar.
Y cuando el grupo de los cinco niños fue presentado ante los viajeros. Dhabes. que venía entre ellos, vio a todos, menos a Kaino, vestidos con la túnica azulada. Fue rápida la visión, pero lo bastante para hacerle meditar.
—Todos son nuestros menos éste —dijo al oído de Bohindra que estaba a su lado.
Abel había entrado ya a los cinco años y estaba bellísimo con sus cabellos castaños flotando en hermosos bucles sobre sus hombros. De sus ojos de color topacio, casi siempre serios y pensativos, parecía emanar una dulce y suave claridad que atraía irresistiblemente a todos.
Sisedón, que tenía hambre y sed de conocerle, corrió el primero hacia él sin necesitar que nadie le dijera cual era el Niño-Luz.
— ¡Tu eres Abel! —exclamaba levantando entre sus fuertes brazos al pequeño que lo miraba profundamente, sin contestarle.
Evana se abrazó de Bohindra y Adamú a sus viejos amigos y por espacio de dos horas aquello fue una entusiasta manifestación de amor y de fraternidad reciproca, hasta que llegado el mediodía, se dispusieron al frugal almuerzo, todos en conjunto, en las grandes mesas de piedra de ¡as hospederías.
Cuando caía la tarde, Aldis indicó a Adamú que debía volver con su familia a la caverna, porque Senio y él se quedaban ya en e! Monasterio.
Abel se enteró y esta noticia no fue de su agrado con respecto al viejecito, al cual tiraba de la túnica para apartarle, del grupo.
—Si tú no vienes conmigo ¿quién llenará de agua mi río y cargará de almendras mis canoas?
El viejecito sintió como una lluvia de flores cayéndole en el corazón al oír aquella querida vocecita que así le expresaba su amor.
—Yo, hijito mío, yo iré todas las mañanas a llenar tu río y a hacer marchar tus canoas. No faltaba más sino que yo había de descuidar esa tarea.
— V también hay que curar las alas de mi pájaro volador, que están rotas —continuó Abel en medio del círculo que ya le habían formado todos para oír su conversación.
—Las curaremos, las curaremos —le contestaba Senio. —Y hay que ponerle otra vez el techo a mi granero, porque se lo llevó el viento, y los pájaros se comen el trigo para mis canoas.
—Pues pondremos de nuevo ese techo y le amarraremos para que el viento no le lleve otra vez.
— ¡Vaya una construcción segura que habíais hecho, Senio! —bromeaban Sisedón y Bohindra, encantados de ver unidos así íntimamente aquellos dos extremos de la vida humana: la niñez y la ancianidad.
—Y a los corderitos de algodón que me hizo Nubia se les ha perdido la cabeza y no las encuentro más.
— ¡Vaya, vaya, hombre! Esto es demasiado contratiempo. ¡Los corderos sin cabeza! Y ¿cómo habrá sido eso? —preguntaba Bohindra acariciando al pequeñín entre las risas de todos, menos de Abel, que continuaba muy serio y grave como de costumbre.
—Kaino dice que los búfalos se las comieron. El aludido se escondió detrás de Aldis con !o que dio a entender que entre él y las cabezas desaparecidas había alguna relación.
—Como los corderos me comieron el trigalito que yo sembré, los búfalos les comieron a ellos la cabeza —continuaba Abel.
—Ya, ya, fueron castigados por su glotonería —decía Sisedón, mientras el niño empezaba a familiarizarse con ellos sintiendo sin duda la irradiación del amor que todos derramaban en torno de él.
Sisedón fue de opinión de ir todos a la caverna para acompañar hasta allá a sus moradores y tornar antes de la noche al Monasterio, y así lo hicieron.
—Ahora veréis mi pájaro volador con las alas rotas, y mis corderos sin cabeza y el techo de mi granero caído —decía Abel pasando entre los brazos de todos que no se saciaban de llevarle como una hermosa carga que acaso nunca jamás volverían a llevar durante siglos y siglos.
— ¡Misterios de Dios! —Exclamaban los Kobdas—. ¿ Quién puede pensar que este niño es quien guía la humanidad terrestre a sus elevados destinos, y que él es el portador de la Verdad Eterna y el reflejo del Amor Divino sobre esta tierra que le desconoce y que acaso le despreciará !
Mientras tanto, Dhabes, meditabundo por lo que había visto, se acercó a Aldis y le dijo:
— ¿Por qué será que a intervalos veo a Kaino como un anciano que en algo se parece a Evana y vestido de púrpura y con una corona terminada en una estrella?
.-— ¡Nohepastro! —exclamó Aldis asustado—. ¿Será él?
—Pero ¿quién es Nohepastro?
—El antiguo rey de Otlana, padre de la princesa Sophía y abuelo de Evana. Cuando le vuelvas a ver trata de observar si tiene algo sobre el pecho.
Los dos guardaron silencio. Al poco rato Dhabes dijo a Aldis: —Tiene sobre el pecho un halcón de oro entre dos lanzas cruzadas como formando un escudo.
—Es el —murmuró Aldis— Pues ese es el blasón de su dinastía.
— ¡Mucho cuidado, mucho cuidado con él! que me parece no ha encarnado con fines amistosos.
—No —dijo Aldis— el viejo no era malo, sino muy apegado a la noble alcurnia de su raza y de su glorioso pasado. Se figuraba que no labia sobre la tierra dinastía más grande que la suya, ni un personaje más ilustre que él mismo. Pero en el fondo no era malo ni cruel, te lo aseguro.
—Más vale así —contestaba Dhabes, aunque no del todo satisfecho.
Y desde ese momento resolvió tomar a su cargo la educación de Kaino para observarlo de cerca y tratar de que su espíritu entrase en a alianza de los seguidores del Verbo de Dios en su actual etapa de vida terrestre.
Llegaron poco después a la caverna, donde Sisedón quiso ver a la famosa Madina y toda aquella familia de renos domesticada tan maravillosamente por Gaudes, y mientras acariciaba a la reno se le acercó Ibrín llevando de la mano a las dos hijitas de Shiva, las cuales se abrazaron de las patas delanteras de Madina mientras ella lamía sus cabecitas.
Esta reno no vivirá mucho tiempo porque es muy vieja y está visiblemente agotada ya —dijo Sisedón hablando con Ibrín—. La obra qus ha realizado merece que se le ayude eficazmente en su evolución. Le siento un aura casi humana. Mira, pónle la mano aquí sobre la frente.
Ibrín hizo lo que Sisedón le decía.
— ¿Que sientes?
—Me dan deseos de abrazarla como si fuera una madre y me vienen también deseos de llorar.
—Obsérvala todos los días, cuídala, que no tardará en morir, y después entre tú y esas dos pequeñas, le ayudaréis a tomar su primera encarnación humana.
Como si Madina comprendiera lo que se hablaba de ella, comenzó a lamer las manos de Sisedón y las de Ibrín.
Esperaron que Senio arreglara todos los desperfectos en el granero y los animalitos de Abel, que llenara el río de agua y cargase las canoas y después tornaron al Monasterio, para realizar, llegada la noche, los primeros trabajos mentales indispensables a la formación de la bóveda psíquica bajo la cual habían de iniciar la comunicación con los planos supra físicos elevados, de los cuales bebían la verdad, la sabiduría y el amor en su más grandiosa amplitud.

EN EL EUFRATES

Apenas los Kobdas regresaron de la morada de Adamú, se aprestaron a la grande solemnidad inaugural del nuevo Santuario del pensamiento que habían levantado para secundar al Verbo de Dios, en sus tareas de misionero divino en medio de la humanidad.
"Antes de todo trabajo mental de importancia el Kobda debe ponerse en contacto íntimo con la naturaleza en sus primordiales elementos: Agua, tierra, aire y fuego" —decía su ley.
Y comenzaron por sumergirse todos ellos en las piscinas de las salas de baño mientras el grupo de cantores-músicos entonaba la melodiosa CANCIÓN DEL AGUA para buscar la armonía con las entidades que evolucionan y viven en el, líquido elemento: las Nereidas y las Ondinas:
Agua mansa
Agua dulce
Que me cantas
Tus divinas melodías de cristal
Que me lavas con el beso
De tus ondas azuladas
Y me brindas la dulzura
De tu paz

Agua mansa
Don Divino
Ove me ofreces tu frescura
Mientras absorbes mi sed;
Agua dulce
Que me dejas tu energía y tu sosiego
Y te llevas mis fatigas en tropel.

Agua pura, me sumerjo en tus efluvios
Y te canto con el alma
La salmodia del amor.
Mientras tú me refrigeras y te llevas
La impureza de la carne
Y las fiebres del dolor.

Después cada uno depositaba con amorosa devoción, una semilla en la tierra para unificarse con ella, como dos buenos amigos que se dan el ósculo fraterno al encontrarse de nuevo en las infinitas vueltas, de un largo viaje.
Madre tierra, madre santa
¡Madre amada!
Que me das de la sustancia
Que elaboran tus entrañas
En el pan que me alimenta
¡Y en la flor que me recrea!

Madre tierra, que te olvidas de ti misma
Y abres huecos en tu seno
Y fecundas con tu aliento
La simiente que cobijas,
Y alimentas las raíces
¡De los árboles gigantes!

¡Madre tierra!. . . cuando nada
Ha quedado que no has hecho
Por los mismos que te hollamos
En tu grandeza callada,
Abrazas mi carne inerte,
Tus entrañas son mi tumba
Cuando me hiere la muerte,
Y a los míseros despojos
¡Ni el más amante los quiere!

Madre tierra, te bendigo!
Madre tierra, yo te canto!. . .
Cuando vivo, me alimentas y en la muerte
¡Me cobijas con tu manto!
Del hogar común recogía cada cual unas ascuas encendidas en un pebetero y en larga columna daban una vuelta en torno del edificio quemando esencias y yerbas aromáticas, mientras evocaban en un canto a coro, a las inteligencias que dominan el fuego:
Llama viva
Don Divino
Purifica las escorias
De la vida material.
Fuego santo, que calientas
Y das vida
Como el seno maternal.
Fuego santo, las esencias
Dan perfume cuando sienten
Tu rojizo resplandor,
Como esencia dan las almas,
Cuando en ardiente ascua viva,
Las purifica el dolor.

Y hecho esto, y antes de entrar en la Mansión de la Sombra, aspiraban por tres veces con gran fuerza el aire puro de la pradera y del bosque bendiciendo al Altísimo mediante un elevado pensamiento, por el magnífico don del aire gran conductor de ondas armónicas y generador de fuerzas y corrientes necesarias a la vida de los seres.
¡Hálito puro que soplas
Como una suave caricia,
Ola de esencia divina
Que todo lo purifica!,..

Airecillo gemebundo
Brisa que hueles a flores
Ola que vas y que vienes
Como un mensaje de amores!. . .

Eres el beso que deja
El Dios-Amor a sus hijos,
¡Aire puro que me besas.
Como a Dios yo te bendigo!

¡Aire miro que me alientas,
Y mi sangre purificas,
Partidor de vida, nueva,
Renovador de energías!. .

Como el agua, corno el fuego.
Como la tierra. . . eres mío.
¿Quién podrá jamás quitarme
Todo cuanto es don divino?

¡Aire puro que me traes
Vibración del Infinito.
Aire puro que me alientas,
Como a Dios yo te bendigo!

Y de pie y cada cual en su sitio, escuchaban la lectura hecha por el Kobda designado para ello, de las elecciones hechas en el Consejo de Neghadá para el desempeño de las distintas ocupaciones de cada cual.
CONSEJO DE GOBIERNO: Sisedón, Tubal, Senio, Bohindra, Zelohín, Dhabes, Ghinar, Nebo, Sabdiel y Andino.

ADMINISTRADORES: Senio y Aldis.
AUXILIARES: Abelio, Jobed e Ibrín.
CANTORES Y MÚSICOS: Bohindra, Dhabes, Zahín, Helí, Ozías, Madián, Bodín, Yataniel, Agnis y Erech.
GUARDIANES DEL ARCHIVO: Chinar y Heberi.
AUXILIARES: Suri y Acadsú.
GUARDIANES DE LA MANSIÓN DE LA SOMBRA: Areli, Onam, Jamín, Heber, Hanoc y Geuel.
INSTRUCTORES: Bohindra, Dhabes, Sisedón, Tubal y Zeohín.

Entre los demás fueron designados los que serían suplentes. Los turnos para la concentración espiritual permanente se dividirían en grupos de diez Kobdas.
Cuando la lectura terminó todos los Kobdas se inclinaron profundamente durante unos minutos con ¡o cual demostraban la aceptación de todo lo dispuesto.
El cuerpo de músicos ejecutaba una suave melodía, los guardianes del recinto quemaban los perfumes, corrían los cortinados de la oscuridad, apagaban los cirios y sentados en sus estrados de piedra tapizados con cojines de paja de trigo y tejidos de lana, en profundo silencio, elevaron su pensamiento conjunto al Infinito para unirse y confundirse con su aliento divino por medio del olvido y de sí mismos, del renunciamiento voluntario a todos los placeres de la carne, y por el más puro y desinteresado amor.
Cuando llevaban cuarenta minutos de concentración, la sala se Heno de claridad y de entre las plantas acuáticas que adornaban la inmensa pilastra, vieron surgir el doble etéreo de Abel que irradiaba de sus munos y de sus ojos fortísimas corrientes de luz y de energía en el agua de la fuente y después en dirección de 'os Kobdas que rodeaban la sala. Los sensitivos del estrado delantero entraron en el sueño hipnótico y entonces vieron el majestuoso desfile de los millares de almas errantes que desde el plano espiritual secundarían la misión redentora del Verbo de Dios, y a los que ya sumidos en la turbación estaban para encarnar en esos momentos. Entre ellas estaban los Kobdas desencarnados en los últimos tiempos y que pudieron ser reconocidos por los que juntamente con ellos habían vivido en unos u otros de los Santuarios y Refugios existentes en aquella época.
Vieron asimismo largas filas de seres vestidos con túnicas color de marfil, y otros menos numerosos de color amarillo oro con gorro y cíngulo azul zafiro.
Y los Kobdas más versados en las tradiciones e historias de pasados tiempos, comprendieron que tales seres pertenecían a Escuelas de Sabiduría, que el Verbo de Dios había creado en sus anteriores etapas terrestres como los Profetas Blancos de Anfión y los Dacthylos de Antulio. Ambas Escuelas habían existido en la desaparecida Atlántida.
Toda esta clarividencia fue rápida, empleando menos tiempo del que se tarda en escribirlo, y en verdad que fue muchísimo obtener, dada la circunstancia del cansancio material de los viajeros y del recinto que aun no estaba del todo preparado.
Era de la incumbencia de los Administradores el velar por todo lo relativo al bienestar material de los Kobdas y de la familia de Adamú, con !a cual quedó establecido un lazo tan fuerte de unión, que la caverna vino a ser como una prolongación del Santuario. Aldis fue pues, el encargado para velar más de cerca sobre los que eran sus hijos.
Senio, especie de Jefe en la administración, debía atender a las múltiples necesidades que se fueron presentando al correr del tiempo, pues pronto corrió por aquellas comarcas la noticia de que "LA PAZ" era una especie de consolatorio para todas las miserias de la vida humana, y mucho más cuando llegó a saberse que el Thidalá de la Grande Alianza de los pueblos del Nilo con los del Eufrates, se encontraba alojado permanentemente en aquella casa. Fue, pues, necesario instalar Parladores o recibidores, en las dependencias de la planta baja del edificio, mientras Karono, con una cuadrilla de picapedreros y talladores disponía las columnas necesarias para circundar el edificio de pórticos en que pudieran refugiarse las gentes que concurrían a diario en muchedumbre, resultando pequeñas las hospederías para tal concurrencia.
Pronto los Kobdas se vieron obligados a ser maestros, médicos, árbitros, administradores y consultores de aquellas poblaciones, de aquellas tribus entre las cuales no había aun una idea bien definida respecto al origen y destino del ser y mucho menos de las leyes y fuerzas que le gobiernan.
La elevación moral e intelectual de los Kobdas les dio pronto un gran ascendiente sobre aquellas multitudes, que comenzaron a mirarles como a seres extraordinarios.
Toda la antigua sabiduría del oriente no reconoce otra cuna ni otro origen que éste, y de ahí la notable semejanza en los principios fundamentales de todas las antiguas filosofías y religiones.
Zoroastro, el creador del Zend-Avesta de los persas, fue el Kobda Zahín, en otra etapa de vida terrestre, como Confucio fue la reencarnación de Dhabes, el Kobda que formó parte del Consejo de Gobierno de "LA PAZ" en los Valles del Eufrates. Todas las antiguas filosofías, son como chispazos de luz de un mismo fuego, como hilos de agua de un mismo manantial, como ramas de un mismo árbol gigantesco: la verdad eterna y única traída a !a tierra por el Espíritu de Luz, guía de esta humanidad desde los comienzos de la evolución del planeta. Asombra y maravilla esta divina corriente de luz iluminando las tinieblas de la ignorancia desde los lejanos orígenes de la humanidad, reapareciendo incesantemente en períodos de milenios y cada vez que la malicia y la ignorancia de los hombres parecían hacerla desaparecer bajo el amontonamiento inconsciente de fábulas, de leyes inicuas y de dogmas insensatos.
Cualquier ser que, como yo, se tome la tarea de escudriñar desde los orígenes de la humanidad sobre la tierra, los comienzos de su evolución espiritual, intelectual y moral, llegará ineludiblemente a la misma conclusión, sin poder salir de allí ni hacia un lado ni hacia el otro, porque es la eterna ley de armonía del universo.
Forjadas las nebulosas dé la materia cósmica al empuje formidable del pensamiento emanado por las Inteligencias Superiores, cada una de ellas toma a su cargo la evolución de los pequeños o grandes focos de vida que surgen de cada nebulosa, Y cada una de aquellas inteligencias, en la plenitud de su conciencia, no la abandona jamás, ni jamás retrocede en su cometido: la más perfecta evolución de aquellos focos de vida que formó de la materia cósmica con la formidable potencialidad de su pensamiento de amor.
Y corriendo por ese infinito camino, he querido llegar a los comienzos de la evolución del Mesías terrestre, con el fin de poder vislumbrar también los orígenes de las primeras Inteligencias, y aunque me he remontado a millones de millones de milenios, he encontrado la misma sucesión infinita de Inteligencias Superiores creando globos y mundos y sistemas que, llegados a su perfecta evolución, su materia física se disgrega en el Cosmos, y queda su materia etéreo-radiante para habitación de inteligencias más adelantadas, hasta que llegadas a su vez a ser Inteligencias Superiores, en la plenitud del Conocimiento y del Amor, se convierten en nuevos creadores de más y más nebulosas; de las que surgen nuevos focos de vida para habitación de nuevas humanidades.
Cuarenta años he corrido en el espacio en estas investigaciones y no he podido llegar al fin, sencillamente porque no tiene fin.
¿Cómo encontrar en esta infinita inmensidad, las primeras Inteligencias Superiores para averiguar su origen, sí aunque corra siglos y siglos en el espacio, veré la misma interminable, cadena?
Un viajero eterno que había corrido más yo, me hizo llegar su pensamiento, el cual detuvo mi búsqueda febril y ansiosa:
"La Energía Divina era desde toda la eternidad. Sus vibraciones emanaron chispas constantemente. Esas chispas de la Energía Divina energía son, y después de prolongadas épocas adquieren el poder de crear manifestaciones de vida, rudimentarias al principio, y más perfecta después recorriendo la escala de todas ¡as formas de vida que conocemos, desde el mineral al vegetal, del vegetal al animal y del animal al hombre.
"¿Qué principio quieres encontrar a lo que es ÚNICO PRINCIPIO de todas las cosas?”
Comprendí este pensamiento de otro peregrino del espacio como yo y detuve mi marcha agitada y febril.
Entonces busqué en el plano físico, un ser de buena voluntad alejado de las turbulencias de la vida humana, que me prestara su concurso para brindar a la humanidad terrestre de esta hora, el fruto de mis pequeñas investigaciones y de lo poco que mi mente ha sido capaz de comprender, en la infinita e inconmensurable grandeza de la Divina Energía Creadora que llamamos Dios.
De todo esto se sigue que es verdaderamente lastimoso el papel que desempeñamos los humanos cuando enlodamos la pluma y lanzamos al viento, como saetas envenenadas, nuestros pensamientos en pugna entre los seguidores de Moisés y los de Jesús por ejemplo, o los de Jesús y los de Chrisna, o los de Moisés y los de Bhuda o los de Antulio y los de Abel y llevamos la defensa ardiente hasta el extremo de que los unos se ceban enfurecidos en el dolor de los otros, persiguiéndose como fieras, hasta llegar al odio en todas sus más feroces manifestaciones.
¿Hay acaso, inconsciencia mayor que la que demuestran con su odio de siglos, los mosaístas contra los cristianos, o sea los seguidores de Moisés y los de Jesús?
¿Se puede dar un papel más triste y desairado que el que desempeña un historiador que niega grandeza a Jesús alegando que Bhuda trajo antes que él la misma filosofía, siendo así que Bhuda y Jesús son el mismo espíritu?
Debemos, pues, llegar a la conclusión de que la misma armonía que vemos en la evolución material de los mundos, se sigue ineludiblemente en la evolución moral y espiritual de las humanidades, bajo la égida luminosa y sabia de la Inteligencia Superior que la guía hacia su más elevado destino.
Queramos o no queramos los habitantes de la tierra, mientras peregrinemos por los globos habitables de este sistema planetario, estaremos envueltos en el aura radiante de luz y de amor del Guía Espiritual de este planeta, Mesías o Verbo de Dios, fiel mensajero e intérprete de su ley soberana.
¿Qué papel desempeñan los que niegan sus personalidades humanas, los que le odian, y los que niegan su intervención en la evolución de la tierra?
Exactamente el mismo papel que desempeñaría una hormiga si ésta fuera capaz de sublevarse en contra de la luz del sol que la alumbra y hace fructificar el grano y la hierba que la alimenta.
Los Kobdas tuvieron que luchar en su nuevo campo de acción con los restos más atrasados y bajos de una raza que pugnaba por no desaparecer de la tierra, personificada en los últimos tiempos de la prehistoria, por los Gomerianos en el continente asiático, de los cuales fueron una prolongación los bárbaros y crueles Asirios; como los seguidores de Anfión y de Antulio habían luchado con la barbarie de las hordas salvajes lemurianas, de donde surgieron los Aztecas en el ocaso atlante, origen en parte, de las tribus guerreras de América. Asirios y Aztecas son hermanos gemelos, y por donde ellos pasaron no se vio más que sangre y devastación.
Y ocurría a veces, que los hijos de los caudillos de la alianza, tomaban mujeres de entre los gomerianos, no como esposas, sino como concubinas, ya que entonces la costumbre así lo permitía; pero tenían ellas tan malas artes y eran de natural tan malvado, que casi siempre se enseñoreaban del corazón del hombre, que acababa por arrojar de su casa a la esposa, para dar su lugar a una de estas mujeres aleccionadas por sus sátrapas, verdaderos maestros en las malas artes de la Magia Negra, en lo que tiene de más repugnante y delictuoso.
De vez en cuando aparecían arqueros de la guardia muertos y despedazados en tal forma, que ni las fieras los hubieran descuartizado de semejante manera, y era porque habían intervenido en defensa del más débil y en defensa de la justicia, según era la consigna.
El Consejo de Gobierno de "LA PAZ" llamó a los ochenta caudillos para tratar de poner remedio a los desmanes que tan frecuentemente causaban víctimas y desastrosas venganzas en aquellas comarcas. Entonces pudo verse que las tribus afiliadas a la Alianza y que .reconocían como Jefe Supremo al Thidalá del Nilo, no eran ya ochenta sino ciento cuarenta, pues se habían sumado otras de la vasta Anatolia y hasta del país de Manph, o sea toda la vasta región encerrada entre la cadena de montañas que bajando desde Ararat, circunda todo el valle formado por el Eufrates y el Hildekel.
Y cumplidas las dos lunas del plazo para la magna asamblea, se encontraron bajo los pórticos de "LA PAZ" ciento cuarenta caudillos, acompañado cada uno por sus hombres más destacados y fieles. Todo el bosque que rodeaba el edificio se vio lleno de tiendas, de elefantes, de dromedarios, camellos y asnos.
Aquello era un espectáculo grandioso y original a la vez.
Las tiendas de vistosos colores entre el verde follaje de los cedros, los robles, los cerezos y las viñas, rivalizaban en suntuosidad pues cada príncipe de tribu aspiraba a deslumbrar a los demás con la riqueza fastuosa de su morada, de sus vestiduras y de su servidumbre.
Traían hermosos dones de amistad para el gran Rey de Naciones a quien muchos de ellos no conocían.
Del simbólico cordero de Numú, habían hecho ellos una especie de Dios tutelar, y juzgando complacer en alto grado al Thidalá los del país de Manph (Armenia), ricos en oro de Havilá, le traían come don de alianza un hermoso cordero de oro con los ojos formados por dos grandes topacios y parado sobre una plataforma de ónix, vasos de plata, jarrones de cobre y de finas piedras pulimentadas, inmensas placas de oro y ónix, o granito rosa y azul, donde el simbólico Cordero de Numú aparecía en todos los tamaños y en todas las formas. Mantos de púrpura con el Cordero estampado en plata, inmensas mantas de pieles de oso negro, con el corderillo hecho en piel blanca y estampado sobre el fondo negro; y hasta una hermosa lira de ámbar y de oro, en que aparecía el Cordero de Numú echado en el puente superior de las cuerdas.
Era de ver el contraste que formaban aquellos príncipes ataviados de vistosos colores, cargados de oropeles, de corales, de mantos de plumas rojas, azules, amarillas; con la sencilla túnica azulada del Rey de Naciones que les esperaba sentado en el estrado de piedra de la hospedería, entre Sisedón y Tubal que le acompañaban, sin más signo de su grandeza que el anillo del viejo Chalit, símbolo sagrado que para ellos encerraba la gran autoridad que había heredado de su antecesor.
El asombro de los Kobdas fue grande, cuando vieron toda aquella esplendidez de dones y de ofrendas, y cuando el más anciano de los príncipes se acercó el primero a cumplimentar a Bohindra, éste se levantó prontamente y antes de que el anciano se inclinase ante él, le tendió los brazos y lo estrechó tiernamente sobre su corazón. Era el único de los amigos del antiguo Chalit que vivía aun, y el más evolucionado espiritualmente de todos aquellos jefes de tribus. Detrás de él venía toda envuelta en un amplio manto de lino blanco, una hija suya adolescente de catorce años.
—Esta es la ofrenda que os presento —le dijo el anciano levantando el velo que le cubría el rostro.
— ¡Sadia. . . mi Sadia! —exclamó entre feliz y aterrado extendiendo sus manos hacia la hermosa aparición. Un extraño temblor le acometió hasta el punto de que Sisedón y Tubal tuvieron que hacerlo sentar nuevamente, pues parecía próximo a perder el conocimiento.
El anciano príncipe, que no había comprendido la exclamación de Bohindra creyó que le había disgustado la presencia de su hija y le cubrió de nuevo con el manto blanco, pero Sisedón se apresuró a explicarle que el Thidalá había encontrado gran semejanza entre su hija y la esposa amada, perdida hacía ya años, con lo cual el viejo príncipe se tranquilizó.
La niña fue sentada en una inmensa piel a los pies de Bohindra, siempre cubierta con su manto de lino.
Y continuó el desfile de los demás jefes, hasta los ciento cuarenta que habían venido.
La riqueza de las ofrendas sobrepasaba a cuanto hubieran podido pensar los Kobdas, pero la ofrenda del anciano del país de Galaad, en las orillas del Descensor, sobrepasaba el límite de lo que hubiesen soñado.

ADA DE MUSUR

Cuando la recepción terminó, quedando para el siguiente día el empezar a tratar los asuntos que habían motivado aquella reunión, Bohindra pidió al anciano que se quedara, pues deseaba hablarle de la inesperada ofrenda que le había presentado.
En la entrevista privada, supo que el anciano tenía su dominio en el hermoso país de Galaad, que atraviesa el Río Hondo o Descensor (Jordán) cuya capital, Musur, se hallaba más o menos en el sitio donde muchos siglos después se fundó la ciudad de Jericó, entre los almendros y los rosales, entre los nardos y los lirios.
Tenía él una sola esposa y doce siervas, en las cuales había tenido unos veintiocho hijos. Pero la niña que traía como presente al Thidalá, era la hija única de la esposa.
—Estoy encantado de vuestra ofrenda —decía Bohindra—, porque vuestra hija es el vivo retrato de mi esposa, arrebatada de mi lado por el egoísmo humano cuando ambos éramos casi adolescentes y fallecida en mi ausencia sin que yo volviera a verla sobre la tierra. Desde entonces no volví a amar a ninguna mujer y le he guardado un culto reverente en el fondo de mi corazón.
La niña permanecía inmóvil, como una estatua bajo su blanco manto de lino.
— ¿La aceptáis? —preguntó el anciano, como temeroso de que su ofrenda no fuera digna de la grandeza de tal personaje, al cual obedecían todas las vastas regiones desde las montañas de Manph (Armenia) hasta el valle del Nilo. Y al hacer tal pregunta, levantó de nuevo el velo que cubría el rostro de su hija, y Bohindra vio los dulces ojos de color topacio, vueltos hacia el y llenos de lágrimas, como inundados de suprema angustia; y fuera de sí cayó de rodillas junto a ella que permanecía sentada en el suelo, y besando respetuosamente su cabeza coronada de hermosos bucles rubios sujetos con una redecilla de plata, le dijo casi en un delirio febril:
— ¡Tú eres Sadia!. . . ¡dime que eres Sadia!. . .
La niña cayó en sueño hipnótico, recostada su cabeza sobre el pecho de Bohindra, con grande angustia de su padre que la creyó muerta.
Pero un momento después se desprendió su doble etéreo, visto solamente por los Kobdas, y Bohindra entonces pudo apreciar las pequeñas diferencias que había entre Sadia de su juventud y Sadia del momento actual. Su blanca tez, sus dorados cabellos y sus ojos claros le daban una gran semejanza en cuanto al físico. Y si a esto se añadía la irradiación, el aura propia del ser y sus modalidades, la semejanza pasaba a ser casi perfecta.
—Si, soy Sadia, tu Sadia de aquella hora —dijo la niña— que te amó siendo pastor y que te ama siendo rey.
El doble etéreo se esfumó y la niña abrió los ojos como sí volviera a la vida.
— ¿Que tienes, hija mía? —Le decía su padre—- ¿te disgusta que te haya traído al Thidalá? ¿Acaso podías esperar honra mayor que la de ser su sierva?
La niña callaba. Y Bohindra callaba también. Se veía sometido a una durísima prueba.
Era un Kobda y aunque ninguna ley le impedía tomar esposa, él tenía pensado permanecer en el Santuario hasta el fin de sus días, dejando la pesada herencia del viejo Chalit a cargo de sus hermanos de Neghadá.
Tubal, que tanto lo comprendía, puso una de sus manos sobre el joven Kobda arrodillado todavía junto a la niña y entonces Bohindra estallando en un hondo gemido, se abrazó de su hermano que le doblaba en edad, mientras Sisedón, interviniendo, le dijo:
—Tened calma y serenidad, que el Altísimo es quién abre los caminos de los hombres y los conduce por ellos a medida de sus designios y de su voluntad. No podéis rechazar la ofrenda, porque sería demasiado agravio para el más respetable de vuestros aliados.
Serenaos, y cuando él se haya retirado pensaremos lo que debéis hacer.
Y explicó al anciano, de la mejor manera que pudo, la impresión de Bohindra al ver a su hermosa hija.
—Os ruego que la llevéis a vuestra tienda, hasta que se disponga lo necesario para la entrega solemne de vuestra hija al Thidalá —añadió Sisedón.
—Según mi ley —contestó el viejo príncipe— una vez que ha sido besada por el rey no puede ella salir de su presencia.
Esto complicaba la situación, pero Sisedón y Tubal, que aparecían como los consejeros del Chalit, no se turbaron, y Tubal dijo con gran serenidad,
—Si es así, no se hable más. Queda bajo el amparo del Thidalá.
—Hoy mismo, cuando se levante la luna llena en el cenit, vendré a conducirla a la cámara del rey —dijo solemnemente el anciano, entregando un hermoso cofre de roble con incrustaciones de plata, donde estaba encerrada la dote que daba a su hija, consistente en una buenacantidad de oro y piedras preciosas de gran valor; a más, un rico manto de púrpura recamado de lotos de plata y de finísimas perlas:
Y haciendo una gran reverencia salió del recinto y se dirigió a su tienda.
Faltaban pocas horas para que volviera para la ceremonia ya anunciada, y Sisedón reunió el Consejo para deliberar juntamente con Bohindra lo que convendría hacer en tal precipitación.
Y algunos fueron de parecer de hacer venir a la anciana Diba y a Nubia para que, pasada la ceremonia, y muy secretamente, se llevasen a la joven Ada, que así era su nombre, hasta que se construyese una habitación independiente para Bohindra y su esposa, pues teniendo en cuenta el ser que era aquella joven criatura, no podía ponerse en duda el designio superior respecto de lo que había de resolverse1.
Y Bohindra, como abismado en un mar de pensamientos, decía en voz baja:
-—Continúa siendo mi vida una cadena de sueños trágicos y de sueños felices. ¡Bendito sea el Altísimo!
Ghinar, que así llamaban al Kobda que había sido rey y que tuvo en su vida una circunstancia semejante, fue quien más presión hizo en el ánimo de todos para aceptar el nuevo estado de cosas que inesperadamente surgía y en una brillante disertación, recordó los años de su juventud cuando al igual que Bohindra se vio obligado a tomar esposa.
—"¿En qué está la grandeza mayor de un espíritu —decía— sino en servir de instrumento del Amor Eterno que alienta en todas las cosas y en todos los seres? Si yo me hubiera negado absolutamente en aquella .ocasión, toda una comarca que hoy es campo fértil para la siembra de la buena simiente traída por el Verbo de Dios, hubiera sido posesión de las salvajes hordas gomerianas, que habrían implantado sus bárbaras costumbres obligando a la esclavitud a los pacíficos moradores, o a emigrar a lejanos países.
"Cuando un ser está en el camino justo de las leyes divinas y un acontecimiento inesperado como éste, sale a su encuentro, es señal cierta de que fue procurado y realizado por el impulso de una o muchas Inteligencias Superiores con un fin también superior. Y en el caso presente mucho más, ya que el espíritu que anima ese cuerpo, es uno de nosotros mismos, dos veces Kobda, madre del Verbo en su encarnación de Antulio, descubridor de la energía radiante que emanan las plantas y el agua y las notas musicales cuando fue el Kobda Jedín hace tres siglos. ¿Cómo, pues podríamos rechazarle de nuestro lado por el egoísta y mezquino pensamiento de que un Kobda no abrigue en su corazón un amor humano? ¿Acaso no debemos al amor nuestra evolución y nuestra vida?
"La amplitud y elevación de mirajes, marcó siempre la ruta espiritual de los Kobdas y el confiado abandono a la Voluntad Divina les hizo grandes y fuertes."
Más o menos todos los del Consejo de Gobierno pensaban igual y el discurso de Ghinar acabó de inclinar sus voluntades en tal sentido, pero para resolver definitivamente el asunto, fueron de opinión que Bohindra hablase privadamente con Ada, que estaba sentada en un ángulo de la hospedería, inmóvil y cubierta con su manto de lino blanco. Había estado presente en las deliberaciones del Consejo, aunque sin comprender nada de lo que se había hablado.
Bohindra se acercó a la niña y levantó el velo que la cubría.
— ¿Por qué lloráis? —le dijo en la lengua que ella hablaba, y viendo su rostro bañado de lágrimas.
—Porque vos no me queréis para vuestra sierva y comprendo que he venido a causar una sorpresa entre vosotros. ¿Será acaso que vuestra esposa no quiere siervas extranjeras para su rey?
—Cálmate, Ada —le dijo Bohindra con dulzura— que ni yo tengo esposa, ni estás aquí fuera de lugar. Estás en tu casa, en la casa del Thidalá jefe de la Alianza de estos pueblos. Las deliberaciones que has presenciado no significan un desagrado sino una resolución, porque nosotros no tenemos esposas y yo había pensado no tomarla jamás.
— ¿Y vuestras siervas, dónde están? —preguntó extrañada la niña.
—No tenemos siervas. Vivimos solitarios, consagrados al estudio, al trabajo y al bien de la humanidad. ¿No te sentirás mal a mi lado, sin los atractivos a que estás habituada, sin compañeras de tu edad y de tus alegrías? ¡Eres tan niña! —decía Bohindra arreglándole los "bucles dorados que el peso del blanco manto le desordenaba.
—Si vos me amáis, olvidaré todo por vos, mi señor —dijo la niña con voz tímida y haciendo el movimiento de arrojarse a sus pies.
Bohindra la tomó de las manos para hacerla permanecer sentada.
—No me digáis mi señor —le dijo— que no sois una sierva, ni os arrojéis a mis pies, porque entre los Kobdas no aceptamos servidumbre ninguna,
Y Bohindra pensaba en su primera juventud, cuando de la mano con Sadia, siendo él pastor, recorrían las praderas y las montañas buscando flores y nidos, y cuando él, a causa de su extrema pobreza, había hecho la misma pregunta de ahora:
—"¿No te sentirás mal a mi lado, sin los atractivos a que estás habituada, sin compañeras de tu edad y de tus alegrías?" Y había oído la misma respuesta:
—"Si vos me amáis olvidaré todo por vos, mi pastor."
Y la exteriorización del aura dulce y amorosa de Sadia envolvía el rostro y el cuerpo de Ada en tal forma, que Bohindra, cuya tragedia de amor abriera tan honda herida en su corazón el día de ayer, sintió como una suave mano que la curaba, y tomando la blanca y pequeña manecita de Ada la acercó a sus labios con amor reverente y tiernísimo y así tomada de la mano, la condujo hacia donde estaba el Consejo.
— ¿Estáis decidido? —le preguntaron.
—Sí, porque estoy plenamente convencido de que es aquella.,.
—Entonces, no hay tiempo que perder —dijo Sisedón— porque dentro de breves horas tendremos aquí a su padre. Dejemos a las Kobdas tranquilas allá, que sería llevar una alarma inútil a la caverna a esta hora. Mañana veremos.
—Y ¿qué hemos de hacer entonces, con ella? —preguntó uno de los Kobdas.
-Que acudan los Kobdas jóvenes a arreglar la hospedería de mujeres en forma conveniente y allí se realizará la ceremonia de la entrega de la hija por su padre al Thidalá. Estando resueltos los esponsales no hay nada que hacer. Desde mañana se empezará a disponer la nueva morada para el Chalit.
Esto tenía que llegar de un momento a otro, porque los caminos de Bohindra estaban ya diseñados desde que se realizó la transmigración de su espíritu.
Enseguida se efectuó la transformación de la inmensa hospedería de mujeres en cámara real, para que nada chocara a la vista del viejo príncipe y de los caudillos, sus compañeros, ya que todos debían concurrir a la original ceremonia, que tomó mayores contornos cuando el Thidalá les envió a decir que no la tomaría como sierva sino como única esposa, pues su ley prohibía absolutamente las esposas múltiples, las concubinas y las siervas.
El anciano caudillo cuyo nombre era Jebuz cayó al suelo de rodillas adorando al Dios que enciende el sol y las estrellas y que en sueños le había dicho: "lleva al Rey de Naciones a tu hija porque sus vidas fueron unidas por los siglos de los siglos".
"Y tú, mi amada Zida, que ya en edad madura concebiste esta niña, un don era de lo alto para ti, que despreciada por mis siervas, llorabas por no haber sido madre, ahora lo eres de la más grande reina de estos países."
Esta exclamación del anciano enviada a la distancia a su esposa ausente allá entre los vergeles de su país, la escucharon Jobed e Ibrín que, como encargados de las cosas exteriores habían sido enviados con el mensaje.
Jebuz y Zida, afiliados ya a la alianza del gran espíritu Guía, desde los lejanos siglos de Anfión y de Antulio, debían seguirle a través de todas sus heroicas etapas terrestres, hasta que en la de Jesús de Nazareth escucharon desde muy cerca su enseñanza , el uno en la personalidad de Bernabé, el misionero de Antioquía, y la otra una mujer griega, aya de la gran enamorada del Nazareno, María de Mágdalo, junto a la cual comprendió Elhida los prodigios que obra el Amor cuando es inspirado por un gran Ser en el cual se encuentran reunidas las más bellas y tiernas manifestaciones humanas y las más radiantes expresiones de la Divinidad.
—Decid al Thidalá —dijo el anciano a los mensajeros— que dentro de una hora, cuando esté la luna en el cenit, estaré a la puerta de su morada con todos mis amigos.

LA REINA KOBDA

Bohindra no quiso quitarse la túnica azulada, y sólo aceptó que le vistieran encima de ella el Ophed blanco del Chalit del Nilo y el amplio manto púrpura de Eubea (Ática) que usaron los Kobdas-reyes, debido a que la púrpura de dicho país era rojo violeta y no escarlata vivo como los demás.
Y de todas las coronas, tiaras y diademas del viejo Chalit, que hasta entonces nunca había usado, eligió una pequeña diadema de lotos blancos de nácar entre un delicado follaje entretejido de esmeraldas; la cual sujetaba a su cabeza el inmenso manto violeta de los Kobdas-reyes.
Los Kobdas esperaban en dos grandes filas, en el pórtico delantero, la llegada de los príncipes de la alianza y cuando aparecieron saliendo del bosque con sus antorchas encendidas y sus vistosos atavíos de los más vivos colores. Ada, siempre bajo su blanco manto de lino salió al encuentro de su padre, que avanzaba en primera fila.
Bohindra les esperaba en la Cámara Real improvisada, sentado entre el Consejo de Gobierno, hacia donde llegó Jebuz con su hija de la mano entre las dos filas de Kobdas que le acompañaban.
Y quitando el manto blanco que cubría a Ada, dejó al descubierto la hermosa figura de la niña vestida con túnica de lino y plata y prendido de los hombros el manto de púrpura regalo de su padre.
Más hermoso aún era el velo dorado de su cabellos sueltos cayendo a la espalda en ondulados rizos, dejando libre su frente juvenil para recibir la corona del rey, su espeso.
—En presencia del Dios que enciende el sol y las estrellas, os entrego mi hija como esposa, Thidalá Rey de Naciones, y declaro que no hay más dueño y señor de ella que tú solo.
—Como un don de Dios recibo a vuestra hija para que sea mi única esposa, Príncipe Jebuz, y renuncio ante vos y nuestros aliados y mis hermanos aquí presentes, a los derechos brutales que significan las palabras de señor y de dueño, para aceptar solamente las de esposo, compañero y amigo fiel —contestó Bohindra con profunda emoción, tomando la diestra de Ada y subiéndola al estrado en que estaba sentado.
Todos los caudillos prorrumpieron en una exclamación de júbilo y de gloria levantando en alto sus antorchas encendidas.
Era el momento solemne. Sisedón alargó a Bohindra la diadema de oro y perlas con el velo blanco de las reinas Kobdas, y él la colocó sobre la rubia cabeza de Ada. Una lluvia menuda de pétalos de flores cayó sobre ellos y una estruendosa sintonía triunfal resonó en los pórticos del edificio, música selvática, puedo decir, algo así como tempestuoso concierte del viento entre la selva y del huracán entre las olas.
Desde luego se adivinaba que no eran las melodías Kobdas, sino la turbulenta armonía de los festines y de las victorias, acostumbrados por aquellas tribus en sus grandes acontecimientos.
Después siguió la ceremonia de beber el jugo de la vid en el mismo vaso los esposos y los padres de ellos. Y como Bohindra no tenía los suyos, fueron Sisedón y Tubal quienes bebieron en reemplazo de aquellos. Y cada uno de los príncipes de la Alianza bebió en el mismo vaso con uno de los Kobdas en representación del Thidalá, pues no era posible que él bebiera con todos.
Era el gran símbolo de una alianza y una paz inquebrantable.
La pequeña Reina Ada recibió el último beso de su padre que se retiró seguido de sus aliados y amigos.
Entonces los Kobdas jóvenes rodearon a Bohindra, a quien tanto amaban y su primera pregunta fue ésta:
— ¿Seréis capaz de amarnos como antes, en medio de vuestra felicidad?
—Si yo no fuera capaz de ser más Kobda que Rey, el Altísimo no me hubiera enviado este don —contestó Bohindra aludiendo a su joven esposa. Y si el Consejo de Gobierno lo permite, continuaré en mi puesto de Kobda como hasta ahora, pues el amor en ésta hora, no será turbador de mi mente, sino una melodía nueva que escuchará mi espíritu en el éxtasis sublime de la unión con Dios.
— ¡Kobda en el poder, Kobda en el dolor, Kobda en la soledad, Kobda en el amor!. . . —exclamó entusiasmado Tubal.
—He ahí — dijo Sisedón— a lo que llega un espíritu iluminado con la claridad divina y consciente de su deber.
— ¡Qué el Altísimo bendiga al Kobda-Rey! —gritó Senio con toda la fuerza de sus viejos pulmones.
— ¡Que los lauros y palmas de esta última victoria no se marchiten jamás! —añadió Chinar el Kobda que había sido rey.
Aldis se abrió paso por entre todos porque acababa de llegar de la cabaña trayendo a Abel en brazos. En pos de él venía toda la familia.
—Nada mejor os puedo traer como regalo de boda —dijo dejando al pequeño sobre las rodillas de Bohindra, que le abrazó entusiasmado de aquel chispazo de luz y de gloria que venía inesperadamente a poner el broche de oro al feliz acontecimiento.
— ¿Es vuestro hijo? —le preguntó Ada acariciando al hermoso niño.
—No, querida mía, es un nietecito, hijo del hijo de mi primera esposa que falleció hace muchos años. Aquí vienen sus padres —añadió viendo que llegaban Adamú y Evana, la cual abrazó tiernamente a Bohindra, diciéndole llena de alegría:
— ¡Cómo, padre mío! ¿Habéis tomado una esposa más pequeña que yo?
—Yo no la elegí, sino que Dios me la mandó —le contestó Bohindra.
Cuando el intercambio de impresiones y de alegrías iba calmando, sintieron unos pasos por la amplia sala, como dados con zapatos de hierro. Volvieron toda la vista y vieron a Madina que con pasos solemnes se acercaba también.
— ¡Ah Madina! ¡Madina! Tú no podías faltar a esta cita de compañerismo y de amor —exclamó Bohindra, dejándose lamer las manos con el inteligente y noble animal. Mientras las hijitas de Shiva se sentaban plácidamente a los pies de Ada que estaba encantada de todo cuanto veía. Y mientras Bohindra recibía y emanaba inmensas ondas de amor, que en luminosas corrientes parecía derramarse de alma en alma, de corazón a corazón, Sisedón reunió apresuradamente el Consejo en la Sala del Archivo, para deliberar lo que convenía hacer con el Kobda Rey a quien los acontecimientos habían obligado a tomar esposa.
El Patriarca Dhabes y Tubal fueron quienes primero emitieron sus opiniones en el sentido de no dejar a Bohindra salir de la Casa de Numú, de la cual debía seguir formando parte, según el deseo manifestado por él mismo.
Apoyando esta opinión. Senio y Aldis propusieron disponer las bóvedas del ángulo que quedaba justamente encima de la hospedería de mujeres, para habitación del Chalit.
—No somos sino noventa Kobdas —dijo Ghinar— y hay doscientas cuarenta bóvedas, más de la mitad vacías por ahora. Creo, pues, que lo que habéis pensado es lo justo, hasta que haya el tiempo necesario para disponer otra cosa.
Llamemos a Abirón que está en su tienda a la entrada del bosque, con su cuadrilla de jornaleros, para que quiten las mamparas de cedro que dividen una bóveda de otra en forma que de doce de ellas se hagan tres grandes salas: Cámara, Refeccionero y Recibidor.
Esta opinión emitida por Senio, fue aceptada y Audino y Nebo, que eran los más jóvenes del Consejo, fueron hacia la tienda de Abirón, mientras los demás continuaban las deliberaciones.
Sisedón tomó la palabra:
—En presencia del Altísimo, cuyo aliento soberano nos envuelve en todos los instantes de la vida, y unido con mi pensamiento al Espíritu de Luz que nos guía, declaro ante vosotros que depongo el nombre y la autoridad que me habéis dado para gobernar esta santa morada, porque creo llegado el momento de que el Kobda-Rey sea aquella primera autoridad, toda vez que esta casa ha sido levantada precisamente para facilitar su gobierno sobre los vastos pueblos de la Alianza.
—-Vuestro noble desinterés, y vuestro elevadísimo concepto de las cosas y de los acontecimientos —dijo Tubal— nos confirma más y más que habéis bebido ampliamente la ley de los Kobdas, y que habéis sido un sabio piloto en la nave de Numú. Por vuestra edad avanzada más que todo, y los motivos que enunciáis también, creo que vuestra decisión llena de grandezas, merece ser aceptada.
Después do un cambio rápido de ideas, todos estuvieron de acuerdo en que desde ese momento Bohindra sería el Patriarca de "La Paz", como era ya el Chalit del Nilo, el Thidalá que reinaba sobre las vastas regiones del Nilo y del Eufrates hasta la cadena de montañas del país de Manph.
Dejarían al nuevo Patriarca la libertad de elegirse él mismo su Consejo.
Y con la resolución tomada ya, bajaron a la Cámara improvisada donde Bohindra había organizado un concierto, entre todos sus discípulos dirigidos por él, que con la lira de ámbar, ofrenda de uno de los príncipes aliados, realizaba maravillas de armonía, desbordamientos de notas, de arpegios, de trinos suavísimos, que eran escuchados en el más profundo silencio, pues parecía suspender todas las almas del hilo mágico de aquella inmensa melodía, sobrecargada de vibraciones de amor. Las dos mujeres Kobdas, con Evana y Shiva formaban un grupo en torno de la pequeña Reina, que se dejaba sumergir suave-mente en aquella atmósfera sutil y casi divina que nunca había sentido. Y mirando con sus grandes ojos claros a Bohindra transfigurado por la inspiración, rodeado de sus discípulos que lo acompañaban tan admirablemente, preguntó en voz baja a la anciana Diba que estaba a su lado:
—Vuestro Rey ¿será acaso el dios que llaman Orfeo los extranjeros de la lejana costa del mar?
—No, hija mía —le contestó la anciana— no hay más Dios que el Altísimo que enciende el sol y las estrellas, como dice tu religión y la mía, y nuestro Rey es un hombre que ha padecido y amado mucho, que es como un vaso lleno de amor, y es el amor que hay en él lo que le hace asemejarse a Dios.
Los del Consejo hablaron privadamente a los jóvenes Kobdas para aleccionarles en la forma de hacer allí mismo la proclamación del Chalit, como PATRIARCA de la Casa de Numú en las orillas del Eufrates.
Y después Aldis, tomando a Abel aparte le habló al oído y le retuvo junto a sí hasta que terminó la sinfonía.
Aldis puso al niño sobre la gran mesa de piedra, y el dijo con su dulce vocecita, como una armonía divina y sin entender él mismo lo que decía:
—El Verbo de Dios te anuncia que eres el Padre de "La Paz".
— ¡Bendición de Dios para el Patriarca-Rey! —dijo en alta voz Sisedón.
— ¡Bendición de Dios! —exclamaron todos a una sola voz.
Bohindra dejó caer la lira sobre sus rodillas, conmovido por una profunda emoción que llenó sus ojos de lágrimas. Tubal y Sisedón se le acercaron al momento para decirle:
—No rechacéis la voluntad de Dios, que hemos querido que os fuera manifestada por Abel. Lo habíamos decidido en Consejo, conforme a la ley.
—Sea como lo habéis querido —dijo— pero con mi autoridad de Chalit y de Patriarca resuelvo que el Consejo continúe tal como estaba, y nombro Audumblas a mis hermanos Sisedón y Tubal.
Un nuevo aplauso, un nuevo hosanna resonó en la vasta sala, aceptando la primera orden del nuevo Patriarca.
-—Y constituyo a Diba, Evana, Nubia y Shiva. compañía de honor para la Reina, y a todos los jóvenes Kobdas que me rodean, príncipes de mi corte, de instructores y misioneros para la educación de estos pueblos, en forma que cada uno de ellos sea el que se entienda de inmediato con cada uno de los Príncipes de la Alianza.
Al Consejo de los Ancianos fue a quien le correspondió aplaudir esta vez, mientras los jóvenes se miraban azorados, los unos a los otros.
Cada uno decía en sus miradas asombradas y silenciosas: — ¿Yo soy un príncipe, instructor y misionero? Abel se acercó a Bohindra para decirle muy bajito: —Y yo ¿qué soy?
— ¡Ah, querido mío! —Exclamó Bohindra levantándolo en sus brazos — tú eres la luz del mundo y felices los que te sigamos porque no andaremos en las tinieblas.
Así terminó aquel día inolvidable por mucho tiempo para aquellas comarcas, pues él marcó una nueva era a todas las colectividades humanas en medio de las cuales se haría sentir poco tiempo después, la voz del Verbo de Dios como un canto divino de Amor Eterno hacia la humanidad de este planeta.
LA GRAN ALIANZA

Al día siguiente se reunieron todos los jefes de tribus y todos los Kobdas, ya que todos debían participar en el gobierno de aquellos pueblos. Cada tribu o agrupación de tribus tendría en adelante un Kobda que entendiese directamente en sus asuntos ante el Consejo Superior del Thidalá o Chalit, y tendría más que todo a su cuidado el progreso espiritual de sus representados. Fue, pues, una especie de ministro-sacerdote que durante las diez primeras veintenas de años dio magníficos resultados hasta que, dominados por el egoísmo personal, fueron cediendo al fanatismo de los pueblos y a la prepotencia de los Caudillos que luchaban por la satisfacción de sus instintos groseros y de sus bajas pasiones.
En aquella magna asamblea presidida por el Thidalá y su joven compañera, se tomaron las siguientes resoluciones, que tendrían fuerza de ley para todos los pueblos de la Alianza:

primera: Nadie podría comprar ni vender a ningún ser humano, y los que tenían esclavos debían cambiar su triste situación por la de servidores, mediante un salario convenido.
segunda: Ningún príncipe o caudillo, ningún jefe de familia, ni aún el mismo Thidalá, podía condenar a la muerte ni a torturas o penas corporales a ningún ser humano por grandes que fueran sus delitos, sin antes procurar durante veinte lunas su arrepentimiento y regeneración.
tercera: Teniendo en cuenta que los largos años de paz que llevaban desde el reinado del antiguo Chalit, habían nivelado la población femenina y masculina; desaparecía la necesidad de que cada hombre tuviera varias mujeres y por tanto, se establecía para la generación de esa hora y las futuras, el formar familia con una sola mujer, salvo el caso de esterilidad, en el cual el hombre podría tomar otra esposa, sin repudiar la primera.
cuarta: Cada jefe de familia o de tribu debía procurar el matrimonio de sus hijos y servidores en ¡a primera juventud, dejándoles en libertad de elegirse compañera.
quinta: Ningún príncipe o caudillo o jefe de familias, podía permitir que hubiese mendigos hambrientos en sus dominios, y para evitarlo, se formarían graneros públicos donde cada cual depositaría un tanto de su recolección anual, según su monto, para subvenir a las necesidades materiales de los ancianos y enfermos sin familia y sin recursos.
sexta: Cuando un caudillo viere que sus tierras no bastaban a las necesidades de una numerosa población, debía dar aviso al Chalit o Thidalá de la Alianza para que éste, en convenio con los caudillos vecinos que tuvieran tierras despobladas, permitiera usufructuarlas a los que estaban desposeídos de ellas.
séptima: Y finalmente cada príncipe o caudillo haría saber a todos sus súbditos que no se permitía la adoración a un ser o cosa ninguna visible, porque sólo el Altísimo, el Invisible, el Infinito, el que dio vida a todo cuanto existe, debe ser adorado por los hombres.

Aceptadas estas reformas por todos los caudillos de la Alianza, a cada uno le fue presentado el Kobda que entendería en sus asuntos, según las lenguas que cada uno de ellos dominaba, para facilitar la inteligencia mutua.
De estas reformas Surgieron progresos reales para las sociedades humanas. Y fue necesario "abrir Casas de Corrección para los delincuentes, toda vez que no se les 'podía matar apenas cometido el delito. Fue preciso abrir Hospederías para ancianos y enfermos sin familia.
Fue necesario construir un lugar apropiado para reunir al pueblo y explicar la nueva ley para juzgar sus contiendas y subvenir a sus necesidades Este lugar fue templo, escuela, tribunal y casa de gobierno. Y cada pueblo, en su lengua, le llamó a este lugar sagrado: CASA DE SABIDURÍA.
Establecidos estos principios de justicia y de misericordia de los fuertes para los débiles en todo el vasto territorio de la Alianza, ocurrió un fenómeno que amenazó con la extinción de los Kobdas; nadie concurría a la Casa de Numú pidiendo ser amparado por ella, pues habían terminado tas persecuciones individuales que llevaban a diario seres azotados por el infortunio a aquel lugar de refugio y de paz.
Pero los Kobdas, formados en !a alta escuela del inegoísmo y el desinterés más completo, decían llenos de satisfacción :
— ¿Qué importa que un día se extinga nuestra Institución, si esto es una prueba de que se acabó la maldad, entre los hombres y de que ya no hay víctimas de la injusticia humana?
Si hemos dado la paz y el amor de nuestra Casa a todos estos pueblos ¿qué importa que no se sumen nuevos contingentes a nuestras filas?
Se acercaba el momento de que cada Kobda fuera una lámpara encendida en medio de las multitudes y un raudal de agua cristalina derramándose abundante por encima de aquellos pueblos predispuestos ya, para sembrar en ellos la divina semilla.
Y como los creadores de estas leyes debían ser los primeros en llevarlas a la práctica, los Kobdas de "La Paz'" hicieron levantar cuerpos de edificios anexos al que ya existía, para llenar todas aquellas necesidades previstas en las reformas introducidas por ellos.
Y en el término de cuarenta lunas, las edificaciones se extendieron hasta el hermoso huerto aquel que Senio bautizó con el nombre de Jardín de Adamú, y que parece que hubiese tenido la visión del porvenir, pues aquel lugar fue por fin la habitación definitiva de Adamú y Evana con Abel, Shiva y sus hijitos, cuando Kaino, por iniciativa de Dhabes, fue llevado a "LA PAZ" para comenzar su educación, mientras Diba y Nubia eran instaladas al frente de la Casa-Refugio de ancianas ,y de enfermas sin recursos y sin familia.
Aquellas primeras edificaciones fueron los comienzos de la ciudad futura que después se llamó con tantos nombres cuantas eran las lenguas aglutinantes que lo pronunciaban, voces o sonidos, que vertidos por ejemplo al latín diría "PAX" y al castellano "LA PAZ".
Los unos la llamaban en su lengua Pas-chaf, otros Seh-paz, algunos Scheipa, quien Paz-tura, y quien Bor-pachal.
En las más antiguas ciudades Asirias de la Susiana, y sobre todo en Nínive y la primera Babilonia, fueron empleados en las edificaciones los enormes bloques de piedra de la ciudad Kobda, y la inmensa pilastra en cuyas aguas transparentes se reflejaba la imagen serena de Numú en la Mansión de la Sombra, fue admirada por los antiguos reyes asirios por ser labrada toda ella en un sólo pedazo de roca.
¡Qué grande es el alma humana en su interminable supervivencia!
Aquellas ciudades de piedra, aquel trozo de roca convertido en pilastra, no existen ya más, y las almas que en torno de ella mezclaron a sus aguas claras la irradiación de hondos pensamientos de adoración y de amor, viven, sufren y aman todavía!
Peregrino eterno a través de los mundos que enlazan sus irradiaciones formidables en la anchurosa inmensidad de lo infinito, el espíritu ve pasar en majestuoso desfile, ciudades muertas y ciudades nuevas, verdes praderas transformadas en mares, mares convertidos en arenosos desiertos, cadenas de montañas cuyas más altas crestas asoman por encima de las olas como los pequeños islotes de un archipiélago rocoso e inaccesible.
Y más aún: asiste como indiferente espectador lo mismo al nacimiento de un globo nuevo, que a la decrepitud y disgregación de un mundo viejo, y ella... la pequeña alma, la diminuta burbuja de la Energía Divina, continúa viviendo, sufriendo y amando.
Arduas y laboriosas fueron las deliberaciones de la magna Asamblea de los Caudillos de la Alianza, porque cada cual debía exponer sus miras, sus anhelos, sus proyectos, para el mejor gobierno de sus pueblos.
Los de la lejana Vannia, apenas divididos de los gomerianos por una cadena de montañas, pedían ser más eficazmente auxiliados, pues a través de algunos desfiladeros bajaban a veces sus hordas salvajes y robaban sus ganados matando pastores y labriegos.
El Príncipe Caudillo de los vanneces, Etchebea, había estado a punto de ser capturado por las huestes de la reina guerrera Shamúrance cuyos navíos, armados de triple fila de púas de cobre, eran inaccesibles al abordaje, y se paseaban por las aguas del Mar Eritreo del Norte como monstruos marinos dispuestos siempre a la cacería más voraz y sanguinaria. El mayor peligro partía de allí para los pacíficos moradores de las praderas del Eufrates, y ya pasaban de cincuenta los arqueros guardianes que Etchebea había perdido sin que se tuviera noticia ni rastros de ellos. Suponían que habrían sido sacrificados a su dios en el santuario de la Isla Negra, en el centro del mar de las aguas rojizas y turbulentas, donde la malvada reina celebraba los ritos macabros y espantosos de su culto.
Esta mujer contaría a la sazón unos cuarenta y tres años y llevaba veinticinco de gobernar sus dominios. Muchos de los hijos y de las hijas de Numú habían tenido que sufrir sus persecuciones; los unos de una manera y los otros de otra.
Ambiciosa, cruel y lasciva hasta la degeneración y la barbarie, nada la detenía cuando se trataba de satisfacer sus deseos y sus caprichos.
Era espléndidamente hermosa, no obstante de haber pasado ya la juventud.
Si aceptáramos la creencia en los genios del mal, que arrastran a los hombres a la perdición, al dolor y a la muerte, diríamos que uno de ellos estaba encarnado en aquella mujer siniestra.
Seres tan perversos no son comunes en las humanidades que realizaron por las vías normales su proceso de evolución, pero debido a ciertas combinaciones de influencias planetarias sobre los instintos groseros y perversos de los seres recién salidos de una especie inferior, antes de haberse modificado en la escala ascendente de la evolución, quedan a veces estos terribles ejemplares, azote de la humanidad. Eran sus primeros ensayos en la especie humana, a la cual la había impulsado, por terribles venganzas y mediante las delictuosas artes de la magia negra, una sociedad de magos lémures, cuyas fuerzas de destrucción habían llegado al máximun en aquel desaparecido continente y en aquellos lejanos tiempos.
Buscando siempre las cimas del poder y de la grandeza, ese ser estuvo unido a casi todos los grandes dolores padecidos en conjunto por colectividades humanas.
El Faraón que ordenó la matanza de los niños hebreos, la reina Jezabel de la época de Elias Profeta, un gran sacerdote azteca del antiguo Méjico, llamado Quili-chua, que había formado con cráneos de las víctimas sacrificadas a su dios, una pila casi tan alta como el templo mismo; la Herodías del tiempo del Bautista; Teodora de Bizancio, Margarita de Borgoña y Catalina de Mediéis, son terribles facetas del prisma negro de la vida de aquella siniestra Shamuranse del Mar Eritreo del Norte.
Una de sus últimas encarnaciones fue ya de dolorosa expiación en la Rusia tiranizada por los Zares, en cuyas heladas estepas vio morir a todos sus hijos, después de lo cual murió de hambre y de frío, a la edad de noventa años, bajo un puente del Volga, se llamó Petrona Acarof.
El Príncipe Caudillo de Vannia formó una nueva alianza, más estrecha, con el del país de Manph, donde quedaron encalladas las naves de Noepastro, para defenderse de la malvada reina de la costa norte del Caspio. Codiciaba ella dos cosas: el inmenso rebaño de dromedarios y elefantes que poseía Etchebea, y su bello plantel de veinticinco hijos varones, conceptuados como los más perfectos tipos varoniles de ese tiempo.
Tenía el capricho de buscar los jóvenes rubios de ojos claros para sus inmundos placeres, y cuando hastiada de ellos, no les quería más cerca de sí, los entregaba a sus sacerdotes para que fueran sacrificados a los dioses. Podía conceptuarse afortunado el que conseguía divertirla durante dos lunas.
Los ancianos Kobdas pensaron con dolor en el sacrificio continuo de vidas y en la muerte espantosa a que las víctimas eran sometidas, pues harto lo sabían por algunos de sus propios hermanos que habían escapado de sus garras.
Con mayor dolor aún, pensaban en la larga turbación que sufren los espíritus arrancados a la vida física entre el terror, la tortura y el espantó: turbación de la cual se despiertan en su gran mayoría, ebrios de odio, de ira, de deseos de venganza y como impelidos por un huracán devastador, se lanzan por esos caminos durante varias encarnaciones seguidas.
Si los gobernantes, que con tan fría serenidad y con tan lamentable frecuencia firman sentencias de muerte, pudieran calcular y medir la espantosa responsabilidad que cargan sobre sí mismos y las consecuencias que por siglos y siglos les van siguiendo como fantasmas vengativos, creados por el terror y el odio de las víctimas, jamás estamparían su nombre al pie de una sentencia capital.
El Caudillo del país de Manph (Armenia de la actualidad), cuyo nombre era Bonacid, expuso a su vez que el país de Akadia, estaba sometido al gobierno de un poderoso Rey-Sacerdote llamado Lugal Marada, que venía desde el otro lado del Ponto Euxino conquistando regiones y comarcas, que enriquecía con los más vastos cultivos y con bus inmensos ganados. No era cruel ni devastador, sino por el contrario, un gran reconstructor, en forma que había reedificado gran parte de las muertas ciudades de la antigua civilización Sumeriana.
Le había mandado mensajeros pidiéndole alianza exclusiva con él.
La Asamblea fue de opinión que se le aceptara como aliado, pero si él aceptaba a su vez el entrar en el concierto de la Gran Alianza del Nilo. Y si era menoscabo para Lugal Marada, Bohindra, el Jefe de la Alianza, propuso que cada Caudillo fuera rey de su dominio, sujetos todos a los principios ya establecidos y de cuyo cumplimiento sólo debía dar cuenta ante el Gran Consejo de todos los Príncipes reunidos una vez cada año. Y que si Lugal Marada era hombre justo y de buenos principios, gustoso le cedería la presidencia del Gran Consejo de la Alianza, quedando él simplemente como lazo de unión entre todos, y gobernando particularmente el Valle del Nilo y el Nah-Marati (nombre que se daba en la prehistoria a las comarcas del Delta del Eufrates), donde se encontraban.
El gran desprendimiento del Chalit provocó una intensa aclamación entre los caudillos, no habituados a una acción semejante.
Y el anciano Jebuz dijo, cuando se acalló el clamoreo:
—El Dios que enciende el sol y las estrellas ha hecho llegar este pensamiento al corazón de su siervo:
"Aquel que no ambiciona el poder, y que teniéndolo, lo repudia buscando mantener la armonía de sus pueblos, ese tal hombre es el único que puede proporcionar la felicidad y la paz".
"Preguntad a Lugal Marada si es capaz de hacer una renuncia semejante a la del Thidalá del Nilo y de nuestra Alianza, y entonces creeremos que es tan grande como él".
Los demás príncipes gozaban de plena tranquilidad y sólo expusieron pequeñas dificultades con que creían tropezar para poner en vigor las reformas establecidas, sobre todo en las que se referían a los esclavos, y a la ley de la esposa única, la cual dejaba en situación difícil a las esposas secundarias y a las concubinas.
Reconocían no tener el ascendiente necesario para hacer aceptar sin violencia aquellas reformas que afectaban en lo más íntimo los hábitos y las costumbres de la época.
Y entonces fue necesario que los Kobdas pidieran refuerzos mentales o sea un nuevo contingente de hermanos de los que habían quedado en Neghada y de los varios Refugios que desde el fondo de las cavernas en todas esas comarcas, impulsaban las corrientes del pensamiento humano hacia el bien, la justicia y la paz.
Aquellos que habían obtenido el mayor desarrollo psíquico a que es posible llegar dentro de la materia, serían enviados en misión hacia la reina Shamuranse para dominar sus furias destructoras, y a la vez harían una gira por los países de la Alianza ayudando a los príncipes a establecer la reforma en los hábitos y en las costumbres.
Las deliberaciones terminaron y después de una frugal comida en conjunto, príncipes y Kobdas, bajo los pórticos de "LA PAZ", partieron aquellos, cada uno a su país, siendo despedida cada caravana por Bohindra y Ada acompañados de todos sus hermanos desde lo alto de las terrazas del Santuario.
La música melodiosa y suave de los Kobdas ejecutó el himno grandioso de la paz cantado a coro por todos, y los solos por Bohindra, acompañado de su lira, cuando los príncipes iniciaron el desfile de sus caravanas saliendo del bosque por la ancha plazoleta que se abría frente al edificio.
El último en salir fue Jebuz ya que era el más cercano, pues habitaba en las montañas fértiles y risueñas de Galaad, en las orillas del Río Hondo o Descensor como llamaban al Jordán, aludiendo sin duda a su profundo lecho encajonado entre dos cadenas de montañas.
Al pasar el elefante en que iba sentado Jebuz por/delante de los pórticos de "LA PAZ"; Ada se inclinó y arrojó sobre su padre su velo blanco de Reina Kobda, como una nube sutil que ondulada por el viento, fue a caer extendida sobre el dosel que protegía al anciano de los fuertes rayos solares.
Jebuz levantó la cabeza y dijo lleno de emoción:
—He comprendido y acepto la indicación. Pronto tendréis la prueba.
Y era que la acción realizada por Ada, a insinuación de Bohindra significaba que el obsequiado con el velo de una Reina Kobda, debía vivir como un Kobda, aún en medio de las muchedumbres viciosas y libertinas.
Y por la vasta pradera que resplandecía como un campo de esmeraldas a los rayos del sol de la mañana, se vio por largo tiempo como inmensos florones de múltiples colores los doseles de los príncipes que, muellemente recostados en carrozas sobre el lomo de sus inmensos elefantes, iban alejándose más y más hasta perderse en el lejano horizonte.

BOHINDRA Y ADA

Los Kobdas se retiraron a sus habitaciones, quedando Bohindra y Ada bajo la tienda para-sol que para ella se había colocado.
Cuando el dosel rojo y azul de su padre no se vio más, Ada inclinó su rubia cabecita sobre la balaustrada de cedro en que estaba apoyada y se echó a llorar amargamente.
Había hecho esfuerzos supremos por contenerse y demostrar alegría hasta el último momento para no causar amargura a su padre.
—Yo comprendo tu llorar, Ada —le dijo dulcemente Bohindra poniendo su diestra sobre aquella cabeza dolorosa, estremecida por los sollozos. Ye comprendo tu llorar, mas espero que sean las últimas lágrimas que viertas a mi lado. Mi materia actual tiene tres veces la edad de la tuya, como me conceptúo un esposo demasiado viejo para ti, una íntima voz de infinita piedad se levanta de no se que oculta fibra de mi propio ser impulsándome a ser para ti un padre mucho más suave y tierno que ese que has visto desaparecer en la verdosa lejanía del horizonte. ¿No te gustará que yo sea tu padre como lo soy de Evana?
La infinita dulzura de su voz emanó una profunda vibración de amor paternal, desinteresado y puro en torno de la niña, que confiada ya plenamente, tomó las manos de Bohindra para besarlas mientras le decía:
—Había entendido que la esposa de un gran rey es tres veces esclava y sierva, porque pasa a ser una cosa que le divierte; pero tú no eres un rey como los demás reyes. Tú eres como dicen tus hermanos, el genio de la armonía, y en vez de un hombre eres una vibración. Y reposó su frente coronada de bucles de oro sobre las manos de Bohindra que tenía entre las suyas.
—Soy sencillamente un Kobda, o sea un ser que extrae del fondo de todas las cosas lo más hermoso que hay en ellas, para tejer la filigrana de la vida. Lástima que en mi lejano futuro deje evaporar el perfume que guarda mi vaso de hoy, porque las corrientes de la humana evolución no siempre me brindarán el alto plano transparente de un Santuario Kobda para desenvolver mis vidas.
— ¡Mis vidas! —exclamó Ada extrañada—. ¿Por qué dices mis vidas? ¿Tienes acaso más de una?
—Tengo muchas y tendré más, lo mismo que tú. ¿Nunca oíste decir que los seres vivimos muchas vidas en distintos cuerpos?
—No, jamás lo oí.
—Eres una reina Kobda y vas a saber todos los secretos que saben los Kobdas, en medio de los cuales has estado dos veces antes de ahora.
Aprenderás como yo y como todos, a extraer del fondo de todas las cosas lo más hermoso que hay en ellas. Por eso nuestro símbolo es el loto real, nacido entre el agua turbia y no obstante, blanco y puro, exhalando divinos perfumes a su alrededor.
Y Bohindra refirió a Ada su pasado, su tragedia de amor con Sadia, e iba irradiando fuertes pensamientos iluminadores en el cuerpo mental de la niña, con el fin de despertar su recuerdo.
Le refirió los paseos del pastor con la hija del noble ilustre, hasta el momento en que, sentados a la sombra de un árbol, él cantó en su lira aquella dulce melodía a las "GUEDEJAS DE BRONCE VIEJO".
Las palabras saturadas de vibraciones de amor, emanadas por Bohindra fueron tan intensas, que plasmaron sus pensamientos como formas vivientes, invisibles a los ojos del cuerpo pero fáciles de sentir por los centros de percepción espiritual y fluídica de seres sensitivos como Ada, y que apenas hacía unos pocos años que había estado íntimamente unida a él, y relativamente poco tiempo de sus dos vidas anteriores de Kobda, en el Santuario de Neghadá.
Y cuando Bohindra terminó de cantar aquellos versos a los dorados bucles de Sadia, de pronto exclamó Ada.
—Me parece que yo era Sadia, aquella de los rizos de bronce a quien tú cantabas.
—Tú eres Sadia, la rosa encarnada que Dios me brindó en el amanecer de mi primera juventud; y tú eres Ada, el lirio blanco de la tarde, la hora de las meditaciones profundas, elevadas y santas, cuando el alma no- puede ya cantar canciones de la tierra, sino la salmodia divina del alma sumergida en Dios!
— ¡Qué hermosas manifestaciones me estás haciendo mi rey!... —exclamó Ada como si su espíritu desplegara las alas entumecidas. Si me lo permites, quisiera ir hasta el fondo de vuestro pensamiento.
—Habla: que es ésta nuestra primera confidencia íntima, mi reina! —le contestó Bohindra parodiando sus palabras.
— ¿A cuál os parece que amasteis más, a Sadia o a Ada?
Bohindra envolvió a la niña en la profunda y dulce mirada de sus ojos pardos y después le contestó:
—El buen jardinero ama por igual a la espléndida rosa que se abre al amanecer y al lirio blanco de la tarde, pues que ambas son flores de su propio jardín. Pero ahondando más en el fértil y maravilloso terreno del amor, puedo decir que es un jardín de tan variadas flores que hay para todos los gustos, aún los más delicados.
El amor de Sadia y el amor de Ada no son dos amores sino uno sólo toda vez que la amada es una misma. La diferencia está en que ayer mi corazón no había aún aprendido a amar por amar, sin pedir ni esperar satisfacción alguna, sin nada de egoísmo, sin nada de interés. ¿Qué espera el rocío de las flores, cuyos pétalos refresca con sus gotas diamantinas? ¿Qué pide la luna al lago, cuando le besa la frente con sus rayos pálidos y toda ella parece sumergida en él? ¿Qué espera la palmera del desierto del viajero a quien da sombra y reposo?
¡Oh Ada blanca de mi tarde serena!. . . sea yo para ti como el rocío a las flores, como luz de luna sobre el lago, como fresca sombra de palmera en el desierto!
Como la luz del día al caer de la tarde, adquiere esa dulce suavidad que no quema ni lastima, que no deslumbra ni fatiga, así es el amor místico y puro, él hondo amor espiritual que fluye de las íntimas fibras del alma y que como un misterioso ruiseñor canta sin que nadie le vea, y acaso sin que nadie lo escuche y sólo por el infinito placer de sentir sus propias ondas radiantes difundirse en olas sucesivas e interminables, en medio de la inmensidad!
¿No es verdad que este amor se asemeja al amor de Dios a sus criaturas? ¿Comprendes niña mi lenguaje?
— ¡Tanto! tanto lo comprendo que estoy abismada en ese mar de luz, en ese lago de aguas transparentes adonde el alma se asoma primero y se sumerge después! ¡Qué bien me encuentro, mi rey, reflejándome en el claro espejo de tu lago, inundada de la luz dulce y serena de este nuevo amor que me haces comprender!
Y Bohindra continuó:
—Más no creas que este amor, de tan excelsa naturaleza, sea posible en la tierra fuera de este ambiente, donde la vida de intensas actividades espirituales y formidables corrientes de pensamiento emitido hacia las Inteligencias Superiores y venido de ellas como permanente y eterno vaivén, debilita y aniquila todos los deseos y todas las manifestaciones de la naturaleza inferior.
No es que yo quiera decir que solamente siendo un Kobda se puede subir a estas alturas, sino que aquí es posible subir, debido al esfuerzo de todos para purificar las corrientes astrales y etéreas, de tal forma que no lleguen aquí las creaciones malignas y atormentadoras nacidas en los bajos pensamientos de los seres atrasados y vulgares.
El amor llevado a tan excelsas alturas, proporciona el máximum de luz y de felicidad al espíritu encadenado en la materia y le hace vivir, aun en planetas inferiores como éste, la vida que se vive en los elevados mundos del amor puro y perfecto, donde los seres surgen a la vida por la energía creadora del pensamiento y de la voluntad, obrando al unísono con la materia viva, incomparablemente más fluida y sutil que la de los mundos inferiores.
— ¿Se engrandece el alma a la viva luz de un amor semejante? —preguntó la niña en cuya mente se iba plasmando como una divina visión el pensamiento armonioso y elevado de Bohindra.
—El amor es lo más grande y excelso que hay en todos los mundos y en todos los seres. Es la gran ley del universo. Subiendo pues, por esa escala, es como llegaremos a Dios, que es la infinita perfección y la infinita pureza del amor.
Únicamente las almas que luchan con heroísmo y valor para escalar esas cumbres, son las que pueden percibir en toda su amplitud las más grandes manifestaciones del Amor Eterno sobre esta tierra. Se obtienen a veces, en el comienzo de la subida, algunos reflejos de esa grandeza divina, pero sólo a través del pensamiento puro de los más altos ungidos del Amor Eterno!
¡Subamos juntos la escala, Ada, en esta vida que acaso no se nos ofrecerá otra oportunidad durante muchos siglos, de vivir amándonos en medio de un ambiente de pureza mental, fluida y espiritual que tanto se parece a los mundos del amor y de la luz!
Ada exhaló un hondo suspiro, como si se descargase de un enorme peso, y murmuró en voz queda y honda como si un resplandor de éxtasis quisiera adormecerla:
— ¡Subamos mi Rey!. . . pero para no bajar más. . . nunca más!
Bohindra, comenzó un suave preludio en su lira mágica que, cual si fuera otra alma humana, parecía elevarse como ellos en la infinita escala del pensamiento lúcido, sutil, profundo!
Y el alma amante del Kobda poeta se derramó al exterior en una canción honda, suavísima:

¿Sabes lo qué es el Amor,
Alma que a la cumbre vuelas
Buscando al Divino Sol.
Aquel que no tiene ocaso
Porque es eterno arrebol?
El Amor!

Es arpegio y tiene alas,
Luz que alumbra sin fulgor
Agua que inunda y refresca,
Y que nunca nadie vio. . .
El Amor!

Alondra oculta en la selva
Nos canta al primer albor,
Y en la tarde de la vida
Se convierte en ruiseñor
El Amor!

Que vive y fluye del alma
Como intensa vibración. ..
Que va llamando a los seres
Sin que haga ruido su voz
El Amor!

Éxtasis hondo y sereno
Nupcias del alma con Dios!
Es el amor más que un canto. . .
Es el Amor la oración!


EL PODER DEL PENSAMIENTO

Cuando pasado un breve tiempo llegaron desde distintos puntos los Kobdas de facultades psíquicas grandemente desarrolladas, comenzaron los preliminares de la gran batalla espiritual que iban a sostener con las fuerzas tenebrosas y malignas de las falanges en pugna con el avance de la luz, de la igualdad y de la fraternidad entre los hombres.
En aquellas remotas épocas, no eran propiamente los afiliados a sectas religiosas determinadas los que formaban esas falanges, sino espíritus dominadores de las corrientes astrales y poseedores de los secretos que entonces constituían la CIENCIA DEL BIEN Y DEL MAL, o sea el dominio por medio del pensamiento y de la voluntad de toda materia, ya 'fuera etérea, gaseosa, mineral, vegetal, ígnea, pluvial, animal y humana. Esos grandes y orgullosos dominadores de la materia que con su pensamiento de hierro encadenaban todo a su voluntad, habían desencarnado en su gran mayoría, pero desde el mundo espiritual ejercían dominio por medio de seres encarnados, que por natural perversidad, les servían de buenos instrumentos para continuar ejerciendo venganzas y haciendo ensayos de fuerzas, cuando la humana debilidad lo consentía o lo permitía.
Eran seres, desalojados de otros mundos que habían pasado a una etapa de evolución superior, y se vengaban obstaculizando la evolución de la humanidad terrestre, de las derrotas que los Mesías de aquellos mundos con sus falanges del bien, les habían infligido.
Mediante manifestaciones espirituales obtenidas últimamente, sabían todo esto los Kobdas en cuanto a la Reina Shamuranse, en torno de la cual había en calidad de sacerdotes, algunos discípulos de los grandes Magos Negros ya desencarnados, pero que continuaban ayudándolos por afinidad.
Fue designado un Kobda de cincuenta años de edad, de nombre Adonai, para organizar la forma y modo de realizar la misión; le acompañarían veinticuatro Kobdas más, de aquellos que unían a un gran desarrollo mental, la facultad de producir exteriorizaciones fluídicas apropiadas para anular los pensamientos malignos y toda acción criminal y delictuosa en torno de aquella siniestra mujer.
De los que residían en "LA PAZ" sólo irían siete que tenían facultades para producir efectos físicos, metódicamente cultivados: Zahín, Dhabes, Areli, Jamin, Agnis, Nebo y Geuel. Los demás, eran casi todos venidos de Neghadá y uno que otro de las casas diseminadas en aquellas comarcas.
Adonai, espíritu de origen neptuniano, de inmensa fuerza fluídica y fuerza mental, organizó una concentración espiritual conjunta diariamente durante diez días consecutivos para buscar el contacto espiritual con los seres malignos que inspiraban a los sacerdotes de la Reina Shamuranse y a ella misma.
Mas para llegar a ese peligroso contacto fluídico era necesario purificar el alma mediante el retiro completo de las cosas exteriores y la más íntima y profunda unión con el Amor Supremo, al cual debían ofrecerse como víctimas voluntarias, como amoroso holocausto en bien de esa porción de humanidad azotada por la perversidad de los ignorantes, de los inconscientes y de los malvados. A tal fin estaban dedicados esos diez días de oración, de profunda concentración y de completo ofrecimiento al Altísimo en cuyo Eterno Amor buscaban sumergirse, eliminando del propio ser todo cuanto pudiera servir de obstáculo a tal fin.
Pureza de intención, de deseos y de pensamientos, olvido de sí mismos, abnegación heroica, abandono pleno a la voluntad de Dios; he ahí las disposiciones necesarias para tan ardua empresa.
Bohindra y su cuerpo de músicos, y todos los Kobdas unidos, formaron una enorme concentración de energía en torno de los veinticinco misioneros en tal forma, que cuando terminados los diez días, salieron ellos en caravana hacia el lugar de su destino, todos los Kobdas que quedaban en "LA PAZ" sintieron el agotamiento de fuerzas y una tan profunda extenuación, que muchos de ellos debieron ser reanimados con baños en aguas vitalizadas y con largas horas de silencio y de reposo completo en la oscuridad.
El príncipe de Vannia había mandado sus siervos y sus elefantes para buscarles y cuando llegaron a su dominio les recibió la multitud silenciosa y reverente sin un grito, sin una aclamación, permitiéndose solamente sembrar de flores el camino que habían de recorrer, hasta llegar a la residencia de Etchebea que los recibió también en silencio, conmovido y sin poder articular palabra.
Cumplían, pues a la perfección todos, la consigna establecida por ellos, de que ningún tumultuoso recibimiento viniera a romper la poderosa aura conjunta en que venían envueltos para el cumplimiento de su misión.
Cada uno de los veinticinco Kobdas debía presentarse a la reina acompañando en calidad de siervo, a cada uno de los veinticinco hijos de Etchebea tan codiciados por ella. Y para no despertar en ella sospecha ninguna, vistieron el traje que en la región acostumbraban a llevar los siervos de los príncipes y de los grandes señores. En la denominación de siervos estaban incluidos los acompañantes, los asistentes y los cortesanos en general, según los actuales modos de expresión, y mucho más esta frase significaba servidor, que esclavo.
El caudillo vanés, siguiendo las instrucciones de Adonai, envió mensajeros a la reina haciéndola saber que en el deseo de tenerla como aliada y no como enemiga, estaría a las orillas de Mar Caspio en el primer día de luna llena con sus hijos y con sus dromedarios, para que ella recibiera como prenda de alianza los que fueran de su agrado. Sabían que la embarcación en que ella paseaba por el mar no podía llegarse a la costa a donde ella de ordinario bajaba por un puente de barcas tendido desde su nave a la orilla.
Los hijos de Etchebea llenos de terror y de espanto al principio, se habían serenado un tanto con las seguridades que daban los Kobdas de que la reina quedaría encadenada fluídicamente para todo el resto de su vida. Adonai lamentaba que el viejecito Senio, gran auxiliar de su desarrollo psíquico en su juventud, no hubiese podido venir al frente de la ardua misión debido a su avanzada edad. Y cuando así lo pensaba, sentía la aguda vibración de Senio que destacándose en el aura conjunta que le envolvía, parecía decirle con esa voz sin sonido tan conocida de estos grandes obreros del pensamiento: "Aquí estoy. . . aquí estoy. . . aquí estoy con vosotros. No temáis".
Y el alma de Adonai, cargada de la responsabilidad de muchas vidas humanas, volvía a la calma serena y llena de valor y de esperanza en el infinito poder divino de que iba a usar para bien de la humanidad.
El punto de reunión era en el valle de la costa sur del Río Aras donde inmensos bosques sirven como de guardianes al turbulento río hasta desembocar en el Caspio.
Era por entonces la antigua Nairi o Nipur la residencia del Príncipee Soberano de Vannia y desde allí salieron sus hijos con sus dromedarios, acompañados por los Kobdas y por un numeroso destacamento de arqueros que ocultos en los bosques acudirían en el momento oportuno.
Debían atravesar el Hildekel por un vetusto puente de piedra que los antiguos acadios habían construido, y buscar un pasaje en la montaña que, bajando desde las grandes cadenas de Manph costeaban toda la parte oriental de Vannia.
Cuando llegaron al sitio señalado, estaba para amanecer y un profundo silencio reinaba en la vasta pradera envuelta en penumbras.
Los veinticinco Kobdas esperaron de pie la llegada del sol, sumidos a su vez en profunda concentración juntamente con los hijos de Etchebea que habían sido aleccionados para el caso.
Cuando el sol de la mañana se levantaba apenas en el horizonte, vieron en la superficie del mar y a lo lejos, el rojo pabellón de la reina y la oscura silueta de su nave pintada de negro y rojo, cuya proa era un inmenso dragón alado que parecía avanzar rompiendo las olas con sus fauces abiertas y dentadas.
Adonai, Zahín, Dhabes y Nebo, que eran los de más edad y cuya superioridad ejercía gran influencia entre los demás, daban ánimo y valor a los hijos de Etchebea, que a momentos se sentían desfallecer. Adonai exclamó de pronto:
— ¡Almas errantes y atormentadas, que habéis sido víctimas de esta desgraciada criatura humana que vamos a vencer con el favor de Dios!. . . La Ley divina os manda manifestaros en estos supremos instantes en que la vida de muchos seres y la paz de muchos pueblos lo demandan y lo reclaman!
Una fuerte sacudida y una corriente cálida y sofocante estremeció los nervios de todos, y los que tenían desarrollada la facultad clarividente, presenciaron el trágico desfile de centenares de jóvenes asesinados por aquella terrible mujer. Todos presentaban una ancha herida en el pecho que ellos mismos parecían abrir más con sus propias manos para que se viera que les había sido arrancado el corazón. Era la forma de sacrificar las víctimas a su dios. Tanto se plasmó la visión que llegó a ser percibida también por los hijos de Etchebea.
— ¡Valor! —Les dijo Adonai viéndoles palidecer— que esta espantosa visión nos dará el triunfo y el éxito.
Entonces se vio a Gandes, el anciano aquel de las obras silenciosas sin el aplauso de los hombres, que fuera el protector de la caverna del país de Ethea, adormecer en suave letargo a las almas atormentadas que pedían justicia. Diríase que las había cubierto con un invisible velo para quitar algo de horror y de espanto a la macabra aparición,
—Se van —murmuraban los jóvenes cuando dejaron de verles.
—No se van —dijo Adonai— sino que se ocultan para aparecer en el momento preciso.
El puente de barcas fue formado y la reina guerrera, acorazada de bronce de la cabeza a los pies, y apoyada en un enorme tridente (especie de lanza de tres puntas) pasó por sobre las barcas con una ligereza que asombraba en una mujer que no era ya joven.
Un buitre de oro con sus alas abiertas formaba la coronación del casquete que le cubría la cabeza, dejando flotar al viento su cabellera de un rubio casi rojo. Era bella, pero de una belleza infernal, si se me permite la frase, pues sus ojos, demasiado claros, eran de un mirar agudo como una flecha. Vestía un ropaje cárdeno que le cubría apenas hasta la rodilla, dejando ver sus piernas cubiertas con una malla de plata y piedras preciosas y sus pequeños pies aprisionados como entre dos estuches del mismo metal, que terminaban en agudísimas puntas formadas por colmillos de jabalí.
Estaba, pues, armada hasta los pies, en forma que un puntapié suyo podía abrir la garganta o el vientre de un hombre. Una coraza y un escudo de bronce protegían su busto; y sus brazos y manos desnudos se entreveían a través de una malla igual a la que cubría sus piernas. Un grupo de lanceros armados de tridentes la escoltaban y bajaron antes que ella. No bien había pisado la playa en que estaban en semicírculo esperándola los hijos de Etchebea y los Kobdas, cuando los lanceros de la reina arrojaron sus tridentes y echaron a huir despavoridos, sin que los furibundos gritos guerreros de la soberana les pudieran contener.
— ¿Y de esto os asustáis, imbéciles? —les gritó con desprecio, aunque ella también había palidecido intensamente viéndose rodeada por los fantasmas del pecho abierto que la cercaban cada vez más, mientras los hijos de Etchebea casi desaparecían detrás de esta turba trágica y pavorosa.
Llena de furor la emprendió con su tridente creyendo destrozar a los fantasmas, mientras gritaba:
— ¡A mí Acalot, a mí Zuragen, Mabelot, Tepirak, Pugletón, a mi para aniquilar estos perros!. . .
— ¡Que la omnipotente energía divina sea con nosotros en nombre del Altísimo y de su Verbo hecho carne! —exclamaron en voz baja los Kobdas acercándose cada vez más a la reina que daba golpes de tridente hacia todos lados.
A la llamada de ella acudieron cinco seres, cuyo aspecto no podía definirse bien entre un oso parado en sus patas traseras, o un hombre.
Eran los sacerdotes de la reina, vestidos de negro ropaje largo, con la cabellera y barba tan enmarañada y salvaje que sólo les dejaba al descubierto los ojos como ascuas encendidas. También tenían tridente.
Hicieron conjuros a los fantasmas que no sólo no les obedecían, sino que como si dispusieran de una potente oleada de viento los tiraron por tierra y el puente de barcas se rompió, pues las ligaduras que las unían unas con otras no resistieron la ráfaga repentina y formidable que cruzó por la orilla del mar.
Los cinco sacerdotes se levantaron, más por temor de los terribles puntapiés de la reina, que por espontánea voluntad.
El accidente de las barcas impresionó visiblemente a aquella mujer indomable, que aun hacía esfuerzos por aparecer serena. La ira hacía temblar sus labios.
Los hijos de Etchebea y los Kobdas tomados de las manos y sin arma ninguna se acercaban a ella lentamente con sus miradas fijas en los claros ojos de agudo mirar de la reina guerrera, cuyo temblor nervioso ya era visible, no obstante de tener su tridente en actitud de atravesar a quien se acercase más de lo conveniente, lo mismo que sus cinco espantosos sacerdotes.
El pensamiento de los Kobdas como una bóveda de hierro iba aprisionando más y más a aquella mujer, que vomitó una espantosa maldición, cuando sus sacerdotes cayeron a sus pies exánimes, presas de un letargo que no pudieron dominar. Y viéndose sin su puente de barcas arrojó con ira el casquete de oro, escudo, coraza y redes que aprisionaban su cuerpo y trepando a las rocas de la costa, se lanzó al agua, poseída de despecho y de furor.
Mas sus miembros no le respondían para nadar, y su nave se encontraba a mucha distancia, Agnis y Janin, que sabían nadar, se arrojaron al mar y sacaron a la orilla a la reina medio desfallecida. Después de unos momentos abrió los ojos y viéndose aun rodeada de los fantasmas de sus víctimas con el pecho abierto, tomó un idolillo de oro que llevaba colgado al cuello, le destornilló la cabeza y bebió lo que aquel tubito contenía. Era veneno de áspid que durante años llevaba dentro del idolito para el momento en que se viera vencida.
—O la victoria o la muerte —gritó en el estertor de la agonía.
— ¡Que Dios misericordioso tenga piedad de ti! —clamaron los Kobdas en una sentida oración.
El cuerpo de aquella mujer se puso rígido y de un color negro azulado.
Sus cinco sacerdotes no daban aún señales de vida, pues el letargo era profundo. A la vista estaba que no habían sido heridos en ninguna forma, lo mismo que quedaba al manifiesto que la reina se había envenenado.
Los hijos de Etchebea y los Kobdas tomaron sus camellos y tornaron por donde habían acudido a la cita.
— ¡Lástima que no se la pudo estorbar el trágico fin! —decían los Kobdas.
—Esa es nuestra mayor felicidad —decían los jóvenes príncipes, que se veían tornando al hogar del cual se habían despedido creyendo no volver más.
En los países vecinos nadie supo la causa verdadera de la derrota de la reina Shamuranse, y se dijo que los genios del Mal, a quienes había servido toda su vida, la habían abandonado para emigrar a otros planetas, porque la Luz de Dios había bajado a esta tierra desalojando de su atmósfera a las siniestras inteligencias impulsoras de las corrientes malignas y dañinas a la humanidad.
En el fondo de este decir se encerraba mucha verdad, si bien no llegó a saberse que los humildes y casi desconocidos Hijos de Numú, habían sido los vencedores de la siniestra mujer.
Adonai muchos siglos después estuvo encarnado en un profeta hebreo, Isaías, y de su obra espiritual nos hablan las páginas bíblicas, y en la época de Jesús de Nazareth, hizo vida solitaria en las montañas, de donde salió en la madurez, y el pueblo le conoció como Judas Gaulonita, sostenedor de la doctrina de la igualdad y la fraternidad entre los horabres, que fue como otro precursor del Maestro y que al igual que el Bautista pagó con su vida su rebeldía en contra de toda tiranía y esclavitud. Su verdadero nombre era Ezequías.
Seis de los hijos de Etchebea no quisieron separarse de los Kobdas, cuya superioridad y grandeza les habían subyugado y con el beneplácito de su padre, se trasladaron a "LA PAZ".
Numi, Vial, Laban, Lobed, Kebir y Pelis eran sus nombres. Lobed estuvo encarnado en Marcos junto al apóstol de Galilea; Kebir en el apóstol Tomás, Numi en Bartimeo, el paralítico a quien curó el Cristo junto a la piscina de aguas curativas de Siloé; Vial y Laban en Esteban y Tadeo, el que fue protomártir del cristianismo el primero; y el segundo Tadeo, padre de Judas, uno de los doce apóstoles; y Pelis estuvo representado en aquel hijo de la viuda de Naím vuelto a la vida física por les poderes psíquicos del Hombre Dios.

NIÑOS CON LOS NIÑOS

Mientras tanto, Bohindra y Ada hacían una diaria excursión hacia la morada de Adamú y Evana en el maravilloso huerto aquel conquistado por Senio, el cual a su vez se sentía absorto casi por completo en satisfacer los infantiles gustos del pequeño Abel.
Los corderitos de algodón de los días de la caverna y los pájaros de hojas de bambú habían cedido el lugar a corderos de carne y hueso, y tórtolas domésticas tan delicadas y mansas que unos y otras comían en las manecillas del niño.
Karono o Abirón había construido con piedras naturales un hermoso remanso de aguas cristalinas, traídas por un canal desde, el lago vecino y los Kobdas jóvenes se habían encargado de rodear aquel remanso, de todas las apariencias de un pequeño mar mediterráneo. El uno había fabricado pequeñitas embarcaciones que Abel cargaba de grano y hacía viajar por la superficie de su pequeño mar. Otros habían fabricado chozas de pastores, tiendas de mercaderes, según los deseos manifestados por Abel.
Poco a poco fue transformándose aquello en una verdadera carta geográfica plástica y en torno del diminuto mar fueron surgiendo aldeas, ciudades, montañas y ríos donde el niño aprendía sin fatiga los nombres de los países y de las poblaciones costaneras del Mar Grande.
Cada uno quiso dejar grabado en aquel mapa de juego, su propio país tal como lo conservaba en su recuerdo, con sus montañas y sus manantiales, con sus casas labradas en la roca viva, o hechas de tierra en medio de los bosques.
Y con mucha gracia expresaba el niño todo asustado a Senio una mañana después de una noche de tempestad.
—El viento se llevó todas las ciudades de la costa del mar.
— ¡Qué desgracia! —Exclamaba Senio—. Pero no te aflijas, querido mío; que ahora mismo las reedificaremos. Mira, mira aquí detrás del establo han venido a parar todas las ciudades de la costa del mar. ¡Qué pícaro viento! —decía el viejecito recogiendo torrecillas y casas y muros maltrechos y encimados unos sobre otros, excitaban la tristeza de Abel que no creía posible ver reconstruidos sus países y sus ciudades.
— ¿Pero no es posible hacer ciudades y países que no se lleve el viento?
A esta altura de la conversación estaban el anciano y el niño, cuando llegaron hasta ellos Bohindra, Ada y Evana. El Kobda-Rey tomó al niño entre sus brazos para contestar su pregunta:
—Tus ciudades y las nuestras se destruyen de igual manera, hijo mío, porque en esta tierra nada es estable. Ada y yo hemos vivido en un país que ahora está en el fondo del mar.
— ¡Entonces ninguna cosa vale nada! —respondió el niño pensativo y triste.
—No, querido todo tiene su valor relativo aun cuando sea de poca duración. Sólo el Altísimo permanece eternamente y es el que anima y da vida a todas las cosas.
El Altísimo que brilla en los rayos del sol y en la luz de las estrellas y que manda la nieve a las montañas y el agua a las fuentes, y los árboles a las praderas —continuaba Bohindra tratando de despertar más y más la comprensión en aquel espíritu aun adormecido por las leyes físicas que rigen al ser en su primera infancia.
Abel escuchaba en silencio y las personas que le rodeaban !e miraban también en silencio, esperando una frase suya que demostrara el despertar de su espíritu.
—Yo quiero países que nunca se lleve el viento, y ciudades que no corran hacia el establo —murmuró por fin el niño expresando su pensamiento. Y dime, el sol y las estrellas y la luna ¿se dejan también arrastrar por el viento? ¿Qué hacen allá arriba tan lejos mirándonos sin acercarse nunca?
—Son moradas de seres como nosotros donde hay niños como tú y ancianos como Senio.
— ¿Y también allá se lleva el viento los países y las ciudades?
—También, lo mismo.
— ¡Entonces no quiero nada! —dijo con una voz grave y temblorosa que casi parecía un sollozo.
Evana lo comprendió y se le acercó.
— ¿Ni a mí tampoco me quieres? —le preguntó acariciándolo.
Abel se abrazó del cuello de su madre rompiendo a llorar desconsoladamente.
— ¡He ahí el primer despertar del gran espíritu de luz sumergido entre la-; sombras de la vida terrestre! —exclamó Bohindra acariciando ¡os bucles castaños de Abel, desconsolado ante la inestabilidad de las cosas humanas plasmada en sus países y ciudades que el viento había arrastrado como hojarasca seca hasta un rincón del establo.
Y mientras Ada y Evana con Shiva y sus tres hijitos recogían frutos del huerto, Bohindra y Senio convencían a Abel que era necesario reconstruir los países y ciudades arrastrados por el viento.
—Mira, este es el país de Galaad de donde es Ada y donde vive su pudre. Esta es su ciudad y su casa. ¿Ves? aquí a la costa del río Descensor (Jordán), Eisto es Cedmonea, con su desierto de arena y su mar de aguas negras. ¿Ves? aquí a la orilla de este desierto estaban cinco ciudades donde los hombres eran muy malos, y uno de ellos por causar daño a un enemigo, arrojó una tea encendida en un pozo de petróleo, y el fuego se trasmitió a todas las minas y las ciudades ardieron envueltas en el negro betún hirviente. Y el mismo que causó el incendio pereció también con toda su familia.
Aquí es el país de Ethea y esta es la caverna donde vivieron Adamú y Evana y donde tú naciste. Aquí es Zoar o Irania, el país de Shiva y de sus dos hijitas, y estas montañas son las de Ararat y aquellas otras el Cáucaso.
Y mientras Bohindra hacía esta explicación, el viejecito Senio colocaba todas las ciudades y las casas en su lugar, y Abel olvidaba su primer dolor al comprender que todo es inestable y fugaz en la vida física.
De pronto oyeron el grito de Evana llena de angustia:
— ¡Venid por favor, que Madina se muere!. . .
Extendida en su lecho de pajas en el fondo del establo la vieja reno respiraba fatigosamente, mientras los hijitos de Shiva la acariciaban sentados junto a ella.
—Bohindra le abrió la boca y los ojos.
—Ha comido —dijo— almendras amargas, sin duda mezcladas con las buenas y como estaba ya agotada por la mucha edad probablemente no resistirá. Hagámosle beber agua de azahares con aceite y la muerte será más tranquila.
Evana se echó a llorar desconsoladamente.
— ¡Hija mía! —le dijo Bohindra estrechándola sobre su corazón—. Levántate a la altura en que los designios divinos te han puesto. Eres la madre de la Luz hecha carne y ¿lloras así porque un ser de especie inferior se liberta de su triste situación para subir una escala más en su eterna vida?
— ¡Ah! ¡Madina, Madina! ¡Que fue la madre de mi soledad!
—Por lo mismo, hijita mía, debes alegrarte de que ella abandone ese cuerpo que ya cumplió su cometido, y pueda acaso volver a tu lado en una condición mucho más elevada.
Abel y Senio llegaron en ese momento y Abel, viendo llorar a su madre se le acercó para preguntarle como ella lo hiciera con él.
—También el viento se lleva tu Madina como mis países y mis ciudades, pero estoy yo contigo, ¿no me quieres ya más?
—Sí, hijo mío, te quiero, te quiero mucho, pero ¡Madina, Madina!..., ¡no sabéis ninguno de vosotros lo que fue Madina para mí cuando allá en la caverna quedé sola, completamente sola!
Ada, viendo llorar a Evana, lloraba también. Entonces intervino Senio, diciéndoles que se apartasen ellas para que Bohindra, que era un consumado médico pudiese curar a la reno enferma.
Aldis y Adamú que al frente de sus jornaleros habían estado fuera de casa desde la mañana, llegaron en ese instante en que la muerte próxima de Madina había alterado la paz habitual en aquel hogar.
—Mira Evana —le decía Adamú— acostumbrémonos a mirar a la muerte como la miran los Kobdas, siquiera por conveniencia propia y para no padecer tanto cada vez que la veamos cerca. Yo moriré también, Abel morirá y tu morirás para seguir todos viviendo en un mundo mejor. ¿No tiene derecho Madina de ir ella primero, a esperarnos allá?
Fue un ser de especie inferior, pero cumplió su cometido mejor que muchos seres humanos. ¿No te sientes feliz de que ella lo sea? Además puede ser que Bohindra la cure y viva todavía.
La tranquilidad volvió a renacer, cuando dos días después, estando toda la familia reunida y Bohindra, Aldis, Senio e Ibrín acababan de hacer una última curación a la reno enferma, de pronto vieron el doble etéreo de Madina, de un color amarillo claro, casi marfil, acercarse ala reunión y buscando a Evana le lamía las manos como de costumbre.
Ibrín corrió al establo y encontró ya sin vida el cuerpo del noble animal que había concluido en esa existencia su ciclo de evolución en las especies inferiores y a quien la Eterna Ley abría las puertas de la evolución en el reino humano.
Evana y Adamú siguieron viéndola por muchos días, rondando en torno de ellos, y el Kobda Ibrín recordó lo que le dijera tiempo atrás Sisedón:
—Paréceme que está escrito en tu ley que ayudarás a este ser inferior a pasar a la especie humana.
Y mientras el doble etéreo de Madina seguía a Evana a dondequiera que iba, Ibrín sepultó bajo tierra al cuerpo del anima] para que destruida su morada anterior, le fuera más fácil la metamorfosis del cuerpo astral al efectuar el paso del reino animal al humano.
Gaudes, el hombre de las obras silenciosas, intervino para terminar la evolución de aquellos seres que en su vida terrestre había domesticado con tanta habilidad y tomó a Ibrín como lazo de acercamiento hacia el plano adecuado a tal fin, a causa de la igualdad de origen con una hermana del joven Kobda que realizaba su primera encarnación humana y que debía unirse en matrimonio con un agricultor cercano a "LA PAZ".
Veinte lunas después, el joven matrimonio labriego acariciaba su primer vástago; una niñita que llamaron Ibrina imitando el nombre de su tío, el Kobda que con tanto anhelo había esperado este nacimiento. Era Madina, que hacía su primera entrada a los planos de vida consciente, donde el espíritu indaga su origen y su destino y el porqué de todas las cosas; y donde padece más de lo que padeció y luchó en las especies inferiores por donde el ser realiza paulatinamente su evolución. A más comprensión, más responsabilidad. A más sensibilidad/más dolor. , He ahí los caminos recorridos a través de los siglos por todo lo que vive en los millones de mundos que pueblan el inconmensurable universo.

LOS PABELLONES DE LOS REYES

Entre los varios cuerpos de edificio que se levantaron inmediatamente después de la llegada de Ada a "LA PAZ", estaba el que fue ocupado por la joven Reina.
Bohindra hizo venir varias mujeres Kobdas de las Casas que eran más numerosas, y con Ada al frente, se formó allí una especie de Santuario de protección para niñas y jovencitas huérfanas o azotadas por el infortunio en cualquier forma que fuera.
Se llamó a aquel lugar "PABELLÓN DE LA REINA" y tanto conquistó en respeto y veneración, por la elevada y laboriosa educación que se daba a la juventud femenina, que pronto fue como una escuela de princesas donde los jefes, caudillos y reyes, buscaban esposas para sus hijos. Mas de allí no salía ninguna sino bajo el formal convenio de que había de ser la esposa única de aquel con quien se unía.
Anexo a éste se hallaba el Pabellón del Rey donde Bohindra, secundado por los Kobdas más jóvenes, se dio con gran entusiasmo a la cultura espiritual, intelectual y moral de los jóvenes hijos de todos los príncipes y caudillos de la Alianza.
—Estamos formando la humanidad del futuro —decía él a Ada, su tierna compañera. Para eso nos ha unido nuevamente el Altísimo a mí y a ti en esta hora, con un amor que flota por encima de todos los egoísmos humanos.
Yataniel, Agnis, Heli, Ozias, Erech, Suri, Omán, Jamin, Heber y Geuel concurrían diariamente al Pabellón del Rey para ayudarlo en sus trabajos culturales. De vez en cuando, y para solemnizar algunas fiestas, especie de torneos de letras y de artes, concurrían todos los Kobdas y las familias vecinas y emparentadas con los jóvenes educandos.
Ambos pabellones estaban separados completamente y sólo comunicados por una puerta que de la sala de música de un pabellón, daba a la sala de música del otro. Sólo Bohindra tenía la llave de dicha puerta y pasaba a ver a la Reina y dirigir la enseñanza musical.
Un día dijo al Rey su esposo:
—He visto en sueños que uno de tus jóvenes Kobdas me decía con ira: "Yo te amé un día y fui engañado por ti. Me llamaba Suadín y era un alto jefe de los ejércitos de un gran rey atlante". Y yo le contesté: "El error fue tuyo por encadenar a un ser sin antes consultarle si te amaba o no. El amor no se impone como una cadena sino que se despierta libre y sereno entre las almas que se comprenden. Mi padre y tú fuisteis los culpables y no yo". Y él se marchó apesadumbrado y yo me desperté.
— ¿Y no aciertas tú con el significado real de tal sueño? —preguntó Bohindra, que ya había comprendido de lo que se trataba.
—No, porque nunca fui amada por un hombre que se llamaba Suadín, ni tuve conocimientos con guerreros atlantes —respondió Ada.
— ¿Nunca, has dicho, reina mía? ¿Y has olvidado ya a Bohindra, el pastor, y a Sadia, la hija de un magnate otlanés en Atlántida?
—No lo he olvidado, pero eso nada tiene que ver con el joven Kobda que se me quejaba en sueños.
— ¿Y si ese joven Kobda fuera la reencarnación de Suadín, el esposo que le fue impuesto a Sadia por voluntad paterna? —preguntó nuevamente el Kobda-Rey.
— ¡Oh... ¡qué horror!... exclamó Ada abriendo desmesuradamente sus dulces ojos claros, que aparecían llenos de espanto.
— ¡Horror! ¿Y por qué, amada reina mía? Si no es más que un episodio de los múltiples que tenemos escritos en lo más profundo de nuestro propio espíritu. Y Bohindra con paternal dulzura alisaba con su blanca mano los bucles que sombreaban la frente de Ada, como apartándole de su cerebro la terrible imagen que acaso revivís, en el subconsciente de la joven.
¿Quién podría describir la espantosa tragedia que llenó de amargura el alma de aquella Sadia, desposada secretamente con al pastor de la lira mágica, obligada después a ser esposa de un alto jefe guerrero de recio carácter, habituado a que nadie ni nada resistiera su voluntad?
¿Quién podría haber pintado el terror de Sadia cuando su padre la entregaba al guerrero, a la puerta de la cámara nupcial y ella pensaba en e! joven pastor y en que alentaba ya en su seno e' fruto de aquel amor-?
Todos estos pensamientos cruzaban por la mente del Kobda-Rey y los volvía a leer en los ojos espantados de Ada, que iban llenándose lentamente de lágrimas.
— ¡Mi reina! —le, dijo Bohindra acariciándola. Ahora no son aquellos días de tragedia y de horror. Ahora tu pastor no huirá de tu lado como entonces.
—No sé, no sé, —decía Ada— porque me hizo tanto daño este sueño
— ¿Y recuerdas la fisonomía del joven Kobda que se te apareció en sueños? ¿Le reconocerías si le vieras?
—Creo que sí —contestó Ada— ¿lo tenéis a vuestro lado?
—No lo sé, porque Kobdas jóvenes hay en varias de nuestras Casas.
—Pero éste lo tengo visto entre los que están en "LA PAZ", aún cuando no sé como se llama —insistió Ada.
—Ahora están todos en el jardín delantero de estos pabellones. Venid conmigo a este ventanal.
Bohindra tomó su lira y empezó a preludiar el himno al sol de ocaso que todos sus discípulos cantaban a coro cuando caía la tarde. Ada estaba a su lado, asomados ambos al ventanal.
Los jóvenes Kobdas enseñaban a los educandos las propiedades y forma de existencia y de cultivo de cada uno de los ejemplares que habían reunido en el variado y hermoso jardín botánico que tenían a la vista.
—Si no está en estos que concurren a este Pabellón, estará entre los que se dedican a otros trabajos en los talleres —dijo el Rey haciendo que Ada mirase hacia ellos.
Los Kobdas y los alumnos miraban al ventanal y saludaban a la Reina.
—Es aquel que ha quedado sentado en ese banco —dijo de pronto Ada, señalando a uno de los Kobdas que se entretenía en sacar las fibras duras de ciertas hojas que reunían y secaban con fines medicinales.
—Es Suri —dijo Bohindra reconociéndole— a la verdad que algo de parecido tiene con Suadín, sólo que ahora es de cabello rubio y en aquel entonces su cabellera y su barba eran negras espesas y le daban un aspecto de bravura que inspiraba más bien terror que simpatía.
A veces le noto cierta esquivez conmigo, como si rehuyera mi presencia y debe ser en los momentos en que reviven en él las imágenes lejanas. Trataré de observarle más y si adquiero la plena certidumbre de que es Suadín, trataremos de adormecer para siempre todo resabio de rencor o de odio, que de ningún modo debe existir entre nosotros.
—Por favor, mi Rey, no digáis nada, porque sería crearme una situación penosa —dijo Ada suplicante.
— ¡No, mi Reina, no! ¿Cómo quieres que ponga el dedo en la llaga, que acaso falta mucho para estar curada?
Y por vía de instrucción para Ada, respecto a la elevada ciencia de los espíritus, Bohindra empezó a referirles algo referente a los jóvenes Kobdas que paseaban en el jardín, de lo que se había sabido de su pasado y de su futuro en las visiones materializadas de la Mansión de la Sombra:
—Este que riega esa mata de lirios se llama Omán, es cedmoneo y sabemos que fue sacerdote en tiempo de Antulio, en cuya consagración estuvo presente sobre la Torre Sagrada, cuando las corrientes astrales y etéreas hicieron abrirse los mirtos de la corona que ceñía las sienes del joven filósofo que iba a ser consagrado. Entonces se llamaba Aras-Bell. Y sabemos además que en una encarnación futura del Verbo lo defenderá en un tribunal de inicuos jueces, pues será intérprete de la ley con el nombre de Gamaliel. Se dedicará con gran amor al estudio de los astros (Alude a Flamarión).
Aquel otro que pasea entre esos dos niños vestidos de amarillo y blanco se llama Yataniel y será en la humanidad futura un gran defensor de pueblos oprimidos y de aquellos a quienes las injusticias humanas hacen delincuentes y miserables.
Cuando el Verbo de Dios baje otra vez a la tierra en las orillas del Nilo, él gobernará esas tierras como Phara-omme, e hija suya será la princesa que le traiga a la vida. Y en otra encarnación del Verbo, más lejana aún, se llamará Joanan y como hombre de la ley interrogará al Verbo, niño de doce años bajo las naves de un grandioso templo, para poner en claro un asunto sobre la forma de obrar de los felices y fuertes en la vida para con loa débiles y oprimidos. Será cuando el Verbo se llamará Jhasua que quiere decir Salvador, porque será su última vida terrestre. Este Kobda escribió hace un año en estado sonambúlico, en un legajo de telas enceradas algo que llamó "LA LEYENDA DE LOS SIGLOS" y al final de la cual escribió estas palabras: "Hoy marqué mi camino de siglos. Los miserables serán mi epopeya y mi tormento": Hemos comprendido intuitivamente que será un gran filósofo en las edades futuras, que hará siempre la defensa de las clases oprimidas por la prepotencia de los grandes y de los fuertes.
Esto explicaba Bohindra a su joven reina.
Yo amplío esta explicación para mis asiduos lectores, diciéndoles, por si acaso no lo han comprendido, que se trata aquí de Víctor Hugo, el gran filósofo francés da la era moderna.
—Aquellos tres que tan animadamente se recrean bajo aquel inmenso roble son Heli, Ozías y Erech, son compañeros inseparables, a causa de la identidad de sus gustos en los estudios a que se dedican y en los defectos con que luchan para perfeccionarse. Y cada uno es de un país diferente, y creo que ni aún hermanos que hubiesen nacido, se asemejarían tanto. Los tres son amantes de los estudios metafísicos, los tres son enamorados de la armonía y de la rima, los tres aman la vida apostólica y eligen la desencarnación violenta y causada por la defensa ardiente de una doctrina, pues sostienen que, para que triunfe una idea nueva es necesario el martirio. Y en esta vida actual los tres dejarán el cuerpo atravesados por centenares de flechas, mártires de la idea que van a divulgar después de la partida del Verbo de Dios.
El primero será en tiempos futuros un monarca muy celebrado en el país de Galaad justamente en las cercanías de los actuales dominios de tu padre. Será considerado el hombre más sabio de la tierra y también el más feliz por la paz y el amor de que se verá rodeado y por los esplendores que inundarán su vida. Dominado por los amores humanos hasta lo sumo, saboreará todo el amargor que ellos dejan en el alma cuando sólo responden al placer fugaz de los sentidos. Y lo hemos visto sentado en un trono de marfil y oro, o postrado en tierra llorando amargamente bajo las naves del templo magnífico edificado por él y reflejándose en su aura este sombrío pensamiento: "Nada hay estable debajo del sol". (Aludía a Salomón)
El segundo ha sido Audumbla de un Chalit del país de Ahuar doscientos inviernos atrás, y como cayera en desgracia del caudillo, fue a pasar sus últimos días en nuestra Casa de Neghadá. En nuestro Archivo hay un legajo suyo de aquella vida, y allí puede conocerse más o menos el camino de ese ser en las edades futuras. Varias veces dejará el cuerpo emparedado entre los muros de un sombrío palacio en una ciudad edificada sobre las aguas. Otra vez, amarrado con cadenas en el fondo de un calabozo en un pavoroso castillo, morada de un gran sacerdote-rey en una ciudad que perdurará durante muchos siglos, imponiendo a la humanidad su yugo que será la postrer dominación que derrumbe el paso triunfante del Amor Universal. Y lo más notable es que él mismo será el gran sacerdote-rey, sobre el mismo trono y bajo el mismo santuario, del que siglos antes le condenó a tormento vitalicio bajo las bóvedas sombrías del castillo edificado sobre uno de los siete promontorios en que se levantará esa gran ciudad dominadora del mundo por siglos y siglos, (Alusión al castillo de Santángelo).
— ¿Será Ghanna, o Babel o Gerar o Gutium? —preguntó Ada deseando conocer más a fondo aquel lejano porvenir.
—No —contestó Bohindra. Parece que esto ocurrirá en un país de la lejana costa norte del Mar Grande.
Una misión de nuestros Kobdas que recorrió esos lugares muy montañosos y bañados por las aguas del mar en todos sus alrededores, dicen que están habitados por una raza bastante perfecta, de estatura mediana, inteligente y hermosa. Se dedican a las minas y en un paraje que ellos llaman en su lengua SIETE COLINAS, por medio de las cuales atraviesa un río bastante caudaloso, se reúnen una vez cada luna los habitantes y realizan una extraña liturgia con cantos y danzas. Allí administran justicia y castigan a los culpables amarrándolos en el fondo de cavernas abiertas en cada uno de los siete promontorios, que a los Kobdas les pareció ser iguales a los que se vieron en la manifestación plasmática de la Mansión de la Sombra. Y uno de ellos, que tenía muy desarrollada la clarividencia del porvenir, señaló el promontorio en que nuestro Kobda Ozías pasaría su vida encadenado, y donde sería después aclamado por muchos llamándole "LUZ DEL CIELO".
Y el tercero de estos tres estuvo ya en la época del Filósofo Santo, Antulio en Manha Ethell y fue padre de la joven Iris, de quien los sacerdotes se valieron para tener un motivo para condenarle a muerte.
Se reconoce culpable de aquella condena inicua, pues por su vanidad de padre deseó ver a su hija esposa del gran hombre que e! pueblo quería proclamar Rey.
El ardor y la espontaneidad de su carácter le dará vidas turbulentas y agitadas, v la vanidad con la cual lucha, le llevará a vidas de poder y de grandeza. Estos tres espíritus son de intensas facultades afectivas y esto causará la mayoría de sus errores como también sus más hermosas obras. La intensidad afectiva, es agua que refrigera y ciénaga que ahoga; es fuego que vivifica y es llamarada que abre llagas; es luz que alumbra y relámpago que ciega.
Sabemos que en la ciudad de Ghanna (sobre las ruinas de la antiquísima Ghanna se levantó Nínive en siglos posteriores) en un futuro lejano predicará la verdad a sus habitantes entregados al vicio y a la iniquidad; que será encerrado entre la piel de un monstruo marino y arrojado al mar que lo arrojará nuevamente a tierra, para que vea perecer bajo las llamas la ciudad delincuente y salve de la desesperación y de la muerte a los servidores de Dios que habitarán en la nefanda metrópoli. (Alusión al Profeta Jonás).
Los tres estarán juntos en el país de las siete colinas más de una vez y los tres dejarán su cuerpo entre las llamas, quemados por el gran sacerdote-rey, de esa dinastía secular.
ÍNDICE

TOMO I

Portada.. ....................... 2
Los prófugos....................... ........................ 3
Los caminos de Dios .............. ....................... 10
Joheván y Aldis ............. ....................... 16
Las fuerzas radiantes....... ....................... 20
La vida en la caverna ....................... 23
La vida en el Santuario...... ....................... 26
Gaudes... ....................... 29
Leyendo el pasado...... ....................... 31
Los jornaleros de Gaudes ....... ....................... 39
Funerales Kobdas ........ ....................... ....................... 41
La confidencia en la caverna ....................... 43
Los Piratas.......... ....................... 47
El velero. ....................... 49
La trasmigración de Bohindra . ....................... 51
Joheván libre ....................... ......................... 54
Abelio de Cretasia ....... ....................... 57
Bohindra joven ............. ....................... ....................... 59
El ágape. ....................... 61
Nieve y escarchas..... ....................... 62
La mujer fuerte............. ....................... 63
Aldis y sus nuevos compañeros. ....................... 65
El Kobda Rey................ ....................... 67
Mucha la heroica ........ ....................... 69
La humanidad caída............. ....................... 71
La alianza del Eufrates y el Nilo................ ....................... 75
Las glorias del deber cumplido ...... ....................... 76
Las mujeres Kobdas......... ....................... 81
La enseñanza de Tubal ....... ....................... 82
La magia del amor........ ....................... 86
La esclava libre. ....................... 87
Loe pequeños eremitas........ ....................... 90
Adamú y Evana ........... ....................... 93
Los precursores del Verbo de Dios............... ....................... 99
La luz baja a la tierra ............. ....................... 102
Aclarando sombras …................... ....................... 107
El paraíso de Adamú y Evana............ ....................... 108
Siguiendo a la caravana....... ....................... 118
Los tubos de cobre....... ....................... 121
Removiendo el pasado ........................ 123
Senio...... ....................... 125
Golondrinas que vuelven ......... ....................... 128
La historia de Shiva............. ....................... 131
El Santuario de La Paz .......... ....................... 134
En el Eufrates........ ....................... 137
Ada de Musur ........... ....................... 143
La Reina Kobda........... ....................... 146
La Gran Alianza.......... ....................... 149
Bohindra y Ada ............ ....................... ....................... 152
El poder del pensamiento. ....................... ....................... 155
Niños con los niños. ….. ....................... 158
Los pabellones de los Reyes ....................... 161

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